TEOLOGÍA DEL CUERPO DEL Padre Arturo Cardona


         

Padre Arturo Cardona Chica

Sacerdote Sulpiciano

Fundador de la Comunidad
Juan Jacobo Olier

(17 abril 1933 – 24 marzo 2010)



      


TEOLOGÍA DEL CUERPO DE JUAN PABLO II
Sobre el matrimonio, la teología del cuerpo y la sexualidad
Resumen del Padre Arturo Cardona




INTRODUCCIÓN
En las presentes circunstancias en que, tanto la sociedad en general como la misma familia cristiana, padecen profundas crisis y escisiones, que repercuten lamentablemente y de forma negativa en la mentalidad de las nuevas generaciones de niños y jóvenes, vale la pena iluminar las mentes y fortalecer los corazones de todas aquellas personas que de buena voluntad escuchan el llamado a la santidad de Jesucristo el Señor a través de su Iglesia.

Se proponen aquí los resúmenes en español que el mismo Juan Pablo II pronunció a lo largo de todas aquellas audiencias de los miércoles en Roma desde el 5 de septiembre de 1979 hasta el 29 de abril de 1981, quince días antes del atentado al Santo Padre.  El 13 de mayo de 1981 estremeció no solamente a la Iglesia sino al mundo entero, al mismo tiempo que mostraba como testimonio vivo la profunda espiritualidad  el Santo Padre para hacer de su cuerpo una ofrenda permanente y agradable a Dios, que nos recuerda a San Pablo en su Carta a los Romanos 12,1:

“Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Este es vuestro culto razonable” ( Rom 12,1).

Con la gracia de Dios, la publicación y lectura en Iglesia de todos estos textos enriquecerán la vida eclesial, como familia de Dios en Jesucristo y bajo la mirada purísima de María, Madre de Cristo y de la Iglesia.
1. Unidad e indisolubilidad del matrimonio
Miércoles, 5 de septiembre de 1979

La Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, se celebrará en Roma, en el otoño del próximo año y tendrá como tema de estudio  los deberes de la familia cristiana, es decir, centrará su atención en esa comunidad de vida humana y cristiana, que desde el principio es fundamental.

Fue el mismo Jesucristo quien, en coloquio con los fariseos a propósito de la indisolubilidad del matrimonio hizo referencia al  principio:

“¿No habéis leído -dijo Jesús- que “al principio” el Creador los hizo varón y hembra Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y dijo: El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer, y  serán los dos una sola carne?”(Mt 19,4-5).

El Señor, dejando de lado la controversia jurídico-casuística de los fariseos, quiere hacer reflexionar sobre cómo en el misterio de la creación ha sido plasmado el hombre: Dios creó al hombre a su imagen; lo creó varón y hembra  (Gen 2,24).


2. Las primeras páginas del libro del Génesis
Miércoles, 12 de septiembre de 1979

El miércoles pasado propuse un ciclo de reflexiones sobre la respuesta dada por Cristo a una pregunta de los fariseos, acerca de la indisolubilidad del matrimonio.   Citando palabras del libro del Génesis, Cristo dijo:

” ¿No habéis leído que al principio el Creador lo hizo varón y hembra?” (Mt 19,4).

A la narración bíblica de la creación del hombre, (Gen 1-2,4) varón y hembra, situada en el ritmo de los siete días de la creación del mundo, podrá darse un carácter cosmológico: el hombre es creado sobre la tierra y junto al mundo visible. Pero al mismo tiempo el  Creador le manda someter y dominar la tierra con lo cual le sitúa por encima del mundo:

“Dios los bendijo, diciéndoles:”  (Gen 1,28)

Y aunque el hombre está estrechamente vinculado al mundo visible, sin embargo en la narración bíblica no aparece su semejanza con las demás criaturas, sino solamente con Dios. Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó... (Gen 1,27).

Esta narración de carácter teológico nos hace ver que es imposible limitar el hombre al mundo. Ya a la luz de las primeras frases de la Biblia, el hombre no puede ser comprendido ni presentado con las categorías tomadas del mundo, es decir, el conjunto visible de los cuerpos. Sin embargo, también el hombre es cuerpo.


3. El relato bíblico de la creación del hombre
Miércoles, 19 de septiembre de 1979

A diferencia de la primera narración de la creación, lo característico de esta segunda narración es  la creación por separado del hombre y de la mujer, estableciendo así una diferencia entre  varón y hembra.

Inmediatamente después vendrá la narración de la caída. Con ello se nos muestra la más antigua autocomprensión del hombre y el primer testimonio de la conciencia humana.

Cuando Cristo habla del matrimonio, no se limita a relacionar el principio con el misterio de la creación, sino también con la primitiva inocencia, haciendo ver la diferencia entre este estado y el sucesivo de pecaminosidad del hombre. Sus palabras son claras y sin equívocos. No aprueba de ningún modo lo que, debido a la dureza de corazón, permitió Moisés.

Es decir, el ordenamiento inicial de la pareja humana no ha perdido su vigor, por más que el hombre haya perdido la inocencia primitiva. Esto es muy importante no sólo para la ética, sino también para la teología sobre el hombre y para la teología sobre el cuerpo humano, que tiene como fundamento la palabra de Dios que revela sus propios designios. Trataremos de sacar las conclusiones en próximos encuentros.

¿Ha vivido   usted  casos  en  los  que piensa que la  fragilidad   humana lo  justifica o  autoriza  para  apartarse de la  ley  de  Dios?


4.  Referencia a los primeros capítulos del Génesis

Cuando Jesús se refiere al “principio”, invita a los fariseos a unir lo que era al principio, por voluntad de Dios, con el presente. Esto significa superar el límite que existe entre el estado de inocencia original y nuestro estado pecaminoso. De esta manera lo que era al principio posible, puede ser posible hoy, a pesar de nuestro estado pecaminoso.

Las dos situaciones del hombre se vinculan con el árbol de la ciencia del bien y del mal. En ambas el hombre se porta como un ser consciente, capaz de conocimiento y de decisión, y de manera particular, capaz de referirse al Dios creador, al Dios de la alianza.

El árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal tiene relación con la alianza, la cual ha quedado rota en el corazón del hombre a causa de su desobediencia. El estado de pecado abarca al hombre y hunde sus raíces en su prehistoria teológica.

El estado de inocencia original y el estado pecaminoso del hombre.

Para entender nuestro estado pecaminoso nos tenemos que referir al estado de inocencia original, en el que nos encontramos con el hombre creado a imagen de Dios. Cada punto del estado pecaminoso del hombre, como totalidad,  se explica con referencia a nuestra condición original en la que el hombre inicia su existencia histórica con el pecado original.

Perspectiva teológica de la redención 

También el misterio de la redención se refiere al estado de inocencia original, ya que cuando el hombre rompe su alianza con Dios, aparece la palabra revelada de (Gen 3,15), como promesa de redención. El hombre de hoy no solo hereda el pecado original, sino también la promesa de redención cuyo cumplimiento tendrá lugar con Cristo.

Es la esperanza de redención del cuerpo (Rom 8,23) lo que garantiza la continuidad y la unidad entre ambos estados. Por eso Jesús responde a los fariseos en esta perspectiva de redención, sobre la que se apoya también la alianza.

Revelación y experiencia

Al hombre-cuerpo lo percibimos, sobre todo, con la experiencia. Ahora bien, nuestra experiencia histórica se detiene en los umbrales del estado de inocencia. Así la experiencia es un modo legítimo para la interpretación teológica del destino humano.

La teología del cuerpo

La reflexión que hemos hecho sobre el Génesis refleja la verdad de las palabras de San Pablo, las cuales abarcan nuestra propia experiencia:

“Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8,23).

El principio debe hablarnos con la gran riqueza de luz que proviene de la revelación.


  
5. La conversación de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio.

En un contexto amplio, los primeros capítulos del Génesis, nos hablan de la soledad originaria del hombre. Veremos de qué se trata.

Varón y mujer

El relato de la creación del hombre del capítulo segundo, que pertenece a la  tradición Yavista, presenta dos momentos: Uno en el cual la creación del hombre precede a la de la mujer (Gen 2, 7).

Otro, a partir de la creación de la mujer, en el cual el hombre es llamado “is”, o sea, varón, y la mujer “issa” o varona, por haber sido tomada del varón.

Por tanto, cuando Dios habla de la soledad originaria del hombre, esta tiene dos significados: El que se deriva de la naturaleza misma del hombre, de su humanidad; y el que se deriva de la relación hombre-mujer.



6. Los relatos del Génesis sobre la creación del hombre.

Solo el segundo relato habla de la soledad del hombre, ya que en el primer relato el  hombre es creado en un solo acto como hombre y mujer:

“Y creó Dios al hombre, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gen1, 27).

En el segundo relato el problema de la soledad es anterior en el sentido existencial, al hecho de ser macho y hembra.

La acción de Dios

El texto Yavista vincula  la creación del hombre con la necesidad de trabajar la tierra, en correspondencia con someterla y dominarla:

“Dios los bendijo diciéndoles:

En el segundo relato Dios establece con el hombre una alianza al introducirlo en el jardín del Edén, en estado de gracia y felicidad. Trajo ante el hombre a los animales creados para que les pusiese el nombre:

“Yavé, entonces, formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y cada ser viviente debía llamarse como el hombre lo había llamado” (Gen 2, 19).

Así, por estar vinculado al trabajo, el hombre toma conciencia de su superioridad sobre toda especie de seres vivientes, entre los cuales no había para el hombre una ayuda adecuada (Gen 2,20).

La creación de la mujer

Leyendo en profundidad estos primeros capítulos del Génesis, vemos al hombre en busca de la definición de sí mismo y tomando conciencia de su identidad:

Está solo en medio del mundo visible, solo entre los vivientes. No se puede identificar  con el resto de las criaturas. Comparte con los animales vivientes el género de ser vivo. Se distingue de los demás animales por ser racional.

El ser humano como persona

El hombre, a la vez que conoce  todas las demás criaturas, se va conociendo a sí mismo. La facultad cognoscitiva es la primera característica que los diferencia de los demás vivientes. El conocimiento del mundo externo lo hace salir de sí mismo. La soledad le da el espacio para el autoconocimiento, ya que el hombre está solo  ante el mundo visible y ante el mundo de los vivientes.

Además el hombre se distingue frente a Dios y se afirma frente al mundo visible como persona, ya que es él quien pone nombre a todas las criaturas.

Pregunta: ¿El hombre sale de su soledad uniéndose  a una mujer?
                 ¿En qué señales se da cuenta el hombre que está solo?


7. Reflexiones sobre el significado de la soledad originaria del hombre.


Análisis del texto del Génesis

Ya dijimos que del relato Yavista podemos concluir que el hombre tiene conciencia de su cuerpo y de su significado.

La conciencia del cuerpo parece identificarse con el descubrimiento de la complejidad de la estructura del propio cuerpo, y plantea la relación cuerpo y alma, cuerpo y vida en el sentido bíblico. En efecto, el hombre es un ser animado:

“Entonces Yavé formó al hombre con polvo de la tierra, y sopló en sus narices aliento de vida” (Gen 2,7).

Por ser animado se distingue de todos los otros vivientes, ya que sólo él es capaz de cultivar la tierra y someterla. Esta conciencia de su superioridad comporta una percepción especial del cuerpo propio y de su significado. Cultivar y someter la tierra serían imposibles sin una intuición típicamente humana del significado del cuerpo.

El significado de la soledad originaria del hombre se basa en la existencia recibida.

El hombre es un sujeto no sólo por el conocimiento de sí mismo y por su autodeterminación, sino también por su propio cuerpo, cuya estructura es tal que le permite ser el autor de una actividad genuinamente humana, en la cual el cuerpo manifiesta la persona.

Cuando Yavé Dios dice:

“De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del de la ciencia del bien y del mal, no comerás, porque el día que comieres ciertamente morirás” (Gen 2,16-17).

La posibilidad de la muerte o de la inmortalidad no solo amenaza al cuerpo. Abarca el significado escatológico del cuerpo y de la misma humanidad (lo que será al final de ltiempos). La alternativa de muerte o eternidad entra desde el
principio en la definición del hombre.


8. El relato bíblico de la creación de la mujer.

Las palabras “no es bueno que el hombre esté solo” son el preludio de la formación de la mujer.

El hecho de que en el 2º relato el hombre aparezca creado solo, nos indica que la estructura personal es más profunda que su configuración somática, que puede ser masculina o femenina.

Del sueño infundido por Dios a Adán emerge un ser semejante  que rompe el cerco de la soledad del hombre, ya que de ese sueño se despierta varón y hembra.

El que la mujer sea sacada de una costilla significa que ambos son homogéneos: “carne de mi carne, hueso de mis huesos”. Adán se regocija de tener ante sí un ser semejante a él: Hombre y mujer constituyen una unidad original. Este regocijo es algo único e irrepetible.



9. La unidad originaria del hombre en el relato de la creación de la mujer


La creación definitiva consiste en la creación de la unidad de dos seres. La unidad denota la identidad de la naturaleza humana, la dualidad es la base de la masculinidad y la feminidad.

De los textos del Génesis deducimos que el hombre ha sido creado como un don especial ante Dios, y como un valor especial para el mismo hombre.

La masculinidad y la feminidad

La unidad a través de la masculinidad y la feminidad se expresa como superación del límite de la soledad y la afirmación de todo lo que en la soledad es constitutivo del hombre.

La soledad lleva a la unidad y a la comunión de personas:

“Pero Dios no creó al hombre dejándolo solo (Gen 1,27) y su unión constituye la primera forma de comunión de personas” (G S 12).

En el relato segundo el hombre aparece solo, pero abierto hacia un ser semejante. Esto nos descubre la trascendencia característica propia de la persona, y la forma de una relación adecuada entre el hombre y la mujer. La ayuda al otro se deriva del hecho mismo de existir como persona junto a una persona.

En este relato la comunión es existencia de la persona por la persona. La comunión de dos personas podía formarse sólo en base a la doble soledad del hombre y de la mujer. Los dos se encuentran distinguiéndose del mundo de los seres vivientes que los rodean.

¿En qué situaciones  vive una relación adecuada matrimonial o entre personas?

RESUMEN DE LAS PRIMERAS CATEQUESIS
1. El Papa Juan Pablo II toma como ocasión una conversación entre Jesús y un grupo de fariseos (Mt 19, 4ss), para hacer una catequesis sobre el matrimonio y la teología  del cuerpo.

2. El hombre ha sido creado sobre la tierra  y junto al mundo visible, a imagen de Dios (Gen 1,27).

3. Existen en la Biblia dos relatos de la creación. El segundo relato, del capítulo II es más antiguo, y nos presenta por separado la creación del hombre y de la mujer (Gen 2, 7) y (Gen 2,21-24).  En el primer relato el hombre es creado de una vez hombre y mujer, a imagen de Dios (Gen 1, 26-27).

4. Cuando Jesús habla de matrimonio no solo remite al hombre al misterio de la creación, sino también a su primitiva inocencia. De este modo no aprueba lo que, en el estado pecaminoso, permitió Moisés a causa de la dureza del corazón.

5. Tanto  el estado de inocencia primitivo, como  el estado pecaminoso, se vinculan con el árbol de la ciencia del bien y del mal.  La ruptura de hombre cuando cae en la desobediencia, es la ruptura de la alianza establecida por Dios en el estado original.

6. Después de la caída Dios le ofrece al hombre una promesa de salvación (Gen3, 15).

7. San Pablo se refiere al estado pecaminoso del hombre que espera la redención de su cuerpo (Rom 8,3).

8. Sea que el hombre aparezca solo en la creación (Gen 2,17), sea que aparezca  creado a imagen de Dios como varón y hembra, de todos modos su existencia comporta una soledad originaria.

9. Esta soledad le permite al hombre tomar conciencia de sí mismo, de su superioridad frente a los demás seres creados y la  conciencia de existir ante Dios distinto  de él. Esta conciencia de sí mismo se enriquece cuando Dios pone a su lado una compañera que le preste ayuda adecuada.

10. El texto Yavista vincula la creación del hombre  con la necesidad de trabajar la tierra, con someterla y dominarla. Su conciencia crece a causa de su superioridad sobre todos los seres creados (Gen 1,27-28).

11. El significado de la soledad  originaria del hombre nace de su condición de criatura que ha recibido la existencia. A la vez que conoce las realidades que lo rodean se conoce a sí mismo. La soledad le da espacio.

12. El hombre es sujeto no solo por el conocimiento de sí mismo y su autodeterminación, sino también por su propio cuerpo. El cuerpo manifiesta la persona.

13. Ante la soledad el hombre Dios reacciona diciendo: “No es bueno que el hombre esté solo, le daré una ayuda adecuada”
El ser semejante formado de la costilla de Adán es hueso de sus huesos y carne de su carne.
La presencia de la mujer rompe la soledad.
El hombre despierta del sueño varón y hembra.

14. La ayuda al otro se deriva del hecho mismo de existir como persona.
La comunión es existencia de la persona por la persona y solo podía surgir en base a la soledad del hombre y de la mujer.


10. El significado de la unidad originaria  del hombre.
Indisolubilidad el matrimonio

El conocimiento del hombre, varón y hembra, debe hacerse a través de la comunión de ambos entre si, cuya intimidad expresa el texto:

“Esto si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.  Esta se llamará varona porque del varón ha sido tomada” (Gen 2,23).

A la luz de este texto comprendemos que el conocimiento del hombre pasa a través de la masculinidad y de la feminidad, que son dos encarnaciones del hombre, que aparecía originariamente solo.


Frente a Dios y frente al mundo aparecen dos modos de ser cuerpo y dos modos de ser hombre, que se completan el uno al otro. La masculinidad y la feminidad representan, así, dos dimensiones complementarias de la conciencia de sí mismo y de la autodeterminación.

Aparecen también dos conciencias complementarias del significado del cuerpo. La feminidad se encuentra a sí misma frente a la masculinidad, y la masculinidad se confirma frente a la feminidad.

El sexo es constitutivo de la persona, y tiene como función demostrar que el hombre, en sus soledad, en su unicidad y en la irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como “El” y “Ella”.

La presencia de la feminidad junto a la masculinidad y viceversa, enriquece al hombre y está presente en toda su historia y en la historia de la salvación.

 

El texto del Génesis


La unidad de que habla Gen 2,23 se expresa y se realiza en el acto conyugal. Las características del hombre y de la mujer, en cuanto sexuados, les permite, al formar una sola carne, someter su humanidad a la bendición de la fecundidad.

Al sexo hay que considerarlo dentro de la dimensión plena del hombre y dentro de la comunión de las personas.  Vista así la sexualidad,  nos obliga a entrever la plenitud y la profundidad propias de la unidad que varón y hombre deben constituir, a la luz de la revelación del cuerpo.

La expresión “se unirá a su mujer “indica que esta unión es tan íntima que hace de los dos “una sola carne”. Por lo tanto, ante todo, la expresión respectiva que dice: El hombre... se unirá a su mujer tan íntimamente que los dos serán una sola carne, nos induce siempre a dirigirnos a lo que el texto bíblico expresa con anterioridad respecto a la unión de la humanidad, que nos permite ver la mujer y al varón en el misterio mismo de la creación.

El varón y la mujer, uniéndose entre sí (en el acto conyugal) tan íntimamente que se convierten en una cola carne, descubren de nuevo, por decirlo así, cada vez y de modo especial, el misterio de la creación. Retornan a esa unión de la humanidad (carne de mi carne y hueso de mis huesos), que les permite reconocerse recíprocamente y, llamarse por su nombre, como la primera vez.

Esto significa vivir el valor virginal originario del hombre recién salido de las manos de Dios, que emerge del misterio de la soledad frente a Dios y frente al mundo.

El hecho de que se conviertan en una sola carne significa que Dios creador estableció este vínculo potente entre los dos que les permite descubrirse en su propia humanidad, tanto en su unidad originaria, como en el atractivo recíproco.

Sin embargo, el sexo es más que la fuerza misteriosa  del cuerpo que obra casi por instinto. Considerado a nivel del hombre y de la relación recíproca de las personas, el sexo expresa una superación, siempre nueva de la soledad del hombre, y revela su sentido originario: Esta superación lleva consigo el asumir la soledad del cuerpo, tanto la propia como la del otro.


Comunión de personas


La sexualidad está ligada a la elección, ya que solo los seres humanos, creados como varón y hembra, han sido creados para la unidad. Por eso, “dejar a su padre y a su madre” implica que el hombre se une a la mujer por elección.

Ahora bien, lo que ocurrió al principio, vale para el futuro del hombre.  Por eso Jesús se refiere a este texto en cuanto revela un hecho de actualidad en su tiempo.

Creados a imagen de Dios, en cuanto forman una auténtica comunión, el primer hombre y la primera mujer deben constituir, desde el comienzo, el modelo de comunión para todos los que, en cualquier tiempo, se unirán para formar una sola carne.

El cuerpo, que ayuda a entrar en comunión de personas a través de la masculinidad o feminidad, se convierte, de modo especial, en el elemento constitutivo de esta unión. Pero esto se realiza a través de una elección recíproca. Esta elección es la que establece el pacto conyugal entre personas ( G S 48) que en base a  ella se convierten en una sola carne. 

Hemos visto que el hombre aparece solo. Por medio de la elección se determina, apoyado en la misma soledad de la que es consciente. La unión conyugal presupone una conciencia madura del cuerpo, más aún, comporta una conciencia especial del significado de ese cuerpo en la donación recíproca que realizan el hombre y la mujer.

Según  Gen 2,24, cada unión conyugal descubre la conciencia originaria del significado unitivo del cuerpo en cuanto masculino o femenino. También en cada unión se renueva, en cierto modo, el misterio de la creación.

Tomada del hombre como carne de su carne, la mujer se convierte a continuación, como esposa y a través de su maternidad, en madre de los vivientes

“El hombre llamó a la mujer Eva (de la raíz del verbo vivir), por ser la madre de todos los vivientes” (Gen 3,20).

porque su maternidad tiene su propio origen también en él. La procreación se arraiga en la creación, y cada vez, en cierto sentido, reproduce su misterio.
Preguntas:
¿En que modos de obrar y de pensar expresan los conyugues que su cuerpo está hecho para la donación recíproca?
¿Qué signos de inmadurez acerca de la conciencia del cuerpo hacen incompleta o dañina la unión conyugal?


11 . Elementos constitutivos de la experiencia originaria del hombre

Los textos bíblicos

Al hablar de las originarias experiencias humanas, tenemos en la mente no tanto su lejanía en el tiempo, cuanto más bien su significado fundante. Lo importante, pues, no es que estas experiencias pertenezcan a la prehistoria del hombre (a su prehistoria teológica), sino que están siempre en la raíz de toda experiencia humana

La revelación del  cuerpo(esa originaria revelación que encontró expresión primero en el relato yahvista del Génesis 2-3, después en el texto del Génesis tiene en cuenta precisamente estas experiencias primordiales en las que aparece de manera casi completa la originalidad absoluta de

lo que es el ser humano varón-mujer, en  cuanto hombre a través de su cuerpo:
·         Conciencia de la soledad, que le permite tomar conciencia del cuerpo, de hacer la distinción entre él y la creación, y conciencia de su superioridad frente a ella.

·         Unicidad : la masculinidad y de la feminidad son dos encarnaciones del hombre; los seres humanos, creados como varón y hembra, han sido creados para la unida: Hombre y  mujer constituyen una unidad original
·         Conciencia del cuerpo: El cuerpo, que ayuda a entrar en comunión de personas a través de la masculinidad o feminidad, se convierte, de modo especial, en el elemento constitutivo de esta unión.

·         Comunión: La unión conyugal presupone una conciencia madura del cuerpo, más aún, comporta una conciencia especial del significado de ese cuerpo en la donación recíproca que realizan el hombre y la mujer.

·         Ruptura de la alianza por la desobediencia del mandato divino

·         Conocimiento de sí mismo y de las realidades que lo rodean.

·         Autodeterminación y elección: “dejar a su padre y a su madre” implica que el hombre se une a la mujer por elección.

·         necesidad de trabajar la tierra, someterla y dominarla.


La desnudez de la pareja humana tal como se describe en el Génesis

Génesis (2,20 y 2,23), nos han permitido ya precisar ya el significado de la soledad originaria y de la unidad originaria del hombre.
Se añade a éstos, como elemento tecero, el significado de la desnudez originaria, claramente puesto en evidencia dentro del contexto; y lo cual, en el primer esbozo bíblico de la antropología no es algo accidental. Al contrario, es especialmente la clave para su comprensión plena y completa (Génesis 2,25).

El significado del cuerpo
El propio texto del Génesis 2,25 exige expresamente unir las reflexiones sobre la teología del cuerpo con la dimensión de la subjetividad personal del hombre.
En este ámbito, efectivamente, se desarrolla la conciencia del significado del cuerpo, ya que Génesis 2,25 habla de ello de manera mucho más directa que otras partes de ese texto yahvista, que hemos definido ya como primer registro de la conciencia humana.
La frase, según la cual los primeros seres humanos, varón y mujer, estaban desnudos y sin embargo no se avergonzaban de ello, describe indudablemente su estado de conciencia.
La experiencia recíproca del cuerpo: Es decir, la experiencia de la feminidad por paerte de la mujer que se revela en la desnudez del cuerpo y, recíprocamente, la experiencia análoga de la masculinidad, la cual se revela de igual manera.
Al afirmar que no se avergonzaban de ello, el autor trata de describir esta experiencia recíproca del cuerpo con la máxima precisión que le es posible. Se puede decir que este tipo de precisión refleja una experiencia base del hombre en sentido ordinario y precientífico, pero corresponde también en las exigencias de la antropología y en particular de la antropología contemporánea, que se vuelve gustosamente a las llamadas experiencias de fondo, como la experiencia del pudor[1].
El análisis del pudor, con la ayuda del otro ser humano, indica con qué profundidad está arraigado en las mutuas relaciones.
Manifiesta las reglas esenciales en la comunión de las personas (El respeto a la dignidad del cada cual, el amor de benevolencia.
También manifiesta cuán profundamente toca la dimensión de la soledad original del hombre, la cual se manifiesta como no-identificación de la propia humanidad con el mundo viviente que lo rodea.
Toda la narración bíblica, y concretamente el texto yahvista, indica que el cuerpo pone de manifiesto visiblemente al hombre, y de este modo ayuda a que el hombre y la mujer desde el principio, se comuniquen entre sí, según la comunión de personas, querida para ellos por el Creador.
Por medio de esta comunión se constituye la intimidad personal en toda su sencillez y pureza radicales. A esta plenitud de percepción exterior, expresada por la desnudez física, corresponde la plenitud interior de la visión del hombre en Dios, es decir, según la medida de la imagen de Dios.

12. CONSIDERACIONES SOBRE LA DESNUDEZ ORIGINARIA DEL HOMBRE


1. ¿Qué es la vergüenza y cómo explicar su ausencia en el estado de inocencia original, en la profundidad del misterio de la creación del hombre como varón y mujer?

De los análisis contemporáneos de la vergüenza -especialmente del pudor sexual- se deduce la complejidad de esta experiencia fundamental, que no es una mera ausencia de vergüenza, sino una plenitud de conciencia y experiencia del significado del cuerpo.

El análisis del pudor, con la ayuda del otro ser humano, indica:

  1. Con qué profundidad está arraigado en las mutuas relaciones,
  2. Cuán exactamente manifiesta las reglas esenciales en la comunión de las personas, y también
  3. Cuán profundamente toca la dimensión de la soledad original del hombre, la cual se manifiesta como no identificación de la propia humanidad.

  1. La herencia del pecado

Tenemos que considerar los grados de experiencia del hombre histórico cargado con la herencia del pecado, pero esos grados de experiencia arrancan metodológicamente del estado de inocencia originaria.

Ya hemos constatado antes que al referirse al principio, Cristo establece indirectamente la idea de continuidad y de vinculación entre esos dos estados, como si nos permitiese retroceder desde el umbral de la situación de pecado histórica del hombre hasta su inocencia originaria.

Precisamente el Génesis 2,25 exige de manera especial pasar ese umbral. Es fácil observar cómo este paso, junto con el significado de la desnudez originaria inherente a él, se inserta en el conjunto del contexto de la narración yahvista.

Efectivamente, después de algunos versículos, escribe el mismo autor: Abriéndose los ojos de ambos y entonces viendo que estaban desnudos cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones (Gén 3,7).

El adverbio “entonces” indica un momento nuevo y una nueva situación que siguen a la ruptura de la primera Alianza.

Es una situación que sigue de la desilusión de la prueba unida al árbol de la ciencia del bien y del mal, que al mismo tiempo constituía la primera prueba de obediencia, esto es, de escucha de la palabra en toda su verdad y de aceptación del amor, según la plenitud de las exigencias de la Voluntad creadora.

Este momento nuevo o situación nueva comporta también un contenido nuevo y una calidad nueva de la experiencia del cuerpo, de modo que no se puede decir más: Estaban desnudos, pero no se avergonzaban de ello. La vergüenza, por lo tanto, es aquí una experiencia no sólo originaria, sino de límite.

La unidad del ser humano en cuanto hombre y mujer

¡Será posible reconstruir, de algún modo, el significado originario de la desnudez, que en el libro del Génesis constituye el contexto próximo de la doctrina acerca de la unidad del ser humano en cuanto varón y mujer? Esto parece posible, si tomamos como punto de referencia la experiencia de la vergüenza, tal como está claramente presentada como experiencia  liminal en el antiguo texto bíblico.



13. El misterio de la creación del hombre: varón y mujer
Miércoles 2 de enero de 1980

Continuamos el análisis del texto del Génesis (2,25) que empezamos hace algunas semanas.
El hombre y la mujer, seres creados, se ven a sí mismos en el misterio de la creación, bajo aquella visión del Creador que contempla su obra y ve que era muy buena.
Después se dan cuenta de estar desnudos, es decir, descubren la sencillez y plenitud del valor puro del ser humano en cuanto hombre y mujer, sin contraposición entre lo espiritual o lo sensual, sin ruptura entre lo que les hace personas y lo que determina su sexo masculino o femenino.
El hombre y la mujer descubren su cuerpo con esa paz de la mirada interior que crea la plenitud de su intimidad personal; se descubren como seres complementarios y como don mutuo. Así tienen la comprensión exacta del significado del propio cuerpo, que les lleva a una profunda comunión de personas.
Ese ser humano, creado por Dios como hombre y mujer, está hecho a imagen de Dios, tiene en sí la imagen divina impresa en el cuerpo, de las dos maneras de ser cuerpo humano y que reflejan la unidad de aquella imagen. Aquí tenemos los elementos de una antropología verdaderamente humana, vista en la totalidad que Dios ha querido darle.
El texto del Génesis nos enseña también claramente que el ser humano es creado por Dios de la nada, es llamado a la existencia por amor, es dado como don en el mundo y que a la vez recibe el mundo como don, ya que el universo visible es creado para el hombre.
Para ese ser racional, que puede descubrir el sentido de su llamada a la existencia, que puede descubrir la relación que tiene con su Creador, que es capaz de responder al plan de Dios, que lo crea como imagen suya, como don en el mundo, como don al mundo.

14. El hombre en el jardín del Edén
Miércoles 9 de enero de 1980

Continuamos nuestro comentario al Génesis. El segundo relato de la creación nos muestra al hombre en el jardín del Edén, pero recalcando su soledad; ésta aparece aquí como una carencia de bien: no es bueno que el hombre esté solo -dice Yahvé Dios-, voy a hacerle una ayuda  (Gen 2,18). También el hombre al contemplar todos los seres vivientes, se da cuenta que le falta una ayuda semejante a él (Gen 2,20).
Los términos solo y ayuda  parecen ser la clave para comprender la esencia misma del don a nivel humano, como contenido existencial inscrito en la verdad de la Imagen de Dios. Cuando Dios dice que no es bueno que el hombre esté solo (Gen 2,18), afirma que el hombre solo no realiza totalmente su esencia, sino solamente cuando existe con alguien  y por alguien, como expresión de la comunión de personas.
Cuando el hombre, despertándose del sueño genesíaco, dice esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne  (Gen 2,23), quiere expresar el proceso de su individuación en el mundo. Esto nos lleva al tema de la persona  y al mismo tiempo al tema del cuerpo-sexo.
Existe una fuerte conexión entre el misterio de la creación, como don que brota del Amor, y el principio beatífico de la existencia del hombre como varón y mujer, en toda la verdad de su cuerpo y de su sexo. El sexo es el signo original de una donación creadora, y con este significado hay que entender la teología del cuerpo.

15. El significado esponsalicio del cuerpo humano
Miércoles 16 de enero de 1980

Seguimos hoy el comentario al libro del Génesis. La revelación del significado nupcial del cuerpo consiste en presentar al hombre, varón y mujer, en toda la realidad y verdad de su cuerpo y sexo.
Creados por el amor, es decir, dotados de masculinidad y feminidad, ambos están desnudos porque son libres por la misma libertad del don. El cuerpo humano, con su sexo, es no sólo fuente de fecundidad y procreación, sino que encierra desde el principio el atributo nupcial, es decir, la capacidad de expresar el amor por el cual el hombre-persona se hace don.
La libertad para la entrega sincera de sí mismo la entendemos aquí como autodominio. Es indispensable para que el hombre pueda darse a sí mismo hacerse don y encontrar su propia plenitud en la entrega sincera de sí mismo (Gaudium et spes, 24).
La libertad en la entrega de sí mismos permite al hombre y a la mujer encontrarse recíprocamente, ya que el Creador ha amado a cada uno por sí mismo.
El cuerpo humano, orientado interiormente por la entrega sincera de la persona, revela tal valor y belleza que sobrepasa la dimensión puramente física de la sexualidad. El significado nupcial del cuerpo explica la felicidad original del hombre y abre la perspectiva de su historia terrena, y aunque ha sufrido muchas deformaciones, siempre quedará como signo de la imagen de Dios.

RESUMEN DE LAS CATEQUESIS 13, 14 Y 15


1. El hombre y la mujer, seres creados por Dios por amor.
Empecemos por analizar unos textos del Nuevo Testamento que se refieren al plan creador de Dios:

·         El evangelista San Juan, en el prólogo de su evangelio, traza la realización del proyecto creador de Dios que da origen al mundo por medio de la Palabra, y que consiste en que el hombre llegue a adquirir la condición de hijo de Dios. De este modo recobra su condición original de haber sido creado a imagen de Dios. Es Jesús quien realiza esta nueva creación mediante la obra de la redención. La nueva creación es el hombre redimido, dotado de la misma vida de Dios:

“Al principio ya existía la Palabra y la palabra se dirigía a Dios, y la Palabra era Dios. Ella, al principio se dirigía hacia Dios. Mediante ella existió todo, sin ella no existió cosa alguna de lo que existe” (Jn 1, 1-3).
·         En la carta a los Efesios San Pablo describe así la realización del proyecto del Padre:
“Porque no eligió con él antes de crear el mundo, par que estuviéramos consagrados y sin defecto a sus ojos por el amor; destinándonos ya entonces a ser adoptados por hijos suyos por medio de Jesús Mesías” (Ef. 1, 4-5).
·         Al generar al Hijo, el Padre le comunica el plan del mundo concebido para él. Bajo la moción del Espíritu Santo, el Hijo acepta por amor el plan del Padre. De este modo la creación es el punto de partida del proyecto de Dios, pues El Padre, según San Pablo:
“Por su medio se creó el universo celeste y terrestre, lo visible y lo invisible, ya sean majestades, señoríos, soberanías y autoridades. El es el modelo y fin del universo creado, él es antes que todo y el universo tiene en él su consistencia” (Col 1, 16-17).
·         El amor es el primer acto de la voluntad de Dios.  La razón es que el motivo de la voluntad creadora de Dios se halla en sí mismo, en el intercambio amoroso en el seno de la Trinidad.

2. El hombre y la mujer se ven a sí mismos en el misterio de la creación.

·         Existe una fuerte conexión entre el misterio de la creación, como don que brota del Amor, y el principio beatífico de la existencia del hombre como varón y mujer, en toda la verdad de su cuerpo y de su sexo.
·         Ante la pregunta que le hacen los fariseos: “Jesús respondió: ¿?” (Mt 19,4). El hombre ha sido hecho a imagen de Dios: “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y hembra los creó” (Gen 1,27). El hombre tiene en sí la imagen divina impresa en el cuerpo, en las dos maneras de ser cuerpo humano  que reflejan la unidad de aquella imagen.

3. Al darse cuenta de su desnudez
·         Creados por el amor, dotados de masculinidad y feminidad, ambos están desnudos porque son libres. Libres en su total de dependencia de Dios, libres porque cada uno tiene libertad de ser don para el otro.
·         Descubren la sencillez y plenitud del valor puro del ser humano en cuanto hombre y mujer, sin contraposición entre lo espiritual o lo sensual, sin ruptura entre lo que les hace personas y lo que determina su sexo masculino o femenino.

4. Cuando Dios dice:
 “No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude” (Gen 2,18).
·         Afirma que el hombre solo no realiza totalmente su esencia, sino solamente cuando existe con alguien y por alguien, como expresión de la comunión de personas.
La clave para comprender la esencia misma del don a nivel humano es la soledad y la necesidad de tener una ayuda. Esto significa que el hombre, hecho a imagen de Dios, realiza su existencia en el don de sí mismo. Es así como realiza la verdad de ser  Imagen de Dios.

5. El hombre y la mujer se descubren como seres complementarios y como don mutuo.
·         Ambos tienen la comprensión exacta del significado del propio cuerpo, que les lleva a una profunda comunión. El sexo es el signo original de una donación creadora.
·         El cuerpo humano, orientado interiormente por la entrega sincera de la persona, revela tal valor y belleza que sobrepasa la dimensión puramente física de la sexualidad.
·         El cuerpo humano, con su sexo es, no sólo fuente de fecundidad y procreación, sino que encierra desde el principio el atributo nupcial, es decir, la capacidad de expresar el amor por el cual el hombre-persona se hace don. El significado nupcial del cuerpo explica la felicidad original del hombre y  esta perspectiva puede prolongarse a través de la historia terrena del hombre y, aunque ha sufrido muchas deformaciones, siempre quedará como signo de la imagen de Dios.

6. En cuanto ser racional  puede descubrir el sentido de su llamada a la existencia.
·         El origen divino de la creación es garantía de la riqueza del ser de las criaturas. Por tener origen en Dios las criaturas reciben de él consistencia, vida y seguridad.
·         La relación que el hombre  tiene con su Creador: El ser del hombre le pertenece a Dios, y por lo mismo está abierto a su Creador. Por su parte Dios habla al corazón del hombre mientras éste quiera escucharlo. En la revelación bíblica, además del reconocimiento de Dios como creador, está el descubrimiento de que él quiere vivir en alianza con el hombre.
·         Es capaz de responder al plan de Dios, que lo crea como imagen suya, como don en el mundo y como don al mundo, ya que el universo  visible es creado para el hombre. vista en la totalidad que Dios ha querido darle. Texto: (Jn 1, 1-3).
Preguntas:

1. Según el texto de Efesios 1, 4-6 ¿En qué hechos podemos experimentar que somos criaturas nuevas, según del plan de Dios? 
           
2. Dada la libertad, la sencillez, la plenitud del valor puro del ser humano ¿Hasta qué punto  es posible vivir la relación sin contraposición entre lo espiritual y lo Conocimiento de sí mismo y de las realidades que lo rodean.


RESUMEN DE LAS CATEQUESIS  16, 17 18 Y 19




1. El misterio del estado originario del hombre

La irradiación del amor es parte integrante del misterio de la creación.
Sólo el amor crea el bien, solamente él puede percibirse en todas sus dimensiones y en las cosas creadas, sobre todo en el hombre.

El don de darse el uno al otro, que se remonta a las más profundas raíces de la conciencia humana, y que se refleja en la recíproca experiencia del cuerpo, manifiesta el arraigo en el amor.

La felicidad es estar arraigados en el amor.

1. La felicidad original nos habla del principio del hombre, que ha salido del amor y que ha iniciado el amor. Esto tuvo lugar de modo irreversible, a pesar del pecado y de la muerte subsiguiente.

2. En su tiempo, Cristo será testigo de este amor irreversible del Padre, que ya se había manifestado en el misterio de la creación.

·         Según San Juan, el Verbo de Dios que estaba junto al Padre al principio de la creación, vino al mundo y nosotros hemos podido contemplar la gloria que el recibe como Hijo único de Dios. La gloria recibida es la plenitud del amor  (Jn 1, 14).

·         De la plenitud del Verbo todos hemos recibido “un amor que responde a su amor” (Jn, 1, 16).

·         El distintivo de los discípulos de Jesús es el amor de unos por otros a ejemplo suyo (Jn 13,34-35).

·         Así como el Padre ha demostrado su amor a Jesús, él nos ha demostrado el suyo y nos pide que lo conservemos siempre (Jn 15,9).

3. Si la creación es un don hecho al hombre, entonces su plenitud y dimensión más profunda está determinada por la gracia, fundamento y fuente de su inocencia original.

4. La inocencia original pertenece al misterioso don hecho en la intimidad del corazón humano, que permite al hombre y a la mujer existir en la recíproca entrega desinteresada de sí mismos. En ella está encerrado el significado nupcial del cuerpo.

5. La inocencia original es lo que excluye la vergüenza del cuerpo en la relación hombre-mujer.

6. Felicidad e inocencia están en el ámbito de la comunión de las personas; por ello, la conciencia beatificante del significado del cuerpo está condicionada por la inocencia original, y sólo con su testimonio resulta humanamente beatificante.

Relaciones entre la inocencia y la felicidad originarias del hombre

Imagen global de la inocencia original del hombre, antes del pecado original.

1. Parece bastante claro que la experiencia del cuerpo, según el Génesis, indica un grado de espiritualización, que conocemos por la experiencia del hombre histórico. Es un modo distinto que comporta otro grado de sensibilidad interior hacia los dones del Espíritu Santo.

2. Para entender mejor el significado de la inocencia originaria, nos basamos en la experiencia del hombre histórico, en el testimonio de su corazón y de su conciencia.

3. La voluntad humana es originalmente inocente y, de este modo, se facilita la reciprocidad y el intercambio del don del cuerpo, como don de la persona, que realiza en concreto el significado conyugal de la masculinidad y feminidad.
4. La inocencia del corazón y, consiguientemente, la inocencia de la experiencia, significa participación normal en el acto eterno y permanente en la voluntad de Dios.

5. En cambio, la vergüenza comienza cuando se reduce al otro a objeto para mí. Es una amenaza producida al don en su intimidad personal y señala el hundimiento interior de la inocencia en la experiencia recíproca.

6. La inocencia original nos muestra que el significado conyugal del cuerpo está condicionado éticamente y que constituye el futuro y principio de moralidad humana.

La primera fiesta de la humanidad según el relato del Génesis

1. El libro del Génesis presenta al hombre y a la mujer creados para el matrimonio (cf. Gén 2,24). Así se abre la gran perspectiva creadora de la existencia humana, enraizada en la conciencia de la humanidad y también en la comprensión del significado conyugal del cuerpo.

2. A través de la moralidad del don, el hombre interioriza y valora la riqueza propia de la entrega de sí mismo en la medida en que reconoce hecho a imagen y semejanza de Dios.

 3. El hombre y la mujer, después del pecado original, perderán la gracia de la inocencia original. Sin embargo, por el significado conyugal del cuerpo, el hombre quedará empeñado por el ethos del don, como eco lejano de la inocencia original.

El hombre aparece en el mundo visible como la más alta expresión del don divino.
1. En efecto, creado a imagen de Dios, el hombre revela que la creación y el mundo son sacramentos del don de Dios.

2. El hombre, en cuanto cuerpo, es signo visible de la economía de la verdad y del amor. A través del cuerpo el hombre experimenta la capacidad de donarse por amor, y mediante el mismo cuerpo el hombre conoce la verdad de su propia donación y de la donación del otro.

3. La inocencia original, unida a la del significado conyugal del cuerpo, es la misma santidad que permite al hombre identificarse profundamente con su cuerpo,  mediante el don sincero de sí mismo.

4. Se puede decir que el Génesis (2,23-25) narra la primera fiesta de la humanidad, en toda la plenitud original de la experiencia del significado conyugal del cuerpo. Y a pesar del pecado y de la muerte (Gén 3), desde el misterio de la creación encontramos la  esperanza de que:

El fruto de la economía divina de la verdad y del amor, no es la muerte sino la vida, y no tanto la destrucción del cuerpo del hombre, creado a imagen de Dios, sino la llamada a la gloria (cf. Rom 8,30).

 

 

20.  El significado bíblico del conocimiento en la convivencia matrimonial

1. El tesoro de la condición original recibido en el  misterio de la creación quedó amenazado por el pecado y por la muerte por la ruptura de la Alianza con Dios. En donde más se experimenta esta ruptura en la historia humana, es en el corazón de la unidad que, desde el Principio, estaba formada por el hombre y la mujer, creados y llamados a ser una sola carne (Gén 2,24).

2. El análisis del conocimiento y de la generación está estrechamente vinculado a la bendición de la fecundidad humana. En el capítulo cuarto del Génesis la unión conyugal es presentada como conocimiento:

“Conoció el hombre a su mujer, que concibió y dio a luz a Caín, diciendo: Gén
4,1-2).

3. La expresión bíblica “conoció”, indica la esencia más profunda de la realidad de la convivencia matrimonial. El hombre y la mujer, viniendo a ser una sola carne, experimentan de modo especial el significado de su cuerpo.

4. En el conocimiento conyugal, la mujer es dada al hombre y él a ella, ya que el cuerpo y el sexo, hacen parte de la forma y el contenido mismo de este conocimiento. De este modo la realidad de la unión conyugal contiene en sí un descubrimiento nuevo y definitivo del significado del cuerpo humano. Cada uno de ellos, hombre y mujer. son dados el uno al otro como personas.

5. En la procreación, el hombre y la mujer se Conocen recíprocamente en el Tercero, que procede de ambos. Por tanto, el Conocimiento, en sentido bíblico, significa que la constitución Biológica del hombre deja de ser meramente pasiva, para alcanzar el nivel personal. Hombre y mujer son conscientes en sí mismos del significado de su cuerpo, ligado a la paternidad y a la maternidad.

6. El Conocimiento es el acto que, en unión con el Creador, se da origen a la existencia de un nuevo ser. El hombre, como varón y mujer, conociéndose recíprocamente en esa específica comunidad-comunión de personas, constituyen la humanidad, es decir, confirman y renuevan la existencia del hombre como imagen de Dios. Este pasaje bíblico nos presenta un testimonio muy elocuente de la dignidad de la procreación humana.

21. Dignidad de la generación humana

1. En el Conocimiento se manifiesta el misterio de la maternidad y paternidad. La procreación es una perspectiva que hombre y mujer incluyen en su recíproco Conocimiento, que sobrepasa los límites de sujeto-objeto, y lleva en sí la consumación del matrimonio.

2. En la procreación, el hombre y la mujer se Conocen recíprocamente en el Tercero, que procede de ambos. Por tanto, el Conocimiento, en sentido bíblico, significa que la constitución Biológica del hombre deja de ser meramente pasiva, para alcanzar el nivel de personas conscientes en sí mismas del significado de su cuerpo en cuanto ligado a la paternidad y a la maternidad.

3. En el cuerpo de la mujer es donde se concibe y forma el cuerpo del nuevo hombre. Ella tiene conciencia del misterio de la creación y de la participación creadora de Dios, cuando dice: He alcanzado de Yahvé un varón (Gén 4,1).

4. El Conocimiento es el acto que, en unión con el Creador, da origen a la existencia de un nuevo ser. El Ahombre, como varón y mujer, conociéndose recíprocamente en esa específica comunidad-comunión de personas, constituyen la humanidad, es decir, confirman y renuevan la existencia del hombre como imagen de Dios. Este pasaje bíblico nos presenta un testimonio muy elocuente de la dignidad de la procreación humana.

22. La unión conyugal según el libro del Génesis

1. En las meditaciones precedentes, hemos tratado de aclarar el contenido del Conocimiento bíblico. El hombre no sólo impone el nombre, como lo hizo con los demás seres vivientes, sino que Conoce, es decir, realiza lo que la palabra hombre expresa: realiza la humanidad del nuevo hombre engendrado; se realiza a sí mismo como hombre-persona.

2. De este modo, se completa el ciclo bíblico del Conocimiento-generación, que está constituido por la unión de las personas en el amor. El hombre, a través de ese Conocimiento, entendido como Posesión, toma posesión de la misma humanidad. 

3. La revelación del cuerpo, presentada por el Génesis, demuestra que el Conocimiento-generación está sometido, después del pecado, a la ley del sufrimiento y de la muerte:
“Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos (Gén 3,16).

4. El carácter radical de esa sentencia está confirmado por la evidencia de las experiencias de toda la historia humana. Así cada hombre lleva en sí el misterio de su Principio íntimamente unido a la conciencia del significado procreador del cuerpo.

5. La conciencia del significado del cuerpo y la conciencia de su significado procreador se conectan en el hombre con la conciencia de la muerte, ante cuya perspectiva se enfrenta el ciclo Conocimiento-generación.  El hombre, no obstante todas las experiencias de su vida y la perspectiva de la muerte, pone sin embargo nuevamente el Conocimiento al Principio de la Generación. Así parece participar de la primera Visión de Dios: Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho (Gen 1,31).


23. El matrimonio a la luz de la visión integral del hombre

1. El Principio, recordado por Jesús a los fariseos que le preguntaban sobre el matrimonio, es la primera afirmación de la identidad humana, fuente de la certeza de su vocación como persona creada a imagen de Dios. Los hombres de todos los tiempos se preguntan sobre el mismo tema. Sus preguntas, propias de la cultura y civilización actual, han sido hechas en el último Concilio, el Papa Pablo VI y en la época participación.

2. En la respuesta de Jesús, se ve su intención de convocar a sus oyentes a tener presente la estructura de la visión integral del hombre, que puede ser rechazada por las ciencias participa y sustituida por opiniones parciales.

3. Los primeros capítulos del Génesis  nos hacen conscientes del significado y necesidad de la Teología del cuerpo. Una reflexión ulterior nos sitúa en la esfera de la ciencia contemporánea sobre su sentido bio-fisiológico. Sin renunciar a los resultados de esta ciencia, la doctrina bíblica nos enseña lo más esencial del hombre, especialmente sobre sus relaciones interpersonales.

4. Que la teología comprenda también el cuerpo no debe maravillar ni sorprender a nadie que sea consciente del misterio de la encarnación. Cuando el Verbo de Dios se hizo carne, el cuerpo entró por la puerta participa en la teología. Cristo quiere indicarnos que la vía por la que conduce al hombre, a través del matrimonio, es decir, la vía de la Redención del cuerpo, debe consistir en recuperar la participación en la que se realiza el verdadero significado del cuerpo humano, su significado personal y de participa.

Preguntas:

1. ¿De qué manera contribuye el hijo al conocimiento bíblico del hombre y la mujer?

2. ¿Qué consecuencias tiene para la vida matrimonial el hecho de que  la generación del hijo  sea una la participación en la obra creadora de Dios?

3. ¿Qué nos quiere decir el hecho de que la generación de un hijo se haga con sufrimiento?

4. La vía por la que Cristo conduce al hombre, a través del matrimonio, es decir, la vía de la Redención del cuerpo, debe consistir en recuperar la dignidad humana. ¿Cómo hace que el matrimonio sea la vía para la redención del cuerpo?


24. Cristo apela al corazón del hombre
Miércoles, 16 de abril de 1980

1. El tema de nuestras reflexiones sucesivas será la siguiente afirmación de Cristo: Habéis oído que fue dicho:

“Ustedes han oído que se dijo: No adulterarás. Pero yo os digo: que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”  (Mt 5,27-28).

2. Esta frase forma parte del sermón de la montaña en el que Jesús hace una revisión fundamental del modo de comprender y cumplir la ley moral de la Antigua Alianza. Significativas son las palabras de Jesús:

 “No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla”  (Mt 5,17).

“Yo se lo digo: si no se proponen algo más perfecto que lo de los fariseos, o de los maestros de la ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los Cielos”.

3. El cumplimiento de la ley es una condición fundamental del Reino de Dios en su dimensión humana, y de realización de la justicia que Dios-Legislador ha querido. Los dos aspectos de ese Cumplimiento  son: seguir el significado del mandamiento no cometerás adulterio, y que el hombre practique la justicia  con Sobreabundancia.

4. Nos encontramos así en la plenitud del alma de la moral humana. La moral viva se forma en la percepción interior de los valores, de los que nace el deber como expresión de la conciencia personal. El ethos  nos hace profundizar en la norma y en la intimidad del hombre-sujeto de la moral.

5. El valor moral no se alcanza deteniéndose en la Superficie  de las acciones; es necesario penetrar en su interior. Cristo al decir, “todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró en su corazón”, pone la esencia del problema en la dimensión interior del hombre. En este caso esto aparece especialmente explícito y elocuente, no sólo ante la configuración de la moral evangélica, sino ante el modo de ver al hombre.

Pregunta:

¿En nuestro tiempo, qué realidades representan para nosotros el árbol del conocimiento del bien y del mal, es decir, qué realidades de nuestra vida nos hace dudar del amor de Dios?

25. El pecado de adulterio
Miércoles, 23 de abril de 1980

1. Las palabras de Jesús van dirigidas al hombre histórico: al que lo escuchaba y a cada hombre del futuro, tanto al que conoce la ley positiva divina como al que se guía por lo que la conciencia le revela a su corazón.

2. La expresión que comentamos tiene un explícito contenido antropológico, que toca al hombre interior, a ese hombre que descubre el alcance ético hasta de aquello que pasa en su Corazón, palabra que significa aquí esa dimensión de la humanidad con la que está directamente unido el significado del cuerpo humano y la ordenación del mismo.

3. Según el precepto del Señor, adulterio es la infracción de la unidad mediante la cual el hombre y la mujer se unen tan íntimamente en cuanto cónyuges que se hacen una sola carne. Comete, por ello, adulterio el que se une con una mujer que no es la suya, o la mujer que se une a un hombre que no es su marido.

4. El adulterio del corazón se refiere al acto interior de quien desea a una mujer -sea esposa de otro o no- para unirse a ella como si fuera su propia esposa. Ese deseo interior puede expresarse por medio del sentido de la vista, como en el caso de David con Betsabé (2Sam 11). Es lógico que no se trata aquí del hombre que desea a su propia esposa, en cuya circunstancia no existe la especie de adulterio.

Pregunta:
¿Además del adulterio, qué otros pecados puede cometer el hombre por medio del deseo, y por qué razón?


26ª catequesis. La doctrina bíblica sobre la triple concupiscencia
Miércoles, 30 de abril de 1980

1. La verdad sobre el hombre histórico de la que tratábamos comentando el sermón de la montaña de Cristo, la encontramos expresada en la triple concupiscencia de la que nos hablaba la Primer Carta de San Juan:

“Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, (bajos apetitos, los ojos insaciables y la arrogancia del dinero, no viene del Padre, sino que procede del mundo, y el mundo pasa y su codicia también” (1Jn 2,16).

2. Hay que ver esas palabras en el contexto de toda la teología de San Juan y de toda la Biblia, que nos revelan la verdad sobre el hombre. Ellas no explican la concupiscencia misma en su triple forma; explican, en cambio, que ésta no viene del Padre, sino del mundo. No del mundo, como fruto del misterio de la creación -que era bueno en el plan de Dios-, sino como consecuencia del pecado, como fruto de la ruptura de la alianza con Dios en lo íntimo del corazón humano. Así es como el mundo bueno del Génesis se hace mundo en el sentido de que habla San Juan, como lugar y fuente de concupiscencia.

3. Es ese mismo ser humano el que en lo más profundo de su ánimo, en su corazón, pone en duda el don de Dios. En el  paraíso terrenal, ante el árbol de la ciencia del bien y del mal, el hombre  pone en duda el significado del amor como motivo específico de la creación y de la Alianza original. Y con ello se pone de espaldas al Dios amor, al Padre, a lo que viene del  Padre, y se queda en lo que viene del mundo.

4. Luego, ante ese rechazo de Dios, el hombre se da cuenta de estar desnudo -como describe el Génesis- y experimenta en su corazón la concupiscencia y la vergüenza como efectos del pecado. Esa vergüenza es la primera manifestación en el corazón del ser humano, hombre o mujer, de lo que no viene del Padre, sino que procede del mundo.


27. El pecado y sus consecuencias
Miércoles, 14 de mayo de 1980

1. Junto con el pecado aparece la vergüenza que brotó en el corazón del primer hombre, varón y mujer. Aparece también la necesidad de esconderse, lo que indica que en lo profundo de la vergüenza, descubierta recíprocamente, ha madurado un sentido de miedo ante Dios. Un cierto miedo pertenece siempre a la esencia misma de la vergüenza.
2. A través de la Desnudez, se manifiesta:
El hombre privado de la participación en el Don.
El hombre alienado de aquel amor que había sido principio del don original, fuente de la plenitud del bien destinado a la creatura. Este hombre, según las enseñanzas de la Iglesia, fue privado de los dones sobrenaturales y preternaturales que tenía antes del pecado; además sufrió un daño en su misma naturaleza, en lo que pertenece a la plenitud original de la Imagen de Dios.

3. Las palabras del Génesis, “Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí”, muestran directamente un cambio radical en el significado de la desnudez original. El hombre pierde, de alguna manera, la certeza original de la Imagen de Dios, expresada en su cuerpo; y también pierde el sentido de su derecho a participar de la percepción del mundo, de que gozaba en el misterio de la creación.

4. En esta perspectiva las palabras de Adán parecen expresar su inseguridad ante los procesos de la naturaleza que actúan con un determinismo inevitable; indican una cierta vergüenza cósmica  con la que se expresa el ser humano creado a Imagen de Dios, precisamente cuando, al comienzo de sus experiencias históricas, es sometido a la tierra, especialmente en la  parte de su constitución trascendente representada por el cuerpo.

Pregunta:

Según esta última catequesis, ¿qué es lo que el hombre pierde a consecuencia del pecado, y cómo lo puede recuperar?



28. El hombre de la inocencia originaria y el hombre de la concupiscencia
Miércoles, 28 de mayo de 1980

1. Con el pecado original, el hombre de la concupiscencia ha suplantado al hombre de la inocencia.
Las palabras: “Temeroso porque estaba desnudo, me escondí” (Gén 3,10), documentan la primera experiencia de vergüenza del hombre ante su Creador y la ruptura de su unidad original, espiritual y somática.
El hombre se da cuenta (por la vergüenza, el temor y la necesidad de esconderse), que su cuerpo ha dejado de recibir la fuerza del Espíritu, que lo elevaba al nivel de imagen de Dios.

2. En este sentido la vergüenza original del cuerpo es ya miedo.
Esta vergüenza es anuncio de la inquietud de la conciencia ante el impacto de la concupiscencia.
La concupiscencia del cuerpo, es una amenaza específica a la estructura de la posesión y dominio de sí mismo.
El hombre de la concupiscencia no domina su cuerpo igual y con la misma simplicidad y naturalidad con que lo hacía el hombre de la inocencia original. Se ve arrastrado por los impulsos.

3. A ese desequilibrio interior está unida la vergüenza inmanente.
Ésta tiene un carácter Asexual, ya que, precisamente, en la esfera de la sexualidad humana es donde aparece  el desequilibrio que proviene de la Concupiscencia del cuerpo.

4. El pudor nace en el corazón humano.

Protege el misterio de las personas y de su amor

Cuida y protege la forma como se efectúa el intercambio amoroso en el encuentro conyugal

Es parte integrante de la templanza

Preserva la intimidad de la persona

Designa el rechazo a demostrar los que debe permanecer velado

Ordena los sentidos conforme a la dignidad de la persona


Propicia la paciencia y el orden en las relaciones amorosas

Propicia la modestia en el vestido, preserva de la curiosidad malsana; ordena los sentimientos y el trato del cuerpo (exhibicionismo, provocación en el vestir, presión de la moda y de las ideologías).

El corazón humano, que conserva en sí también la vergüenza, es el que debe garantizar los valores a los que la concupiscencia quita su dimensión plena y original.

Pregunta:
¿Cuándo el cuerpo ha dejado de recibir la fuerza del Espíritu, que lo elevaba al nivel de imagen de Dios?  ¿Cómo se puede recuperar esta gracia? 


29. Relación entre la concupiscencia y la comunión de las personas
Miércoles 4 de junio de 1980

1. La vergüenza confirma que la recíproca comunión en la humanidad se ha desordenado. El hombre se da cuenta por la vergüenza, el temor y la necesidad de esconderse, que su cuerpo ha dejado de recibir la fuerza del Espíritu, que lo elevaba al nivel de imagen de Dios. El cuerpo parece que dejara de ser base de la comunión de las personas

2. La diferencia de sexos es bruscamente sentida como un elemento de recíproca contraposición de las personas.

3. Ya sabemos que el pudor coincide con el comienzo de la concupiscencia, por la que el hombre se ve alejado de la sencillez original y de la plenitud de los valores que Dios le había comunicado. Ahora, el cerrarse de la capacidad de una comunión recíproca plena se manifiesta como pudor sexual, ya que el hombre percibe ya la fuerza de la concupiscencia.


4. El cuerpo era capaz de significar al hombre entero en su propia existencia dentro del  misterio de la creación, (percibirse a sí mismo como hombre y mujer, percibirse diferente de los demás seres creados, percibirse con una misión frente a la creación). Después del pecado esta lucidez se pierde. La concupiscencia lleva en sí la dificultad constitutiva de identificación del propio cuerpo consigo mismo y con el otro ser humano


5. La vergüenza, según el texto bíblico, se manifiesta como síntoma del alejamiento del hombre respecto del amor, del cual participaba en el misterio de la creación.

6. El límite entre el hombre de la inocencia originaria y el hombre Histórico es descubierto profundamente   mediante el pudor, que es la virtud que protege la dignidad del hombre amenazado por el pecado que priva al hombre de la capacidad de comunión recíproca original.
Preguntas:
¿Qué experiencias le hacen saber al hombre que el cuerpo ha dejado de ser el medio de la comunión de las personas?
¿Qué tan frecuentemente experimenta el hombre que la diferencia de sexos es sentida como un elemento de recíproca contraposición?


30. El fenómeno de la vergüenza originaria del hombre como consecuencia del pecado original
Miércoles 18 de junio de 1980

1. El  fenómeno de la vergüenza aparece en el primer hombre junto con el pecado original. La vergüenza alcanza una dimensión más profunda cuando Dios, al  dirigirse a la mujer y, al hablar de los dolores de parto que sufrirá, añade: Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará (Gén 3,16).

2. La vergüenza se refiere a la relación hombre-mujer, e indica una pérdida fundamental de la primitiva comunidad-comunión de personas, que debía haberlos hecho felices a través de la recíproca entrega de sí mismos.

3. En el texto bíblico (Gen 3,16) encontramos una motivación más profunda de la vergüenza, cuando comprobamos que la original y beatificante unión conyugal de las personas es deformada en el corazón humano por la concupiscencia.

4. Aunque ha quedado rota la Alianza con Dios, y el hombre ha quedado dividido  a causa del cuerpo y del sexo, esto no destruye ni excluye la unión conyugal, querida por el Creador, ni sus efectos procreadores; sino que imprime a esa unión otra dirección, la propia del hombre de la concupiscencia.

5. Todo esto parece confirmar que en la base de la vergüenza está la triple concupiscencia, de la que habla la primera Carta de Juan (cf. 2,16): concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos (los ojos siempre ávidos) y orgullo de la vida (la arrogancia de los ricos).

6. El dominio del hombre sobre la mujer no cambia esencialmente la estructura de comunión en la relación interpersonal, pero queda la posibilidad de que el ser humano se convierta en un objeto.


Pregunta:

¿Cómo se manifiesta en nosotros la vergüenza que proviene de la concupiscencia?



31. La concupiscencia de la carne y su específica nota teológica y antropológica
Miércoles, 25 de junio de 1980

1. Según el libro del Génesis, la explicación del fenómeno de la vergüenza, no hay que buscarla en el cuerpo ni en la sexualidad somática, sino en las transformaciones más profundas del espíritu humano. Precisamente el espíritu humano es consciente de la insaciabilidad derivada de la mutua unión del hombre y de la mujer. Y atribuirle la culpa al cuerpo es  quitarle  la sencillez y pureza de la inocencia original.

2. La unión del hombre y de la mujer en una sola carne, según el Génesis, anuncia una expresión Sacramental, que corresponde a la comunión de las personas en su llamada original a la unión conyugal. La concupiscencia de la carne orienta los deseos de la unión personal hacia la satisfacción del cuerpo, a veces a costa de la auténtica y plena comunión de las personas. Esto sucede cuando el hombre domina a la mujer, o viceversa, lo cual es la posesión del otro como objeto del propio deseo.

3. La vergüenza repercute en la íntima personalidad del hombre y de la mujer, y limita el significado conyugal de su cuerpo, el cual se comporta mediante la sexualidad. Si logramos reconstruir en qué consiste la deformación sufrida por los primeros padres, habremos dado respuesta a lo que es la concupiscencia de la carne y cuál es su específica nota teológica y antropológica.

Preguntas:
¿Es posible que en la relación conyugal no aparezca la  vergüenza?
¿Qué condiciones se requieren para ello?

32.  La concupiscencia hace perder la libertad interior de la donación mutua
Miércoles, 23 de julio de1980


1. El cuerpo del hombre y de la mujer no son sólo para la procreación, sino que deben expresar el amor mutuo, en una donación recíproca que refleje la unión de los espíritus y la comunión íntima de las personas, imágenes de Dios.

2. Ahora bien, la concupiscencia, introducida por el pecado, limita o deforma esa recta ordenación de las personas, haciendo que la masculinidad y feminidad se conviertan en gran parte en objeto de atracción, en vez de manifestar el verdadero amor y el don sincero de las personas. De esta forma se pierde, o al menos queda habitualmente amenazada, la capacidad de expresar ese amor, que ya no sería tal, aunque así se lo quiera llamar.

3. Cuanto más la concupiscencia domina el corazón, tanto más desaparece la donación sincera de sí mismo por parte del hombre y la reduce a una donación despersonalizada, en la cual el hombre ya no está de verdad con el otro, sino que es objeto para el otro.

4. Se establece entonces una relación que no es plenamente personal, de hombre a mujer y viceversa, sino que se queda en el cuerpo y en el sexo. La concupiscencia no permite así la expresión del propio dominio y libertad interior en el don mutuo; antes bien se rebaja el cuerpo a Terreno de apropiación de otro, sin auténtico amor, que es comunión integral de personas.

Pregunta:
Según las anteriores consideraciones, ¿Cuándo se puede hablar de verdadero amor en la comunión de las personas?





33. La donación mutua del hombre y la mujer en el matrimonio
Miércoles, 30 de julio de 1980

1. A consecuencia del pecado  Dios dice a la mujer “Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará”; y “Quien mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”. Lo que quiere decir que:

2. El hombre habría debido ser desde el principio el guardián de la reciprocidad del don y de su auténtico equilibrio en sus relaciones con la mujer.

3. Esto, para asegurar que el don recíproco, de comunión de las personas, no se transforme en relación de apropiación, como si se tratara de un objeto poseído, que se domina, se usa o del que se disfruta.;

4. La voluntad de Dios es que se dé una mutua pertenencia, en virtud de la cual el hombre y la mujer manifiestan la dimensión eterna del amor humano con las palabras mío... mía,

6. La concupiscencia quita esa mutua pertenencia en la igualdad del don personal y la hace derivar hacia la realidad de objeto poseído, de objeto de placer.

7. Esta concupiscencia de la carne, de la que habla San Juan, hace que la unión de las personas, que es ante todo deseo de la mente quede rebajada a deseo del cuerpo.

Pregunta:
¿En qué conocemos el influjo nocivo que la concupiscencia obra en nuestras relaciones interpersonales?



34.  El matrimonio a la luz del Sermón de la Montaña
Miércoles, 6 de agosto de 1980

1.La respuesta de Jesús a los fariseos incluye esta afirmación: "Por la dureza de vuestro corazón, os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así" (Mt 19, 8).  Esta frase encierra indudablemente una acusación. "La dureza de corazón"[2]  Esto Indica que, en la moral del pueblo del Antiguo Testamento se había fundado la situación contraria al originario designio de Dios-Jahvé según el Génesis 2, 24: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne”.

2. Hablando de la "dureza de corazón", Cristo acusa, por decirlo así, a todo el "sujeto interior", que es responsable de la deformación de la ley. En el discurso de la montaña Jesús dice: “Ustedes han oído que antes se dijo: , paro yo les digo: Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28). La alusión al "corazón" aquí, no parece una acusación solamente. El discurso de la montaña, y en especial este pasaje forma parte de la proclamación de la nueva moralidad: el ethos del Evangelio.

3. La triple concupiscencia es herencia de toda la humanidad y el "corazón" humano realmente participa en ella. Cristo, que sabe "lo que hay en todo hombre" (Jn 2, 25)[3], no puede hablar de otro modo, sino con semejante conocimiento de causa. Desde ese punto de vista, en las palabras de Mt 5, 27-28, no prevalece la acusación, sino el juicio: un juicio realista sobre el corazón humano, un juicio que que tiene en cuenta al hombre histórico y un carácter directamente ético.

4. En el discurso de la montaña Cristo se dirige directamente al hombre que pertenece a una sociedad bien definida. También el Maestro pertenece a esa sociedad, a ese pueblo. Por tanto, hay que buscar en las palabras de Cristo una referencia a los hechos, a las situaciones, a las instituciones con que estaba cotidianamente familiarizado. Hay que someter tales referencias a un análisis por lo menos sumario, a fin de que surja más claramente el significado ético de las palabras de Mateo 5, 27-28. Sin embargo, con esas palabras, Cristo se dirige también, de modo indirecto pero real, a todo hombre "histórico".. Y este hombre es precisamente el "hombre de la concupiscencia", cuyo misterio y cuyo corazón es conocido por Cristo ("pues El conocía lo que en el hombre había": Jn 2, 25). Las palabras del discurso de la montaña nos permiten establecer un contacto con la experiencia interior de este hombre en las diversas épocas, en los diversos condicionamientos sociales y culturales. El hombre de nuestro tiempo se siente llamado por su nombre en este enunciado de Cristo, no menos que el hombre de "entonces", al que el Maestro directamente se dirigía.

5.  En virtud de ese enunciado, el hombre de todo tiempo y de todo lugar se siente llamado en su modo justo, concreto, irrepetible; porque precisamente Cristo apela al "corazón" humano, que no puede ser sometido a generalización alguna. Con la categoría del "corazón", cada uno es individualizado singularmente más aún que por el nombre; es alcanzado en lo que lo determina de modo único e irrepetible; es definido en su humanidad "desde el interior".

6. La imagen del hombre de la concupiscencia afecta ante todo a su interior[4]. La historia del "corazón" humano después del pecado original, está escrita bajo la presión de la triple concupiscencia. Ese interior es también la fuerza que decide sobre el comportamiento humano "exterior" y también sobre la forma de múltiples estructuras e instituciones a nivel de vida social. Si de estas estructuras e instituciones deducimos los contenidos del ethos, en sus diversas formulaciones históricas, siempre encontramos ese aspecto íntimo, propio de la imagen interior del hombre. Esta es, en efecto, el componente más esencial.
Pregunta:
¿Las instituciones que nos rodean, como la familia, el colegio, la universidad, los partidos políticos, qué nos dicen sobre la moralidad de los hombres que las conforman?



35. Cristo identifica el adulterio con el pecado
Miércoles, 13 de agosto de 1980

1.Con la afirmación de Cristo: "Habéis oído que fue dicho: No adulterarás..." (Mt 5, 27), él tiene en su mente el mandamiento de Dios, que en el Decálogo figura en sexto lugar y forma parte de la llamada Tabla de la Ley, que Moisés había obtenido de Dios-Yahvé.

2. Los que escucharon las palabras de Cristo habían recibido la "ley" del propio Dios-Yahvé; habían recibido también a los "Profetas", los cuales, repetidamente,  habían lamentado precisamente la relación mantenida con esa Ley y las múltiples transgresiones de la misma. También Cristo habla de tales transgresiones y de cierta interpretación humana de la Ley, en que desaparece el justo significado del bien y del mal, específicamente querido por el divino Legislador.

3. La ley es, sobre todo, un medio indispensable para que "sobreabunde la justicia" (Mt 5, 20). Cristo quiere que esa justicia "supere a la de los escribas y fariseos", y es condición para entrar en  el Reino de los Cielos. Jesús no acepta la interpretación que a lo largo de los siglos han dado ellos al auténtico contenido de la Ley, en cuanto que han sometido el contenido, o sea, la voluntad del Legislador, a los límites de la voluntad humana, derivada de la triple concupiscencia.

4. Si Cristo tiende a la transformación del ethos, lo hace sobre todo para recuperar la fundamental claridad de la interpretación: "No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a hacer que se cumpla" (Mt 5, 17). Condición para el cumplimiento de la ley es su justa comprensión. Y esto se aplica, entre otras cosas, al mandamiento "no cometer adulterio".

5. La prohibición de "no cometer adulterio", debía tener un significado fundamental. El abandono de la monogamia, especialmente en tiempo de los Patriarcas, había sido dictado por el deseo de la prole.  Este deseo era tan profundo y la procreación, como fin esencial del matrimonio, tan evidente que las esposas, que amaban a los maridos, cuando no podían darles descendencia, rogaban por su propia iniciativa a los maridos que acogieran a la prole dada a la vida por otra mujer, como la sierva, o esclava. Tal fue el caso de Sara respecto a Abraham[5] y también el de Raquel respecto a Jacob[6].

6. Esas dos narraciones reflejan el clima moral en que se practicaba el Decálogo y en que el ethos israelita era preparado para acoger el mandamiento "no cometer adulterio".. La autoridad de los Patriarcas era, de hecho, la más alta en Israel y tenía un carácter religioso. Estaba estrictamente ligada a la Alianza y a la promesa.

7. El mandamiento "no cometer adulterio" no cambió esa tradición. Todo indica que su ulterior desarrollo no se limitaba a los motivos (más bien excepcionales) que habían guiado el comportamiento de Abraham y Sara, o de Jacob y Raquel. Si tomamos como ejemplo a los representantes más ilustres de Israel después de Moisés, los reyes de Israel David y Salomón, la descripción de su vida atestigua el establecimiento de la poligamia efectiva, y ello, indudablemente, por motivos de concupiscencia.

 8. En la historia de David debe impresionar no solamente el hecho de que había tomado la mujer de un súbdito suyo, sino también la clara conciencia de haber cometido adulterio. Ese hecho, así como la penitencia del rey, son descritos de forma detallada y sugestiva[7]. Por adulterio se entiende solamente la posesión de la mujer de otro, mientras no lo es la posesión de otras mujeres como esposas junto a la primera.

9. Sobre este fondo histórico hay que entender todos los esfuerzos que están dirigidos a introducir el contenido específico del mandamiento "no cometer adulterio" en el cuadro de la legislación promulgada. Encontramos en el Levítico esta prescripción: “Si alguno comete adulterio con una mujer casada, con la mujer de su prójimo, morirán los dos, el adúltero y la adúltera” (Lev 20,10); y el Deuteronomio se pronuncia en igual forma: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos, el adúltero y la adúltera. Así harás desaparecer el mas de Israel” ( Dt 22,22).

10. Esta lucha contra el adulterio se hacía de manera decidida y sin miramientos, utilizando medios radicales, incluida la pena de muerte[8]. Pero lo hace sosteniendo la poligamia efectiva, más aún, legalizándola plenamente, al menos de modo indirecto. El adulterio es combatido sólo en los límites que componen la forma esencial del ethos del Antiguo Testamento. Aquí por adulterio se entiende sobre todo la infracción del derecho de propiedad del hombre con respecto a cualquier mujer que sea su esposa legal. No se entiende, en cambio, el adulterio como aparece desde el punto de vista de la monogamia establecida por el Creador. Sabemos ya que Cristo se refirió al "principio" precisamente en relación con este argumento (cf. Mt 19, 8).

 11. Ante la mujer sorprendida en adulterio Jesús la defiende de la lapidación. El dice a los acusadores: "Quien de vosotros esté sin pecado tire la primera piedra contra ella" (Jn 8, 7). Cuando ellos dejan las piedras y se alejan, dice a la mujer: "Ve, y de ahora en adelante no peques más" (Jn 8, 11). Cristo identifica, pues, claramente el adulterio con el pecado. El discernimiento del bien y del mal inscrito en las conciencias humanas puede demostrarse más profundo y más correcto que el contenido de una norma.
Preguntas:

¿ A qué se debió que el pueblo de Israel no siguiera el mandamiento de no desear la mujer del prójimo, y en qué se apoya Jesús para pedirnos que volvamos al principio ?




36.  El mandamiento: no cometer adulterio
Miércoles, 20 de agosto de 1980

1. Los que escuchaban a Jesús sabían perfectamente y se sentían obligados a no cometer adulterio en virtud del mandamiento de Dios-Jahvé. Las prescripciones de la ley eran muy minuciosas.[9]. Es evidente que El veía con claridad la fundamental contradicción que el derecho matrimonial del Antiguo Testamento escondía en sí, al aceptar la efectiva poligamia, es decir, la institución de las concubinas junto a las esposas legales, o también el derecho a la convivencia con la esclava[10].

2. El derecho, mientras combatía el pecado, al mismo tiempo contenía en sí, e incluso protegía las "estructuras sociales del pecado", lo que constituía su legalización. Las prescripciones establecían la pena capital para la homosexualidad y la bestialidad. En cuanto a la conducta de Onán, la Sagrada Escritura dice que "... no fue del agrado del Señor, el cual hizo morir también a él" (Gén 38, 10). Se imponía la necesidad de que el sentido ético esencial del mandamiento "no cometer adulterio" tuviese también una revalorización fundamental.

3. Encontramos el carácter de pudor que rodea cuanto en el hombre pertenece al sexo. El "descubrir la desnudez" (cf. por ej. Lev 20, 11; 17, 21), es estigmatizado como el equivalente de un ilícito acto sexual llevado a cabo. Para el israelita eran conocidas la fisiología del sexo y las manifestaciones somáticas de la vida sexual.

4 El juicio expresado por la legislación respecto al cuerpo y al sexo no es tan "negativo" ni siquiera tan severo, sino que está más bien caracterizado por una objetividad motivada por el intento de poner orden en esa esfera de la vida humana.

5.  Cuando Cristo, dice: “Pero yo os digo...", está claro que quiere reconstruir en la conciencia de sus oyentes el significado ético propio de este mandamiento, apartándose de la interpretación de los "doctores", expertos oficiales de la ley.

6. El adulterio mismo es interpretado a partir de dos tradiciones: la ley antigua y los profetas. El mandamiento "no cometer adulterio", en los oráculos de los Profetas, y especialmente de Isaías, Oseas y Ezequiel, el Dios de la Alianza-Jahvé es representado como Esposo, y el amor con que se ha unido a Israel puede y debe identificarse con el amor esponsal de los cónyuges.  A causa de su idolatría cometen, por analogía, precisamente, "adulterio".

7. Es necesario para entender las palabras de Cristo, según Mt 5, 27-28,  comprender esa renovación de la moral, que implican estas palabras: "Pero yo os digo...". Si, por una parte, Isaías[11] se presenta en sus textos tratando de poner de relieve sobre todo el amor de Jahvé-Esposo, que, en cualquier circunstancia, va al encuentro de su Esposa superando todas sus infidelidades, por otra parte Oseas y Ezequiel abundan en parangones que esclarecen sobre todo la fealdad y el mal moral del adulterio cometido por la Esposa-Israel.

Pregunta:
¿ Podemos considerar como adulterio ciertas idolatrías o infedelidades nuestras?


37. El pecado de adulterio
Miércoles, 27 de agosto de 1980

1.¿ En qué consiste este cumplimiento de la ley en labios de Jesús?
Los Profetas, en su enseñanza, denuncian frecuentemente el abandono del verdadero Dios Yahvé por parte del pueblo. Al compararlo con el "adulterio" ponen de relieve, de la manera más auténtica, el contenido de este abandono.

2. Oseas, nos dice que la traición del pueblo es parecida a la traición conyugal; Lo es también el adulterio practicado como prostitución: "Ve y toma por mujer a una prostituta y engendra hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra, apartándose de Yahvé" (Os 1, 2).  "Díjome Yahvé: Ve otra vez y ama a una mujer amante de otro y adúltera" (Os 3, 1).  Yahvé no cesa de buscar a su esposa, no se cansa de esperar su conversión y su retorno: "Entonces, dice Yahvé, me llamará 'mi marido', no me llamará baali. Seré tu esposo para siempre, y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en misericordia y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad y tú reconocerás a Yahvé" (Os 2, 18, 21-22).De no obeder el pueblo, el profeta profiere una amenza p0r su infidelidad “(Os 2, 45).

3. La imagen de la humillante desnudez del nacimiento de la amada, se la recordó el Profeta Ezequiel a Israel-esposa infiel, y en proporción más amplia[12]: ...con horror fuiste tirada al campo el día que naciste. Pasé yo cerca de ti y te vi sucia en tu sangre, y, estando tú en tu sangre, te dije: !Vive! Te hice crecer a decenas de millares, como la hierba del campo. Creciste y te hiciste grande, y llegaste a la flor de la juventud; te crecieron los pechos y te salió el pelo; pero estabas desnuda y llena de vergüenza. Pasé yo junto a ti y te miré. Era tu tiempo el tiempo del amor, y tendí sobre ti mi mano, cubrí tu desnudez, me ligué a ti con juramento e hice alianza contigo, dice el Señor, Yahvé, y fuiste mía... Puse arillo en tus narices, zarcillos en tus orejas y espléndida diadema en tu cabeza. Estabas adornada de oro y plata, vestida de lino y seda en recamado... era acabada la hermosura que yo puse en ti. Pero te envaneciste de tu hermosura y de tu nombradía, y te diste al vicio, ofreciendo tu desnudez a cuantos pasaban, entregándote a ellos... ¿cómo sanar tu corazón, dice el Señor, Yahvé, cuando has hecho todo esto, como desvergonzada ramera dueña de sí, haciéndote prostíbulos en todas las encrucijadas y lupanares en todas las plazas?  Y ni siquiera eres comparable a las rameras, que reciben el precio de su prostitución. Tú eres la adúltera que en vez de su marido acoge a los extraños" Ez 16, 5-8. 12-15. 30-32.

4..El adulterio y la idolatría se ven mejor si los contemplamos  ante la alianza acompañada del amor.  Dios-Yahvé realiza por amor la alianza con Israel sin mérito suyo, se convierte para él como el esposo y cónyuge más afectuoso, más diligente. Su elección que proviene del amor es un acto de pura misericordia.

5. En los textos de los Profetas se pone de relieve un significado del adulterio diverso del que da del mismo la tradición legislativa. El adulterio es pecado porque constituye la ruptura de la alianza personal del hombre y de la mujer. Este género de alianza entre dos personas constituye el fundamento de esa unión por la que "el hombre se unirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gen 2, 24).

6. En los textos legislativos se pone de relieve la violación del derecho de propiedad y, en primer lugar, del derecho de propiedad del hombre en relación con esa mujer. El matrimonio monogámico actualiza en sí la alianza interpersonal del hombre y de la mujer.

7. El adulterio es "pecado del cuerpo".  La razón propia del carácter pecaminoso del adulterio aparece como contraposición  con la fidelidad conyugal, que se da sólo en la relación exclusiva de ambas partes cuando forman estrechamente entre sí "una sola carne". El adulterio indica el acto mediante el cual un hombre y una mujer, que no son esposo y esposa, forman "una sola carne". Este es el contenido en el que piensa Cristo cuando, en el discurso de la montaña, recuerda: "Habéis oído que fue dicho: No adulterarás".

Preguntas:
¿Qué comportamientos de nuestra vida exige la experiencia de sentirse en alianza con Cristo?
¿Cómo hacer entender a los cristianos que el adulterio es la ruptura de la alianza que el esposo estableció con su esposa?

38. El pecado de adulterio según la doctrina de Jesús en el Sermón de la Montaña
Miércoles, 3 de septiembre de 1980

1. En el sermón de la montaña lo que Cristo Jesús dirá en la segunda parte del enunciado: "Pero yo os digo...". No lo hace para polemizar con los "doctores de la ley". Cristo dice: "Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5, 28); así, pues, "el adulterio cometido con el corazón" se contrapone en cierto sentido al a adulterio cometido con el cuerpo".

2. Si, el "adulterio",  puede ser solamente un "pecado cometido con el cuerpo", ¿en qué sentido merece ser llamado también adulterio lo que el hombre comete con el corazón? Antes de responder a estas cuestiones, detengámonos un poco en la expresión que, según Mateo 5, 27-28, realiza en cierto modo la transferencia, o sea, el cambio del significado del adulterio del "cuerpo" al "corazón". Son palabras que se refieren al deseo.

3. Cristo habla de la concupiscencia: "Todo el que mira para desear". Ese hombre del que habla Cristo en el sermón de la montaña el hombre que mira "para desear", es indudablemente hombre de concupiscencia. Porque participa de la concupiscencia del cuerpo, el hombre"desea" y "mira para desear". Se trata de una interpretación teológica. Cristo habla en el contexto de la experiencia humana y a la vez en el contexto de la obra de la salvación.

4.El Maestro se remite a la experiencia y a la conciencia del hombre de todo tiempo y lugar. Para un hombre educado en la Biblia el "deseo" debía unirse a numerosos preceptos y advertencias, presentes ante todo en los libros de carácter "sapiencial", en los que aparecían repetidos avisos sobre la concupiscencia del cuerpo e incluso consejos dados a fin de preservarse de ella.

5. Como es sabido, la tradición sapiencial tenía un interés particular por la ética y la buena conducta de la sociedad israelita. Es necesario reconocer que tanto el Libro de los Proverbios como el Libro de Sirácida, además de la advertencia de precaverse de la mujer y de no dejarse seducir por su fascinación que arrastra al hombre a pecar (cf. Prov 5, 1. 6; 6, 24-29; Sir 26, 9-12), hacen también el elogio de la mujer que es "perfecta" compañera de vida para el propio marido (cf. Prov 31, 10 ss). Y además elogian la belleza y la gracia de una mujer buena, que sabe hacer feliz al marido. "Gracia sobre gracia es la mujer honesta. Y no tiene precio la mujer casta. Como resplandece el sol en los cielos, así la belleza de la mujer buena en su casa. Como lámpara sobre el candelero santo es el rostro atrayente en un cuerpo robusto. Columnas de oro sobre basas de plata son las piernas sobre firmes talones en la mujer bella... La gracia de la mujer es el gozo de su marido. Su saber le vigoriza los huesos" (Sir 26, 19-23. 16-17).

6. En la tradición sapiencial contrasta una advertencia frecuente con el referido elogio de la mujer-esposa, y es el que se refiere a la belleza y a la gracia de la mujer, que no es la mujer propia, y resulta pábulo de tentación y ocasión de adulterio: "No codicies su hermosura en tu corazón..." (Prov 6, 25). En Sirácida (cf. 9, 1-9) se expresa la misma advertencia de manera más perentoria: "Aparta tus ojos de mujer muy compuesta y no fijes la vida en la hermosura ajena. Por la hermosura de la mujer muchos se extraviaron, y con eso se enciende como fuego la pasión" (Sir 9, 8-9).

7. El sentido de los textos sapienciales tiene un significado prevalentemente pedagógico. Enseñan la virtud y tratan de proteger el orden moral, refiriéndose a la ley de Dios y a la experiencia en sentido amplio. Además, se distinguen por el conocimiento particular del "corazón" humano. Diríamos que desarrollan una específica psicología moral, aunque sin caer en el psicologuismo. En cierto sentido, están cercanos a esa apelación de Cristo al "corazón" que nos ha transmitido Mateo (cf. 5, 27-28).

8. La tradición "sapiencial", no está ciertamente privada de significado para el círculo de aquellos que escuchaban personal y directamente este discurso. Si, en virtud de la tradición profética, estos oyentes estaban, en cierto sentido, preparados a comprender de manera adecuada el concepto de "adulterio", estaban preparados además, en virtud de la tradición "sapiencial", a comprender las palabras que se refieren a la "mirada concupiscente". o sea, al "adulterio cometido con el corazón".

Preguntas:

Cómo recibimos nosotros hoy esta sentencia: “Por la hermosura de la mujer muchos se extraviaron, y con eso se enciende como fuego la pasión" (Sir 9, 8-9).




39.  Concupiscencia y adulterio según las enseñanzas del Sermón de la Montaña
Miércoles 10 de septiembre de 1980

1. Dice Jesús en el sermón de la montaña: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5,28). Sus oyentes, conocedores de la tradición judía, estaban preparados para conocer el significado de la mirada de concupiscencia. El Eclesiástico compara la concupiscencia de la carne con el fuego; fuego que, encendiéndose en el hombre, invade los sentidos, excita el cuerpo, implica los sentimientos y se posesiona del corazón: “Dos clases de hombres multiplican pecados y una tercera provoca la cólera de Dios: el sensual que arde como fuego, no se apagará hasta consumirse; el que fornica con una pariente, no cesará hasta quemarse; el lujurioso que encuentra sabroso cualquier pan, no parará hasta que el fuego lo consuma” (Ecco, 23 16-17).
2. El autor bíblico constata que el hombre, con la satisfacción corporal, no sacia los sentidos, no halla descanso ni se encuentra a sí mismo, sino que se consume, porque la pasión sofoca las fuerzas del corazón y de la conciencia: “…el sensual que arde como fuego, no cesará hasta quemarse” (Ecco 23,17). Esta pasión sofoca la voz más profunda de la conciencia y provoca la turbación del hombre exterior.
3. La mirada refleja el hombre interior, es decir, lo que hay en el corazón. Del modo como se mira, se puede identificar lo que es la concupiscencia. Tratemos de explicarla: Desear, mirar con deseo indica una experiencia del significado del cuerpo que, por la concupiscencia, pierde el significado conyugal y el procreador. Ahora bien, el hombre, mirando con deseo, experimenta un alejamiento de aquel significado del cuerpo que es el fundamento de la comunión de las personas.
4. La experiencia del significado conyugal del cuerpo está subordinada a la llamada sacramental, pero no se limita a ésta, sino que define la libertad de la donación que -como analizaremos con más precisión otro día- puede realizarse no sólo en el matrimonio, sino también de manera diversa.

Preguntas:
¿Cómo pueden el hombre y la mujer controlar el pecado de la pasión que invade los sentidos, excita el cuerpo, implica los sentimientos y se posesiona del corazón?


40. El pecado de adulterio cometido en el corazón
Miércoles 17 de septiembre de 1980

1. El hombre y la mujer, por el misterio de la creación, están llamados continuamente a la comunión de las personas a través del don recíproco de sí mismos. Existe una perenne atracción del hombre por la mujer y viceversa. La concupiscencia de la carne, al provocar el deseo, reduce esta llamada. En el vasto horizonte de las relaciones interpersonales y con su gran riqueza de valores, el deseo reduce todo el valor de sexualidad, entendida únicamente como satisfacción.

2. El deseo, al brotar del corazón del hombre, ofusca el significado personal del cuerpo, tendiendo a satisfacer, como fin exclusivo, su necesidad sexual. Se trata aquí de una restricción o cerrazón del horizonte de la mente y del corazón, que, según las palabras de Cristo, ya se verifica en el mirar con deseo.

3. Así, la mujer no es considerada ya como un sujeto de la eterna llamada a la comunión personal, sino que es tratada solamente como objeto de concupiscencia carnal. Estamos, por tanto, ante un alejamiento del significado conyugal del cuerpo humano, del que ya hemos hablado en otras ocasiones.

Preguntas:
¿Cómo controlar la mirada concupiscible que reduce la sexualidad a la mera satisfacción?



41.  Análisis del texto evangélico sobre el pecado de adulterio
Miércoles 24 de septiembre de 1980

1. Cristo habla del hombre que mira para desear, como indicando que la intencionalidad del conocimiento determina la intencionalidad misma de la existencia. Se trata de un acto puramente interior del corazón, fruto de la mirada.

2. En esta situación, la mujer, privada del significado de su atracción como persona, se hace objeto para el hombre, es decir, empieza a existir como objeto de la potencial satisfacción de la necesidad sexual.

3. Este cambio de intencionalidad tiene lugar en el Corazón, después que se ha producido en la voluntad. Cuando la concupiscencia se ha posesionado de la voluntad es posible decir que domina sobre la subjetividad de la persona. Entonces podemos hablar de la coacción del cuerpo, que comporta la pérdida de la libertad del don, propia del significado conyugal del cuerpo.

4. Cuando se da un modo de existir en reciprocidad del hombre y de la mujer como personas, en base a necesidad sexual, esta puede y debe servir para la unidad de Comunión entre ambos. Tal es el significado de la perenne llamada a la recíproca atracción, propia de la constitución de la persona humana, que es cuerpo y sexo a la vez.

5. Contrario a esto es que una de las dos personas exista como sujeto de satisfacción sexual y el otro sea exclusivamente objeto de la misma. Una reducción así de la persona, fruto de la concupiscencia, anula el significado personal-comunitario, propio del hombre y de la mujer, alejando la dimensión intencional de la recíproca existencia. De este modo quedan sólo limitados a unas dimensiones utilitarias, en cuyo ámbito el ser humano usa al otro solamente para satisfacer las propias necesidades.

Preguntas:
¿Cuándo la mujer se ve privada del significado de su atracción como persona y se torna en objeto de satisfacción sexual para el hombre?
¿Cómo inducir a las jóvenes para que su modo de vestir convoque la mirada hacia ellas como personas y no como objeto de deseo?




42.  Análisis de las palabras del Sermón de la Montaña referentes al adulterio
Miércoles 1 de octubre de 1980

1. Nos encontramos ante una cierta paradoja: ¿Cómo puede tener lugar el adulterio sin el acto exterior prohibido por la ley? Por la casuística, parece que el adulterio sólo puede darse en la carne. Sin embargo Cristo indica la pecaminosidad del acto interior de la concupiscencia, manifestada con la mirada dirigida a toda mujer que no sea la propia esposa.

2. Las explicaciones con las que Cristo se refiere al corazón humano muestran su coherencia con el conjunto de las enseñanzas evangélicas. La llamada al corazón humano hecha por Jesús manifiesta su conocimiento del hombre (cf. Jn 2,25), lo cual nos permite relacionar la conciencia de la pecaminosidad humana con la perspectiva de la redención del cuerpo (cf. Rom 8,23).

3. Este conocimiento está en la base del nuevo ethos, que emerge de las palabras del sermón de la montaña. Podemos concluir diciendo que Cristo somete a crítica la interpretación errónea y unilateral del adulterio, que fue consecuencia de no observar la monogamia, es decir, el matrimonio entendido como alianza indefectible de las personas. Y también hace depender la valoración moral del deseo, sobre todo de la dignidad personal del hombre y de la mujer.
Preguntas:

¿Por qué el solo deseo concupiscible a través de la mirada llega a ser adulterio?

¿Qué medios podemos emplear para mantener a salvo nuestra dignidad y la de los demás en la mirada?





43.  Las palabras del Sermón de la Montaña sobre el adulterio y la concupiscencia de la mirada
Miércoles 8 de octubre de 1980

1. La concupiscencia, como acto interior, cambia la intencionalidad del existir el uno para el otro, reduciendo la riqueza de la perenne llamada a la comunión de las personas a la sola satisfacción sexual del cuerpo, de tal modo que el carácter de esta comunión se transforma en función utilitarista.

2. Cristo enseña que se cumple el mandamiento no adulterarás a través de la pureza de corazón, la cual sólo se alcanza con una constante lucha frente a lo que tiene origen en la concupiscencia de la carne. Este mandamiento encuentra su justa motivación en la indisolubilidad del matrimonio, la cual lleva al hombre y a la mujer a ser dos en una sola carne.

3. La nueva dimensión de la moral está siempre relacionada con el corazón y con su liberación de la concupiscencia. El hombre, varón y mujer, liberado de la constricción producida por la concupiscencia de la carne, se encuentra recíprocamente en la libertad del don, que es condición de toda convivencia en la verdad, y en particular, de la donación recíproca.

4. La exigencia que Cristo pone en el sermón de la montaña va encaminada a que el hombre descubra la plenitud de la comunión interpersonal y quiera recobrarla a través de la indisolubilidad del matrimonio.

Pregunta:
¿De qué medios concretos podemos valernos para dominar la concupiscencia en el matrimonio y en la vida de nuestras relaciones?


44. El ethos del Evangelio y la praxis humana
Miércoles 15 de octubre de 1980

1. Ahora queremos considerar a ese hombre histórico, cristiano o no, que se interroga sobre su interior, su corazón, y que desea hallar respuesta a las cuestiones de cómo puede obrar y cómo debe obrar, para que los valores conocidos se hagan vida en su voluntad, en su sentir, en su praxis, con una recta conducta moral.

2. A esas preguntas se dan respuestas muy diversas, como nos enseña ampliamente la literatura. Pero, además, cada hombre concreto ha dado respuestas diferentes, según su conciencia, su conocimiento y sensibilidad moral. Ello refleja su esfuerzo por traducir en su vida personal los principios morales que orientan la conducta ética de cada hombre; de ese hombre histórico, al cual Cristo ha anunciado la Buena Nueva del Evangelio.

2. Y precisamente porque ese hombre histórico ha valorado a su manera su propio corazón y su cuerpo, ha pasado del pesimismo al optimismo, de la severidad puritana al permisivismo actual. Una concreta manifestación pesimista en campo moral se ha dado en el maniqueísmo, que ha puesto la fuente del mal en la materia, en el cuerpo, y consecuentemente en el matrimonio.

3. La reprobación del adulterio hecha por el Maestro se refiere a la convivencia conyugal significa en realidad una exigencia particular dirigida al espíritu humano, para que sepa inscribir en la vida del hombre el ethos del Evangelio; en esa dimensión personal del ser cuerpo que comportan la masculinidad y la feminidad del ser humano.

Preguntas:

¿Cree que hay personas que consideran el cuerpo como malo?

¿Cómo podemos ayudarles a tener otra mirada sobre el cuerpo y la sexualidad?



45. Dignidad del cuerpo y del sexo según el Evangelio
Miércoles 22 de octubre de 1980
1. Las palabras de Cristo sobre el Adulterio cometido en el corazón han sido el centro de nuestras últimas reflexiones sobre el sermón de la montaña. Estas palabras tienen un significado clave para la teología del cuerpo y están en contraste con la doctrina maniquea.

2. De las palabras de Cristo no es posible deducir la condena del cuerpo; si acaso se podría entrever la acusación al corazón humano, en la medida que se somete o no a la concupiscencia de la carne. Más que una negación, se puede deducir de ellas una afirmación del cuerpo, como elemento que, junto con el espíritu, determina la subjetividad del hombre y participa de su dignidad como persona. De este modo el juicio sobre la concupiscencia de la carne tiene un significado esencialmente distinto del que podría suponer la ontología maniquea del cuerpo.



3. El ethos cristiano se caracteriza por la transformación de la conciencia y de las actitudes de la persona humana, de tal forma que se manifieste y realice el valor que el cuerpo y el sexo recibieron del Creador al servicio de la Comunión de las personas, que es el substrato más profundo de la ética y de la cultura humana.

4. El adulterio cometido en el corazón se puede y debe entender como la no Valoración, o bien, como la privación intencional de la dignidad que corresponde al valor integral de la mujer.

5. Una vez más conviene constatar que el modo maniqueo de entender y valorar el cuerpo y el sexo del hombre es esencialmente ajeno al Evangelio. La llamada a dominar la concupiscencia de la carne deriva precisamente de la afirmación y defensa de la dignidad del cuerpo y del sexo.

Pregunta:
¿Una sociedad que reclama el libre ejercicio de la sexualidad, podría acusarnos de retrógrados o masoquistas?  ¿Por qué?



46. El hombre está llamado al amor
Miércoles 29 de octubre de 1980
1. Últimamente hemos aclarado que las palabras de Cristo en el sermón de la montaña sobre el adulterio no pueden interpretarse en clave maniquea. De ningún modo suponen la condena del cuerpo y del sexo, sino que son una llamada a vencer la triple concupiscencia, especialmente la de la carne. Es importante determinar el significado de esas palabras no sólo por la influencia del maniqueísmo, sino también por algunas corrientes contemporáneas acerca  del hombre y de la moral.

2. Paul Ricoeur ha llamado a Freud, Marx, y Nietzsche Maestros de la sospecha, por el conjunto de sus sistemas sobre el ser Humano. Freud cree que el cristiano es incapaz de vencer la concupiscencia. Marx dice que la Iglesia no cumple con la fraternidad que Jesús exige en el evangelio. Nietzsche de un golpe condena a los católicos por preferir la debilidad a la fortaleza. En su análisis descubrimos una convergencia y al mismo tiempo una divergencia esencial con la hermenéutica bíblica. La convergencia con estos pensadores la encontramos en la acusación al Corazón humano por lo que, en el lenguaje de San Juan se llama la triple concupiscencia.

3. En su hermenéutica, Nietzsche acusa al corazón humano por la Soberbia de la vida; Marx por la Concupiscencia de los ojos y Freud por la Concupiscencia de la carne. Pero la convergencia de estas concepciones como acusación de la moral bíblica no nos permite poner sobre el corazón una sospecha continua.

4. Las palabras de Cristo más que una acusación son una llamada al corazón humano. Esto deriva de la naturaleza del ethos de la redención, por el cual el hombre debe sentirse llamado a descubrir y realizar el significado conyugal del cuerpo y expresar la libertad del don, fruto del dominio sobre la concupiscencia de la carne. Se trata de que el hombre, en vez de sentirse acusado en su corazón, se sienta llamado al supremo valor que es el amor: en la verdad de su humanidad, que es la verdad de su cuerpo.

Pregunta:
¿Qué podemos responder a los que no creen ni en el celibato, ni en la castidad?


47.  Los valores profundos y esenciales hacia los que Cristo dirige el corazón del hombre
Miércoles 5 de noviembre de 1980
1. Hoy queremos acercarnos a la conciencia del hombre contemporáneo. Anteriormente hemos reflexionado sobre el Eros, término griego que de la mitología ha pasado a la filosofía, y luego al lenguaje literario y común. Contrariamente a la palabra ethos, eros es desconocido en el lenguaje bíblico. Es pues conveniente considerar sus distintos significados.

2. Según Platón, el eros representa la fuerza interior que atrae al hombre hacia todo lo que es bueno, verdadero y bello.  Esta atracción indica la intensidad de un acto subjetivo del espíritu humano. En el lenguaje común y en la literatura, esa Atracción parece ser sobre todo de naturaleza sensual, del hombre hacia la mujer. Precisamente por esta interpretación del eros y su relación con el ethos, adquiere importancia fundamental el modo como entendemos la Concupiscencia, de la que se habla en el sermón de la montaña.

3. En sentido psicológico y sexológico, la concupiscencia indica la atracción que siente el hombre y que implica su Corporeidad, con manifestación de unos fenómenos llamados eróticos. El conocimiento de los matices semánticos del eros, y de lo que se define como Erótico, puede ayudar a comprender la riqueza del Corazón, al que Cristo se refirió en el sermón de la montaña.

4. Las palabras de San Mateo (5,27-28) no son tanto una Acusación cuanto una llamada al corazón humano. La llamada a lo que es bueno, verdadero y bello significa al mismo tiempo, en el ethos de la redención, la posibilidad y la necesidad de transformar lo que ha sido debilitado por la concupiscencia de la carne. Digno del corazón humano es que la forma de lo que es erótico sea al mismo tiempo forma de lo que es Ético.

5. Comúnmente somos propensos a considerar las palabras del sermón de la montaña sobre la Concupiscencia exclusivamente como una prohibición en el campo erótico, sin descubrir contemporáneamente los valores profundos y esenciales, que esta prohibición asegura, y hacia los cuales Cristo dirige el corazón del hombre.

Pregunta:
¿Si el eros es la fuerza que nos lleva a buscar todo lo que es bueno, cómo podemos evitar caer en la inmoralidad en la búsqueda del bien?


48.  Relación recíproca entre lo Ético y lo Erótico según el sermón de la montaña
Miércoles 12 de noviembre de 1980



1. Continuamos el examen sobre la relación mutua entre lo Ético y lo Erótico, a la luz de las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña, que nos recuerda el no cometerás adulterio, a la vez que define la Concupiscencia (la mirada concupiscente), como una forma de adulterio interior. De ello resulta que el ethos está unido al descubrimiento de nuevos valores.

“Eros y enamoramiento.

El rico complejo de las relaciones afectivas o eróticas se constituye en fuerza que humaniza. Pero, igualmente introduce al ser humano en el conflicto, debido a que el afecto, en su estadio primario, busca la gratificación corporal, la cual se convierte en satisfacción egoísta si no se abre, al mismo tiempo, al bien del otro.

El eros integra todas las manifestaciones vitales, compromete el cuerpo, los sentimientos , la razón y, finalmente, la persona. De allí su gran importancia, pero también su historia dramática. La fuerza del eros garantiza la procreación y, aunque no identifica la persona, sí configura todos sus impulsos vitales dándoles un carácter masculino o femenino:  lo hace así con los sentimientos, las percepciones, las elecciones, la inteligencia.

El riesgo de este segundo momento es que se llegue, por la fusión de las personas, a la confusión sexual.

El aspecto más conflictivo del enamoramiento proviene de la intimidad corporal.  Si ésta es desordenada, precipita la relación sexual en un momento en que los enamorados no tienen  ni la libertad, ni la madurez  para establecer una forma de relación que exige una unión estable y de mutua responsabilidad. La intimidad corporal hace fracasar el enamoramiento cuando logra restringir la sexualidad al aspecto genital. El eros favorece una forma de relación de poder, es decir, de dominio o sumisión, marcada por  continuos conflictos. Planteada en estos términos, la relación puede llegar a ser vivida en forma de libertinaje sexual o promiscuidad. Cuando el enamoramiento fracasa se impone la necesidad de que ambos enamorados acepten la decepción amorosa. En ocasiones se puede restablecer el vínculo si  cada cual garantiza al otro la libertad. Lo que ocurre normalmente es que los enamorados den por terminada la relación”. 


2. Esta reflexión está íntimamente asociada al problema de la espontaneidad. En efecto, todo aquel que acepta el ethos conforme al enunciado de San Mateo, debe saber que está llamado a la plena y madura responsabilidad, que nace de la perenne fascinación de la masculinidad y feminidad.

3. Las palabras de Cristo son exigentes. Reclaman, por parte del hombre, que en el ámbito en el que se forman sus relaciones con personas de distinto sexo, tenga plena y profunda conciencia de sus propios actos y que sepa obedecer a la recta conciencia. Ahora bien, dado que debe responder a la llamada señalada por el Apóstol Mateo, debe con perseverancia y coherencia aprender cuál es el sentido del cuerpo, el significado profundo de la feminidad y masculinidad. Una tarea verdaderamente digna del hombre. De ello hablaremos, al tratar de la plena naturaleza de la evangélica Pureza de corazón.

4. Las mismas palabras del sermón de la montaña sobre la Concupiscencia indican indirectamente el camino para una madura espontaneidad del Corazón humano, que no sofoca sus deseos y aspiraciones, antes bien las hace substancialmente posibles.


Pregunta:
¿Cómo hace el cristiano para no reprimir sus deseos, sino para alcanzarlos de una manera madura y ética?

49. El ethos de la redención del cuerpo
Miércoles 3 de diciembre de 1980


1. En nuestras reflexiones sobre las palabras de Cristo en el sermón de la montaña, cuando se refiere al adulterio, hemos constatado un profundo significado ético y antropológico. El hombre interior, destinatario de esas palabras, es que considera siempre su cuerpo como un medio para la comunión. El valor y el significado del cuerpo es lo que Cristo quiere inculcar a sus oyentes.

2. Se trata de un ethos Nuevo, respecto al del Antiguo Testamento y respecto al hombre Histórico, es decir, al hombre de la concupiscencia. Es el ethos de la redención, más aún, de la redención del cuerpo.

3. Cristo no pide al hombre su vuelta al estado de inocencia original, sino que encuentre la vía auténtica del hombre nuevo, la cual es fruto del ethos de la redención del cuerpo. Este ethos se alcanza mediante una alianza con el valor del significado conyugal del cuerpo. Esto lleva al hombre a su realización personal, es decir, a la plena libertad del don de sí mismo.

4. La conciencia de la pecaminosidad del hombre es una condición indispensable de su aspiración a la Pureza de corazón. El ethos de la redención del cuerpo tiene sus raíces en el realismo antropológico y axiológico de la Revelación. El hombre es único e irrepetible gracias al Corazón, que decide por él desde el Interior.



5. La llamada a la pureza de corazón es un recuerdo de la soledad original, de la que el hombre varón es sacado mediante la apertura a la mujer, con la que está, desde el principio y continuamente, con-llamado.
La pureza es la exigencia del amor. Es la dimensión de la verdad del amor en el interior del Corazón del hombre.


(Tomado de L=OSSERVATORE ROMANO, Edición semanal en lengua española, del 7 de diciembre de 1980, pág. 19)

Unos novios que se preparan cristianamente para el matrimonio aceptan una cierta soledad para poder llegar más t arde a una relación de mutua responsabilidad. ¿Cómo explicar y favorecer esta soledad?


50. La pureza
Miércoles 10 de diciembre

1. Como complemento a las palabras del sermón de la montaña: El que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón, analizaremos ahora el sentido de la pureza a la que Jesús se refiere en esas palabras y cuando proclama asimismo: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

2. Resulta evidente que Cristo pone la fuente de la pureza moral en el corazón del hombre, en su interior y no sólo en el exterior, como enseñó abiertamente: No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre; más lo que sale de la boca, eso es lo que al hombre le hace impuro... Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre.

3. Los términos Pureza o puro indican lo que está en contraste con lo sucio; y en nuestro caso denotan pureza moral en sentido amplio, según el cual todo bien moral es manifestación de la pureza y todo mal moral es manifestación de impureza. Este es el significado verdadero y profundo de las palabras del Maestro, que no se limitan al solo campo de la sexualidad, ni mucho menos exigen solamente una pureza religioso-ritual, como en el Antiguo Testamento.

4. San Pablo y el Evangelista San Juan nos hablan en sus Cartas de una pureza que se contrapone a la concupiscencia de la carne, a la de los ojos y a la soberbia de la vida, o sea, que abarca todo aquello que en el interior del hombre se opone a Dios y a la vida recta según el Espíritu.

De esa pureza de corazón que se realiza en la vida según el Espíritu hablaremos en los próximos días.

Pregunta: Lo que sale  del corazón revela nuestro interior. ¿Qué es  lo que más resalta en nuestras conversaciones, pensamientos y deseos?


51. Tensión entre carne y espíritu en el corazón del hombre
Miércoles 17 de diciembre de 1980



Reflexionamos sobre las palabras de San Pablo a los Gálatas: La carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne (Gal 5,17).
Esta frase nos refleja la tensión que existe en el Corazón del hombre. Se trata de las tendencias formadas en el hombre con el pecado y que afectan al hombre histórico. En el lenguaje paulino, la carne indica no sólo el hombre exterior, sino también el hombre moralmente débil sometido interiormente a los bajos instintos que lo inducen al pecado (Rom 7,25; Gal 5,13); es el hombre de la triple concupiscencia, según San Juan (1Jn, 2,16).

San Pablo describe en su Carta a los Efesios la situación del hombre carnal, antes de ser redimido, el hombre muerto a causa del pecado:

“Ustedes estaban muertos a causa de sus faltas y sus pecados. Con ellos seguían la corriente de este mundo y al soberano que reina entre el cielo y la tierra, el espíritu que ahora está actuando en los corazones rebeldes. De ellos éramos también nosotros, y nos dejamos llevar por las codicias humanas, obedeciendo a los deseos de nuestra naturaleza y consintiendo sus proyectos, e íbamos directamente al castigo, lo mismo que los demás (Ef 2, 1-3).

2. Este hombre vive contrariamente al Espíritu, el cual quiere una realidad distinta de la apetecida por la carne. La tensión entre la carne y el espíritu se manifiesta en el corazón humano como una lucha entre el bien y el mal. Que el espíritu quiera una realidad distinta a la de la carne, lo expresa San Pablo cuando dice:

“En cambio el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo. Estas son cosas que no condena ninguna Ley” (Gal 5, 22-23).

3. La misma contraposición de la vida según la carne y la vida según el espíritu la encontramos en la doctrina paulina sobre la justificación mediante la fe, en su Carta a los Romanos (8,5-10). Las perspectivas que Pablo presenta en dicho texto se refieren al principio, es decir, al primer pecado. Tal justificación es esencial para el hombre interior y está destinada precisamente al corazón que Cristo señaló cuando habló de la pureza e impureza en sentido moral. Esa justificación es una auténtica fuerza que actúa en el hombre, que se manifiesta y afirma en sus obras.

5. En la doctrina paulina la vida según la carne se opone a la vida según el espíritu, no solamente en el interior del hombre, sino que se manifiesta también en las obras. Solamente ahora podemos aclarar plenamente la naturaleza y estructura de la moral de la redención, la cual se manifiesta a través de las obras y del comportamiento del hombre, cuando supera la triple concupiscencia: la de la carne, la de los ojos y la del orgullo de la vida. Esto se consigue con un esfuerzo de la voluntad, fruto del espíritu humano que se manifiesta al elegir el bien. San Pablo expresa así la oposición entre el espíritu y la carne:

“Los que viven según la carne van a lo que es de la carne, y los que viven según el espíritu van a las cosas del espíritu. Pero no hay sino muerte en lo que ansía la carne, mientras que el espíritu anhela vida y paz. Los proyectos de la carne están en contra de Dios, pues la carne no se somete a la ley de Dios, y ni siquiera puede someterse. Por eso los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”  (Rom 8, 5-8).

Un comentario de la Biblia Latinoamericana sobre este texto de Romanos dice: “La tensión que experimentamos en la carne y el espíritu, es en parte la tensión entre nuestra cultura liberal, con su búsqueda desenfrenada de placer y de lo siempre novedoso” 1. En la lucha entre el bien y el mal, el hombre se demuestra más fuerte gracias a la fuerza del Espíritu Santo que actúa en él, para que el deseo de su espíritu fructifique en el bien.

¿Qué elementos de nuestra cultura actual impiden nuestro anhelo de vivir como espirituales?
¿Cómo experimentamos la muerte cuando nos dejamos conducir  por las fuerzas del mal?


52. La pureza de corazón
Miércoles 7 de enero de 1981

1. En nuestra reflexión sobre la pureza de corazón, tienen importancia fundamental las palabras de San Pablo: La carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne. Esa contraposición entre vida según la carne y vida según el Espíritu contiene la teología paulina sobre la justificación o redención llevada a cabo por Cristo. Una redención de todo el hombre -cuerpo y alma-, en cuyo corazón se derrama con abundancia la gracia salvadora de Cristo.



2. Hablando de las obras de la carne, San Pablo no indica sólo la fornicación, impureza, lascivia (pecados objetivamente considerados como carnales o sensuales), sino también la idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, discusiones, divisiones, envidias, homicidios, embriagueces, orgías. Es decir, son obras de la carne todas las acciones que se oponen al Espíritu Santo, que actúa en el interior del hombre.

3. Es la misma doctrina de Cristo, que al enseñar la pureza de corazón en el hombre, no solamente exige la ausencia de adulterios o prostituciones, sino que abarca asimismo los malos pensamientos, los adulterios..., los robos, los falsos testimonios, las blasfemias, expresión de una vida según la carne y contraria al Espíritu, el cual requiere el dominio aún de los deseos y miradas concupiscentes.

4. La vida según la carne conduce al pecado y a la muerte moral, que excluyen del Reino de Dios, mientras que la vida según el Espíritu lleva a la libertad con la que Cristo nos ha liberado y que ha de manifestarse en la caridad fraterna. Por esto San Pablo nos enseña que la justificación se obtiene por la fe en Cristo que actúa mediante la caridad. Ello nos libera de la ley y nos invita a esa pureza de corazón que es libertad para el servicio a los demás.

5. Nuestra libertad procede de Cristo, el gran liberador del pecado, de las ideologías,  y de la muerte. Para San Juan la libertad está ligada a la verdad, porque la verdad nos hace libres (Jn 8, 32 ). Ahora bien la verdad es la experiencia del amor de Dios quien, por medio de Jesús nos comunica su Espíritu que es amor y hace de nosotros hijos de Dios.

6. La libertad que nos viene de Cristo es la única que relativiza los demás vínculos que nos atan a las personas y a las cosas, y nos libera de ellos. Por eso se necesita que los creyentes hagamos una opción por Cristo, perseveremos en su palabra y nos dejemos llevar por él, al conocimiento de la verdad. La verdad que nos hace libres:

“Jesús decía a los judíos que habían creído en él:

¿Por qué  la pureza de corazón es libertad para el servicio a los demás?

¿Cómo experimentamos la vida cuando nos guiamos según el Espíritu?


53. La pureza de corazón evangélica y cristiana
Miércoles 14 de Enero de 1981

1. San Pablo, en su Carta a los Gálatas, escribe:
“Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne, antes servios unos a otros por la caridad. Porque toda la ley se resume en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gál 5,13-14).

Con estas palabras, San Pablo quiere hacer comprender la contraposición vida según la carne-vida según el Espíritu, poniendo de relieve que la nueva moral del  evangelio es una llamada a la libertad humana.

2. Un análisis del texto citado demuestra la subordinación ética de la libertad a aquello en que se cumple toda la ley, o sea el amor, que es el contenido del más importante mandamiento del Evangelio. El amor lleva a la entrega de sí mismo y se expresa en esta entrega. A imitación de Jesús que conoció a las ovejas y dio su vida por ellas, el cristiano subordina su libertad al amor en la entrega de si mismo.  Cristo ha relacionado la libertad con el mandamiento del amor. En efecto: “Por medio de Moisés hemos recibido la ley, pero la verdad y el don amoroso nos llegó por medio de Jesucristo” (Jn 1,17).

3. San Pablo nos pone en guardia contra el mal uso de la libertad, el cual contrasta con la liberación del espíritu humano realizada por Cristo. La verdadera libertad es fuente de las obras y de la vida según el Espíritu. El que vive según la carne cesa de ser capaz de esa libertad; cesa de ser idóneo para el verdadero don de sí mismo, que es fruto y manifestación de tal libertad.

4. De este modo, la doctrina paulina sobre la pureza interior nos permite relacionarla con la caridad, en la que se cumple toda la ley.
En la Carta a los Gálatas, el autor enumera entre las obras de la carne: fornicación, impureza, lascivia; sin embargo, cuando a ellas se contraponen los frutos del Espíritu, no se habla directamente de la pureza, sino del dominio de sí mismo, expresado con el término templanza, virtud que mira a la continencia de todos los deseos sensuales e incluye de modo particular la pureza.

5.  La  libertad  cristiana nos  sitúa  por  encima  de los  determinismos  sociales y por  encima  de  las libertades  que  nos  trasmite  la historia civil.
San  Pablo  escribe  en  su  carta  a  Filemón,  hablándole  del  esclavo  Onésimo que  se  le  había  escapado: “Quizás  se  alejó  de  ti  por  breve  tiempo  para  que  puedas   recobrarlo  definitivamente; y  no  ya como  esclavo,  sino  como  algo  mucho  mejor   que  esclavo:  como  hermano  muy  querido  para  mí  y  más  aun  para ti, como  hombre  y  como  cristiano”  ( Filemón  15, 16 ).

Aunque  socialmente  la  libertad  es  lo  más  propio  de  la  dignidad del  hombre,  la  libertad  que  nos  trajo  Cristo  es  más  radical:

·         No es  fruto  del esfuerzo  humano estoico  que  le garantiza  al  hombre  la  tranquilidad  mediante  la  disciplina.
·         Nos libra  del pecado que  ejerce  su  tiranía  en todos  los  hombres  y  a través  de  toda  la  historia  (  Rom  1—3 )
Jesús  precisamente  une  la  curación  al  perdón de los  pecados cunado  dice:  “ Hijo  tus  pecados  te  son  perdonados”
En  su  carta  a  los  Colosences  nos  dice  San  Pablo :  Por  que  Dios  nos  arranco  del  poder  de  las  tinieblas  y  nos  hizo  entrar  al  reino  de  su  hijo  querido,  por   quien  obtenemos  el  rescate , el  perdón  de  los  pecados”  (  Col  1, 13-14 )

·         Nos libra  de la  muerte (   1 Cor  15, 20-28)
·         Nos  libra  de la  ley:  No  podemos  buscar  el  principio  de nuestra   salvación  en  la  mera  realización  de  empresas  humanas o  el   cumplimiento  de  los  preceptos  civiles.




¿Hasta donde  alcanzamos  la  libertad  por  nuestra  propia  cuenta?



54. La pureza de corazón según San Pablo
Miércoles 28 de enero de 1981

1. La pureza de la que habla San Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (4,3-5.7-8), se manifiesta en el hombre que sabe guardar su cuerpo en santidad y honor, no con afecto libidinoso. La pureza es una capacidad, o sea, una actitud; y en este sentido es virtud.
“La voluntad de Dios es que se hagan santos y que rehuyan libertad sexual...y no se dejen llevar por el deseo, como hace la gente que no conoce a Dios...Pues Dios no nos llamó a vivir en la impureza, sino en la santidad. Por eso, el que no haga caso de estas advertencias desobedece, no a los hombres, sino al mismo Dios, que les da a ustedes el Espíritu Santo” (1Te 4,3,5,7-8).

2. El Antiguo Testamento nos habla de la pureza de corazón para estar en presencia de Dios. Un canto litúrgico, el Salmo 24 que era cantado en una procesión de entrada al templo nos dice:
“¿Quién subirá al monte de Yavé?; ¿Quién podrá estar en su recinto santo?
El de manos limpias y puro corazón, el que no lleva vanidad en su alma,
Ni jura con engaño” (Sal 24, 3-4).

Mateo, por su parte, nos habla de la pureza de corazón necesaria para entrar al reino de los Cielos: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Aquí es la visión de Dios la que es permitida a los puros de corazón. Ver a Dios significa ser salvado, entrar en la eterna bienaventuranza.

3. Como se trata de la pureza de corazón, ésta se realiza mediante purificaciones continuas, durante las cuales el corazón pasa de imágenes y conceptos mediante los cuales vivimos nuestra experiencia religiosa, hasta llegar a los más íntimo de Dios, ya que los corazones puros son aquellos que han entregado su voluntad y su vida a las exigencias de la santidad de Dios. Estas purificaciones conciernen el progreso en la caridad, la pureza de la sexualidad y una imagen cada vez más pura de Dios.

4. El texto paulino dirige la atención también hacia una dimensión de la pureza, más positiva que negativa. No es tanto la abstención de la fornicación, como el guardar el propio cuerpo e, indirectamente, el de los demás, en santidad y honor. Recordemos que el que mira a una mujer con mirada pura guarda el cuerpo de ella y guarda su propio cuerpo al servicio de la comunión.

5. La imagen paulina de la virtud de la pureza es precisa, completa y adecuada. Esto se debe a que Pablo considera la pureza no sólo como capacidad o actitud de las facultades subjetivas del hombre, sino como una manifestación concreta de la vida según el Espíritu. El respeto que nace en el hombre hacia todo lo que es corporal y sexual demuestra la fuerza más esencial para mantener el cuerpo en santidad.
Para que la pureza sea tal, debe estar fundamentada en la voluntad y en la actuación consciente del hombre.
Según Tomás de Aquino, la pureza consiste ante todo en contener los impulsos del deseo sensual, que tiene como objeto lo que hay de corporal y sexual en el hombre. La pureza es una variante de la virtud de la templanza.

6. Para comprender mejor todo esto, es necesario profundizar en el significado del término respeto, entendido aquí como una fuerza espiritual. Es precisamente esta fuerza interior la que da plena dimensión a la pureza como virtud, es decir, como capacidad de actuar en todo el ámbito en el que el hombre descubre, en su intimidad, los múltiples impulsos del afecto libidinoso.
Respeto es mirar con acatamiento y consideración al otro. Por lo tanto la persona del otro es mantenida en toda su dignidad por la que la mira. Para que esta mirada benévola alcance el valor  que tiene debe nutrirse de la fuerza espiritual que viene de la gracia.

¿ Cómo podemos guardar el propio cuerpo e, indirectamente, el de los demás, en santidad y honor?


55. Las enseñanzas de San Pablo sobre la pureza del corazón
Miércoles 4 de febrero de 1981

1. San Pablo en la primera Carta a los Corintios (12,18.22-25), presenta la Iglesia como un cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Pero la descripción que hace del cuerpo humano no es de tipo somático o biológico, sino que trata del hombre el cual se expresa por medio de su cuerpo:
“Dios ha dispuesto diversos miembros colocando cada uno en el cuerpo como ha querido...Aún mas, las partes del cuerpo que parecen más débiles son las más necesarias, y a las que son menos honorables las tratamos con mayor respeto; cubrimos con más cuidado las que son menos presentables, mientras que otras más nobles no lo necesitan. Dios, al organizar el cuerpo, tuvo más atenciones por lo que era último, para que no se dividiera el cuerpo; todas sus partes han de tener la misma preocupación unas por otras” (1Cor 12,18.22-25).



2. Esta descripción no sería posible sin la verdad de la creación, y también sin toda la verdad de la redención del cuerpo. Tal visión paulina corresponde precisamente a la actitud espiritual de respeto hacia el cuerpo humano. Es una concepción que está tan distante del desprecio maniqueo, como de las manifestaciones naturalistas de un culto del cuerpo, como se observa en la manera como el cuerpo es utilizado por la civilización actual, y la esclavitud a la que se le somete si es tenido como fuente de satisfacción.

3. En las expresiones de Pablo sobre los miembros indecentes del cuerpo humano, como sobre de los que parecen más débiles, o más viles, encontraremos un testimonio de la misma vergüenza que los primeros seres humanos experimentaron después del pecado original. Esta vergüenza quedó impresa en ellos y en las generaciones del hombre histórico, como fruto de la triple concupiscencia, especialmente de la carne.

4. Puede decirse que la vergüenza nace del respeto por el propio cuerpo, condición esencial para la virtud de la pureza. La armonía que el Creador dio al cuerpo humano corresponde a la armonía o pureza de corazón, que permitía al hombre y a la mujer, en el estado de inocencia original, experimentar la fuerza unitiva de sus cuerpos, como substrato insospechable de la comunión de las personas.

5. San Pablo, en la citada Carta a los Corintios, indica la vía que lleva a un dominio gradual sobre la desunión en el cuerpo; se trata de la pureza de corazón, que ayuda a mantener el propio cuerpo en santidad y respeto.


¿Qué impacto tiene para la unidad de las comunidades el que un miembro se crea superior e indispensable; y cuál es nuestra actitud ante los miembros más débiles?



56. Las dos dimensiones de la pureza, según San Pablo
Miércoles 11 de febrero de 1981


1. En las reflexiones de las semanas precedentes, hemos analizado unos textos de San Pablo (1Tes 4,3-5; 1Cor 12,18-25), que parecen esenciales sobre la pureza, entendida como virtud. Mediante el respeto debido al cuerpo humano, la pureza es el medio eficaz para apartarse de todo aquello que en el corazón es fruto de la concupiscencia de la carne.

2. Según la doctrina paulina, la pureza es una capacidad centrada sobre la dignidad del cuerpo, es decir, sobre la dignidad de la persona. La pureza entendida como capacidad, es precisamente expresión y fruto de la vida según el Espíritu. Esta capacidad es recibida en el bautismo por la gracia de la purificación de los pecados. Sin embargo, llegada la hora en que el cristiano toma conciencia de su condición empieza una lucha  contra la concupiscencia de la carne, que es la que amenaza la pureza del hombre. Con la ayuda de la gracia conseguimos conseguir la pureza mediante el ejercicio de la castidad,  la pureza de intención y el control de las miradas.

En ayuda de la pureza de corazón viene el pudor mediante el cual protegemos la intimidad de nuestras personas.

Pero es necesario vigilar, y, a veces, cambiar el clima social en que nos movemos, los medios de comunicación que frecuentamos y los espectáculos a los cuales asistimos.

.3. Pablo habla de los pecados del cuerpo como una profanación del mismo, porque privan al hombre y a la mujer del respeto a la dignidad de la persona. El Apóstol añade que este pecado es también una profanación del templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios (1Cor 6,19).

4. Por medio de la redención de Cristo, todo hombre ha recibido una nueva dignidad: el Espíritu Santo que habita en él y en su cuerpo, como en un templo. Así la redención del cuerpo conlleva la institución en Cristo y por Cristo de una nueva medida de la santidad delcuerpo.


5. Si la pureza es, según San Pablo, un aspecto de la vida según el Espíritu, esto quiere decir que fructifica en él el misterio de la redención del cuerpo, como parte del misterio de Cristo. Este misterio se refleja también en la pureza, entendida como un compromiso particular sobre la ética del comportamiento humano, es decir, el deber de mantener el propio cuerpo en santidad y respeto.


¿En qué comportamientos mostramos que estamos protegiendo nuestra dignidad de personas?



FALTAN 57 – 58 – 59 - 60
61. El ethos del cuerpo humano en las obras de la cultura artística
Miércoles 22 de abril de 1981

Las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña

1. Reflexionemos ahora -en relación con las palabras de Cristo en el sermón de la montaña- sobre el problema del ethos del cuerpo humano en las obras de la cultura artística.
Este problema tiene raíces muy profundas. El cuerpo humano -el desnudo cuerpo humano en toda la verdad de su masculinidad y feminidad- tiene un significado de don de la persona a la persona. El ethos del cuerpo, es decir, la regularidad ética de su desnudez, a causa de la dignidad del sujeto personal, está estrechamente vinculado a ese sistema de referencia, entendido como sistema esponsalicio, en el que el dar de una parte se encuentra con la apropiada y adecuada respuesta de la otra al don. Tal respuesta decide sobre la reciprocidad del don.
La objetivación artística del cuerpo humano en su desnudez masculina y femenina, a fin de hacer de él primero un modelo y, después, tema de la obra de arte, es siempre una transferencia al margen de esta originaria y específica configuración suya con la donación interpersonal. Ello constituye, en cierto sentido, un desarraigo del cuerpo humano de esa configuración y su transferencia a la dimensión de la objetivación artística.
 2. En cada una de estas dimensiones el cuerpo humano pierde ese significado profundamente subjetivo del don, y se convierte en objeto destinado a un múltiple conocimiento, mediante el cual los que miran, asimilan, o incluso, en cierto sentido, se adueñan de lo que debe existir esencialmente a nivel de don, hecho de la persona a la persona, no ya en la imagen, sino en el hombre vivo.
Ese adueñarse  se da ya a otro nivel, es decir, a nivel del objeto de la transfiguración o reproducción artística. Esto plantea un problema que no se deriva ciertamente de que el cuerpo humano, en su desnudez, no pueda convertirse en tema de la obra de arte, sino sólo que este problema no es puramente estético ni moralmente indiferente.

La norma moral


3. Existe la necesidad específica de la intimidad hacia el propio cuerpo. En el corazón del hombre sujeto a la concupiscencia esta necesidad sirve, si bien indirectamente, a asegurar el don y la posibilidad del darse recíprocamente.
Si la cultura demuestra una tendencia explícita a cubrir la desnudez del cuerpo humano, ciertamente lo hace no sólo por motivos climáticos, sino también con relación al proceso de crecimiento de la sensibilidad personal del hombre. La anónima desnudez del hombre-objeto contrasta con el proceso de la cultura auténticamente humana de las costumbres. Probablemente es posible confirmar esto también en la vida de las poblaciones así llamadas primitivas. El proceso de afinar la sensibilidad personal humana es ciertamente factor y fruto de la cultura.
4. La vergüenza originaria, conocida ya desde los primeros capítulos de la Biblia, es un elemento permanente de la cultura y de las costumbres. Pertenece al origen del ethos del cuerpo humano.
5. El hombre de sensibilidad desarrollada supera, con dificultad y resistencia interior, el límite de esa vergüenza. Lo que se pone en evidencia incluso en las situaciones que por lo demás justifican la necesidad de desnudar el cuerpo, como por ejemplo, en el caso de los exámenes o de las intervenciones médicas.
Especialmente hay que recordar también otras circunstancias, como por ejemplo, las de los campos de concentración o de los lugares de exterminio, donde la violación del pudor corpóreo es un método conscientemente usado para destruir la sensibilidad personal y el sentido de la dignidad humana.  (Caso de los prisioneros en Irak)

Siguiendo la sensibilidad personal:
- el hombre no quiere convertirse en objeto para los otros a través de la propia desnudez anónima,
-ni quiere que el otro se convierta para él en objeto de modo semejante. Evidentemente no quiere  en tanto en cuanto se deja guiar por el sentido de la dignidad del cuerpo humano.

6. Varios, en efecto, son los motivos que pueden inducir, incitar, incluso empujar al hombre a actuar de modo contrario a lo que exige la dignidad del cuerpo humano, en conexión con la sensibilidad personal. El estado de la triple concupiscencia (cf. 1Jn 2,16),se hace sentir de diversos modos, tanto en los impulsos interiores del corazón humano, como en todo el clima de las relaciones interhumanas (nudistas) y en las costumbres sociales (modas, reinados de belleza).

Pudor y sensibilidad personal del hombre (pornovisión y pornografía)
6. En la esfera de la cultura artística, sobre todo en la de carácter visivo y espectacular, y en la cultura de masas , tan significativa para nuestros tiempos y vinculada con el uso de las técnicas de divulgación de la comunicación audiovisual, se plantea un interrogante: cuándo y en qué caso esta esfera de actividad del hombre - se pone bajo acusación de pornovisión , así como la actividad literaria, a la que se acusaba y se acusa frecuentemente de pornografía  (este segundo término es más antiguo).
Lo uno y lo otro se realiza cuando se rebasa el límite de la vergüenza, o sea, de la sensibilidad personal. En la obra artística o mediante las técnicas de la reproducción audiovisual se viola el derecho a la intimidad del cuerpo en su masculinidad o feminidad -y en último análisis- cuando se viola la profunda regularidad del don y del darse recíproco, que está inscrita en esa feminidad y masculinidad a través de toda la estructura del ser hombre.
Al interrumpir en este punto nuestra reflexión, que continuaremos el miércoles próximo, conviene hacer constar que la observancia o la no observancia de estas regularidades, tan profundamente vinculadas a la sensibilidad personal del hombre, no puede ser indiferente para el problema de crear un clima favorable a la castidad  en la vida y en la educación social.

¿Cómo afecta a los matrimonios y la educación de los hijos el problema de la pornografía?


(Tomado de L=OSSERVATORE ROMANO, Edición semanal en lengua española, del 26 de abril de 1981, pág. 3)

62. El cuerpo humano como objeto de la obra de arte o de la reproducción audiovisual
Miércoles 29 de abril de 1981

La  comunión de personas
1. La pornovisión y la pornogravía causan profunda incisión  violando la intimidad e interfiriendo el significado esponsalicio del cuerpo, es decir, sobre la fundamental llamada que éste recibe a formar una comunión de personas  y a participar en ella.
La verdad total sobre el hombre
2. Los valores de la persona atinentes al cuerpo pueden ser violados sólo en el orden intencional. Sin embargo, si el sentido de la vergüenza y la sensibilidad personal quedan en tales casos ofendidos, ello acaece a causa de su transferencia a la dimensión de la comunicación social , por tanto a causa de que se convierte, por decirlo así, en propiedad pública lo que, en el justo sentir del hombre, pertenece y debe pertenecer estrechamente a la relación interpersonal, lo que está ligado  a la comunión misma de las personas , y en su ámbito corresponde a la verdad interior del hombre, por tanto también a la verdad integral sobre el hombre.

3. En este punto no es posible estar de acuerdo con los representantes del así llamado naturalismo, los cuales creen tener derecho a todo lo que es humano , en las obras de arte y en los productos de la reproducción artística afirmando que actúan de este modo en nombre de la verdad realista sobre el hombre. Precisamente es la verdad entera sobre el hombre- la que exige tomar en consideración tanto el sentido de la intimidad del cuerpo como la coherencia del don vinculado a la masculinidad y feminidad del cuerpo mismo, en el que se refleja el misterio del hombre, precisamente de la estructura interior de la persona. Esta verdad sobre el hombre debe tomarse en consideración también en el orden artístico, si queremos hablar de realismo pleno.



Límites del artista
3. Precisamente a causa del gran valor del cuerpo en el sistema de comunión  interpersonal, el hacer del cuerpo en su desnudez -que expresa exactamente el elemento  del don- el objeto-tema de la obra de arte o de la reproducción audiovisual, es un problema no sólo de naturaleza estética, sino, al mismo tiempo, también de naturaleza ética.
El elemento del don  queda suspendido, por decirlo así, en la dimensión de una recepción incógnita y de una respuesta imprevista.
Con ello queda de algún modo intencionalmente amenazado , en el sentido de que puede convertirse en objeto anónimo de apropiación ,objeto de abuso.
Por esto la verdad integral sobre el hombre constituye, en ese caso, la base de la norma según la cual se modela el bien o el mal de determinadas acciones, comportamientos, costumbres o situaciones.
La verdad sobre el hombre, sobre lo que en él -precisamente a causa de su cuerpo y de su sexo (feminidad-masculinidad)- es particularmente personal e interior, crea aquí límites claros que no es lícito sobrepasar.
4. Estos límites deben ser reconocidos y observados por el artista que hace del cuerpo humano objeto, modelo o tema de la obra de arte o de la reproducción audiovisual.
No  tiene el derecho de exigir, proponer o actuar de manera que otros hombres, invitados, exhortados o admitidos a ver, a contemplar la imagen, violen esos límites junto con ellos o a causa de ellos.

 

El problema de la  pornovisión y de la  pornografía

5. Todo el problema de la pornovisión y de la pornografia, como resulta de lo que se ha dicho más arriba, no es efecto de mentalidad puritana ni de estrecho moralismo.
 Se trata aquí de una importantísima, fundamental esfera de valores, frente a los cuales el hombre no puede quedar indiferente a causa de la dignidad de la humanidad, del carácter personal y de la elocuencia del cuerpo humano.
Todos estos contenidos y valores, a través de las obras de arte y de la actividad de los medios audiovisuales, pueden ser modelados y profundizados, pero también pueden ser deformados y destruidos en el corazón  del hombre. Por eso parece que la reflexión sobre estos problemas, importantes para crear un clima favorable a la educación de la castidad , constituye un anexo indispensable a todos los análisis anteriores que, en el curso de los numerosos encuentros de los miércoles, hemos dedicado a este tema.

¿Cómo podemos faqvorecer la educación de la castidad en los temas de la reproducción del cuerpo humano?


63. El ethos de la imagen artística
Miércoles 6 de mayo de 1981


Continuamos nuestra reflexión sobre las implicaciones morales que se refieren al mundo de la imagen, especialmente en las manifestaciones artísticas y en los medios audiovisuales.

1. En la historia de la cultura humana y del arte encontramos el hecho de que el cuerpo humano y el amor entre hombre y mujer han sido tomados como modelo o tema de la obra artística. Lo mismo se observa en la literatura, el teatro, la fotografía, el ballet o la cinematografía. Es un tema que se repite con frecuencia y que reviste particular importancia.

2. No pretendemos poner en duda el derecho a ocuparse de este tema cultural. Queremos simplemente aclarar que no se trata de una mera cuestión artística, sino también ética. En efecto, el realizador de la obra de arte, en su tarea específica, debe ser consciente de la verdad íntegra sobre la dignidad del hombre y de los valores que la acompañan, viviendo esos valores en sí mismo y ayudando para que los otros los vivan también.

3. Con esa Pureza de corazón que Cristo pide, debe respetar igualmente la sensibilidad y pudor ajenos, no exponiendo como objetivación pública lo que ya la terminología latina llamaba justamente obras Obscenas, es decir, que debían quedar fuera de los ojos de los espectadores, dentro de una conveniente discreción.

4. La antigüedad clásica, sobre todo griega, ofrece muchos modelos artísticos, que por su culto a la dignidad del hombre y a la belleza del cuerpo llevan en sí un elemento de sublimación, que se ajusta a esa pureza interior de la que Cristo habla. Otras obras o reproducciones se quedan, en cambio, en una reprobable intencionalidad de presentar un objeto de placer o de concupiscencia.

5. Crear un clima favorable a la educación de la castidad, al que se refiere Pablo VI en la Humanæ vitæ, es vivir la verdad del cuerpo y de la comunión de las personas de modo tal que ennoblece todo lo que es humano. Ello exige un comportamiento ético en quien crea la imagen visual y en quien la recibe, para no ser consumidor a nivel de sensualidad, sino para acercarse a la verdad plena sobre el hombre y la corporeidad humana.

¿Qué criterios nos da este mensaje para educar a los jóvenes y a los niños para que aprendan a ver el cuerpo en el cine y en las obras de arte?



64. La teología del cuerpo
Miércoles 11 de noviembre de 1981

1. Reanudamos hoy, después de una pausa más bien larga, las meditaciones que veníamos haciendo desde hace tiempo y a las que hemos llamado reflexiones sobre la teología del cuerpo.
Al continuar, conviene ahora que volvamos de nuevo a las palabras del Evangelio, en las que Cristo hace referencia a la resurrección: palabras que tienen una importancia fundamental para entender el matrimonio en el sentido cristiano y también la renuncia a la vida conyugal por el reino de los cielos.

La resurrección según las palabras de Jesús a los saduceos
Los fariseos van a Cristo para plantearle el problema de la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19,3-9; Mc 10,2-12), los saduceos en otra ocasión van para preguntarle por la ley del llamado levirato[13]. Los sinópticos relatan concordemente esta conversación (cf. Mt 22,24-30; Mc 12,18-27; Lc 20,27-40). Se notan entre ellas algunas diferencias leves, pero, al mismo tiempo, significativas. Puesto que la conversación está en tres versiones, la de Mateo, Marcos y Lucas, se requiere un análisis más profundo, en cuanto que la conversación comprende contenidos que tienen un significado esencial para la teología del cuerpo.

2. Junto a los otros dos importantes coloquios, esto es: aquel en el que Cristo hace referencia al pricipio (cf. Mt 19,3-9; Mc 10,2-12), y el otro en el que apela a la intimidad del hombre (al corazón), señalando al deseo y a la concupiscencia de la carne como fuente del pecado (cf. Mt 5,27-32), el coloquio que ahora nos proponemos someter a análisis, constituye, diría, el tercer miembro del tríptico de las enunciaciones de Cristo mismo: tríptico de palabras esenciales y constitutivas para la teología del cuerpo. En este coloquio Jesús alude a la resurrección, descubriendo así una dimensión completamente nueva del misterio del hombre.

3. La revelación de esta dimensión del cuerpo, estupenda en su contenido -y vinculada también con el Evangelio releído en su conjunto y hasta el fondo-, emerge en el coloquio con los saduceos, que niegan  la resurrección (Mt 22,23); [14].
El razonamiento de los saduceos es el siguiente: Maestro, Moisés nos ha prescrito que, si el hermano de uno viviere a morir y dejare la mujer sin hijos, tome el hermano esa mujer y dé sucesión a su hermano (Mc 12,19). Los saduceos se refieren a la llamada ley del levirato (cf. Dt 25,5-10), y basándose en la prescripción de esa antigua ley, presentan el siguiente caso: eran siete hermanos. El primero tomó mujer, pero al morir no dejó descendencia. La tomó el segundo, y murió sin dejar sucesión, e igual el tercero, y de los siete ninguno dejó sucesión. Después de todos murió la mujer. Cuando en la resurrección resuciten, ¿de quién será la mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer (Mc 12,20-23)[15].

4. .La respuesta de Cristo es una de las respuestas-clave del Evangelio, en la que se revela -precisamente a partir de los razonamientos puramente humanos y en contraste con ellos- otra dimensión de la cuestión, es decir, la que corresponde a la sabiduría y a la potencia de Dios mismo. Análogamente, por ejemplo, se había presentado el caso de la moneda del tributo con la imagen de César, y de la relación correcta entre lo que en el ámbito de la potestad es divino y lo que es humano (de César) (cf. Mt 22,15-22). Esta vez Jesús responde así: ¿No está bien claro que erráis y que desconocéis las Escrituras y el poder de Dios? Cuando en la resurrección resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán como ángeles en los cielos (Mc 12, 24-25).

5.  Por lo que toca a la resurrección de los muertos, dice Jesús: ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo habló Dios diciendo: Yo soy el Dios de Abraham y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos (Mc 12,26-27). Como se ve, Cristo cita al mismo Moisés al cual han hecho referencia los saduceos, y termina afirmando: muy errados andáis (Mc 12,27).

6. Ela la versión de Lucas (20,27-36), la respuesta de Jesús carece de acento polémico, de ese estáis en gran error. Por otra parte, él proclama lo mismo en cuanto que introduce en la respuesta algunos elementos que no se hallan ni en Mateo ni en Marcos.

Díjoles Jesús: los hijos de este siglo toman mujeres y maridos. Pero los juzgados dignos de tener parte en aquel siglo y en la resurrección de los muertos, ni tomarán mujeres ni maridos, porque ya no pueden morir y son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección (Lc 20,34-36).

Por lo que respecta a la posibilidad misma de la resurrección, Lucas -como los otros dos sinópticos- hace referencia a Moisés, o sea, al pasaje del libro del Éxodo 3,2-6, en el que efectivamente, se narra que el gran legislador de la Antigua Alianza había oído desde la zarza que ardía y no se consumía, las siguientes palabras: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob (Ex 3,6). En el mismo lugar, cuando Moisés preguntó el nombre de Dios, había escuchado la respuesta: Yo soy el que soy (Ex 3,14).

Así, pues, al hablar de la futura resurrección de los cuerpos, Cristo hace referencia al poder mismo de Dios viviente. Consideraremos de modo más detallado este tema.


¿Qué importancia tiene para el cristiano saber que resucitará con su cuerpo glorificado?


65. La resurrección de los cuerpos según las palabras de Jesús a los saduceos
Miércoles 18 de noviembre de 1981



El Señor de la vida y de la muerte
1. La versión de Mateo (22, 24-30), aunque no haga referencia a la zarza, concuerda casi totalmente con la de Marcos (12, 18-25). Las dos versiones contienen dos elementos esenciales:
1)    la enunciación sobre la resurrección futura de los cuerpos :”Ahora bien, cuando venga la resurrección de los muertos,¿cuál de los siete se quedará con esta mujer, si todos la tuvieron?” (Mt 22,28).
2)     la enunciación sobre el estado de los cuerpos de los hombres resucitados[16]:
[1]Aunque el Nuevo Testamento no conoce la expresión "la resurrección de los cuerpos" (que aparecerá por vez primera en San Clemente: 2 Clem 9, 1 y en Justino: Dial 80, 5) y utilice la expresión "resurrección de los muertos", entendiendo con ella al hombre en su integridad, sin embargo, es posible hallar en muchos textos del Nuevo Testamento la fe en la inmortalidad del alma y su existencia incluso fuera del cuerpo. (cf. por ejemplo: Lc 23, 43; Flp 1, 23-24; 2 Cor 5, 6-8).

2. Sin duda, los saduceos tratan la cuestión de la resurrección como un tipo de teoría o de hipótesis, susceptible de superación[17].
Como es sabido, en el judaísmo de aquel período no se formuló claramente una doctrina acerca de la resurrección; existían sólo las diversas teorías lanzadas por cada una de las escuelas.
Los fariseos, que cultivaban la especulación teológica, desarrollaron fuertemente la doctrina sobre la resurrección, viendo alusiones a ella en todos los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, entendían la futura resurrección de modo terrestre y primitivo, preanunciando por ejemplo un enorme aumento de la recolección y de la fertilidad en la vida después de la resurrección.
Los saduceos, en cambio, polemizaban contra esta concepción, partiendo de la premisa que el Pentateuco no habla de la escatología. Es necesario también tener presente que en el siglo I el canon de los libros del Antiguo Testamento no estaba aún establecido.

Jesús les demuestra primero un error de método: no conocen las Escrituras;
 y luego, un error de fondo: no aceptan lo que está revelado en las Escrituras; no conocen el poder de Dios, no creen en Aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente.

3. A los saduceos les responde Jesús que el solo conocimiento literal de la Escritura no basta. Efectivamente, la Escritura es, sobre todo, un medio para conocer el poder de Dios vivo, que se revela en ella a sí mismo, igual que se reveló a Moisés en la zarza.
En esta revelación El se ha llamado a sí mismo "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y de Jacob"[18], de aquellos, pues, que habían sido los padres de Moisés en la fe que brota de la revelación del Dios viviente. Todos ellos han muerto ya hace mucho tiempo; sin embargo, Cristo completa la referencia a ellos con la afirmación de que Dios "no es Dios de muertos, sino de vivos".
Las palabras dirigidas a Moisés desde la zarza ardiente, sólo pueden ser comprendidas si se admite la realidad de una vida, a la que la muerte no pone fin. Los padres de Moisés en la fe, Abraham, Isaac y Jacob, para Dios son personas vivientes (cf. Lc 20, 38: )"porque para El todos viven", aunque, según los criterios humanos, haya que contarlos entre los muertos.

4. Interpretar correctamente la Escritura, y en particular estas palabras de Dios, quiere decir conocer y acoger con la fe el poder del Dador de la vida, el cual no está atado por la ley de la muerte, dominadora en la historia terrena del hombre.

5. El significado pleno del testimonio que Dios vivo da de aquellos que viven "para El", se puede entender del modo  siguiente: Aquel que es; Aquel que vive y que es la Vida, constituye la fuente inagotable de la existencia y de la vida, tal como se reveló al "principio", en el Génesis (cf. Gén 1-3). Aunque, a causa del pecado, la muerte corporal se haya convertido en la suerte del hombre (cf. Gén 3, 19)[19], y aunque le haya sido prohibido el acceso al árbol de la vida (gran símbolo del libro del Génesis) (cf. Gén 3, 22). Sin embargo, el Dios viviente, estrechando su alianza con los hombres (Abraham, Patriarcas, Moisés, Israel), renueva continuamente, en esta Alianza, la realidad misma de la Vida, desvela de nuevo su perspectiva y, en cierto sentido, abre nuevamente el acceso al árbol de la vida. Juntamente con la Alianza, esta vida, cuya fuente es Dios mismo, se da en participación a los mismos hombres que, a consecuencia de la ruptura de la primera Alianza, habían perdido el acceso al árbol de la vida, y en las dimensiones de su historia terrena habían sido sometidos a la muerte.

6. Cristo es la última palabra de Dios sobre este tema; efectivamente, la Alianza, que con El y por El se establece entre Dios y la humanidad, abre una perspectiva infinita de Vida: y el acceso al árbol de la vida, según el plan originario del Dios de la Alianza, se revela a cada uno de los hombres en su plenitud definitiva. Sin embargo, Jesús se refiere al Antiguo Testamento, y, basándose en él, les demuestra que "no conocen el poder de Dios"[20].

¿Tenemos alguna experiencia del poder del Dios vivo en nuestra vida y en vistas a nuestro futuro?

66. La resurrección de los cuerpos según las palabras de Jesús referidas por los Evangelios sinópticos

Miércoles 2 de diciembre de 1981


1. "Porque cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio" (Mc 12, 25). Los tres Evangelios sinópticos refieren el mismo enunciado, sólo que la versión de Lucas se diferencia en algunos detalles de la de Mateo y Marcos. Para los tres es esencial la constatación de que, en la futura resurrección los hombres, después de haber vuelto a adquirir sus cuerpos en la plenitud de la perfección propia de la imagen y semejanza de Dios, después de haberlos vuelto a adquirir en su masculinidad y feminidad, "ni se casarán ni serán dados en matrimonio".

Lucas en el capítulo 20, 34-35 expresa la misma idea con las palabras siguientes: "Los hijos de este siglo toman mujeres y maridos. Pero los juzgados dignos de tener parte en aquel siglo y en la resurrección de los muertos, ni tomaran mujeres ni maridos".

2. Como se deduce de estas palabras, el matrimonio, esa unión en la que, según dice el libro del Génesis, "el hombre... se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne" (2, 24). Esta unión propia del hombre desde el "principio" pertenece exclusivamente a "este siglo". El matrimonio y la procreación, en cambio, no constituyen el futuro escatológico del hombre. En la resurrección pierden, por decirlo así, su razón de ser. Ese "otro siglo" del que habla Lucas (20, 35), significa la realización definitiva del género humano, la clausura cuantitativa del círculo de seres que fueron creados a imagen y semejanza de Dios, a fin de que multiplicándose a través de la conyugal "unidad en el cuerpo" de hombres y mujeres, sometiesen la tierra. Ese "otro siglo" no es el mundo de la tierra, sino el mundo de Dios, el cual, como sabemos por la primera carta de Pablo a los Corintios, lo llenará totalmente, viniendo a ser "todo en todos" (1Cor 15, 28).

Serán como ángeles en los cielos
3. Al mismo tiempo, ese "otro siglo", que, según la Revelación, es "el Reino de Dios", es también la definitiva y eterna "patria" del hombre (cf. Flp 3, 20), es la "casa del Padre" (Jn 14, 2). Ese "otro siglo", como nueva patria del hombre, emerge definitivamente del mundo actual, que es temporal y sometido a la muerte, o sea, a la destrucción del cuerpo (cf. Gén 3, 19: "al polvo volverás"), a través de la resurrección. La resurrección significa no sólo la recuperación de la corporeidad y el restablecimiento de la vida humana en su integridad mediante la unión del cuerpo con el alma, sino también un estado totalmente nuevo de la misma vida humana. Hallamos la confirmación de este nuevo estado del cuerpo ( Rom 6,5-11 en la resurrección. 



4. Las palabras: "ni se casarán ni serán dadas en matrimonio" parecen afirmar, a la vez, que los cuerpos humanos, recuperados y al mismo tiempo renovados en la resurrección, mantendrán su peculiaridad masculina o femenina y que el sentido de ser varón o mujer en el cuerpo en el "otro siglo" se constituirá y entenderá de modo diverso del que fue desde "el principio". Las palabras del Génesis: "dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne" (2, 24), han constituido desde el principio esa condición y relación de masculinidad y feminidad que se extiende también al cuerpo, y a la que justamente es necesario definir "conyugal" y al mismo tiempo "procreadora" y "generadora"; efectivamente, está unida con la bendición de la fecundidad, pronunciada por Dios (Elohim) en la creación del hombre "varón y mujer" (Gén 1, 27). Las palabras pronunciadas por Cristo sobre la resurrección nos permiten deducir que la dimensión de masculinidad y feminidad, esto es, el ser en el cuerpo varón y mujer, quedará nuevamente constituida juntamente con la resurrección del cuerpo en el "otro siglo".   

5. En los sinópticos (especialmente en la versión de Lc 20, 27-40)  leemos que "los juzgados dignos de tener parte en aquel siglo y en la resurrección de los muertos... ya no pueden morir y son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección" (Mateo y Marcos dicen sólo que "serán como ángeles en los cielos"). Este enunciado permite sobre todo deducir una espiritualización del hombre según una dimensión diversa de la de la vida terrena (e incluso diversa de la del mismo "principio"). Resurrección significa restitución a la verdadera vida de la corporeidad humana, que fue sometida a la muerte en su fase temporal.
En la expresión de Lucas (20, 36) citada hace un momento (y en la de Mateo 22, 30 y Marcos 12, 25) se trata ciertamente de la naturaleza humana, es decir, sicosomática. Es necesario suponer que en la resurrección la semejanza con los seres espirituales se hará mayor; no a través de una desencarnación del hombre, sino mediante otro modo (incluso se podría decir: otro grado) de espiritualización de su naturaleza somática, esto es, mediante otro "sistema de fuerzas" dentro del hombre. La resurrección significa una nueva sumisión del cuerpo al espíritu.

6. La reflexión sobre la resurrección hizo que Santo Tomás de Aquino omitió la concepción filosófica de Platón sobre la relación entre el alma y el cuerpo y se acercó a la concepción de Aristóteles[21]. En efecto, la resurrección da testimonio, al menos indirectamente, de que el cuerpo, en el conjunto del compuesto humano, no está sólo temporalmente unido con el alma (como su "prisión" terrena, cual juzgaba Platón)[22], sino que, juntamente con el alma constituye la unidad e integridad del ser humano.

Si Santo Tomás aceptó en su antropología la concepción de Aristóteles, lo hizo teniendo a la vista la verdad de la resurrección. La perfección escatológica y la felicidad del hombre no pueden ser entendidas como un estado del alma sola, separada (según Platón: liberada) del cuerpo, sino que es preciso entenderla como el estado del hombre definitiva y perfectamente "integrado", a través de una unión tal del alma con el cuerpo, que califica y asegura definitivamente esta integridad perfecta.

Aquí interrumpimos nuestra reflexión sobre las palabras pronunciadas por Cristo acerca de la resurrección. La gran riqueza de los contenidos encerrados en estas palabras nos llevará a volver sobre ellas en las ulteriores consideraciones.

¿La afirmación de que en la resurrección seremos como ángeles del cielo cómo afecta nuestra  vida presente y la vida del matrimonio?



67. Espiritualización y divinización del hombre en la futura resurrección de los cuerpos
Miércoles 9 de diciembre de 1981
1.  “En la resurrección... ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles en el cielo”  (Mt 22, 30; análogamente Mc 12, 25).  “Son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (Lc 20, 36).
Tratemos de comprender estas palabras de Cristo referentes a la resurrección futura, para sacar de ellas una conclusión sobre la espiritualización del hombre diferente de la de la vida terrena. Se podría hablar aquí incluso de un sistema perfecto de fuerzas en las relaciones recíprocas entre lo que en el hombre es espiritual y lo que es corpóreo. El hombre  histórico , como consecuencia del pecado original, experimenta una imperfección múltiple de este sistema de fuerzas, que se manifiesta en las bien conocidas palabras de San Pablo: “ Siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente “ (Rom 7, 23).
El hombre  escatológico  estará libre de esa  oposición . En la resurrección, el cuerpo volverá a la perfecta unidad y armonía con el espíritu: el hombre no experimentará más la oposición entre lo que en él es espiritual y lo que es corpóreo. La  espiritualización  significa no sólo que el espíritu dominará al cuerpo, sino, diría, que impregnará plenamente al cuerpo, y que las fuerzas del espíritu impregnarán las energías del cuerpo.
Serán como ángeles en el cielo
2. En la vida terrena, el dominio del espíritu sobre el cuerpo y la simultánea subordinación del cuerpo al espíritu, como fruto de un trabajo perseverante sobre sí mismo, puede expresar una personalidad espiritualmente madura; sin embargo, el hecho de que las energías del espíritu logren dominar las fuerzas del cuerpo, no quita la posibilidad misma de su recíproca oposición. La  espiritualización , a la que aluden los evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35) en los textos aquí analizados, está ya fuera de esta posibilidad. Se trata, pues, de una espiritualización perfecta, en la que queda completamente eliminada la posibilidad de que  otra ley luche contra la ley de la... mente  (cf. Rom 7, 23). Este estado que como es claro se diferencia esencialmente (y no sólo en grado) de lo que experimentamos en la vida terrena, no significa, sin embargo,  desencarnación  alguna del cuerpo ni, consiguientemente, una  deshumanización  del hombre. Más aún, significa, por el contrario, su  realización  perfecta. Efectivamente, en el ser compuesto, psicosomático, que es el hombre, la perfección no puede consistir en una oposición recíproca del espíritu y del cuerpo, sino en una profunda armonía entre ellos, salvaguardando el primado del espíritu. En el  otro mundo , este primado se realizará y manifestará en una espontaneidad perfecta, carente de oposición alguna por parte del cuerpo. Sin embargo, esto no hay que entenderlo como una  victoria  definitiva del espíritu sobre el cuerpo. La resurrección consistirá en la perfecta participación por parte de todo lo corpóreo del hombre en lo que en él es espiritual. Al mismo tiempo consistirá en la realización perfecta de lo que en el hombre es personal.
3. Las palabras de los sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el  otro mundo  será no sólo un estado de perfecta espiritualización, sino también de fundamental  divinización  de su humanidad. Los  hijos de la resurrección  como leemos en Lucas 20, 36 no sólo  son semejantes a los ángeles , sino que también  son hijos de Dios . De aquí se puede sacar la conclusión de que el grado de espiritualización, propia del hombre  escatológico, tendrá su fuente en el grado de su  divinización, incomparablemente superior a la que se puede conseguir en la vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de un grado diverso, sino en cierto sentido de otro género de  divinización. La participación en la naturaleza divina, la participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e impregnación de lo que es esencialmente humano por parte de lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal, que antes le era absolutamente inaccesible. Esta nueva espiritualización será, pues, fruto de la gracia, esto es, de la comunicación de Dios en su misma divinidad, no sólo al alma, sino a toda la subjetividad psicosomática del hombre. Hablamos aquí de la  subjetividad  (y no sólo de la  naturaleza ) porque esa divinización se entiende no sólo como un  estado interior  del hombre (esto es, del sujeto), capaz de ver a Dios  cara a cara , sino también como una nueva formación de toda la subjetividad personal del hombre a medida de la unión con Dios en su misterio trinitario y de la intimidad con El en la perfecta comunión de las personas. Esta intimidad con toda su intensidad subjetiva no absorberá la subjetividad personal del hombre, sino, al contrario, la hará resaltar en medida incomparablemente mayor y más plena.


4. La  divinización  en el  otro mundo , indicada por las palabras de Cristo aportará al espíritu humano una tal  gama de experiencias  de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena. Cuando Cristo habla de la resurrección, demuestra al mismo tiempo que en esta experiencia escatológica de la verdad y del amor, unida a la visión de Dios  cara a cara, participará también, a su modo, el cuerpo humano. Cuando Cristo dice que los que participen en la resurrección futura  ni se casarán ni serán dadas en matrimonio  (Mc 12, 25), sus palabras como ya hemos observado antes afirman no sólo el final de la historia terrena, vinculada al matrimonio y a la procreación, sino también parecen descubrir el nuevo significado del cuerpo. En este caso, ¿es quizá posible pensar a nivel de escatología bíblica en el descubrimiento del significado  esponsalicio  del cuerpo, sobre todo como significado  virginal  de ser, en cuanto al cuerpo, varón y mujer? Para responder a esta pregunta que surge de las palabras referidas por los sinópticos, conviene penetrar más a fondo en la esencia misma de lo que será la visión beatífica del Ser Divino, visión de Dios  cara a cara  en la vida futura. Es preciso también dejarse guiar por esa  gama de experiencias  de la verdad y del amor, que sobrepasa los límites de las posibilidades cognoscitivas y espirituales del hombre en la temporalidad, y de la que será partícipe en el  otro mundo .
5. Esta  experiencia escatológica  del Dios viviente concentrará en sí no sólo todas las energías espirituales del hombre, sino que al mismo tiempo, le descubrirá, de modo vivo y experimental, la  comunicación  de Dios a toda la creación y, en particular, al hombre; lo cual es el  don  más personal de Dios en su misma divinidad, al hombre; a ese ser, que desde el principio lleva en sí la imagen y semejanza de El.  Así, pues, en el  otro mundo  el objeto de la  visión  será ese misterio escondido desde la eternidad en el Padre, misterio que en el tiempo ha sido revelado en Cristo, para realizarse incesantemente por obra del Espíritu Santo; ese misterio se convertirá, si nos podemos expresar así, en el contenido de la experiencia escatológica y en la  forma  de toda la existencia humana en las dimensiones del  otro mundo. La vida eterna hay que entenderla en sentido escatológico, esto es, como plena y perfecta experiencia de esa gracia (= charis) de Dios, de la que el hombre se hace partícipe mediante la fe, durante la vida terrena, y que, en cambio, no sólo deberá revelarse a los que participarán del  otro mundo  en toda su penetrante profundidad, sino ser también experimentada en su realidad beatificante.
Suspendemos aquí nuestra reflexión centrada en las palabras de Cristo, relativas a la futura resurrección de los cuerpos. En esta  espiritualización  y  divinización , de las que el hombre participará en la resurrección, descubrimos en una dimensión escatológica las mismas características que calificaban el significado  esponsalicio  del cuerpo; las descubrimos en el encuentro con el misterio del Dios viviente, que se revela mediante la visión de Él  cara a cara .

68. La comunión escatológica del hombre con Dios
Miércoles 16 de diciembre de 1981
1. “En la resurrección... ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles en el cielo”  (Mt 22, 30; análogamente Mc 12, 25);  “... son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección”  (Lc 20, 36).
La comunión (communio) escatológica del hombre con Dios, constituida gracias al amor de una perfecta unión, estará alimentada por la visión  cara a cara : la contemplación de esa comunión más perfecta, puramente divina, que es la comunión trinitaria de las Personas divinas en la unidad de la misma divinidad.
2. Las palabras de Cristo, referidas por los evangelios sinópticos, nos permiten deducir que los que participen del  otro mundo  conservarán en esta unión con el Dios vivo, que brota de la visión beatífica de su unidad y comunión trinitaria no sólo su auténtica subjetividad, sino que la adquirirán en medida mucho más perfecta que en la vida terrena. Así quedará confirmada, además, la ley del orden integral de la persona, según el cual la perfección de la comunión no sólo está condicionada por la perfección o madurez espiritual del sujeto, sino también, a su vez, la determina. Los que participarán en el  mundo futuro, esto es, en la perfecta comunión con el Dios vivo, gozarán de una subjetividad perfectamente madura. Si en esta perfecta subjetividad, aún conservando en su cuerpo resucitado, es decir, glorioso, la masculinidad y la feminidad,  “no tomarán mujer ni marido” , esto se explica no sólo porque ha terminado la historia, sino también y sobre todo por la  autenticidad escatológica  de la respuesta a esa  comunicación  del Sujeto Divino, que constituirá la experiencia beatificante del don de sí mismo por parte de Dios, absolutamente superior a toda experiencia propia de la vida terrena.


Serán como ángeles en el cielo 
3. El recíproco don de sí mismo a Dios don en el que el hombre concentrará y expresará todas las energías de la propia subjetividad personal y, a la vez, sicosomática será la respuesta al don de sí mismo por parte de Dios al hombre[23]. En este recíproco don de sí mismo por parte del hombre, don que se convertirá, hasta el fondo y definitivamente, en beatificante, como respuesta digna de un sujeto personal al don de sí por parte de Dios, la  virginidad , o mejor, el estado virginal del cuerpo se manifestará plenamente como cumplimiento escatológico del significado  esponsalicio  del cuerpo, como el signo específico y la expresión auténtica de toda la subjetividad personal. Así, pues, esa situación escatológica en la que  no tomarán mujer ni marido , tiene su fundamento sólido en el estado futuro del sujeto personal, cuando después de la visión de Dios  cara a cara , nacerá en él un amor de tal profundidad y fuerza de concentración en Dios mismo, que absorberá completamente toda su subjetividad sicosomática.
4. Esta concentración del conocimiento ( visión ) y del amor en Dios mismo concentración que no puede ser sino la plena participación en la vida íntima de Dios, esto es, en la misma realidad Trinitaria será, al mismo tiempo, el descubrimiento, en Dios, de todo el  mundo  de las relaciones constitutivas de su orden perenne (cosmos). Esta concentración será, sobre todo, del descubrimiento de sí por parte del hombre, no sólo en la profundidad de la propia persona, sino también en la unión que es propia del mundo de las personas en su constitución sicosomática. Ciertamente, ésta es una unión de comunión. La concentración del conocimiento y del amor sobre Dios mismo en la comunión trinitaria de las personas puede encontrar una respuesta beatificante en los que llevarán a ser partícipes del  otro mundo  únicamente a través de la realización de la comunión recíproca proporcionada a personas creadas. Y por esto profesamos la fe en la  comunión de los Santos  (communio sanctorum), y la profesamos en conexión orgánica con la fe en la  resurrección de los muertos . Las palabras con las que Cristo afirma que en el  otro mundo...” no tomarán mujer ni marido” , constituyen la base de estos contenidos de nuestra fe y al mismo tiempo requieren una adecuada interpretación precisamente a la luz de la fe. Debemos pensar en la realidad del  otro mundo  con las categorías del descubrimiento de una nueva, perfecta subjetividad de cada uno y, a la vez, del descubrimiento de una nueva, perfecta intersubjetividad de todos. Así, esta realidad significa el verdadero y definitivo cumplimiento de la subjetividad humana y sobre esta base la definitiva realización del significado  esponsalicio  del cuerpo. La total concentración de la subjetividad creada, redimida y glorificada en Dios mismo no apartará al hombre de esta realización, sino que, por el contrario, lo introducirá y lo consolidará en ella. Finalmente, se puede decir que así la realidad escatológica se convertirá en fuente de la perfecta realización del  orden trinitario  en el mundo creado de las personas.
5. Las palabras con las que Cristo se remite a la resurrección futura palabras confirmadas de modo singular por su resurrección completan lo que en las reflexiones precedentes solíamos llamar  revelación del cuerpo. Esta revelación penetra de algún modo en el corazón mismo de la realidad que experimentamos, y esta realidad es, sobre todo, el hombre, su cuerpo, el cuerpo del hombre  histórico . A la vez, esta revelación nos permite sobrepasar la esfera de esta experiencia en dos direcciones. Ante todo, en la dirección de ese  principio, al que Cristo hace referencia en su conversación con los fariseos respecto a la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 3-9); en segundo lugar, en la dirección del  otro mundo , sobre el que el Maestro llama la atención de sus oyentes en presencia de los saduceos, que  niegan la resurrección  (Mt 22, 23). Estas dos  aplicaciones de la esfera  de la experiencia del cuerpo (si así se puede decir) no son completamente accesibles a nuestra comprensión (obviamente teológica) del cuerpo. Lo que es el cuerpo humano en el ámbito de la experiencia histórica del hombre, no queda totalmente anulado por esas dos dimensiones de su existencia, reveladas mediante la palabra de Cristo.
6. Es claro que aquí se trata no tanto del  cuerpo  en abstracto, sino del hombre que es a la vez espiritual y corpóreo. Prosiguiendo en las dos direcciones indicadas por la palabra de Cristo, y volviendo a la consideración de la experiencia del cuerpo en la dimensión de nuestra existencia terrena (por lo tanto, en la dimensión histórica), podemos hacer una cierta reconstrucción teológica de lo que habría podido ser la experiencia del cuerpo según el  principio  revelado del hombre, y también de lo que él será en la dimensión del  otro mundo. La posibilidad de esta reconstrucción, que amplía nuestra experiencia del hombre-cuerpo, indica, al menos indirectamente, la coherencia de la imagen teológica del hombre en estas tres dimensiones, que concurren juntamente a la constitución de la teología del cuerpo.


69. Los hijos de la resurrección
Miércoles 13 de enero de 1982
1.  “Cuando resuciten..., ni se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán como ángeles en los cielos”  (Mc 12, 25, análogamente Mt 22, 30).  “ ...Son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección”  (Lc 20, 36).
Las palabras con las que Cristo se refiere a la futura resurrección palabras confirmadas de modo singular con su propia resurrección, completan lo que en las presentes reflexiones hemos venido llamando  revelación del cuerpo . Esta revelación penetra, por así decirlo, en el corazón mismo de la realidad que experimentamos, y esta realidad es, sobre todo, el hombre, su cuerpo: el cuerpo del hombre  histórico . A la vez, dicha revelación nos permite superar la esfera de esta experiencia en dos direcciones. Primero, en la dirección del  principio  al que Cristo se refiere en su conversación con los fariseos respecto a la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 3-8): luego, en la dirección del  mundo futuro , al que el Maestro orienta los espíritus de sus oyentes en presencia de los saduceos, que  niegan la resurrección  (Mt 22, 23).
2. El hombre no puede alcanzar, con los solos métodos empíricos y racionales, ni la verdad sobre ese  principio  del que habla Cristo, ni la verdad escatológica. Sin embargo, ¿acaso no se puede afirmar que el hombre lleva, en cierto sentido, estas dos dimensiones en lo profundo de la experiencia del propio ser, o mejor que de algún modo está encaminado hacia ellas como hacia dimensiones que justifican plenamente el significado mismo de su ser cuerpo, esto es, de su ser hombre  carnal ? Por lo que se refiere a la dimensión escatológica, ¿acaso no es verdad que la muerte misma y la destrucción del cuerpo pueden conferir al hombre un significado elocuente sobre la experiencia en la que se realiza el sentido personal de la existencia? Cuando Cristo habla de la resurrección futura, sus palabras no caen en el vacío. La experiencia de la humanidad, y especialmente la experiencia del cuerpo, permiten al oyente unir a esas palabras la imagen de su nueva existencia en el  mundo futuro , a la que la experiencia terrena suministra el substrato y la base. Es posible una reconstrucción teológica correlativa.


3. Para la construcción de esta imagen que, en cuanto al contenido, corresponde al artículo de nuestra profesión de fe:  creo en la resurrección de los muertos  contribuye en gran manera la conciencia de que hay una conexión entre la experiencia terrena y toda la dimensión del  principio  bíblico del hombre en el mundo. Si en el principio Dios  los creó varón y mujer  (Gén 1, 27), si en esta dualidad relativa al cuerpo previó también una unidad tal, por la que  serán una sola carne  (Gén 2, 24), si vinculó esta unidad a la bendición de la fecundidad, o sea, de la procreación (cf. Gén 1, 29), y si ahora, al hablar ante los saduceos de la futura resurrección, Cristo explica que en el  otro mundo “no tomarán mujer ni marido”, entonces está claro que se trata aquí de un desarrollo de la verdad sobre el hombre mismo. Cristo señala su identidad, aunque esta identidad se realice en la experiencia escatológica de modo diverso respecto a la experiencia del  principio  mismo y de toda la historia. Y, sin embargo, el hombre será siempre el mismo, tal como salió de las manos de su Creador y Padre. Cristo dice: “ No tomarán mujer ni marido”, pero no afirma que este hombre del  mundo futuro  no será ya varón ni mujer, como lo fue  desde el principio . Es evidente, pues, que el significado de ser, en cuanto al cuerpo, varón o mujer en el  mundo futuro, hay que buscarlo fuera del matrimonio y de la procreación, pero no hay razón alguna para buscarlo fuera de lo que (independientemente de la bendición de la procreación) se deriva del misterio mismo de la creación y que luego forma también la más profunda estructura de la historia del hombre en la tierra, ya que esta historia ha quedado profundamente penetrada por el misterio de la redención.
4. En su situación originaria, el hombre, pues, está solo y, a la vez, se convierte en varón y mujer: unidad de los dos. En su soledad  se revela  a sí como persona para revelar simultáneamente, en la unidad de los dos, la comunión de las personas. En uno o en otro estado, el ser humano se constituye como imagen y semejanza de Dios. Desde el principio el hombre es también cuerpo entre los cuerpos, y en la unidad de los dos se convierte en varón y mujer, descubriendo el significado  esponsalicio  de su cuerpo a medida de sujeto personal. Luego el sentido de ser cuerpo y, en particular, de ser en el cuerpo varón y mujer, se vincula con el matrimonio y la procreación (es decir, con la paternidad y la maternidad). Sin embargo, el significado originario y fundamental de ser cuerpo, como también de ser, en cuanto cuerpo, varón y mujer es decir, precisamente el significado  esponsalicio  está unido con el hecho de que el hombre es creado como persona y llamado a la vida  in communione personarum . El matrimonio y la procreación en sí misma no determinan definitivamente el significado originario y fundamental del ser cuerpo ni del ser, en cuanto cuerpo, varón y mujer. El matrimonio y la procreación solamente dan realidad concreta a ese significado en las dimensiones de la historia. La resurrección indica el final de la dimensión histórica. Y he aquí que las palabras  cuando resuciten de entre los muertos... “ni se casarán ni serán dadas en matrimonio” (Mc 12, 25) expresan unívocamente no sólo qué significado no tendrá el cuerpo humano en el  mundo futuro, sino que nos permiten también deducir que ese significado  esponsalicio  del cuerpo en la resurrección en la vida futura corresponderá de modo perfecto tanto al hecho de que el hombre, como varón-mujer, es persona creada a “imagen y semejanza de Dios”, como al hecho de que esta imagen se realiza en la comunión de las personas. El significado  esponsalicio  de ser cuerpo se realizará, pues, como significado perfectamente personal y comunitario a la vez.


5. Al hablar del cuerpo glorificado por medio de la resurrección en la vida futura, pensamos en el hombre, varón-mujer, en toda la verdad de su humanidad: el hombre que, juntamente con la experiencia escatológica del Dios vivo (en la visión cara a cara), experimentará precisamente este significado del propio cuerpo. Se tratará de una experiencia totalmente nueva y, a la vez, no será extraña, en modo alguno, a aquello en lo que el hombre ha tenido parte  desde el principio , y ni siquiera a aquello que, en la dimensión histórica de su existencia, ha constituido en él la fuente de la tensión entre el espíritu y el cuerpo, y que se refiere más que nada precisamente al significado procreador del cuerpo y del sexo. El hombre del  mundo futuro  volverá a encontrar en esta nueva experiencia del propio cuerpo precisamente la realización de lo que llevaba en sí perenne e históricamente, en cierto sentido, como heredad y, aún más, como tarea y objetivo, como contenido del ethos.
6. La glorificación del cuerpo, como fruto escatológico de su espiritualización divinizante, revelará el valor definitivo de lo que desde el principio debía ser un signo distintivo de la persona creada en el mundo visible, como también un medio de la comunicación recíproca entre las personas y una expresión auténtica de la verdad y del amor, por los que se construye la communio personarum. Ese perenne significado del cuerpo humano, al que la existencia de todo hombre, marcado por la heredad de la concupiscencia, ha acarreado necesariamente una serie de limitaciones, luchas y sufrimientos, se descubrirá entonces de nuevo, y se descubrirá en tal sencillez y esplendor, a la vez, que cada uno de los participantes del  otro mundo  volverá a encontrar en su cuerpo glorificado la fuente de la libertad del don. La perfecta  libertad de los hijos de Dios  (cf. Rom 8, 14) alimentará con ese don también cada una de las comuniones que constituirán la gran comunidad de la comunión de los santos.
7. Resulta demasiado evidente que a base de las experiencias y conocimientos del hombre en la temporalidad, esto es, en  este mundo  es difícil construir una imagen plenamente adecuada del  mundo futuro. Sin embargo, al mismo tiempo, no hay duda de que, con la ayuda de las palabras de Cristo, es posible y asequible, al menos, una cierta aproximación a esta imagen. Nos servimos de esta aproximación teológica, profesando nuestra fe en la  resurrección de los muertos  y en la  vida eterna, como también la fe en la  comunión de los santos , que pertenece a la realidad del  mundo futuro .
8. Al concluir esta parte de nuestras reflexiones, conviene constatar una vez más que las palabras de Cristo referidas por los Evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35) tienen un significado determinante no sólo por lo que concierne a las palabras del libro del Génesis (a las que Cristo se refiere en otra circunstancia), sino también por lo que respecta a toda la Biblia. Estas palabras nos permiten, en cierto sentido, revisar de nuevo esto es, hasta el fondo todo el significado revelado del cuerpo, el significado de ser hombre, es decir, persona  encarnada, de ser, en cuanto cuerpo, varón-mujer. Estas palabras nos permiten comprender lo que puede significar, en la dimensión escatológica del  otro mundo , esa unidad en la humanidad, que ha sido constituida  en el principio  y que las palabras del Génesis 2, 24 (el  hombre... se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne ), pronunciadas en el acto de la creación del hombre como varón y mujer, parecían orientar, si no completamente, al menos, en todo caso, de manera especial hacia  este mundo . Dado que las palabras del libro del Génesis eran como el umbral de toda la teología del cuerpo umbral sobre el que se basó Cristo en su enseñanza sobre el matrimonio y su indisolubilidad entonces hay que admitir que sus palabras referidas por los sinópticos son como un nuevo umbral de esta verdad integral sobre el hombre, que volvemos a encontrar en la Palabra revelada de Dios. Es indispensable que nos detengamos en este umbral, si queremos que nuestra teología del cuerpo y también nuestra  espiritualidad del cuerpo cristiano puedan servirse de ellas como de una imagen completa.

70. La antropología paulina concerniente a la resurrección
Miércoles 27 de enero de 1982
1. Durante las audiencias precedentes hemos reflexionado sobre las palabras de Cristo acerca del  otro mundo, que emergerá juntamente con la resurrección de los cuerpos.Esas palabras tuvieron una resonancia singularmente intensa en la enseñanza de San Pablo. Entre la respuesta dada a los saduceos, transmitida por los Evangelios sinópticos (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36), y el apostolado de Pablo tuvo lugar ante todo el hecho de la resurrección de Cristo mismo y una serie de encuentros con el Resucitado, entre los cuales hay que contar, como último eslabón, el evento ocurrido en las cercanías de Damasco. Saulo o Pablo de Tarso que, una vez convertido, vino a ser el  Apóstol de los Gentiles, tuvo también la propia experiencia postpascual, análoga a la de los otros Apóstoles. En la base de su fe en la resurrección, que él expresa sobre todo en la primera Carta a los Corintios (capítulo 15), está ciertamente ese encuentro con el Resucitado, que se convirtió en el comienzo y fundamento de su apostolado.
2. Es difícil resumir aquí y comentar adecuadamente la estupenda y amplia argumentación del capítulo 15 de la primera Carta a los Corintios en todos sus pormenores. Resulta significativo que, mientras Cristo con las palabras referidas por los Evangelios sinópticos respondía a los saduceos, que  niegan la resurrección  (Lc 20. 27), Pablo, por su parte, responde, o mejor, polemiza (según su temperamento) con los que le contestan[24]. Cristo, en su respuesta (pre-pascual) no hacía referencia a la propia resurrección, sino que se remitía a la realidad fundamental de la Alianza vetero-testamentaria, a la realidad de Dios vivo, que está en la base del convencimiento sobre la posibilidad de la resurrección: el Dios vivo  no es Dios de muertos, sino de vivos  (Mc 12, 27). Pablo, en su argumentación postpascual sobre la resurrección futura, se remite sobre todo a la realidad y a la verdad de la resurrección de Cristo. Más aún, defiende esta verdad incluso como fundamento de la fe en su integridad:  “...Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana nuestra fe... Pero no; Cristo ha resucitado de entre los muertos” (1Cor 15, 14, 20).
3. Aquí nos encontramos en la misma línea de la Revelación: la resurrección de Cristo es la última y más plena palabra de la autorrevelación del Dios vivo como  Dios no de muertos, sino de vivos  (Mc 12, 27). Es la última y más plena confirmación de la verdad sobre Dios que desde el principio se manifiesta a través de esta Revelación. Además, la resurrección es la respuesta del Dios de la vida a lo inevitable histórico de la muerte, a la que el hombre está sometido desde el momento de la ruptura de la primera Alianza y que, juntamente con el pecado, entró en su historia. Esta respuesta acerca de la victoria lograda sobre la muerte, está ilustrada por la primera Carta a los Corintios (capítulo 15) con una perspicacia singular, presentando la resurrección de Cristo como el comienzo de ese cumplimiento escatológico, en el que por Él y en Él todo retornará al Padre, todo le será sometido, esto es, entregado de nuevo definitivamente, para que  Dios sea todo en todos  (1Cor 15, 28). Y entonces en esta definitiva victoria sobre el pecado, sobre lo que contraponía la criatura al Creador será vencida también la muerte: “El último enemigo reducido a la nada será la muerte”(1 Cor 15, 26).
4. En este contexto se insertan las palabras que pueden ser consideradas síntesis de la antropología paulina concerniente a la resurrección. Y sobre estas palabras convendrá que nos detengamos aquí más largamente. En efecto, leemos en la primera Carta a los Corintios 15, 42-46, acerca de la resurrección de los muertos:  “Se siembra en corrupción y se resucita en corrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder. Se siembra cuerpo animal y se levanta cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, también lo hay espiritual. Que por eso está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante. Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal: después lo espiritual .
5. Entre esta antropología paulina de la resurrección y la que emerge del texto de los Evangelios sinópticos (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36), hay una coherencia esencial, sólo que el texto de la primera Carta a los Corintios está más desarrollado. Pablo profundiza en lo que había anunciado Cristo, penetrando, a la vez, en los varios aspectos de esa verdad que las palabras escritas por los sinópticos expresaban de modo conciso y sustancial. Además, es significativo en el texto paulino que la perspectiva escatológica del hombre, basada sobre la fe  en la resurrección de los muertos, está unida con la referencia al  principio , como también con la profunda conciencia de la situación  histórica  del hombre. El hombre al que Pablo se dirige en la primera Carta a los Corintios y que se opone (como los saduceos) a la posibilidad de la resurrección, tiene también su experiencia ( histórica ) del cuerpo, y de esta experiencia resulta con toda claridad que el cuerpo es  corruptible,  débil,  animal,  innoble.
6. A este hombre, destinatario de su escrito tanto en la comunidad de Corinto, como también, diría, en todos los tiempos, Pablo lo confronta con Cristo resucitado,  el último Adán. Al hacerlo así, le invita, en cierto sentido, a seguir las huellas de la propia experiencia postpascual. A la vez le recuerda  el primer Adán, o sea, le induce a dirigirse al  principio , a esa primera verdad acerca del hombre y el mundo, que está en la base de la revelación del misterio de Dios vivo. Así, pues, Pablo reproduce en su síntesis todo lo que Cristo había anunciado, cuando se remitió, en tres momentos diversos, al  principio  en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 3-8; Mc 10, 2-9); al  corazón  humano, como lugar de lucha con las concupiscencias en el interior del hombre, durante el Sermón de la montaña (cf. Mt 5, 27); y a la resurrección como realidad del  otro mundo, en la conversación con los saduceos (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36).
7. Al estilo de la síntesis de Pablo pertenece, pues, el hecho de que ella hunde sus raíces en el conjunto del misterio revelado de la creación y de la redención, en el que se desarrolla y a cuya luz solamente se explica. La creación del hombre, según el relato bíblico, es una vivificación de la materia mediante el espíritu, gracias al cual  el primer Adán... fue hecho alma viviente  (1Cor 15, 45). El texto paulino repite aquí las palabras del libro del Génesis 2, 7, es decir, del segundo relato de la creación del hombre (llamado: relato yahvista). Por la misma fuente se sabe que esta originaria  animación del cuerpo  sufrió una corrupción a causa del pecado. Aunque en este punto de la primera Carta a los Corintios el autor no hable directamente del pecado original, sin embargo la serie de definiciones que atribuye al cuerpo del hombre histórico, escribiendo que es “corruptible.. débil... animal... innoble...”, indica suficientemente lo que, según la Revelación, es consecuencia del pecado, lo que el mismo Pablo llamará en otra parte  esclavitud de la corrupción  (Rom 8, 21). A esta  esclavitud de la corrupción  está sometida indirectamente toda la creación a causa del pecado del hombre, el cual fue puesto por el Creador en medio del mundo visible para que  dominase  (cf. Gén 1, 28). De este modo el pecado del hombre tiene una dimensión no sólo interior, sino también  cósmica . Y según esta dimensión, el cuerpo al que Pablo (de acuerdo con su experiencia) caracteriza como  “corruptible... débil... animal... innoble” manifiesta en sí el estado de la creación después del pecado. Esta creación, en efecto,  gime y siente dolores de parto  (Rom 8, 22). Sin embargo, como los dolores del parto van unidos al deseo del nacimiento, a la esperanza de un nuevo hombre, así también toda la creación espera  con impaciencia la manifestación de los hijos de Dios... con la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios  (Rom 8, 19-21).
8. A través de este contexto  cósmico  de la afirmación contenida en la Carta a los Romanos en cierto sentido, a través del  cuerpo de todas las criaturas, tratamos de comprender hasta el fondo la interpretación paulina de la resurrección. Si esta imagen del cuerpo del hombre histórico, tan profundamente realista y adecuada a la experiencia universal de los hombres, esconde en sí, según Pablo, no sólo la  servidumbre de la corrupción , sino también la esperanza, semejante a la que acompaña a  los dolores del parto , esto sucede porque el Apóstol capta en esta imagen también la presencia del misterio de la redención. La conciencia de ese misterio brota precisamente de todas las experiencias del hombre que no se pueden definir como  servidumbre de la corrupción ; y brota porque la redención actúa en el alma del hombre mediante los dones del Espíritu: “ ...También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo”(Rom 8, 23). La redención es el camino para la resurrección. La resurrección constituye el cumplimiento definitivo de la redención del cuerpo.
Reanudaremos el análisis del texto paulino de la primera Carta a los Corintios en nuestras reflexiones ulteriores.




71. El hombre celestial según San Pablo
Miércoles 3 de febrero de 1982

1. De las palabras de Cristo sobre la futura resurrección de los muertos, referidas por los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), hemos pasado a la antropología paulina sobre la primera Carta a los Corintios, capítulo 15, versículos 42-49.
En la resurrección el cuerpo humano se manifiesta según las palabras del Apóstol incorruptible, glorioso, lleno de poder, espiritual .
La resurrección, pues, no es sólo una manifestación de la vida que vence a la muerte como un retorno final al árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado en el momento del pecado original, sino que es también una revelación de los últimos destinos del hombre en toda la plenitud de su naturaleza psicosomática y de su subjetividad personal.
 Pablo de Tarso que siguiendo las huellas de los otros Apóstoles experimentó en el encuentro con Cristo resucitado el estado de su cuerpo glorificado, basándose en esta experiencia, anuncia en la Carta a los Romanos  la redención del cuerpo  (Rom 8, 23), y en la Carta a los Corintios (1Cor 15, 42-49) el cumplimiento de esta redención en la futura resurrección.

2. Cuando Pablo escribe: “El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo” (1Cor 15, 47), piensa tanto en Adán-hombre, como también en Cristo en cuanto hombre. Entre estos dos polos entre el primero y el último Adán se desarrolla el proceso que él expresa con las siguientes palabras:  Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevamos también la imagen del celestial  (1Cor 15, 49).

3. Este  hombre celestial  el hombre de la resurrección, cuyo prototipo es Cristo resucitado no es tanto la antítesis y negación del  hombre terreno  (cuyo prototipo es el  primer Adán), cuanto, sobre todo, es el cumplimiento y la confirmación de lo que corresponde a la constitución psicosomática de la humanidad, en el ámbito de los destinos eternos, esto es, en el pensamiento y en los designios de Aquel que, desde el principio, creó al hombre a su imagen y semejanza.
La humanidad, que en toda su constitución psicosomática se manifiesta  innoble , sin embargo, lleva en sí el deseo interior de la gloria, esto es, la tendencia y la capacidad de convertirse en  gloriosa, a imagen de Cristo resucitado.
Finalmente, la misma humanidad, de la que el Apóstol dice conforme a la experiencia de todos los hombres que es  débil  y tiene  cuerpo animal, lleva en sí la aspiración a convertirse en  llena de poder  y  espiritual .

4. No hay duda alguna de que si precisamente en todo el mundo visible (cosmos), ese único cuerpo que es el cuerpo humano, lleva en sí la  potencialidad de la resurrección, esto es, la aspiración y la capacidad de llegar a ser definitivamente  incorruptible, glorioso, lleno de poder, espiritual, esto ocurre porque, permaneciendo desde el principio en la unidad psicosomática del ser personal, puede tomar y reproducir en esta  terrena  imagen y semejanza de Dios también la imagen  celeste  del último Adán, Cristo.
La antropología paulina sobre la resurrección es cósmica y, a la vez, universal: -cada uno de los hombres lleva en sí la imagen de Adán
-y cada uno está llamado también a llevar en sí la imagen de Cristo, la imagen del Resucitado.
Esta imagen es la realidad del "otro mundo", es la realidad escatológica ; pero, al mismo tiempo, esa imagen es ya en cierto sentido una realidad de este mundo, puesto que se ha revelado en él mediante la resurrección de Cristo. Es una realidad injertada en el hombre de  este mundo, realidad que en él está madurando hacia el cumplimiento final.

5. Las palabras de Cristo referidas por los Sinópticos, abren ante nosotros la perspectiva de la perfección escatológica del cuerpo, sometida plenamente a la profundidad divinizadora de la visión de Dios  cara a cara, en la que hallará su fuente inagotable tanto la  virginidad  perenne (unida al significado esponsalicio del cuerpo), como la  intersubjetividad  perenne de todos los hombres, que vendrán a ser (como varones y mujeres) partícipes de la resurrección. 
El esbozo paulino de la perfección escatológica del cuerpo glorificado parece quedar más bien en el ámbito de la misma estructura interior del hombre-persona. Su interpretación de la resurrección futura parecería vincularse al  dualismo  cuerpo-espíritu que constituye la fuente del  sistema de fuerzas  interior en el hombre.

6. Este  sistema de fuerzas  experimentará un cambio radical en la resurrección. Las palabras de Pablo, que lo sugieren de modo explícito, no pueden, sin embargo, entenderse e interpretarse según el espíritu de la antropología dualística[25], como trataremos de demostrar en la continuación de nuestro análisis. Efectivamente, nos convendrá dedicar todavía una reflexión a la antropología de la resurrección a la luz de la primera Carta a los Corintios.

72. La espiritualización del cuerpo según la doctrina de San Pablo
Miércoles 10 de febrero de 1982

1. De las palabras de Cristo sobre la futura resurrección de los cuerpos, referidas por los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), hemos pasado en nuestras reflexiones a lo que sobre ese tema refiere San Pablo en su Carta a los Corintios (cap. 15). Nuestro análisis se centra sobre todo en lo que se podría denominar  antropología sobre la resurrección  según San Pablo. El autor de la Carta contrapone el estado del hombre  de tierra  (esto es, histórico) al estado del hombre resucitado, caracterizando, de modo lapidario y, a la vez, penetrante, el interior  sistema de fuerzas  específico de cada uno de estos estados.
2.Que este sistema interior de fuerzas deba experimentar en la resurrección una transformación radical, parece indicado, ante todo, por la contraposición entre cuerpo  débil  y cuerpo  lleno de poder . Pablo escribe:  Se siembra en corrupción, y resucita en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder  (1Cor 15, 42-43).  Débil  es, pues, el cuerpo que empleando el lenguaje metafísico surge de la tierra temporal de la humanidad. La metáfora paulina corresponde igualmente a la terminología científica, que define el comienzo del hombre en cuanto cuerpo con el mismo término (semen). Si a los ojos del Apóstol, el cuerpo humano que surge de la semilla terrestre resulta  débil, esto significa no sólo que es  corruptible, sometido a la muerte y a todo lo que a ella conduce, sino también que es  cuerpo animal [26]. En cambio, el cuerpo  lleno de poder  que el hombre heredará del último Adán, Cristo, en cuanto participe de la futura resurrección, será un cuerpo  espiritual . Será incorruptible, ya no amenazado por la muerte. Así, pues, la antinomia  débil-lleno de poder  se refiere explícitamente no tanto al cuerpo considerado aparte, cuanto a toda la constitución del hombre considerado en su corporeidad. Sólo en el marco de esta constitución el cuerpo puede convertirse en  espiritual ; y esta espiritualización del cuerpo será la fuente de su fuerza e incorruptibilidad (o inmortalidad).
3. Este tema tiene sus orígenes ya en los primeros capítulos del libro del Génesis. Se puede decir que San Pablo ve la realidad de la futura resurrección como una cierta restitutio in integrum, es decir, como la reintegración y, a la vez, el logro de la plenitud de la humanidad. No se trata sólo de una restitución, porque en este caso la resurrección sería, en cierto sentido, retorno a aquel estado del que participaba el alma antes del pecado, al margen del conocimiento del bien y del mal (cf. Gén 1-2). Pero este retorno no corresponde a la lógica interna de toda la economía salvífica, al significado más profundo del misterio de la redención. Restitutio in integrum, vinculada con la resurrección y con la realidad del  otro mundo, puede ser sólo introducción a una nueva plenitud. Esta será una plenitud que presupone toda la historia del hombre, formada por el drama del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gén 3) y, al mismo tiempo, penetrada por el misterio de la redención.
4. Según las palabras de la primera Carta a los Corintios, el hombre en quien la concupiscencia prevalece sobre la espiritualidad, esto es, el  cuerpo animal  (1Cor 15, 44), está condenado a la muerte; en cambio, debe resucitar un  cuerpo espiritual, el hombre en quien el espíritu obtendrá una justa supremacía sobre el cuerpo, la espiritualidad sobre la sensualidad. Es fácil entender que Pablo piensa aquí en la sensualidad como suma de los factores que constituyen la limitación de la espiritualidad humana, es decir, esa fuerza que  ata  al espíritu (no necesariamente en el sentido platónico) mediante la restricción de su propia facultad de conocer (ver) la verdad y también de la facultad de querer libremente y de amar la verdad. En cambio, no puede tratarse aquí de esa función fundamental de los sentidos, que sirve para liberar la espiritualidad, esto es, de la simple facultad de conocer y querer, propia del compositum sicosomático del sujeto humano. Puesto que se habla de la resurrección del cuerpo, es decir, del hombre en su auténtica corporeidad, consiguientemente el  cuerpo espiritual  debería significar precisamente la perfecta sensibilidad de los sentidos, su perfecta armonización con la actividad del espíritu humano en la verdad y en la libertad. El  cuerpo animal, que es la antítesis terrena del  cuerpo espiritual, indica, en cambio, la sensualidad como fuerza que frecuentemente perjudica al hombre, en el sentido de que él, viviendo  en el conocimiento del bien y del mal  está solicitado y como impulsado hacia el mal.
5. No se puede olvidar que se trata aquí no sólo del dualismo antropológico, sino más aún de una antinomia de fondo. De ella forma parte no sólo el cuerpo (como hyle aristotélica), sino también el alma: o sea, el hombre como  alma viviente  (cf. Gén 2, 7). En cambio, sus constitutivos son: por un lado, todo el hombre, el conjunto de su subjetividad psicosomática, en cuanto permanece bajo el influjo del Espíritu vivificante de Cristo; por otro lado, el mismo hombre, en cuanto resiste y se contrapone a este Espíritu. En el segundo caso, el hombre es  cuerpo animal  (y sus obras son  obras de la carne). En cambio, si permanece bajo el influjo del Espíritu Santo, el hombre es  espiritual  (y produce el  fruto del Espíritu : Gál 5, 22).
6. Por lo tanto, se puede decir que no sólo en 1Cor 15 nos encontramos con la antropología sobre la resurrección, sino que toda la antropología (y la ética) de San Pablo están penetradas por el misterio de la resurrección, mediante el cual hemos recibido definitivamente el Espíritu Santo. El capítulo 15 de la primera Carta a los Corintios constituye la interpretación paulina del  otro mundo  y del estado del hombre en ese mundo, en el que cada uno, juntamente con la resurrección del cuerpo, participará plenamente del don del Espíritu vivificante, esto es, del fruto de la resurrección de Cristo.
7. Concluyendo el análisis de la  antropología sobre la resurrección  según la primera Carta de Pablo a los Corintios, nos conviene una vez más dirigir la mente hacia las palabras de Cristo sobre la resurrección y sobre el  otro mundo, palabras que refieren a los Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas. Recordemos que, al responder a los saduceos, Cristo unió la fe en la resurrección con toda la revelación del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Moisés, que  no es Dios de muertos, sino de vivos  (Mt 22, 32). Y, al mismo tiempo, rechazando la dificultad presentada por los interlocutores, pronunció estas significativas palabras: “Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio”  (Mc 12, 25). Precisamente a esas palabras en su contexto inmediato hemos dedicado nuestras precedentes consideraciones, pasando luego al análisis de la primera Carta de San Pablo a los Corintios (1Cor 15).
Estas reflexiones tienen un significado fundamental para toda la teología del cuerpo: para comprender, tanto el matrimonio, como el celibato  por el reino de los cielos. A este último tema estarán dedicados nuestros ulteriores análisis.


73. Virginidad o celibato
Miércoles 10 de marzo de 198

1. Comenzamos hoy a reflexionar sobre la virginidad o celibato  por el reino de los cielos .
La cuestión de la llamada a una donación exclusiva de sí a Dios en la virginidad y en el celibato, hunde profundamente sus raíces en el terreno evangélico de la teología del cuerpo.
Para poner de relieve las dimensiones que le son propias, es necesario tener presentes las palabras, con las que Cristo hizo referencia al  principio, y también aquellas con las que Él se remitió a la resurrección de los cuerpos.
La constatación:  “Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio”  (Mc 12, 25) indica: que hay una condición de vida, sin matrimonio, en la que el hombre, varón y mujer halla a un tiempo:
- la plenitud de la donación personal
-y la intersubjetiva comunión de las personas
gracias a la glorificación de todo su ser sicosomático en la unión perenne con Dios.
Cuando la llamada a la continencia  por el reino de los cielos  encuentra eco en el alma humana, en las condiciones de la temporalidad, esto es, en las condiciones en que las personas de ordinario  toman mujer y toman marido  (Lc 20, 34), no resulta difícil percibir allí una sensibilidad especial del espíritu humano, que ya en las condiciones de la temporalidad parece anticipar aquello de lo que el hombre será partícipe en la resurrección futura.

2. Cristo no habló  de esta vocación particular, en el contexto inmediato de su conversación con los saduceos (cf. Mt 22, 23-30; Mc 12, 18-25; Lc 20, 27-36), cuando se refirió a la resurrección de los cuerpos. En cambio, había hablado de ella (ya antes) en el contexto de la conversación con los fariseos sobre el matrimonio y sobre las bases de su indisolubilidad, casi como prolongación de ese coloquio (cf. Mt 19, 3-9).
Sus palabras conclusivas se refieren al así llamado libelo de repudio, permitido por Moisés en algunos casos. Dice Cristo: 
“Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así. Y yo os digo que quien repudia a su mujer (salvo caso de adulterio) y se casa con otra, adultera”  (Mt 19, 8-9). Entonces, los discípulosle dijeron así:  “Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse”  (Mt 19, 10). Cristo les da la respuesta siguiente: “ No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismo se han hecho tales por amor al reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 11-12).


3. los discípulos hicieron la observación:  ¿Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse ? En todo caso, Cristo creyó oportuna esa circunstancia para hablarles de la continencia voluntaria por el reino de los cielos.
Al decir esto, no toma posición directamente respecto al enunciado de los discípulos, ni permanece en la línea de su razonamiento[27]. Por tanto, no responde:  conviene casarse  o  no conviene casarse.
La continencia por el reino de los cielos:
- no se contrapone al matrimonio,
- ni se basa sobre un juicio negativo con relación a su importancia.
Por lo demás, Cristo, al hablar precedentemente de la indisolubilidad del matrimonio, se había referido al  principio, esto es, al misterio de la creación, indicando así la primera y fundamental fuente de su valor. En consecuencia, para responder a la pregunta de los discípulos, o mejor, para esclarecer el problema planteado por ellos. Cristo recurre a otro principio: Los que hacen en la vida esta opción  por el reino de los cielos:
-no observan la continencia por el hecho de que  no conviene casarse, (o sea, no por el motivo de un supuesto valor negativo del matrimonio)
-sino en vista del valor particular que está vinculado con esta opción y que hay que descubrir y aceptar personalmente como vocación propia.
Y por esto, Cristo dice: “El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 12). En cambio, inmediatamente antes dice: “No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado”  (Mt 19, 11).

4. Las palabras de Cristo no expresan un mandamiento que obliga a todos, sino un consejo que se refiere sólo a algunas personas[28]: precisamente a las que están en condiciones  de entenderlo.
Y están en condiciones  de entenderlo  aquellos  a quienes ha sido dado.
Se necesitan la oración personal y, a la vez, la gracia particular, esto es, del don que el hombre recibe para hacer tal opción.
Se puede decir que la opción de la continencia por el reino de los cielos es una orientación carismática hacia aquel estado escatológico, en que los hombres  no tomarán mujer ni marido;
Sin embargo, el no casarse  en el cielo  será un  estado, es decir, el modo propio y fundamental de la existencia de los seres humanos, hombres y mujeres, en sus cuerpos glorificados.
La continencia por el reino de los cielos, como fruto de una opción carismática, es una excepción respecto al estado del matrimonio.

5. El consejo y, por lo tanto, la opción carismática de la continencia por el reino de los cielos están unidos, en las palabras de Cristo, con el reconocimiento máximo del orden  histórico  de la existencia humana, relativo al alma y al cuerpo. Es decir, la voación fundamentao del hombre y la mujer al matrimonio.
Basándonos en el contexto inmediato de las palabras sobre la continencia por el reino de los cielos en la vida terrena del hombre, es preciso ver en la vocación a esta continencia un tipo de excepción de lo que es más bien una regla común de esta vida.
Esto es lo que Cristo pone de relieve, sobre todo. Que luego, esta excepción incluya en sí el anticipo de la vida escatológica, en la que no se da matrimonio, y propia del  otro mundo  (esto es, del estadio final del  reino de los cielos ), esto es algo de lo que Cristo no habla aquí directamente. De hecho, se trata, no de la continencia en el reino de los cielos, sino de la continencia  por el reino de los cielos . La idea de la virginidad o del celibato, como anticipo y signo escatológico[29], se deriva de la asociación de las palabras pronunciadas aquí con las que Jesús dijo en otra oportunidad, a saber, en la conversación con los saduceos, cuando proclamó la futura resurrección de los cuerpos.
Volveremos sobre este tema durante las próximas reflexiones.


74. Las palabras de Jesús referentes a la virginidad o celibato
Miércoles 17 de marzo de 1982

1. En el contexto inmediato de las palabras sobre la continencia por el reino de los cielos, Cristo hace un paralelo muy significativo; y esto nos confirma aún mejor en la convicción de que Él quiere arraigar profundamente la vocación a esta continencia en la realidad de la vida terrena, abriéndose así camino en la mentalidad de sus oyentes. Efectivamente, enumera tres clases de eunucos.
Este término se refiere a los defectos físicos que hacen imposible la procreación del matrimonio. ------Defectos congénitos: “eunucos que nacieron así del vientre de su madre”  (Mt 19, 12),
-Defectos adquiridos, causados por intervención humana: “hay eunucos que fueron hechos por los hombres”  (Mt 19, 12).
En ambos casos se trata, pues, de un estado de coacción, por lo tanto, no voluntario.
Aquellos  que a sí mismos se han hecho tales por amor al reino de los cielos  (Mt 19, 12), como de una tercera clase, ciertamente hace esta distinción para poner de relieve aún más su carácter voluntario y sobrenatural,  por el reino de los cielos .

2. Cristo habla a hombres a quienes la tradición de la Antigua Alianza no había transmitido el ideal del celibato o de la virginidad. El matrimonio era tan común, que sólo una impotencia física podía ser una excepción para el mismo. La respuesta dada a los discípulos en Mateo (19, 10-12) es a la vez una revolución, en cierto sentido, de toda la tradición del Antiguo Testamento. Lo confirma un solo ejemplo, tomado del Libro de los Jueces, al que nos referimos aquí no tanto por motivo del desarrollo del hecho, cuanto por las palabras significativas que lo acompañan, 
“Déjame que... vaya... llorando mi virginidad” (Jue 11, 37), dice la hija de Jefté a su padre, después de haber sabido por él que estaba destinada a la inmolación a causa de un voto hecho al Señor. (En el texto bíblico encontramos la explicación de cómo se llegó a tanto).  Ve, leemos luego y ella se fue por los montes con sus compañeras y lloró por dos meses sus virginidad. Pasados los dos meses volvió a su casa y él cumplió en ella el voto que había hecho. No había conocido varón  (Jue 11, 38-39).

3. En la tradición del Antiguo Testamento, por lo que se deduce, no hay lugar para este significado del cuerpo, que ahora Cristo, al hablar de la continencia por el reino de Dios, quiere presentar y poner de relieve a los propios discípulos.
Entre los personajes que conocemos como guías espirituales del pueblo de la Antigua Alianza, no hay ni uno que haya proclamado esta continencia con las palabras o con la conducta[30]. Entonces el matrimonio no era sólo un estado común, sino, además, en aquella tradición había adquirido un significado consagrado por la promesa que el Señor había hecho a Abraham:
  “He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos... Te acrecentaré muy mucho, y te daré pueblos, y saldrán de ti reyes; yo establezco contigo, y con tu descendencia después de ti por sus generaciones, mi pacto eterno de ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti ”(Gén 17, 4. 6-7).
Por esto, en la tradición del Antiguo Testamento el matrimonio, como fuente de fecundidad y de procreación con relación a la descendencia, era un estado religiosamente privilegiado: y privilegiado por la misma revelación. En el fondo de esta tradición, según la cual el Mesías debía ser  hijo de David  (Mt 20, 30), era difícil entender la idea de la continencia. Todo hablaba en favor del matrimonio: no sólo las razones de naturaleza humana, sino también las del reino de Dios[31].

4. Las palabras de Cristo señalan en este ámbito un cambio decisivo.

5. Mateo en el cap. 19 no anota ninguna reacción inmediata de los discípulos a estas palabras. Sólo la encontramos más tarde en los escritos de los Apóstoles, sobre todo en Pablo[32]. Su análisis demuestra cuán precisas y sustanciales son, a pesar de su concisión. (Lo constataremos todavía mejor cuando hagamos el análisis del texto paulino de la primera Carta a los Corintios, capítulo 7). Cristo habla de la continencia  por  el reino de los cielos. De este modo quiere subrayar que este estado, elegido conscientemente por el hombre en la vida temporal, donde de ordinario los hombres  toman mujer o marido , tiene una singular finalidad sobrenatural.
La continencia, aún cuando elegida conscientemente y decidida personalmente, pero sin esa finalidad, no entra en el contenido de este enunciado de Cristo. Al hablar de los que han elegido conscientemente el celibato o la virginidad por el reino de los cielos (esto es,  se han hecho a sí mismos eunucos), Cristo pone de relieve al menos de modo indirecto que esta opción, en la vida terrena, va unida a la renuncia y también a un determinado esfuerzo espiritual.

6. En la riqueza espiritual de la experiencia de la Iglesia el celibato y la virginidad por el reino de los cielos ha fructificado de muchos modos en las diversas generaciones de los discípulos y seguidores del Señor.

75. Relación entre la continencia "por el reino de los cielos" proclamada por Cristo y la fecundidad sobrenatural del espíritu humano que proviene del Espíritu Santo

Miércoles 24 de marzo de 1982


  1. La continencia por el reino de los cielos se relaciona ciertamente con la revelación del hecho de que en el reino de los cielos  no se toma ni mujer ni marido  (Mt 22, 30).
Se trata de un signo carismático. Es signo de que el cuerpo, cuyo fin no es la muerte, tiende a la glorificación y, por esto mismo, es ya, diría, entre los hombres, un testimonio que anticipa la resurrección futura. Sin embargo, este signo carismático del  otro mundo  expresa la fuerza y la dinámica más auténtica del misterio de la  redención del cuerpo: un misterio que ha sido grabado por Cristo en la historia terrena del hombre y arraigado por Él profundamente en esta historia. Así, pues, la continencia  por el reino de los cielos  lleva sobre todo la impronta de la semejanza con Cristo, que, en la obra de la redención, hizo Él mismo esta opción  por el reino de los cielos.

  1. Cristo casi contra las expectativas de toda la tradición veterotestamentaria nació de María, que en el momento de la Anunciación dice claramente de Sí misma:  ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?  (Lc 1, 34), esto es, profesa su virginidad. Y aunque Él nazca de Ella como cada hombre, como un hijo de su madre, aunque esta venida suya al mundo esté acompañada también por la presencia de un hombre que es esposo de María y, ante la ley y los hombres, su marido, sin embargo, la maternidad de María es virginal: y a esta maternidad virginal de María corresponde el misterio virginal de José, que, siguiendo la voz de lo alto, no duda en  recibir a María..., pues lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo  (Mt 1, 20).
Sólo María y José, que vivieron el misterio de su concepción y de su nacimiento, se convirtieron en los primeros testigos de una fecundidad diversa de la carnal, esto es, de la fecundidad del Espíritu:  “Lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo”  (Mt 1, 20).

  1. El nacimiento virginalde Jesús ciertamente está en línea con la revelación de esa  continencia por el reino de los cielos, de la que hablará Cristo, un día, a sus discípulos. Pero este acontecimiento permanece oculto a los hombre de entonces, e incluso a los discípulos. Solo se desvelará gradualmente ante los ojos de la Iglesia, basándose en los testimonios y en los textos de los Evangelios de Mateo y Lucas.
El matrimonio de María con José (en el que la Iglesia honra a José como esposo de María y a María como de él), encierra en sí, al mismo tiempo, el misterio de la perfecta comunión de las personas, del hombre y de la mujer en el pacto conyugal, y a la vez el misterio de esa singular  continencia por el reino de los cielos : continencia que servía, en la historia de la salvación, a la perfecta  fecundidad del Espíritu Santo. Más aún, en cierto sentido, era la absoluta plenitud de esa fecundidad espiritual, ya que precisamente en las condiciones nazarenas del pacto de María y José en el matrimonio y en la continencia, se realizó el don de la encarnación del Verbo Eterno: el Hijo de Dios, consustancial al Padre, fue concebido y nació, como Hombre, de la Virgen María.
La maternidad divina de María es también, en cierto sentido, una sobreabundante revelación de esa fecundidad en el Espíritu Santo, al cual somete el hombre su espíritu cuando elige libremente la continencia "en el cuerpo": precisamente la continencia "por el reino de los cielos".

4. El gran misterio de su concepción y de su nacimiento, les era completamente desconocido a todos los oyentes e interlocutores de Jesús de Nazaret. Cuando Cristo hablaba de los que  se han hecho eunucos a sí mismos por amor del reino de los cielos  (Mt 19, 12), los discípulos sólo eran capaces de entenderlo, basándose en su ejemplo personal. Una continencia así debió grabarse en su conciencia como un rasgo particular de semejanza con Cristo, que permaneció El mismo célibe  por el reino de los cielos.
El apartarse de la tradición de la Antigua Alianza, donde el matrimonio y la fecundidad procreadora  en el cuerpo  habían sido una condición religiosamente privilegiada, debía realizarse, sobre todo, basándose en el ejemplo de Cristo mismo. Sólo, poco a poco, pudo arraigarse la conciencia de que por  el reino de los cielos  tiene un significado particular: esa fecundidad espiritual y sobrenatural del hombre, que proviene del Espíritu Santo (Espíritu de Dios), y a la cual, en sentido específico y en casos determinados, sirve precisamente la continencia, y ésta es, en concreto, la continencia  por el reino de los cielos.
Más o menos, todos estos elementos de la conciencia evangélica (esto es, conciencia propia de la Nueva Alianza en Cristo) referentes a la continencia, los encontramos en Pablo. Trataremos de demostrarlo oportunamente.
Resumiendo, podemos decir que el tema principal de la reflexión de hoy ha sido la relación entre la continencia  por el reino de los cielos, proclamada por Cristo, y la fecundidad sobrenatural del espíritu humano, que proviene del Espíritu Santo.

¿Cómo podía comprenderse  la continencia por el reino de los cielos, si el Mesías mismo debía ser  descendiente de David , esto es, como se pensaba, debía ser hijo de la estirpe real  según la carne ?

76. Virginidad o celibato por el reino de los cielos: las palabras y el ejemplo de Jesús
Miércoles 31 de marzo de 1982
1. Continuamos reflexionando sobre el tema del celibato y de la virginidad por el reino de los cielos, basándonos en el texto del Evangelio según Mateo (Mt 19, 10-20).
Al hablar de la continencia por el reino de los cielos y al fundarla sobre el ejemplo de su propia vida, Cristo deseaba, sin duda, que sus discípulos la entendiesen sobre todo con relación al reino, que Él había venido a anunciar y para el que indicaba los caminos justos. La continencia, de la que hablaba, es precisamente uno de estos caminos, y como se deduce ya del contexto del Evangelio de Mateo, es un camino particularmente válido y privilegiado. En efecto, la preferencia dada al celibato y a la virginidad por el reino era una novedad absoluta frente a la tradición de la Antigua Alianza, y tenía un significado determinante, tanto para el ethos como para la teología del cuerpo.
2. Cristo, en su enunciado, pone de relieve sobre todo su finalidad. Dice que el camino de la continencia, del que Él mismo da testimonio con la propia vida, no sólo existe y no sólo es posible, sino que es particularmente válido e importante por el reino de los cielos. Y así debe ser, puesto que el mismo Cristo lo eligió para Sí. Y sí este camino es tan válido e importante, a la continencia por el reino de los cielos debe corresponder un valor particular. Como ya hemos insinuado anteriormente, Cristo no afrontaba el problema al mismo nivel y en la misma línea de razonamiento, en que lo planteaban los discípulos, cuando decían: Si tal es la condición... preferible es no casarse (Mt 19, 10). Estas palabras ocultaban en el fondo un cierto utilitarismo. En cambio, Cristo indica indirectamente en su respuesta que, si el matrimonio, fiel a la institución originaria del Creador (recordemos que el Maestro precisamente en este punto se refería al principio), posee una plena congruencia y valor por el reino de los cielos, valor fundamental, universal y ordinario; la continencia, por su parte, posee un valor particular y excepcional por este reino. Es obvio que se trata de la continencia elegida conscientemente por motivos sobrenaturales.


3. Si Cristo en su enunciado pone de relieve, ante todo, la finalidad sobrenatural de esa continencia, lo hace en sentido no sólo objetivo, sino también explícitamente subjetivo, esto es, señala la necesidad de una motivación tal que corresponda de modo adecuado y pleno a la finalidad objetiva que se manifiesta en la expresión por el reino de los cielos, para realizar el fin de que se trata Cesto es, para descubrir en la continencia esa particular fecundidad espiritual que proviene del Espíritu SantoC es necesario quererla y elegirla en virtud de una fe profunda, que no nos muestra sólo el reino de Dios en su cumplimiento futuro, sino que nos permite y hace posible de modo especial identificarnos con la verdad y la realidad de ese reino, tal como lo revela Cristo en su mensaje evangélico y, sobre todo, con el ejemplo personal de su vida y de su comportamiento. Por esto, se ha dicho antes que la continencia por el reino de los cielos Cen cuanto signo indudable del otro mundoC lleva en sí, sobre todo, el dinamismo interior del misterio de la redención del cuerpo (cf. Lc 20, 35), y en este sentido posee también la característica de una semejanza particular con Cristo. El que elige conscientemente de esta continencia, elige, en cierto modo, una participación especial en el misterio de la redención (del cuerpo): quiere completarla de modo particular, por así decirlo, en la propia carne (cf. Col 1, 24), encontrando en esto también la impronta de una semejanza con Cristo.
4. Todo esto se refiere a las motivaciones de la opción (o sea, a su finalidad en sentido subjetivo): al elegir la continencia por el reino de los cielos, el hombre debe dejarse guiar precisamente por esta motivación. Cristo, en el caso considerado, no dice que el hombre esté obligado a ello (en todo caso, no se trata ciertamente del deber que brota de un mandamiento); sin embargo, no cabe duda de que sus concisas palabras sobre la continencia por el reino de los cielos ponen fuertemente de relieve precisamente su motivación. Y la ponen de relieve (es decir, indican la finalidad de la que el sujeto es consciente), tanto en la primera parte de todo el enunciado, como también de la segunda, indicando que aquí se trata de una opción particular, esto es, propia de una vocación más bien excepcional, no universal y ordinaria. Al comienzo, en la primera parte de su enunciado, Cristo habla de un entendimiento (no todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado: Mt 19, 11); y se trata no de un entendimiento en abstracto, sino capaz de influir en la decisión, en la opción personal, en la cual el don, esto es, la gracia, debe hallar una resonancia adecuada en la voluntad humana. Este entendimiento incluye, pues, la motivación. Luego, la motivación influye en la elección de la continencia, aceptada después de haber comprendido su significado por el reino de los cielos. Cristo, en la segunda parte de su enunciado, declara, pues, que el hombre se hace eunuco cuando elige la continencia por el reino de los cielos y hace de ella la situación fundamental, o sea, el estado de toda la propia vida terrena. En una decisión tan consolidada subsiste la motivación sobrenatural, por la que fue originada la decisión misma. Subsiste, diría renovándose continuamente.
5. Ya nos hemos fijado anteriormente en el significado particular de la última afirmación. Si Cristo, en el caso citado, habla de hacerse eunuco, pone de relieve el peso específico de esta decisión, que se explica por la motivación nacida de una fe profunda, pero al mismo tiempo no oculta el gravamen que esta decisión y sus consecuencias persistentes pueden traer al hombre, a las normales (y por otra parte nobles) inclinaciones de su naturaleza.
La apelación al principio en el problema del matrimonio nos ha permitido descubrir toda la belleza originaria de esa vocación del hombre, varón y mujer: vocación que proviene de Dios y corresponde a la constitución doble del hombre, así como a la llamada a la comunión de las personas. Al predicar la continencia por el reino de los cielos, Cristo no sólo se pronuncia contra toda la tradición de la Antigua Alianza, según la cual, el matrimonio y la procreación estaban, como hemos dicho, religiosamente privilegiados, sino que se pronuncia también, de algún modo, en contraste con ese principio al que Él mismo apeló y quizá, también por esto, matiza las propias palabras con esa particular regla de entendimiento, a la que hemos aludido antes. El análisis del principio (especialmente basándonos en el texto yahvista) había demostrado, efectivamente, que, aunque sea posible concebir al hombre como solitario frente a Dios, sin embargo, Dios mismo lo sacó de esa soledad cuando dijo: No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él (Gén 2, 18).
6. Así, pues, la duplicidad varón-mujer propia de la constitución misma de la humanidad y la unidad de los dos que se basa en ella, permanecen desde el principio, esto es, desde su misma profundidad ontológica, obra de Dios. Y Cristo, al hablar de la continencia por el reino de lo cielos, tiene presente esta realidad. No sin razón habla de ella (según Mateo) en el contexto más inmediato, en el que hace referencia precisamente al principio, es decir, al principio divino del matrimonio en la constitución misma del hombre.


Sobre el fondo de las palabras de Cristo se puede afirmar que no sólo el matrimonio nos ayuda a entender la continencia por el reino de los cielos, sino también que la misma continencia arroja una luz particular sobre el matrimonio visto en el misterio de la creación y de la redención.

77.  Excelencias de la virginidad o celibato por el reino de los cielos, según las palabras de Jesús y San Pablo
Miércoles 7 de abril de 1982

1. Con la mirada fija en Cristo redentor, continuamos ahora nuestras reflexiones sobre el celibato y la virginidad por el reino de los cielos, según las palabras de Cristo en el Evangelio de Mateo (19, 10-12).
Al proclamar la continencia   por el reino de los cielos, Cristo acepta plenamente todo lo que desde el principio fue hecho he instituido por el Creador. Consiguientemente, por una parte, la continencia debe demostrar que el hombre, en su constitución más profunda, no sólo es   doble , sino que (en esta duplicidad) esta   solo   delante de Dios con Dios. Pero, por otra parte, lo que, en la llamada a la continencia por el reino de los cielos, es una invitación a la soledad por Dios, respeta, al mismo tiempo, tanto la   duplicidad de la humanidad   (esto es, su masculinidad y feminidad), como también la dimensión de la comunión de la existencia que es propia de la persona. El que, según las palabras de Cristo,  comprende  de modo adecuado la llamada a la continencia por el reino de los cielos, la sigue, y conserva así la verdad integral de la propia humanidad, sin perder, al caminar, ninguno de los elementos esenciales de la vocación de la persona creada   a imagen y semejanza de Dios. Esto es importante para la idea misma, o mejor, para la idea de la continencia, esto es, para su contenido objetivo, que aparece en la enseñanza de Cristo como una novedad radical. Es igualmente importante para la realización de ese ideal, es decir, para que la decisión concreta, tomada por el hombre, de vivir en el celibato o en la virginidad por el reino de los cielos (el que se hace eunuco, para usar las palabras de Cristo) sea plenamente auténtica en su motivación.
2. Del contexto del Evangelio de Mateo (Mt 19, 10-12) se deduce de manera suficientemente clara que aquí no se trata de disminuir el valor del matrimonio en beneficio de la continencia, ni siquiera de ofuscar un valor con otro. En cambio, se trata de   salir   con plena conciencia de lo que en el hombre, por voluntad del mismo Creador, lleva al matrimonio, y de ir hacia la continencia, que se manifiesta ante el hombre concreto, varón o mujer, como llamada y don de elocuencia especial y de especial significado por el reino de los cielos. Las palabras de Cristo (Mt 19, 11-12) parten de todo el realismo de la situación del hombre y lo llevan con el mismo realismo fuera, hacia la llamada en la que, aún permaneciendo, por su naturaleza, ser   doble   (esto es, inclinado como hombre hacia su mujer, y como mujer hacia el hombre), es capaz de descubrir en esta soledad suya, que no deja de ser una dimensión personal de la duplicidad de cada uno, una nueva e incluso aún más plena forma de comunión intersubjetiva con los otros. Esta orientación de la llamada explica de modo explícito la expresión:  por el reino de los cielos: efectivamente, la realización de este reino debe encontrarse en la línea del auténtico desarrollo de la imagen y semejanza de Dios, en su significado trinitario, esto es, propio de comunión. Al elegir la continencia por el reino de los cielos, el hombre tiene conciencia de poder realizarse de este modo a sí mismo   diversamente   y, en cierto sentido,   más   que en el matrimonio, convirtiéndose en   don sincero para los demás   (Gaudium et spes, 24).


3. Mediante las palabras referidas en Mateo (19, 11-12). Cristo hace comprender claramente que el   ir   hacia la continencia por el reino de los cielos está unido a una renuncia voluntaria al matrimonio, esto es, al estado en el que el hombre y la mujer (según el significado que el Creador dio al principio a su unidad) se convierten en don recíproco a través de su masculinidad y feminidad, también mediante la unión corporal. La continencia significa una renuncia consciente y voluntaria a esta unión y a todo lo que esté unido a ella en la amplia dimensión de la vida y de la convivencia humana. El hombre que renuncia al matrimonio, renuncia también a la generación, como fundamento de la comunidad familiar compuesta por los padres y los hijos. Las palabras de Cristo, a las que nos referimos, indican, sin duda, toda esa esfera de renuncia y que la comprende no sólo respecto a las opiniones vigentes sobre este tema en la sociedad judía de entonces.
Comprende la importancia de esta renuncia también con relación al bien que constituyen el matrimonio y la familia en sí mismos, en virtud de la institución divina. Por esto, mediante el modo de pronunciar las respectivas palabras, hace comprender que esa salida del círculo del bien, a la que Él mismo llama  por el reino de los cielos, está vinculada con cierto sacrificio de sí mismos. Esa salida se convierte también en el comienzo de renuncias sucesivas y de sacrificios voluntarios de sí, que son indispensables, si la primera y fundamental opción ha de ser coherente a lo largo de toda la vida terrena y sólo gracias a esta coherencia, la opción es interiormente razonable y no contradictoria.
4. De este modo, en la llamada a la continencia, tal como ha sido pronunciada por Cristo -concisamente y a la vez con gran precisión- se delinean el perfil y al mismo tiempo el dinamismo del misterio de la redención, como hemos dicho anteriormente. Es el mismo perfil bajo el que Jesús, en el sermón de la montaña, pronunció las palabras acerca de la necesidad de vigilar sobre la concupiscencia del cuerpo, sobre el deseo que comienza por el mirar y se convierte ya, entonces en adulterio de corazón. Tras las palabras de Mateo, tanto en el capítulo 19 (vv. 11-12), como en el capítulo 5 (vv. 27-28), se encuentra la misma antropología y el mismo ethos. En la invitación a la continencia voluntaria por el reino de los cielos, las perspectivas de este ethos se amplían: en el horizonte de las palabras del sermón de la montaña se halla la antropología del hombre   histórico: en el horizonte de las palabras sobre la continencia voluntaria, permanece esencialmente la misma antropología, pero iluminada por la perspectiva del reino de los cielos, o sea, iluminada también por la futura antropología de la resurrección. No obstante, en los caminos de esta continencia voluntaria durante la vida terrena, la antropología de la resurrección no sustituye a la antropología del hombre   histórico. Y es precisamente este hombre, en todo caso este hombre   histórico, en el que permanece a la vez la heredad de la triple concupiscencia, la heredad del pecado y al mismo tiempo la heredad de la redención, el que toma la decisión acerca de la continencia   por el reino de los cielos: debe realizar esta decisión, sometiendo el estado pecaminoso de la propia humanidad a las fuerzas que brotan del misterio de la redención del cuerpo. Debe hacerlo como todo otro hombre, que no tome esta decisión y su camino sea el matrimonio. Sólo es diverso el género de responsabilidad por el bien elegido, como es diverso el género mismo del bien elegido.
5. ¿Pone acaso de relieve Cristo, en su enunciado, la superioridad de la continencia por el reino de los cielos sobre el matrimonio? Ciertamente dice que ésta es una vocación   excepcional, no ordinaria. Además, afirma que es muy importante y necesaria para el reino de los cielos. Si entendemos la superioridad sobre el matrimonio en este sentido, debemos admitir que Cristo la señala implícitamente; sin embargo, no la expresa de modo directo. Sólo Pablo dirá de los que eligen el matrimonio que hacen   bien, y, de todos los que están dispuestos a vivir la continencia voluntaria, dirá que hacen   mejor(cf. 1Cor 7, 38).


6. Esta es también la opinión de toda la Tradición, tanto doctrinal, como pastoral. Esa   superioridad de la continencia sobre el matrimonio no significa nunca en la auténtica Tradición de la Iglesia, una infravaloración del matrimonio o un menoscabo de su valor esencial. Tampoco significa una inclinación, aunque sea implícita, hacia las posiciones maniqueas, o a un apoyo a modos de valorar o de obrar que se fundan en la concepción maniquea del cuerpo y del sexo, del matrimonio y de la generación. La superioridad evangélica y auténticamente cristiana de la virginidad, de la continencia, está dictada consiguientemente por el reino de los cielos. En las palabras de Cristo referidas a Mateo (19, 11-12), encontramos una sólida base para admitir solamente esta superioridad: en cambio, no encontramos base alguna para cualquier desprecio del matrimonio, que podría haber estado presente en el reconocimiento de esa superioridad.

78. El don total de sí   por el reino de los cielos 
Miércoles 14 de abril de 1982

1. Ahora continuamos las reflexiones de los capítulos precedentes sobre las palabras acerca de la continencia   por el reino de los cielos, que, según el Evangelio de Mateo (19, 10-12), Cristo dirigió a sus discípulos.
Digamos una vez más que estas palabras, en toda su concisión, son maravillosamente ricas y precisas; son ricas por un conjunto de implicaciones, tanto de naturaleza doctrinal, como pastoral; pero, al mismo tiempo, indican un justo límite en la materia. Así, pues, cualquier interpretación maniquea queda decididamente fuera de ese límite, como también queda fuera de él, según lo que Cristo dijo en el sermón de la montaña, el deseo concupiscente en el corazón   (cf. Mt 5, 27-28).
En las palabras de Cristo sobre la continencia   por el reino de los cielos, no hay alusión alguna referente a la   inferioridad   del matrimonio respecto al   cuerpo, o sea, respecto a la esencia del matrimonio, que consiste en el hecho de que el hombre y la mujer se unen en él de tal modo que se hacen una sola carne (cf. Gén 2, 24;   los dos serán una sola carne). Las palabras de Cristo referidas en Mateo 19, 11-12 (igual que las palabras de Pablo en la primera Carta a los Corintios, cap. 7) no dan fundamento ni para sostener la inferioridad del matrimonio, ni la   superioridad de la virginidad o del celibato, en cuanto éstos, por su naturaleza, consisten en abstenerse de la unión conyugal en el cuerpo. Sobre este punto resultan decididamente límpidas las palabras de Cristo. El propone a sus discípulos el ideal de la continencia y la llamada a ella, no a causa de la inferioridad o con perjuicio de la unión   conyugal en el cuerpo, sino sólo por el   reino de los cielos  .
2. A esta luz resulta particularmente útil una aclaración más profunda de la expresión misma   por el reino de los cielos; y es lo que trataremos de hacer a continuación, al menos de modo sumario. Pero, por lo que respecta a la justa comprensión de la relación entre le matrimonio y la continencia de la que habla Cristo, y de la comprensión de esta relación como la ha entendido toda la tradición, merece la pena añadir que esa superioridad e  inferioridad   están contenidas en los límites de la misma complementariedad del matrimonio y de la continencia por el reino de Dios. El matrimonio y la continencia ni se contraponen el uno a la otra, ni dividen, de por sí, la comunidad humana (y cristiana) en dos campos (diríamos: los   perfectos   a causa de la continencia, y los   imperfectos   o menos perfectos a causa de la realidad de la vida conyugal). Pero estas dos situaciones fundamentales, o bien, como solía decirse, estos dos estados, en cierto sentido se explican y completan mutuamente, con relación a la existencia y a la vida (cristiana) de esta comunidad, que en su conjunto y en todos sus miembros se realiza en la dimensión del reino de Dios y tiene una orientación escatológica, que es propia de ese reino. Ahora bien, respecto a esta dimensión y a esta orientación en la que debe participar por la fe toda la comunidad, esto es, todos los que pertenecen a ella, la continencia por el reino de los cielos tiene una importancia particular y una particular elocuencia para los que viven la vida conyugal. Por otra parte, es sabido que estos últimos forman la mayoría.


3. Parece, pues, que una complementariedad así entendida tiene su fundamento en las palabras de Cristo según Mateo 19, 11-12 (y también en la primera Carta a los Corintios, cap.7).  En cambio, no hay base alguna para una supuesta contraposición, según la cual los célibes (o las solteras), sólo a causa de la continencia constituirían la clase de los   perfectos   y, por el contrario, las personas casadas formarías la clase de los no perfectos (o de los   menos perfectos). Si, de acuerdo con una cierta tradición teológica, se habla del estado de perfección (status perfectionis), se hace no a causa de la continencia misma, sino con relación al conjunto de la vida fundada sobre los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia), ya que esta vida corresponde a la llamada de Cristo a la perfección (  “Si quieres ser perfecto...”   Mt 19, 21). La perfección de la vida cristiana se mide, por lo demás, con el metro de la caridad. De donde se sigue que una persona que no viva en el estado de perfección   (esto es, en una institución que establezcan su plan de vida sobre los votos de pobreza, castidad y obediencia), o sea, que no viva en un instituto religioso, sino en el   mundo, puede alcanzar de hecho un grado superior de perfección cuya medida es la caridad respecto a la persona que viva en el estado de perfección con un grado menor de caridad. Sin embargo, los consejos evangélicos ayudan indudablemente a conseguir una caridad más plena. Por tanto, el que la alcanza, aún cuando no viva en un estado de perfección   institucionalizado, llega a esa perfección que brota de la caridad, mediante la fidelidad al espíritu de esos consejos. Esta perfección es posible y accesible a cada uno de los hombres, tanto en un   instituto religioso   como en el   mundo  .
4. Parece, pues, que a las palabras de Cristo, referidas por Mateo (19, 11-12) corresponde adecuadamente la complementariedad del matrimonio y de la conciencia   por el reino de los cielos en su significado y en su múltiple alcance.  En la vida de una comunidad auténticamente cristiana, las actitudes y los valores propios de uno a otro estado esto es, de una u otra opción esencial y consciente como vocación para toda la vida terrena y en la perspectiva de la   Iglesia celeste, se completan y, en cierto sentido, se compenetran mutuamente. El perfecto amor conyugal debe estar marcado por esa fidelidad y esa donación al único Esposo (y también por la fidelidad y donación del Esposo a la única Esposa) sobre las cuales se fundan la profesión religiosa y el celibato sacerdotal. En definitiva, la naturaleza de uno y otro amor es   esponsalicia, es decir, expresada a través del don total de sí. Uno y otro amor tienden a expresar el significado esponsalicio del cuerpo, que desde el principio está grabado en la misma estructura personal del hombre y de la mujer.
Reanudaremos más adelante este tema.
5. Por otra parte, el amor esponsalicio que encuentra su expresión en la continencia   por el reino de los cielos  , debe llevar en su desarrollo normal a   la paternidad   o   maternidad   en sentido espiritual (o sea, precisamente a esa fecundidad del Espíritu Santo, de la que ya hemos hablado), de manera análoga al amor conyugal que madura en la paternidad y maternidad física y en ellas se confirma precisamente como amor esponsalicio. Por su parte, incluso la generación física sólo responde plenamente a su significado si se completa con la paternidad y maternidad en el espíritu, cuya expresión y cuyo fruto es toda la obra educadora de los padres respecto a los hijos, nacidos de su unión conyugal corpórea.
Como se ve, son numerosos los aspectos y las esferas de la complementariedad entre la vocación, en sentido evangélico, de los que   toman mujer y marido   (Lc 20, 34) y de los que consciente y voluntariamente eligen la continencia   por el reino de los cielos   (Mt 19, 12).
San Pablo, en su primera Carta a los Corintios (que analizaremos en nuestras posteriores consideraciones), escribirá sobre este tema:   “Cada uno tiene de Dios su propia gracia; éste, una; aquél, otra”   (1 Cor 7, 7).



79. El celibato, donación y renuncia por amor
Miércoles 21 de abril de 1982

1. Continuamos las reflexiones sobre las palabras de Cristo, referentes a la continencia   por el reino de los cielos .
No es posible entender plenamente el significado y el carácter de la continencia, si en la última frase del enunciado de Cristo,  “por el reino de los cielos”   (Mt 19, 12), no se aprecia su contenido adecuado, concreto y objetivo. Hemos dicho anteriormente que esta frase expresa el motivo, o sea, pone de relieve, en cierto sentido, la finalidad subjetiva de la llamada de Cristo a la continencia. Sin embargo, la expresión en sí misma tiene carácter objetivo, indica, de hecho, una realidad objetiva, en virtud de la cual, cada una de las personas, hombres y mujeres, pueden hacerse eunucos (como dice Cristo). La realidad del   reino  en el enunciado de Cristo según Mateo (19, 11-12) se define de modo preciso y a la vez general, es decir, de forma tal que pueda abarcar todas las determinaciones y los significados particulares que le son propios.
2. El   reino de los cielos, significa el reino de Dios, que Cristo predicaba en su realización final, es decir, escatológica. Cristo predicaba este reino en su realización o instauración temporal y, al mismo tiempo, lo pronosticaba en su cumplimiento escatológico. La instauración temporal del reino de Dios es, a la vez, su inauguración y su preparación para el cumplimiento definitivo. Cristo llama a este reino y, en cierto sentido, invita a todos a él (cf. la parábola del banquete de bodas: Mt 22, 1-14). Si llama a algunos a la continencia por el reino de los cielos, se deduce del contenido de esa expresión, que los llama a participar de modo singular en la instauración del reino de Dios sobre la tierra, gracias a la cual se comienza y se prepara la fase definitiva del   reino de los cielos.
3. En este sentido hemos dicho que esa llamada está marcada con el signo particular de dinamismo propio del misterio de la redención del cuerpo. Así, pues, en la continencia por el reino de los cielos se pone de relieve, como ya hemos mencionado, la negación de sí mismo, tomar la propia cruz de cada día y seguir a Cristo (cf. Lc 9, 23), que puede llegar hasta implicar la renuncia del matrimonio y a una familia propia. Todo esto se deriva del convencimiento de que, así, es posible contribuir mucho más a la legalización del reino de Dios en su dimensión terrena con la perspectiva del cumplimiento escatológico. Cristo en su enunciado según Mateo (19, 11-12) dice, de manera general, que la renuncia voluntaria al matrimonio tiene esta finalidad, pero no especifica esta afirmación. En su primer enunciado sobre este tema no precisa aún para qué tareas concretas es necesaria, o bien, indispensable, esta continencia voluntaria, en orden a realizar el reino de Dios en la tierra y preparar su futuro cumplimiento. A este propósito podremos ver algo más en Pablo de Tarso (1Cor) y lo demás será completado por la vida de la Iglesia en su desarrollo histórico, llevado adelante según la corriente de la auténtica Tradición.
4. En el enunciado de Cristo sobre la continencia   por el reino de los cielos no hallamos indicio alguno más detallado de cómo entender ese mismo   reino  tanto por lo que respecta a su realización terrena, como por lo que se refiere a su definitivo cumplimiento en su específica y   excepcional   relación con los que por él se hacen voluntariamente eunucos.
Tampoco se dice mediante qué aspecto particular de la realidad que constituye el reino, se le asocian aquellos que se han hecho libremente eunucos. Efectivamente, es sabido que el reino de los cielos es para todos: también están relacionados con él en la tierra (y en el cielo) los que toman mujer y marido. Es para todos la viña del Señor, en la cual aquí, en la tierra, deben trabajar; y es, después, la casa del Padre, donde deben encontrarse en la eternidad. ¿Qué es, pues, ese reino para aquellos que, con miras a él, eligen la continencia voluntaria?


5. Por ahora, no encontramos respuesta alguna a estas preguntas en el enunciado de Cristo, referido a Mateo (19, 11-12). Parece que esto corresponde al carácter de todo el enunciado. Cristo responde a sus discípulos sin ponerse en la línea de sus pensamientos y sus valoraciones, en las que se oculta, al menos indirectamente, una actitud utilitarista con relación al matrimonio (“Si tal es la condición... es preferible no casarse”: Mt 19, 10). El Maestro se separa explícitamente de este planteamiento del problema, y por eso, al hablar de la continencia por el reino de los cielos, no indica por qué vale la pena, de esta manera, renunciar al matrimonio, a fin de que ese es preferible  no suene en los oídos de los discípulos con algún acento utilitarista. Sólo dice que esta continencia, a veces, es requerida, si no indispensable, por el reino de Dios. Y con esto indica que constituye, en el reino que Cristo predica y al que llama, un valor particular en sí misma. Los que la eligen voluntariamente deben elegirla mirando a ese valor, y no como consecuencia de cualquier otro cálculo.
6. Este tono esencial de la respuesta de Cristo, que se refiere directamente a la misma continencia por el reino de los cielos, puede referirse, de modo indirecto, también al problema precedente del matrimonio (cf. Mt 19, 3-11), según la intención fundamental de Cristo, la respuesta sería la siguiente: si alguno elige el matrimonio, debe elegirlo tal como fue instituido por el Creador desde el principio, debe buscar en él los valores que corresponden al designio de Dios, en cambio, si alguno decide seguir la continencia por el reino de los cielos, debe buscar en ella los valores propios de esta vocación. En otros términos: debe actuar conforme a la vocación elegida.
7. El reino de los cielos es ciertamente el cumplimiento definitivo de las aspiraciones de todos los hombres, a quienes Cristo dirige su mensaje: es la plenitud del bien, que el corazón humano desea por encima de todo lo que puede ser su herencia en la vida terrena, es la máxima plenitud de la gratificación de Dios al hombre. En la conversación con los saduceos (cf. Mt 22, 24-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40), que hemos analizado anteriormente, encontramos algunos detalles sobre ese   reino, o sea, sobre el otro mundo. Hay muchos más en todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, parece que para esclarecer qué es el reino de los cielos para los que, a causa de él, eligen la continencia voluntaria, tiene un significado especial la revelación de la relación esponsalicia de Cristo con la Iglesia: entre otros textos, pues, es decisivo el de la Carta a los Efesios, 5, 25 ss., sobre el cual nos convendrá fundarnos especialmente cuando consideremos el problema de la sacramentalidad del matrimonio.
Ese texto es igualmente válido, tanto para la teología del matrimonio, como para la teología de la continencia por el reino, es decir, la teología de la virginidad o del celibato. Parece que precisamente en ese texto encontramos como concretado lo que Cristo había dicho a sus discípulos, al invitar a la continencia voluntaria   por el reino de los cielos  .
8. En este análisis se ha subrayado ya suficientemente que las palabras de Cristo en medio de su gran concisión son fundamentales, están llenas de contenido esencial y caracterizadas además por cierta severidad. No cabe duda de que Cristo pronuncia su llamada a la continencia en la perspectiva del  otro mundo, pero en esta llamada pone el acento sobre todo aquello en que se manifiesta el realismo temporal de la decisión a esta continencia, decisión vinculada con la voluntad de participar en la obra redentora de Cristo.
Así, pues, a la luz de las respectivas palabras de Cristo, referidas por Mateo (19, 11-12), emergen, sobre todo, la profundidad y la seriedad de la decisión de vivir la continencia   por el reino, y encuentra expresión el momento de la renuncia que implica esta decisión.


Indudablemente, a través de todo esto, a través de la seriedad y profundidad de la decisión, a través de la severidad y responsabilidad que comporta, se transparenta y se trasluce el amor: el amor como disponibilidad del don exclusivo de sí por el  reino de Dios. Sin embargo, en las palabras de Cristo este amor parece estar velado por lo que, en cambio, se pone en primer plano. Cristo no oculta a sus discípulos el hecho de que la elección de la continencia   por el reino de los cielos es vista en categorías de temporalidad una renuncia. Ese modo de hablar a los discípulos, que formula claramente la verdad de su enseñanza y de las exigencias que esta enseñanza contiene, es significativo para todo el Evangelio; y es precisamente eso lo que le confiere, entre otras cosas, una marca y una fuerza tan convincentes.
9. Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y sobre todo en nombre del amor hacia la persona (efectivamente, el amor está orientado por esencia hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia por el reino de los cielos, primero los mismos discípulos y, luego, toda la Tradición viva de la Iglesia descubrirán enseguida el amor que se refiere a Cristo mismo como Esposo de la Iglesia, Esposo de las almas, a las que Él se ha entregado hasta el fin en el misterio de su Pascua y de la Eucaristía.
De este modo la continencia   por el reino de los cielos, la opción de la virginidad o del celibato para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo el acto de una respuesta particular del amor del Esposo Divino, y, por esto, ha adquirido el significado de un acto de amor esponsalicio: esto es, de una donación esponsalicia de sí, para corresponder de modo especial al amor esponsalicio del Redentor; una donación de sí entendida como renuncia, pero hecha, sobre todo, por amor.


80. El celibato por el Reino de los Cielos: su significado de acto de amor esponsalicio
Miércoles 28 de abril de 1982

1.  “Hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos” ; así se expresa Cristo según el Evangelio de Mateo (Mt 19, 12).
Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y, sobre todo, en nombre del amor hacia una persona (en efecto, el amor, por esencia, está orientado hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia   por el reino de los cielos, primero los mismos discípulos y luego toda la Tradición viva descubrirán muy pronto el amor que se refiere a Cristo mismo como Esposo de la Iglesia y Esposo de las almas, a las que Él se ha entregado a Sí mismo hasta el fin, en el misterio de su Pasión y en la Eucaristía. De este modo, la continencia por el reino de los cielos, la opción por la virginidad o por el celibato para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo, un acto de respuesta especial al amor del Esposo divino y, por esto, ha adquirido el significado de un acto de amor esponsalicio, es decir, de una donación esponsalicia de sí, a fin de corresponder de modo especial al amor esponsalicio del Redentor; una donación de sí, entendida como renuncia, pero hecha sobre todo por amor.


2. Hemos sacado así toda la riqueza del contenido de que está cargado el enunciado, ciertamente conciso, pero a la vez tan profundo, de Cristo sobre la continencia   por el reino de los cielos; pero ahora conviene prestar atención al significado que tienen estas palabras para la teología del cuerpo, lo mismo que hemos tratado de presentar y reconstruir sus fundamentos bíblicos  desde el principio. Precisamente el análisis de ese  principio bíblico, al que se refirió Cristo en la conversación con los fariseos sobre el tema del matrimonio, de su unidad e indisolubilidad(cf. Mt 19, 3-9) poco antes de dirigir a sus discípulos las palabras sobre la continencia por el reino de los cielos (ib. 19, 10-12), nos permite recordar la profunda verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, como la hemos deducido, a su debido tiempo, del análisis de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25). Así precisamente era necesario formular y precisar lo que encontramos en los antiguos textos.
3. La mentalidad contemporánea está habituada a pensar y hablar, sobre todo, del instinto sexual, transfiriendo al terreno de la realidad humana lo que es propio del mundo de los seres vivientes, los animalia. Ahora bien, una reflexión profunda sobre el conciso texto del capítulo primero y segundo del Génesis nos permite establecer, con certeza y convicción, que desde   el principio se delinea en la Biblia un límite muy claro y unívoco entre el mundo de los animales (animalia) y el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. En ese texto, aún cuando relativamente muy breve, hay, sin embargo, suficiente espacio para demostrar que el hombre tiene una conciencia clara de lo que le distingue de modo esencial de todos los seres vivientes (animalia).
4. Por lo tanto, la aplicación al hombre de esta categoría, sustancialmente naturalística, que se encierra en el concepto y en la expresión de instinto sexual, no es del todo apropiada y adecuada. Es obvio que esta aplicación puede tener lugar, basándose en cierta analogía; efectivamente, la particularidad del hombre en relación con todo el mundo de los seres vivientes (animalia) no es tal, que el hombre, entendido desde el punto de vista de la especie, no pueda ser calificado fundamentalmente también como animal, pero animal racional. Por ello, a pesar de esta analogía, la aplicación del concepto de instinto sexual al hombre dada la dualidad en la que existe como varón o mujer limita, sin embargo, grandemente y, en cierto sentido empequeñece lo que es la misma masculinidad-feminidad en la dimensión personal de la subjetividad humana. Limita y  empequeñece también aquello, en virtud de lo cual, los dos, el hombre y la mujer, se unen de manera que llegan a ser una sola carne (cf. Gén 2, 24). Para expresar esto de modo apropiado y adecuado, hay que servirse también de un análisis diverso de ese naturalístico. Y precisamente el estudio del   principio   bíblico nos obliga a hacer esto de manera convincente. La verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, deducida de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25), o sea, el descubrimiento a la vez del significado esponsalicio del cuerpo en la estructura personal de la subjetividad del hombre y de la mujer, parece ser en este ámbito un concepto-clave y, al mismo tiempo, el único apropiado y adecuado.
5. Ahora bien, precisamente en relación con este concepto, con esta verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano, hay que leer de nuevo y entender las palabras de Cristo acerca de la continencia por el reino de los cielos, pronunciadas en el contexto inmediato de esa referencia al   principio, sobre el cual Cristo ha fundado su doctrina acerca de la unidad e indisolubilidad del matrimonio. En la base de la llamada de Cristo a la continencia está no sólo el instinto sexual, como categoría de una necesidad, diría, naturalística, sino también la conciencia de la libertad del don, que está orgánicamente vinculada con la profunda y madura conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en la estructura total de la subjetividad personal del hombre y de la mujer. Sólo en relación a este significado de la masculinidad y feminidad de la persona humana, encuentra plena garantía y motivación la llamada a la continencia voluntaria por el reino de los cielos. Sólo y exclusivamente en esta perspectiva dice Cristo: “El que pueda entender, que entienda”  (Mt 19, 12); con esto indica que tal continencia Caunque, en todo caso, sea sobre todo un   don, también puede ser   entendida, esto es, sacada y deducida del concepto que el hombre tiene del propio  yo  sicosomático en su totalidad, y en particular de la masculinidad y feminidad de este yo en la relación recíproca, que está inscrita como por naturaleza  en toda subjetividad humana.


6. Como recordamos por los análisis precedentes, desarrollados sobre la base del libro del Génesis (Gén 2, 23-25), esa relación recíproca de la masculinidad y feminidad, ese recíproco   para  del hombre y de la mujer, sólo puede ser entendido de modo apropiado y adecuado en el conjunto dinámico del sujeto personal. !Las palabras de Cristo en Mateo (19, 11-12) muestran después que ese para, presente desde el principio en la base del matrimonio, puede estar también en base de la continencia por el reino de los cielos! Apoyándose en la misma disposición del sujeto personal gracias a la cual el hombre se vuelve a encontrar plenamente a sí mismo a través de un don sincero de sí (cf. Gaudium et spes, 24), el hombre (varón o mujer) es capaz de elegir la donación personal de sí mismo, hecha a otra persona en el pacto conyugal, donde se convierten en una sola carne, y también es capaz de renunciar libremente a esta donación de sí a otra persona, de manera que, al elegir la continencia por el reino de los cielos, pueda donarse a sí mismo totalmente a Cristo. Basándose en la misma disposición del sujeto personal y basándose en el mismo significado esponsalicio de ser, en cuanto cuerpo, varón o mujer, puede plasmarse el amor que compromete al hombre, en el matrimonio, para toda la vida (cf. Mt 19, 3-10), pero puede plasmarse también el amor que compromete al hombre para toda la vida en la continencia   por el reino de los cielos (cf. Mt 19, 11-12). Cristo habla precisamente de esto en el conjunto de su enunciado, dirigiéndose a los fariseos (cf. Mt 19, 3-10) y luego a los discípulos (cf. Mt 19, 11-12).
7. Es evidente que la opción del matrimonio, tal como fue instituido por el Creador desde el principio, supone la toma de conciencia y la aceptación interior del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado con la masculinidad y feminidad de la persona humana. En efecto, esto es lo que se expresa de modo lapidario en los versículos del libro del Génesis. Al escuchar las palabras de Cristo, dirigidas a los discípulos, sobre la continencia   por el reino de los cielos   (cf. Mt 19, 11-12), no podemos pensar que el segundo género de opción puede hacerse de modo consciente y libre sin una referencia a la propia masculinidad o feminidad y al significado esponsalicio, que es propio del hombre precisamente en la masculinidad o feminidad de su ser sujeto personal. Más aún, a la luz de las palabras de Cristo, debemos admitir que ese segundo género de opción, es decir, la continencia por le reino de Dios, se realiza también en relación con la masculinidad o feminidad propia de la persona que hace tal opción: se realiza basándose en la plena conciencia de ese significado esponsalicio, que contienen en sí la masculinidad y la feminidad. Si esta opción se realizase por vía de algún artificioso prescindir   de esta riqueza real de todo sujeto humano, no respondería de modo apropiado y adecuado al contenido de las palabras de Cristo en Mateo 19, 11-12.
Cristo exige aquí explícitamente una comprensión plena, cuando dice:  “ El que pueda entender, que entienda”  (Mt 19, 12).


81. La continencia   por el reino de los cielos   y el ethos de la vida conyugal y familiar
Miércoles 5 de mayo de 1982

1. Al responder a las preguntas de los fariseos sobre el matrimonio y su indisolubilidad, Cristo se refirió al   principio, es decir a su institución originaria por parte del Creador. Puesto que sus interlocutores se remitieron a la ley de Moisés, que preveía la posibilidad del llamado  libelo de repudio, es la realidad contestó: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así”  (Mt 19, 8).


Después de la conversación con los fariseos, los discípulos de Cristo se dirigieron a Él con las siguientes palabras:  “Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse. Él les contestó: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismo se han hecho tales por amor del reino de los cielos. Él que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 10-12).
2. Las palabras de Cristo aluden, sin duda, a una consciente y voluntaria renuncia al matrimonio. Esta renuncia sólo es posible si supone una conciencia auténtica del valor que constituye la disposición nupcial de la masculinidad y feminidad del matrimonio. Para que el hombre pueda ser plenamente consciente de lo que elige (la continencia por el reino), debe ser también plenamente consciente de aquello a lo que renuncia (aquí se trata precisamente de la conciencia del valor en sentido ideal; no obstante, esta conciencia es totalmente   realística). Cristo, de este modo, exige ciertamente una opción madura. Lo comprueba, sin duda alguna, la forma en que se expresa la llamada a la continencia por el reino de los cielos.
3. Pero no basta una renuncia plenamente consciente a dicho valor. A la luz de las palabras de Cristo, como también a la luz de toda la auténtica tradición cristiana, es posible deducir que esta renuncia es a la vez una particular forma de afirmación de ese valor, en virtud del cual la persona no casada se abstiene coherentemente, siguiendo el consejo evangélico. Esto puede parecer una paradoja. Sin embargo, es sabido que la paradoja acompaña a numerosos enunciados del Evangelio, y frecuentemente a los más elocuentes y profundos. Al aceptar este significado de la llamada a la continencia   por el reino de los cielos, sacamos una conclusión correcta, sosteniendo que la realización de esta llamada sirve también y de modo particular para la confirmación del significado nupcial del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. La renuncia al matrimonio por el reino de Dios pone de relieve, al mismo tiempo, ese significado en toda su verdad interior y en toda su belleza personal. Se puede decir que esta renuncia, por parte de cada una de las personas, hombres y mujeres, es, en cierto sentido, indispensable, a fin de que el mismo significado nupcial del cuerpo sea más fácilmente reconocido en todo el ethos de la vida humana y sobre todo el ethos de la vida conyugal y familiar.
4. Así, pues, aunque la continencia   por el reino de los cielos (la virginidad, el celibato) oriente la vida de las personas que la eligen libremente al margen del camino común de la vida conyugal y familiar, sin embargo, no queda sin significado para esta vida: por su estilo, su valor y su autenticidad evangélica. No olvidemos que la única clave para comprender la sacramentalidad del matrimonio es el amor nupcial de Cristo hacia la Iglesia (cfr. Ef 5, 22-23): de Cristo, Hijo de la Virgen, el cual era El mismo virgen, eso es   eunuco por el reino de los cielos, en el sentido más perfecto del término. Nos convendrá volver sobre este tema más tarde.
5. Al final de estas reflexiones queda todavía un problema concreto: ¿De qué modo en el hombre, a quien le ha sido dada la llamada a la continencia por el reino, se forma esta llamada basándose en la conciencia del significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad, y más aún, como fruto de esta conciencia? ¿De qué modo se forma o, mejor, se   transforma ? Esta pregunta es igualmente importante, tanto desde el punto de vista de la teología del cuerpo, como desde el punto de vista del desarrollo de la personalidad humana, que es de carácter personalístico y carismático a la vez. Si quisiéramos responder a esta pregunta de modo exhaustivo en la dimensión de todos los aspectos y de todos los problemas concretos que encierra habría que hacer un estudio expreso sobre la relación entre el matrimonio y la virginidad y entre el matrimonio y el celibato. Pero esto excedería los límites de las presentes consideraciones.


. Permaneciendo en el ámbito de las palabras de Cristo según Mateo (19, 11-12), es preciso concluir nuestras reflexiones, afirmando lo siguiente. Primero: Si la continencia   por el reino de los cielos significa indudablemente una renuncia, esta renuncia es al mismo tiempo una afirmación: la que se deriva del descubrimiento del   don, esto es, el descubrimiento, a la vez, de una perspectiva de la realización personal de sí mismo a través de un don sincero de sí   (Gaudium et spes, 24); este descubrimiento está, pues, en una profunda armonía interior con el sentido del significado nupcial del cuerpo, vinculado desde el principio a la masculinidad o feminidad del hombre como sujeto personal. Segundo: Aunque la continencia   por el reino de los cielos se identifique con la renuncia al matrimonio el cual en la vida de un hombre y de una mujer da origen a la familia, no se puede en modo alguno ver en ella una negación del valor esencial del matrimonio; más bien, por el contrario, la continencia sirve directamente a poner de relieve lo que en la vocación conyugal es perenne y más profundamente personal, lo que en las dimensiones de la temporalidad (y a la vez en la perspectiva del otro mundo) corresponde a la dignidad del don personal, vinculado con el significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad.
7. De este modo, la llamada de Cristo a la continencia por el reino de los cielos, justamente asociada a la evocación de la resurrección futura (cfr. Mt 21, 24-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40), tiene un significado capital no sólo para el ethos y la espiritualidad cristiana, sino también para la antropología y para toda la teología del cuerpo, que descubrimos en sus bases. Recordemos que Cristo, al referirse a la resurrección del cuerpo en el otro mundo, dijo, según la versión de los tres Evangelios sinópticos. “Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio...”  (Mc 12, 25). Estas palabras, que ya hemos analizado antes, forman parte del conjunto de nuestras consideraciones sobre la teología del cuerpo y contribuyen a su elaboración.



82. La interpretación paulina del tema   virginidad y matrimonio 
Miércoles 23 de junio de 1982

1. Después de haber analizado las palabras de Cristo, referidas en el Evangelio según Mateo (Mt 19, 11-12), conviene pasar a la interpretación paulina del tema: virginidad y matrimonio.
El enunciado de Cristo sobre la continencia por el reino de los cielos es conciso y fundamental. En la enseñanza de Pablo, como nos convenceremos dentro de poco, podemos individuar un relato paralelo de las palabras del Maestro; sin embargo, el significado de su enunciación (1Cor 7) en su con junto debe ser valorado de modo diverso. La grandeza de la enseñanza de Pablo consiste en el hecho de que él, al presentar la verdad proclamada por Cristo en toda su autenticidad e identidad, le da un timbre propio, en cierto sentido su propia interpretación personal pero que brota sobre todo de las experiencias de su actividad apostólico-misionera, y tal vez incluso de la necesidad de responder a las preguntas concretas de los hombres, a los cuales iba dirigida dicha actividad. Y así encontramos en Pablo la cuestión de la relación recíproca entre el matrimonio y el celibato o la virginidad, como tema que atormentaba los espíritus de la primera generación de los confesores de Cristo, la generación de los discípulos de los Apóstoles, de las primeras comunidades cristianas. Esto ocurría en los convertidos del helenismo, por lo tanto del paganismo, más que en los convertidos del judaísmo; y esto puede explicar el hecho de que el tema se halle precisamente en una carta dirigida a la comunidad de Corinto, en la primera.
2. El tono de todo el enunciado es sin duda magisterial; sin embargo, tanto el tono como el lenguaje es también pastoral. Pablo enseña la doctrina transmitida por el Maestro a los Apóstoles y, al mismo tiempo, entabla como un continuo coloquio con los destinatarios de su Carta sobre este tema. Habla como un clásico maestro de moral, afrontando y resolviendo problemas de conciencia; por eso, a los moralistas les gusta dirigirse con preferencia a las aclaraciones y a las deliberaciones de esta primera Carta a los Corintios (capítulo 7). Hay que recordar, no obstante, que la base última de tales deliberaciones debe buscarse en la vida y en la enseñanza de Cristo mismo.
3. El Apóstol subraya, con gran claridad, que la virginidad, o sea, la continencia voluntaria, deriva exclusivamente de un consejo y no de un mandamiento: Acerca de las vírgenes no tengo precepto del Señor; pero puedo daros consejo Pablo da este consejo como quien ha obtenido del Señor la gracia de ser fiel   (1Cor 7, 25). Como se ve por las palabras citadas, el Apóstol distingue, lo mismo que el Evangelio (cf. Mt 19, 11-12), entre consejo y mandamiento. Él, sobre la base de la regla  doctrinal de la comprensión de la enseñanza proclamada, quiere aconsejar, desea dar consejos personales a los hombres que se dirigen a él. Así, pues, en la primera Carta a los Corintios (cap. 7), el   consejo   tiene claramente dos significados diversos. El autor afirma que la virginidad es un consejo y no un mandamiento, y da consejos al mismo tiempo tanto a las personas casadas como a quienes han de tomar una decisión al respecto y, en fin, a los que se hallan en estado de viudez. La problemática es sustancialmente igual a la que encontramos en el enunciado de Cristo transmitido por San Mateo (19. 2-12), primero sobre el matrimonio y su indisolubilidad, y luego sobre la continencia voluntaria por el reino de los cielos. Sin embargo, el estilo de esta problemática es completamente suyo, es de Pablo.
4.   Si alguno estima indecoroso para su hija doncella dejar pasar la flor de la edad y que debe casarla, haga lo que quiera; no peca, que la case. Pero el que, firme en su corazón, no necesitado sino libre y de voluntad, determina guardar virgen a su hija, hace mejor. Quien, pues, casa a su hija doncella hace bien, y quien no la casa hace mejor   (1Cor 7, 36-38).
5. La persona que le había pedido consejo pudo ser un joven que se encontraba ante la decisión de casarse, o quizá un recién casado que, ante corrientes ascéticas existentes en Corinto, reflexionaba sobre la línea a seguir en su matrimonio; pudo ser también un padre o el tutor de una muchacha que le había planteado el problema del matrimonio de ésta. En este caso, se trataría directamente de la decisión que deriva de sus derechos tutelares. Pues Pablo escribe en unos tiempos en que decisiones de esta índole pertenecían más a los padres o tutores que a los mismos jóvenes. Por tanto, al responder a la pregunta planteada de este modo, Pablo trata de explicar con suma precisión que la decisión sobre la continencia, o sea, sobre la vida en virginidad, debe ser voluntaria y que sólo una continencia así es mejor que el matrimonio. Las expresiones hace bien  y hace mejor son completamente unívocas en este contexto.
6. Ahora bien, el Apóstol enseña que la virginidad, es decir, la continencia voluntaria, el que una joven se abstenga del matrimonio, deriva exclusivamente de un consejo y es   mejor   que el matrimonio si se dan las oportunas condiciones. En cambio, con ello no tiene que ver en modo alguno la cuestión del pecado: “ ¿Estás ligado a mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer. Si te casares, no pecas; y si la doncella se casa, no peca”  (1 Cor 7, 27-28). A base sólo de estas palabras, no podemos ciertamente formular juicio alguno sobre lo que pensaba y enseñaba el Apóstol acerca del matrimonio. Este tema quedará explicado en parte en el contexto de la Carta a los Corintios (cap. 7) y con más plenitud en la Carta a los Efesios (5, 21-33). En nuestro caso, se trata probablemente de la respuesta a la pregunta sobre si el matrimonio es pecado; y podría pensarse incluso que esta pregunta refleje el influjo de corrientes dualistas pregnósticas que se transformaron más tarde en encratismo y maniqueísmo. Pablo responde que de ninguna manera entra en juego aquí la cuestión del pecado. No se trata del discernimiento entre   bien   y   mal, sino solamente entre   bien  y  mejor. A continuación pasa a motivar por qué quien elige el matrimonio   hace bien   y quien elige la virginidad, o sea, la continencia voluntaria,   hace mejor.
De la argumentación paulina nos ocuparemos en nuestra próxima reflexión.
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83. El matrimonio y la virginidad según la interpretación de San Pablo en la Carta a los Corintios
Miércoles 30 de junio de 1982
1. San Pablo, explicando en el capítulo VII de su primera Carta a los Corintios la cuestión del matrimonio y la virginidad (es decir, la continencia por el reino de Dios), trata de motivar la causa por la que quien elige el matrimonio hace bien y quien decide, en cambio, una vida de continencia, o sea la virginidad, hace mejor. Así escribe:
“Dígoos, pues, hermanos que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran...; y también los que compran, como si no poseyesen, y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen, porque pasa la apariencia de este mundo. Yo os querría libres de cuidados...” (1Cor 7, 29. 30-32).
2. La últimas palabras del texto citado demuestran que en la argumentación Pablo se refiere a su propia experiencia, y de este modo la argumentación se hace más personal. No sólo formula el principio y trata de motivarlo en cuanto tal, sino que lo enlaza con reflexiones y convicciones personales nacidas de la práctica del consejo evangélico del celibato. Cada una de las expresiones y alocuciones son prueba de su fuerza de persuasión. El Apóstol no sólo escribe a sus Corintios:
 Quisiera que todos los hombres fuesen como yo (1Cor 7, 27),
 sino que va más adelante y, refiriéndose a los hombres que contraen matrimonio, escribe:
Pero tendréis así que estar sometidos a la tribulación de la carne, que quisiera yo ahorraros  (1Cor 7, 28).
Por lo demás, esta convicción personal la había expresado ya en las primeras palabras del capítulo VII de dicha Carta, refiriendo, si bien para modificarla, esta opinión de los Corintios:
Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito, bueno es al hombre no tocar mujer... (1Cor 7, 1).
3. Nos podemos preguntar: ¿Qué tribulaciones de la carne tenía Pablo en el pensamiento?
Cristo hablaba sólo de los sufrimientos (o aflicciones) que padece la mujer cuando ha de dar a luz al hijo, subrayando a la vez la alegría (cf. Jn 16, 21) con que se regocija en compensación de estos sufrimientos, después del nacimiento del hijo: la alegría de la maternidad.
En cambio, Pablo escribe sobre las tribulaciones del cuerpo que esperan a los casados. Acaso será ésta la expresión de una aversión personal del Apóstol hacia el matrimonio? En esta observación realista hay que ver una advertencia justificada a quienes como a veces los jóvenes piensan que la unión y convivencia conyugal han de proporcionarles sólo felicidad y gozo.
La experiencia de la vida demuestra que no rara vez los cónyuges quedan desilusionados respecto de lo que principalmente se esperaban. El gozo de la unión lleva consigo también las tribulaciones de la carne, sobre las que escribe el Apóstol en la Carta a los Corintios. Con frecuencia son tribulaciones de naturaleza moral.
Si él quiere decir con esto que el verdadero amor conyugal, aquel precisamente por el que el hombre... se adherirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne (Gén 2, 24) es al mismo tiempo un amor difícil, ciertamente se mantiene dentro del terreno de la verdad evangélica y no hay razón alguna para descubrir aquí síntomas de la actitud que caracterizaría más tarde al maniqueísmo.
4. Cristo, en sus palabras sobre la continencia por el reino de Dios, de ningún modo se propone encauzar a los oyentes hacia el celibato o la virginidad cuando les señala las tribulaciones del matrimonio. Más bien se advierte que procura poner de relieve algunos aspectos humanamente penosos de la opción por la continencia: tanto razones sociales como razones de naturaleza subjetiva inducen a Cristo a decir que se hace eunuco el hombre que toma tal decisión, es decir, el hombre que abraza voluntariamente la continencia.
Pero precisamente gracias a esto resalta con suma claridad todo el significado subjetivo, la grandeza y excepcionalidad de una tal decisión: el significado de una respuesta madura a un don especial del Espíritu.
5. No entiende de otro modo el consejo de la continencia San Pablo en la Carta a los Corintios, pero lo expresa de modo diferente. Escribe así: “Dígoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto... (1Cor 7, 29), y un poco más adelante: “Pasa la apariencia de este mundo... (7, 31). Esta constatación sobre la caducidad de la existencia humana y el carácter transitorio del mundo temporal y, en cierto sentido, del carácter accidental de cuanto ha sido creado, deben llevar a que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieren (1Cor 7, 29; cf. 7, 31), y a preparar el terreno al mismo tiempo a la enseñanza sobre la continencia. Pues en el centro de su razonamiento pone Pablo la frase-clave que puede relacionarse con lo enunciado por Cristo, que es único en su género, sobre el tema de la continencia por el reino de Dios (cf. Mt 19, 12).
6. Mientras Cristo pone de relieve la magnitud de la renuncia inseparable de tal decisión, Pablo muestra sobre todo cómo hay que entender el reino de Dios en la vida de un hombre que ha renunciado al matrimonio por el reino. Y mientras el triple paralelismo de lo enunciado por Cristo alcanza su punto culminante en el verbo que indica la grandeza de la renuncia asumida voluntariamente (“hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos”, Mt 19, 12), Pablo define la situación con una sola palabra: no casado (ágamos); en cambio, más adelante incluye todo el contenido de la expresión reino de los cielos en una síntesis espléndida cuando dice: El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor (1Cor 7, 32).
Cada palabra de este párrafo merece un análisis especial.

7. En el Evangelio de Lucas, discípulo de Pablo, el contexto del verbo preocuparse de o buscar indica que de verdad es menester buscar sólo el reino de Dios (cf. Lc 12, 31), lo que constituye la parte mejor el unum necesssarium (cf. Lc 10, 41).
Y el mismo Pablo habla directamente de su preocupación por todas las Iglesias (2Cor 11, 28), de la búsqueda de Cristo mediante la solicitud por los problemas de los hermanos, por los miembros del Cuerpo de Cristo (cf. Flp 2, 20-21; 1Cor 12, 25). De este contexto emerge todo el amplio campo de la preocupación a la que el hombre no casado puede dedicar enteramente su pensamiento, fatigas y corazón. Ya que el hombre puede preocuparse sólo de aquello que lleva en el corazón.
8. En la enunciación de Pablo, quien no está casado se preocupa de las cosas del Señor (ta tou kyriou). Con esta expresión concisa Pablo abarca la realidad objetiva completa del reino de Dios. Del Señor es la tierra y cuanto la llena, dirá él mismo un poco más adelante en esta Carta (1Cor 10, 26; cf. Sal 23 [24], 1).
(El objeto del interés del cristiano es el mundo entero! Pero Pablo con el nombre Señor califica en primer lugar a Jesucristo (cf., por ejemplo, Flp 2, 11) y, por tanto, cosas del Señor quiere decir ante todo el reino de Cristo, su Cuerpo que es la Iglesia (cf. Col 1, 18) y cuanto contribuye al crecimiento de ésta.
De todo ello se preocupa el hombre no casado y, por ello, siendo Pablo Apóstol de Jesucristo (1Cor 1, 1) y ministro del Evangelio (cf. Col 1, 23), escribe a los Corintios: Quisiera yo que todos los hombres fueran como yo (1Cor 7, 7).
9. Sin embargo, el celo apostólico y la actividad más eficaz, tampoco agotan el contenido de la motivación paulina de la continencia. Incluso podría decirse que su raíz y fuente se encuentran en la segunda parte del párrafo que muestra la realidad subjetiva del reino de Dios. El que no está casado se preocupa... de agradar al Señor. Esta constatación abarca todo el campo de la relación personal del hombre con Dios.
Agradar a Dios,  (Esta expresión se encuentra en libros antiguos de la Biblia cf., por ejemplo, Dt 13, 19)  es sinónimo de vida en gracia de Dios, y expresa la actitud de quien busca a Dios, o sea, de quien se comporta según su voluntad para serle agradable.
En uno de los últimos libros de la Sagrada Escritura, esta expresión llega a ser una síntesis teológica de la santidad. San Juan sólo una vez la aplica a Cristo: “Yo hago siempre lo que es de su agrado del Padre (Jn 8, 29). San Pablo hace notar en la Carta a los Romanos que Cristo no buscó agradarse a Sí mismo (Rom 15, 3).
En estas dos constataciones está encerrado todo el contenido de agradar a Dios, entendido en el Nuevo Testamento como seguir las huellas de Cristo.

FALTAN EL 84 Y 85
86. La redención del cuerpo
Miércoles 21 de julio de 1982
“La creación , en efecto, fue sometida ala vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no solo ella, sino también nosotros que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rom 8, 2º-23).

1.  La creación  está sujeta a la vanidad  (Rom 8, 20). Toda la creación visible, todo el cosmos sufre los efectos del pecado del hombre. 
La creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto  (Rom 8, 22). Y, al mismo tiempo, toda  la creación... está esperando ansiosa la manifestación de los hijos de Dios ,  con la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios  (Rom 8, 19, 20-21).

2. La redención del cuerpo va unida precisamente a esta esperanza, en la que   hemos sido salvados  (Rom 8, 24).
La esperanza, que se remonta a los mismos comienzos del hombre (Gen 3,15). 
La redención del cuerpo tiene su dimensión antropológica: es la redención del hombre. Y ésta se irradia, al mismo tiempo, en cierto sentido, sobre toda la creación, la cual desde el principio ha sido vinculada de modo especial al hombre y subordinada a él (cf. Gén 1, 28-30). La redención del cuerpo es, pues, la redención del mundo: tiene una dimensión cósmica.

3. Pablo de Tarso pone al hombre en el centro de la creación, igual que ya  en el principio  el hombre había sido colocado en el centro mismo de la imagen de la creación.
Es precisamente el hombre, son los hombres, quienes poseen  las primicias del espíritu , quienes gimen interiormente, esperando la redención de su cuerpo (cf. Rom 8, 23).

4. Los elementos constitutivos de la teología del cuerpo se encuentran en lo que Cristo dice, remitiéndose al  principio, en la respuesta a la pregunta sobre la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 8); en lo que dice sobre la concupiscencia, refiriéndose al corazón humano, en el sermón de la montaña (cf. Mt 5, 28); y también en lo que dice sobre la resurrección (cf. Mt 22, 30).
El  cuerpo  significa (según el libro del Génesis) el aspecto visible del hombre y su pertenencia al mundo visible. Para San Pablo no sólo significa esta pertenencia, sino a veces también la alienación del hombre del influjo del Espíritu de Dios. Uno y otro significado están relacionados con la  redención del cuerpo .

5. Así, esperamos precisamente la victoria sobre la muerte, de la que Cristo dio testimonio principalmente con su resurrección. A la luz del misterio pascual, las palabras del Señor sobre la resurrección de los cuerpos y sobre la realidad del  otro mundo , registradas en los Sinópticos, han adquirido su plena elocuencia.
Tanto Cristo, como luego Pablo de Tarso, han proclamado la llamada a la abstención del matrimonio  por él reino de los cielos  precisamente en nombre de esta realidad escatológica.

6.  Es necesario decir que ambos enunciados-clave, la indisolubilidad del matrimonio y la lucha contra la concupiscencia, se refieren a la moralidad humana, tienen un sentido ético. Aquí se trata no de la esperanza escatológica de la resurrección, sino de la esperanza de la victoria sobre el pecado a la que podemos llamar esperanza de cada día.

7. En la vida cotidiana el hombre debe sacar del misterio de la redención del cuerpo la inspiración y la fuerza para superar el mal que está adormecido en él bajo la forma de la triple concupiscencia.
El hombre y la mujer, unidos en matrimonio, han de iniciar cada día la aventura de la indisoluble unión de esa alianza que han establecido entre ellos.
Pero también el hombre y la mujer, que han escogido voluntariamente la continencia por el reino de los cielos, deben dar diariamente testimonio vivo de la fidelidad a esa opción, acogiendo las orientaciones de Cristo en el Evangelio, y las del Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios.

8. La redención del cuerpo ayuda, en primer lugar, a descubrir todo ese bien con el que el hombre logra la victoria sobre el pecado y sobre la concupiscencia.
Las palabras de Cristo permiten descubrir y reforzar la vinculación que existe entre la dignidad del ser humano (del hombre y de la mujer) y el significado nupcial de su cuerpo. Permiten comprender y realizar en la práctica, según ese significado, la libertad plena del don, que de una forma se expresa a través del matrimonio indisoluble, y de otra forma se expresa mediante la abstención del matrimonio por el reino de los cielos. A través de estos caminos diversos Cristo revela plenamente el hombre al hombre, dándole a conocer  su altísima vocación. Esta vocación se halla inscrita en el hombre según todo su compositum psicofísico, precisamente mediante el misterio de la redención del cuerpo.
¿En qué nos damos cuenta de que nuestro cuerpo está siendo redimido?


87. El matrimonio como sacramento según la Carta a los Efesios
Miércoles 28 de julio de 1982

1. Iniciamos hoy un nuevo capítulo sobre el tema del matrimonio, leyendo las palabras de San Pablo a los Efesios:
Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo.
Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne. Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a sí mismo, y la mujer reverencie a su marido  (Ef 5, 22-33).

2. El texto entresacado ahora de la Carta a los Efesios constituye como el  coronamiento  de las sintéticas palabras-clave a que me he referido en temas anteriores. Si de ellas ha salido la teología del cuerpo en sus rasgos evangélicos, sencillos y al mismo tiempo fundamentales, hay que presuponer, en cierto sentido esta teología al interpretar el mencionado paso de la Carta a los Efesios. Y, por lo mismo, si se quiere interpretar dicho paso hay que hacerlo a la luz de lo que Cristo nos dijo sobre el cuerpo humano.
El habló no sólo refiriéndose al hombre  histórico  y por lo mismo al hombre, siempre  contemporáneo , de la concupiscencia (a su  corazón ), sino también poniendo de relieve, por un lado, las perspectivas del  principio , o sea, de la inocencia original y de la justicia y, por otro, las perspectivas escatológicas de la resurrección de los cuerpos, cuando  ni tomarán mujeres ni maridos  (cf. Lc 20, 35). Todo esto forma parte de la óptica teológica de la  redención de nuestro cuerpo  (Rom 8, 23).

3. También las palabras del autor de la Carta a los Efesios[33] tienen como centro el cuerpo; y esto, tanto en su significado metafórico, el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, como en su significado concreto, el cuerpo humano en su perenne masculinidad y feminidad, en su perenne destino a la unión en el matrimonio, como dice el libro del Génesis:  Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne  (Gén 2, 24).
¿De que forma aparecen y convergen estos dos significados del cuerpo en el párrafo de la Carta a los Efesios?
¿Y por qué aparecen y convergen en ella?

4. Es un texto muy conocido en la liturgia en la que aparece siempre relacionado con el sacramento del matrimonio.
 La lex orandi de la Iglesia ve en él una referencia explícita a este sacramento: y la lex orandi presupone y al mismo tiempo expresa siempre la lex credendi. Admitiendo esta premisa hemos de preguntarnos enseguida:
¿Cómo emerge la verdad sobre la sacramentalidad del matrimonio en este texto  clásico  de la Carta a los Efesios?
¿Cómo se expresa y se confirma en él?
Se verá claramente que la respuesta a estos interrogantes no puede ser inmediata y directa, sino gradual y  a largo plazo . Esto se ve incluso en una primera lectura de este texto, que nos lleva al libro del Génesis y consiguientemente  al principio , y que, en la descripción de las relaciones entre Cristo y la Iglesia toma de los escritos de los Profetas del Antiguo Testamento la bien conocida analogía del amor nupcial entre Dios y su pueblo escogido. Sin examinar estas relaciones resultaría difícil responder a la pregunta sobre cómo la Carta a los Efesios trata de la sacramentalidad del matrimonio. Así se ve cómo la prevista respuesta ha de pasar a través de todo el ámbito de los problemas analizados precedentemente, es decir, a través de la teología del cuerpo.

5. El sacramento o la sacramentalidad se cruza con el cuerpo y presupone la  teología del cuerpo . Efectivamente, el sacramento según el significado generalmente conocido, es un signo visible. El cuerpo en su aspecto visible significa la  visibilidad  del mundo y del hombre. Así, pues, de alguna manera aunque sea de forma muy general el cuerpo entra en la definición del sacramento, siendo él mismo  signo visible de una realidad invisible , es decir, de la realidad espiritual, trascendente, divina. Con este signo y mediante este signo Dios se da al hombre en su trascendente verdad y en su amor.
El sacramento es signo de la gracia y es un signo eficaz. No solo la indica y expresa de modo visible en forma de signo, sino que la produce y contribuye eficazmente a hacer que la gracia se convierta en parte del hombre y que en él se realice y se cumpla la obra de la salvación, la obra presente en los designios de Dios desde la eternidad y revelada plenamente por Jesucristo.

6.El  texto tomado de la Carta a los Efesios  revela de modo especial el hombre al hombre y le indica su altísima vocación:

 “…el misterio del hombre solo se esclarece con el misterio del Verbo encarnado. Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.  (Gaudium et spes 22):

Esto, en cuanto que el hombre participa de la experiencia de la persona encarnada. De hecho Dios, creando al hombre a su imagen, desde el principio lo creó  varón y mujer  (Gén 1, 27).
En los análisis sucesivos trataremos de comprender mas profundamente sobre todo a la luz del citado texto de la Carta a los Efesios el sacramento (especialmente, el matrimonio como sacramento): primero, en la dimensión de la Alianza y de la gracia, y después, en la dimensión del signo sacramental. 


88. Mirada general a la Carta de San Pablo a los Efesios
Miércoles 4 de agosto de 1982
1. La Carta a los Efesios tiene una estructura muy significativa. El autor comienza esta Carta presentando el plan eterno de la salvación del hombre en Jesucristo.
...Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo... en Él nos eligió... para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia..., para realizarlo al cumplirse los tiempos, recapitulando todas las cosas en Cristo... (Ef 1, 3. 4-7. 10).
El autor de la Carta a los Efesios, después de haber presentado con palabras llenas de gratitud el designio que, desde la eternidad, está en Dios y, a la vez, se realiza ya en la vida de la humanidad, ruega al Señor para que los hombres (y directamente los destinatarios de la Carta) conozcan plenamente a Cristo como cabeza: ...le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia que es su cuerpo, la plenitud del que lo acaba todo en todos (1, 22-23). La humanidad pecadora está llamada a una vida nueva en Cristo, en quien los gentiles y los judíos deben unirse como en un templo (cf. 2. 11-21).
 El Apóstol es heraldo del misterio de Cristo entre los gentiles, a los cuales se dirige sobre todo, doblando las rodillas ante el Padre, y pidiendo que les conceda, según la riqueza de su gloria, ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu (3, 14. 16).
2. Después de esta revelación tan profunda y sugestiva del misterio de Cristo en la Iglesia, el autor pasa, en la segunda parte de la Carta, a orientaciones más detalladas, que miran a definir la vida cristiana como vocación que brota del plan divino, del que hemos hablado anteriormente, es decir, del misterio de Cristo en la Iglesia. También el autor toca aquí diversas cuestiones, validas siempre para la vida cristiana. Exhorta a conservar la unidad subrayando al mismo tiempo que esta unidad se construye sobre la multiplicidad y diversidad de los dones de Cristo. A cada uno se le ha dado un don diverso, pero todos, como cristianos, deben vestirse del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas (4, 24).
A esto está vinculada una llamada categórica a superar los vicios y adquirir las virtudes correspondientes a la vocación que todos han obtenido en Cristo (cf. 4, 25-32). El autor escribe: Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros... en sacrificio (5, 1-2).



3. En el capítulo V de la Carta a los Efesios estas llamadas se hacen aún más concretas. El autor condena severamente los abusos paganos, escribiendo: Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz (5, 8).
Los dos principales hilos conductores de toda la Carta a los Efesios:
-el primero, el del misterio de Cristo que, como expresión del plan divino para la salvación del hombre, se realiza en la Iglesia;
-el segundo, el de la vocación cristiana como modelo de vida para cada uno de los bautizados y cada una de las comunidades, correspondiente al misterio de Cristo, o sea, al plan divino para la salvación del hombre.

4. En el contexto inmediato del pasaje citado, el autor de la Carta trata de explicar de qué modo la vocación cristiana, concebida así, debe realizarse y manifestarse en las relaciones entre todos los miembros de una familia; por lo tanto, no sólo entre el marido y la mujer (de quienes trata precisamente el pasaje del capítulo 5, 22-23, elegido por nosotros), sino también entre padres e hijos.
El autor escribe: Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque es justo. Honra a tu padre y a tu madre. Tal es el primer mandamiento, seguido de promesa, para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra.
Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza del Señor (6, 1-4).

5. Así, pues el texto de la Carta a los Efesios, que nos proponemos hacer objeto de un análisis profundo, se halla en el contenido inmediato de enseñanzas sobre las obligaciones morales de la sociedad familiar ( códigos domésticos, según la definición de Lutero). Encontramos también instrucciones análogas en otras Cartas (por ejemplo, en la dirigida a los Colosenses, 3, 18-4, y en la primera Carta de Pedro, 2, 13-3, 7).
Además, este contexto inmediato forma parte de nuestro pasaje, en cuanto también el texto clásico que hemos elegido trata de los deberes recíprocos de los maridos y de las mujeres.
Sin embargo, hay que notar que el pasaje 5, 22-23 de la Carta a los Efesios se centra de suyo exclusivamente en los cónyuges y en el matrimonio y lo que respecta a la familia, también en sentido amplio, se halla ya en el contexto.
Teniendo así ante los ojos la estructura total de toda la Carta a los Efesios, en el primer análisis trataremos de clasificar el significado de las palabras: Sujetaos los unos a los otros en el temor de Cristo (5, 21), dirigidas a los maridos y a las mujeres.

89. Relación recíproca de los cónyuges a imagen de la relación de Cristo con la Iglesia
Miércoles 11 de agosto de 1982


1. El autor de la Carta a los Efesios, dirigiéndose a los cónyuges, les recomienda que estén sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo (5, 21).

Se trata aquí de una relación de doble dimensión o de doble grado: recíproco y comunitario

Las relaciones recíprocas del marido y de la mujer deben brotar de su común relación con Cristo.

El temor, o la pietas, nacida de la profunda conciencia del misterio de Cristo debe constituir la base de las relaciones recíprocas entre los cónyuges.

2. El misterio de Cristo debe llevarlos a estar sujetos los unos a los otros: el misterio de la elección, desde la eternidad, de cada uno de ellos en Cristo para ser hijos adoptivos de Dios.

3. Según Ef 5, 21-33, las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor (5, 22). Esto es, que la mujer, en su relación con Cristo que es para los dos cónyuges el único Señor puede y debe encontrar la motivación de fe.

Esta relación no es sumisión unilateral, el marido y la mujer están sujetos los unos a los otros, están mutuamente subordinados. La fuente de esta sumisión recíproca está en la pietas cristiana, y su expresión es el amor.

 4. Al decir las casadas estén sujetas a sus maridos piensa que el amor y excluye todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva o esclava del marido.

El amor ciertamente hace que simultáneamente también el marido esté sujeto a la mujer, y sometido en esto al Señor mismo, igual que la mujer al marido. La comunidad o unidad se da a través de una recíproca donación, que es también una mutua sumisión.

Cristo es fuente y, a la vez, modelo de esta sumisión que, al ser recíproca en el temor de Cristo, confiere a la unión conyugal un carácter profundo y maduro.

5. Ciertamente es diversa nuestra sensibilidad contemporánea, diversas son también las mentalidades y las costumbres, y es diferente la situación social de la mujer con relación al hombre. No obstante, el fundamental principio

6. Cuando dice que las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... (5, 22-25).

7. Efesios en el capítulo 5 (vv. 21-33) está totalmente penetrado por la misma analogía; esto es, la relación recíproca entre los cónyuges, marido y mujer, los cristianos la entienden a imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia.


¿De qué modo la obediencia no es sumisión, sino un intercambio recípro de dones?

90. El matrimonio, signo visible del eterno misterio divino
Miércoles 18 de agosto de 1982

1.  La relación recíproca entre los cónyuges, marido y mujer, los cristianos la entienden a imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia, tal como lo propone San Pablo.

Esta relación es, al mismo tiempo, revelación y realización del misterio de la salvación, de la elección de amor, escondida desde la eternidad en Dios. Esta revelación y realización del misterio de la salvación comprende el rasgo particular del amor nupcial en la relación de Cristo con la Iglesia, y por esto se puede expresar de la manera más adecuada recurriendo a la analogía de la relación que hay que debe haberC entre marido y mujer dentro del matrimonio.

2. En el amor recíproco de Cristo y de la Iglesia, se realiza el eterno designio divino de la salvación del hombre. La analogía utilizada en la Carta a los Efesios, al esclarecer el misterio de la relación entre Cristo y la Iglesia, descubre a la vez, la verdad esencial sobre el matrimonio, esto es, que el matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos únicamente cuando refleja el amor que Cristo-Esposo dona a la Iglesia, su Esposa, y con el que la Iglesia (a semejanza de la mujer  sometida  , por lo tanto, plenamente donada) trata de corresponder a Cristo.

Este es el amor redentor, salvador, el amor con el que el hombre, desde la eternidad, ha sido amado por Dios en Cristo:  En Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él... (Ef 1, 4).
3. En el texto se usa el tono exhortativo:  Las mujeres estén sujetas a sus maridos..., como la Iglesia está sujeta a Cristo. Y, por otra parte:  Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia. De allí que sea necesario admitir que en la esencia misma del matrimonio se encierra una partícula del misterio del amor de Cristo por la Iglesia.

 4. Como se ve, esta analogía actúa en dos direcciones. Si, por una parte, nos permite comprender mejor la esencia de la relación de Cristo con la Iglesia, por otra, a la vez, nos permite penetrar más profundamente en la esencia del matrimonio, al que están llamados los cristianos.

En la base de la comprensión del matrimonio en su esencia misma, está la relación nupcial de Cristo con la Iglesia. Esta relación se analiza más detalladamente aún para poder establecer, suponiendo la analogía con el matrimonio, cómo éste se convierte en signo visible del eterno misterio divino, a imagen de la Iglesia unida con Cristo. De este modo la Carta a los Efesios nos lleva a las bases mismas de la sacramentalidad del matrimonio.

5. Cristo es cabeza de la Iglesia. Es cabeza como salvador de su cuerpo, a través de una donación total por amor:  “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella “(Ef 5, 25). El ha formado a la Iglesia como su cuerpo y continuamente la edifica, convirtiéndose en su cabeza. Como cabeza es salvador de su cuerpo y, a la vez, como salvador es cabeza. Como cabeza y salvador de la Iglesia es también esposo de su esposa.

6. La Iglesia es ella misma en tanto en cuanto, como cuerpo, recibe de Cristo, su cabeza, todo el don de la salvación como fruto del amor de Cristo y de su entrega por la Iglesia: El amor redentor se transforma en amor nupcial: Cristo, al entregarse a sí mismo por la Iglesia, con el mismo acto redentor se ha unido de una vez para siempre con ella, como el esposo con la esposa, como el marido con la mujer.

El misterio de la redención del cuerpo lleva en sí, de alguna manera, el misterio  de las bodas del Cordero (cf. Ap 19, 7).

91. Analogía de la relación que existe entre Cristo y la Iglesia y la que existe entre el esposo y la esposa

Miércoles 25 de agosto de 1982


1. La unión del cuerpo con la cabeza es sobre todo de naturaleza orgánica, es, sencillamente, la unión somática del organismo humano, en cuanto se puede decir que  el cuerpo vive de la cabeza.

2. En todo el texto de la Carta a los Efesios (5, 22-33), y especialmente en la primera parte, de la que nos estamos ocupando (5, 22-23), el autor habla como si en el matrimonio también el marido fuera  cabeza de la mujer  , y la mujer  cuerpo del marido, cual si los dos cónyuges formaran una unión orgánica.

Esto puede hallar su fundamento en el texto del Génesis donde se habla de  una sola carne (Gén 2, 24), o sea, en el mismo texto al que se referirá el autor de la Carta a los Efesios  en el marco de su gran analogía.

No obstante, se trata del hombre y de la mujer como de dos distintos sujetos personales, que deciden conscientemente su unión conyugal, definida por el arcaico texto con los términos:  una sola carne. El autor se sirve de una doble analogía: cabeza-cuerpo, marido-mujer, a fin de ilustrar con claridad la naturaleza de la unión entre Cristo y la Iglesia (Ef 5, 22-23). La dimensión eclesiológica parece decisiva y predominante.

3. No cabe duda de que Cristo es un sujeto diverso de la Iglesia, sin embargo, en virtud de una relación especial, se une con ella, como en una unión orgánica de cabeza y cuerpo.

La Iglesia es así fuertemente, así esencialmente ella misma en virtud de la unión con Cristo. ¿Se puede decir lo mismo de los esposos, del hombre y de la mujer, unidos por un vínculo matrimonial?

Si el autor de la Carta a los Efesios ve la analogía de la unión de la cabeza con el cuerpo, Esta analogía se refiere sobre todo al matrimonio mismo como a la unión en virtud de la cual  serán dos una sola carne (Ef 5, 31; cf. Gén 2, 24).

4. Sin embargo, esta analogía no oscurece la individualidad de los sujetos.: la del marido y la de la mujer, es decir, la esencial bi-subjetividad que está en la base de la imagen de  un solo cuerpo (Ef 5, 22-33).

5. Efectivamente, leemos:

“Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua, con la palabra, a fin de presentársela así gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e inmaculada. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne “(Ef 5, 25-31).

6. El autor de la Carta a los Efesios habla del amor de Cristo a la Iglesia, explicando el modo en que se expresa ese amor, y presentando, a la vez, tanto ese amor como sus expresiones, modelo que debe seguir el marido con relación a la propia mujer. El amor de Cristo a la Iglesia tiene como finalidad esencialmente su santificación:  Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... para santificarla (Ef 5, 25-26).
La donación redentora de sí, que Cristo ha hecho por la Iglesia, realiza la purificación fundamental mediante la cual el amor de Él a la Iglesia adquiere un carácter nupcial a los ojos del autor de la Carta.  (Bautismo)

7. El que recibe el bautismo, en virtud del amor redentor de Cristo, se hace, al mismo tiempo, partícipe de su amor nupcial a la Iglesia.  El lavado del agua, con la palabra en nuestro texto es la expresión del amor nupcial en el sentido de que prepara a la esposa (Iglesia) para el esposo, hace a la Iglesia esposa de Cristo, diría,  in actu primo. 8. En la Carta a los Efesios, leemos que  el lavado del agua sirve, por parte del esposo,  a fin de presentársela así gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e inmaculada (Ef 5, 27).

La expresión  presentársela parece indicar el momento del desposorio, cuando la esposa es llevada al esposo, vestida ya con el traje nupcial, y adornada para la boda.

El texto citado pone de relieve que el mismo Cristo-Esposo se preocupa de adornar a la Esposa-Iglesia, procura que esté hermosa con la belleza de la gracia, cuyo fruto definitivo del amor redentor y nupcial, solamente en la última venida de Cristo (parusía).

¿Por   qué, para que el matrimonio lo sea de verdad, el amor mutuo de los esposos tendrá que reflejar el amor de Cristo por la Iglesia?

FALTA 92
93. Las bases de la sacramentalidad del matrimonio
Miércoles 8 de septiembre de 1982

1. El autor de la Carta a los Efesios escribe:
Nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo (Ef 5, 29-30).
Después de este versículo, el autor juzga oportuno citar el que en toda la Biblia puede ser considerado el texto fundamental sobre el matrimonio, texto contenido en el Génesis, capítulo 2, 24:
Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne (Ef 5, 31: Gén 2, 24).
Se puede deducir del contexto inmediato de la Carta a los Efesios que la cita del libro del Génesis (Gén 2, 24) es aquí necesaria no tanto para recordar la unidad de los esposos, definida desde el principio en la obra de la creación, cuanto para presentar el misterio de Cristo con la Iglesia, de donde el autor deduce la verdad sobre la unidad de los cónyuges.
El autor pone de relieve que las bases de esta analogía se buscan en la línea que, dentro del plan salvífico de Dios, une el matrimonio, como la más antigua revelación (y manifestación) de ese plan en el mundo creado, con la revelación y manifestación definitiva, esto es, la revelación de que Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella (Ef 5, 25), dando a su amor redentor un carácter y sentido nupcial.

2. El autor, después de haber citado las palabras del libro del Génesis (2, 24), escribe: Gran misterio este, pero entendido de Cristo y de la Iglesia (Ef 5, 32).
Es necesario admitir que el término mysterion significa aquí el misterio, antes oculto en la mente divina y después revelado en la historia del hombre.
Es lo que Dios, como Creador y Padre desea transmitir sobre todo a los hombres en su Palabra.

3. San Pablo pone de relieve la continuidad entre la más antigua Alianza, que Dios estableció al constituir el matrimonio ya en la obra de la creación, y la Alianza definitiva en la que Cristo, después de haber amado a la Iglesia y haberse entregado por ella, se une a la misma de modo nupcial, esto es, como corresponde a la imagen de los esposos. Esta continuidad de la iniciativa salvífica de Dios constituye la base esencial de la gran analogía contenida en la Carta a los Efesios.
La continuidad de la iniciativa salvífica de Dios significa la continuidad e incluso la identidad del misterio, del gran misterio, en las diversas fases de su revelación. Por lo tanto, en cierto sentido, de su manifestación y, a la vez, de su realización; en la fase más antigua desde el punto de vista de la historia del hombre y de la salvación, y en la fase de la plenitud de los tiempos (Gál 4, 4).

4. Se puede entender ese gran misterio como sacramento? Parece que en este texto habla de las bases de la sacramentalidad de toda la vida cristiana, y en particular, de las bases de la sacramentalidad del matrimonio. Habla, pues, de la sacramentalidad de toda la existencia cristiana en la Iglesia, y especialmente del matrimonio de modo indirecto pero del modo más fundamental posible. 

5. Sacramento no es sinónimo de misterio[34]. Efectivamente, el misterio permanece oculto Cescondido en Dios mismo, de manera que, incluso después de su proclamación (o sea, revelación), no cesa de llamarse misterio, y se predica también como misterio.
El sacramento es signo visible y eficaz de la gracia. Mediante él, se realiza en el hombre el misterio escondido desde la eternidad en Dios, del que habla la Carta a los Efesios (cf. Ef 1, 9) al comienzo:
- misterio de la llamada a la santidad, por parte de Dios, 
- misterio de su predestinación a convertirse en hijo adoptivo. Se realiza de modo misterioso, bajo el velo de un signo.

 6. El autor de la Carta escribe no sólo del gran misterio escondido en Dios, sino también, y sobre todo, del misterio que se realiza por el hecho de que Cristo, que con acto de amor redentor amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el mismo acto se ha unido a la Iglesia de modo nupcial, como se unen recíprocamente marido y mujer en el matrimonio instituido por el Creador.

7. Se puede decir que esta sacramentalidad de la Iglesia está constituida por todos los sacramentos, mediante los cuales ella realiza su misión santificadora. Además se puede decir que la sacramentalidad de la Iglesia es fuente de los sacramentos, y en particular del Bautismo y de la Eucaristía, como se deduce del pasaje, ya analizado, de la Carta a los Efesios (cf. Ef 5, 25-33). Finalmente hay que decir que la sacramentalidad de la Iglesia permanece en una relación particular con el matrimonio: el sacramento más antiguo.


94. El amor de Yahvé al pueblo elegido, signo del amor que une a los esposos

Miércoles 15 de septiembre de 1982



“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia. Por esto nos hizo gratos en su amado  ( 1, 3-6).

Hasta ahora se habla del misterio escondido desde los siglos (Ef 3, 9) en Dios.
El don, destinado al hombre, desde los siglos, en Cristo, se hace parte real del hombre en el mismo Cristo: en quien tenemos la redención por virtud de su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas… (Ef 1, 7-10).

3. El autor de la Carta a los Efesios, en la continuación de la misma Carta, exhorta a aquellos a quienes ha llegado esta revelación, y a todos los que la han acogido en la fe, a modelar su vida en el espíritu de la verdad conocida. De modo particular exhorta a lo mismo a los esposos cristianos, maridos y mujeres.

4. El autor parece hablar, sobre todo, de dos aspectos morales de la vocación de los cristianos, haciendo, sin embargo, referencia continua al misterio que ya actúa en ellos gracias a la redención de Cristo, y obra con eficacia sobre todo en virtud del bautismo. Efectivamente, escribe:

En Él también vosotros, que escucháis la palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salud, en el que habéis creído, fuisteis sellados con el sello del Espíritu Santo prometido (Ef 1, 13).

El Apóstol escribe a los cristianos que, mediante el bautismo, se harían miembros de la comunidad eclesial.

5. En Cristo tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados... (Ef 1, 7). De este modo los hombres que aceptan mediante la fe el don que se les ofrece en Cristo, se hacen realmente partícipes del misterio eterno, aunque actúe en ellos bajo los velos de la fe.

Esta donación sobrenatural de los frutos de la redención hecha por Cristo adquiere, según la Carta a los Efesios 5, 22-33, el carácter de una entrega nupcial de Cristo mismo a la Iglesia, a semejanza de la relación nupcial entre el marido y la mujer. Por lo tanto, no sólo los frutos de la redención son don, sino sobre todo lo es Cristo: El se entrega a Sí mismo a la Iglesia, como a su Esposa.

6. Los Profetas en sus discursos han introducido la semejanza del amor nupcial para caracterizar de modo particular el amor que Yahvé nutre por Israel, el amor que, por parte del pueblo elegido, no encuentra comprensión y correspondencia; más aún, halla infidelidad y traición. La manifestación de infidelidad y traición fue ante todo la idolatría, culto a los dioses extranjeros.

7. En la mayoría de los casos se trataba de poner de relieve de manera dramática precisamente esa traición y esa infidelidad, llamadas adulterio de Israel; sin embargo en la base de todos estos enunciados de los Profetas está la convicción explícita de que el amor de Yahvé al pueblo elegido puede y debe ser comparado con el amor que une al esposo con la esposa, al amor que debe unir a los cónyuges.
 No se puede olvidar que al patrimonio del Antiguo Testamento pertenece también el Cantar de los Cantares, donde la imagen del amor nupcial está delineada es verdad sin la analogía típica de los textos proféticos, que presentaban en ese amor la imagen del amor de Yahvé a Israel, pero también sin el motivo de adulterio, o sea, de infidelidad.
Así, pues, la analogía del esposo y de la esposa, que ha permitido al autor de la Carta a los Efesios definir la relación de Cristo con la Iglesia, posee una rica tradición en los libros de la Antigua Alianza. Analizando esta analogía en el clásico texto de la Carta a los Efesios, no podemos menos de remitirnos a esa tradición.

8. Para iluminar esta tradición nos limitaremos de momento a citar un pasaje del texto de Isaías. Dice el Profeta:
Nada temas, que no serás confundida; no te avergüences, que no serás afrentada. Te olvidarás de la vergüenza de la juventud y perderás el recuerdo del oprobio de tu viudez. Porque tu marido es tu Hacedor, que se llama Yahvé Sebaot, y tu redentor es el Santo de Israel, que es el Dios del mundo todo. Sí, Yahvé te llamó como a mujer abandonada y desolada. La esposa de la juventud, ¿podrá ser repudiada?, dice tu Dios. Por una hora, por un momento te abandoné, pero en mi gran amor vuelvo a llamarte. /.../. No se apartará más de ti mi misericordia, y mi alianza de paz será inquebrantable, dice Yahvé, que te ama (Is 54, 4-7. 10).
En el próximo capítulo comenzaremos el análisis del citado texto de Isaías.

FALTAN EL 95, 96,97 Y 98
99. El matrimonio, sacramento primordial
Miércoles 20 de octubre de 1982
1. Heredad integral de la Alianza con Dios, y la gracia unida originariamente con la obra divina de la creación.
De esta heredad integral como conviene deducir del texto de la Carta a los Efesios 5, 22-33 formaba parte también el matrimonio, como sacramento primordial, instituido desde el principio y vinculado con el sacramento de la creación en su totalidad.
La sacramentalidad del matrimonio forma parte esencial de la nueva heredad: la del sacramento de la redención.
Las palabras de Cristo en Mateo 19, 3-9 (cf. también Mc 10, 5-9, se refieren sólo y exclusivamente a la institución originaria del mismo por parte del Creador al  principio. Existe una relación del matrimonio con todo el orden sacramental, que, en la Nueva Alianza, emerge del sacramento mismo de la redención.

2. El matrimonio se construye en la estructura fundamental portadora de la nueva economía de la salvación y del orden sacramental, que toma origen de la gratificación nupcial que la Iglesia recibe de Cristo, juntamente con todos los bienes de la redención. ( Ef 1, 3).
Cristo mismo, en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 3-9) confirma de nuevo, la existencia del matrimonio como sacramento primordial. Reflexionando bien sobre esta dimensión, habría que concluir que todos los sacramentos de la Nueva Alianza encuentran, en cierto sentido, su prototipo en el matrimonio como sacramento primordial.

3. En su conversación con los fariseos (cf. Mt 19), Jesús no sólo confirma la existencia del matrimonio instituido desde el  principio  por el Creador, sino que lo declara también parte integral de la nueva economía sacramental.

 4. La nueva economía sacramental se dirige. no al hombre de la justicia e inocencia originarias, sino al hombre gravado por la heredad del pecado original y por el estado de pecaminosidad (status naturae lapsae). Se dirige al hombre de la triple concupiscencia según las palabras clásicas de la primera Carta de Juan (2, 16), al hombre en el que  la carne... tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne  (Gál 5, 17), según la teología (y la antropología) paulina, a la que hemos dedicado mucho espacio en nuestras reflexiones precedentes.

5. La Carta a los Efesios habla del matrimonio como sacramento  grande  en el amplio contexto de las exhortaciones de carácter moral  que deben calificar la vida de los cristianos, es decir, de los hombres conscientes de la elección que se realiza en Cristo y en la Iglesia.

6. Conviene precisar aquí, al menos brevemente, el sentido que adoptamos en el uso del término  sacramento , que es significativo para nuestras reflexiones.

7. La terminología teológica tradicional y contemporánea, con la palabra  sacramento  indica los signos instituidos por Cristo y administrados por la Iglesia, que expresan y confieren la gracia divina a la persona que recibe el sacramento correspondiente.
Cada uno de los siete sacramentos de la Iglesia está caracterizado por una determinada acción litúrgica, constituida mediante la palabra (forma) y la  materia  específica sacramental, según la difundida teoría hilemórfica que proviene de Tomas de Aquino y de toda la tradición escolástica.

8. Nos hemos servido en nuestras reflexiones de un significado más amplio y quizás más antiguo y más fundamental del término  sacramento [35]. La Carta a los Efesios, y especialmente 5, 22-23, parece autorizarnos a esto de modo particular. Sacramento significa aquí el misterio mismo de Dios, que está escondido desde la eternidad. en su misma revelación. En este sentido se ha hablado también del sacramento de la creación y del sacramento de la redención.
Basándonos en el sacramento de la creación, es cómo hay que entender la sacramentalidad originaria de matrimonio (sacramento primordial).
Luego, basándonos en el sacramento de la redención podemos comprender la sacramentalidad de la Iglesia, o mejor, la sacramentalidad de la unión de Cristo con la Iglesia que el autor de la Carta a los Efesios presenta con la semejanza del matrimonio, de la unión nupcial del marido y de la mujer.
Se trata no sólo de una comparación en sentido metafórico, sino de una renovación real (o sea, de una  recreación), de lo que constituía el contenido salvífico la  sustancia salvífica  del sacramento primordial. Esta constatación tiene un significado esencial, tanto para aclarar la sacramentalidad de la Iglesia. como también para comprender la sacramentalidad del matrimonio, entendido precisamente como uno de los sacramentos de la Iglesia.

FALTAN 100,101,102 ,103,104,105,106,107,108,109,110,111,112 Y 113

114. Las enseñanzas de la Encíclica Humanæ vitæ
Miércoles 11 de julio de 1984
1. Las reflexiones que hasta ahora hemos expuesto acerca del amor humano en el plano divino, quedarían, de algún modo, incompletas si no tratásemos de ver su aplicación concreta en el ámbito de la moral conyugal y familiar. Deseamos dar este nuevo paso, que nos llevará a concluir nuestro ya largo camino, bajo la guía de una importante declaración del Magisterio reciente: la Encíclica Humanæ vitæ, que publicó el Papa Pablo VI, en julio de 1968. Vamos a releer este significativo documento a la luz de los resultados a que hemos llegado, examinando el designio inicial de Dios y las palabras de Cristo, que nos remiten a él.


2. "La Iglesia... enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida..." (Humanæ vitæ, 11). "Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (Humanæ vitæ, 12).
3. Las consideraciones que voy a hacer se referirán especialmente al pasaje de la Encíclica Humanæ vitæ, que trata de los "dos significados del acto conyugal" y de su "inseparable conexión". No intento hacer un comentario a toda la Encíclica, sino más bien explicarla y profundizar en dicho pasaje. Desde el punto de vista de la doctrina moral contenida en el documento citado, este pasaje tiene un significado central. Al mismo tiempo es un párrafo que se relaciona estrechamente con nuestras anteriores reflexiones sobre el matrimonio en su dimensión de signo (sacramental).
Puesto que, según he dicho, se trata de un pasaje central de la Encíclica, resulta obvio que esté inserto muy profundamente en toda su estructura: su análisis, en consecuencia, debe orientarse hacia las diversas componentes de esa estructura, aunque la intención no sea comentar todo el texto.
4. En las reflexiones acerca del signo sacramental, se ha dicho ya varias veces que está basado sobre "el lenguaje del cuerpo" releído en la verdad. Se trata de una verdad afirmada por primera vez al principio del matrimonio, cuando los nuevos esposos, prometiéndose mutuamente "ser fieles siempre... y amarse y respetarse durante todos los días de su vida", se convierten en ministros del matrimonio como sacramento de la Iglesia.
Se trata, por tanto, de una verdad que por decirlo así, se afirma siempre de nuevo. En efecto, el hombre y la mujer, viviendo en el matrimonio "hasta la muerte", reproponen siempre, en cierto sentido, ese signo que ellos pusieron Ca través de la liturgia del sacramentoC el día de su matrimonio.
Las palabras antes citadas de la Encíclica del Papa Pablo VI se refieren a ese momento de la vida común de los cónyuges, en el cual, al unirse mediante el acto conyugal, ambos vienen a ser, según la expresión bíblica, "una sola carne" (Jn 2, 24). Precisamente en ese momento tan rico de significado, es también particularmente importante que se relea el "lenguaje del cuerpo" en la verdad. Esa lectura se convierte en condición indispensable para actuar en la verdad, o sea, para comportarse en conformidad con el valor y la norma moral.
5. La Encíclica no sólo recuerda esta norma, sino que intenta también darle su fundamento adecuado. Para aclarar más a fondo esa "inseparable conexión que Dios ha querido... entre los dos significados del acto conyugal", Pablo VI continúa así en la frase siguiente: "...el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer" (Humanæ vitæ, 12).
Podemos observar cómo en la frase precedente el texto recién citado trata, sobre todo, del "significado" y en la frase sucesiva, de la "íntima estructura" (es decir, de la naturaleza) de la relación conyugal. Definiendo esta "íntima estructura", el texto hace referencia a las "leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer".
El paso de la frase, que expresa la norma moral, a la frase que la explica y motiva, es particularmente significativo. La Encíclica nos induce a buscar el fundamento de la norma, que determina la moralidad de las acciones del hombre y de la mujer en el acto conyugal, en la naturaleza de este mismo acto y, todavía más profundamente, en la naturaleza de los sujetos mismos que actúan.


6. De este modo, la "íntima estructura" (o sea, la naturaleza) del acto conyugal constituye la base necesaria para una adecuada lectura y descubrimiento de los significados, que deben ser transferidos a la conciencia y a las decisiones de las personas agentes, y también la base necesaria para establecer la adecuada relación entre estos significados, es decir, su inseparabilidad. Dado que, "el acto conyugal..." Ca un mismo tiempoC "une profundamente a los esposos", y, a la vez, "los hace aptos para la generación de nuevas vidas"; y tanto una cosa como otra se realizan "por su íntima estructura"; de todo se deriva en consecuencia que la persona humana (con la necesidad propia de la razón, la necesidad lógica) "debe" leer contemporáneamente los "dos significados del acto conyugal" y también la "inseparable conexión... entre los dos significados del acto conyugal".
No se trata, pues, aquí de ninguna otra cosa sino de leer en la verdad el "lenguaje del cuerpo", como repetidas veces hemos dicho en los precedentes análisis bíblicos. La norma moral, enseñada constantemente por la Iglesia en este ámbito, y recordada y reafirmada por Pablo VI en su Encíclica, brota de la lectura del "lenguaje del cuerpo" en la verdad.
Se trata aquí de la verdad, primero en su dimensión ontológica ("estructura íntima") y luego Cen consecuenciaC de la dimensión subjetiva y psicológica ("significado"). El texto de la Encíclica subraya que, en el caso en cuestión, se trata de una norma de la ley natural.

115. La norma moral de la Encíclica Humanæ vitæ sobre el acto matrimonial
Miércoles 18 de julio de 1984

1. En la Encíclica Humanæ vitæ leemos: "Al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural, interpretada por su constante doctrina, la Iglesia enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (Humanæ vitæ, 11).
Contemporáneamente el mismo texto considera e incluso pone de relieve la dimensión subjetiva y psicológica, al hablar del "significado", y exactamente, de los "dos significados del acto conyugal".
El significado surge en la conciencia con la relectura de la verdad (ontológica) del objeto. Mediante esta relectura, la verdad (ontológica) entra, por así decirlo, en la dimensión cognoscitiva: subjetiva y psicológica.
La Humanæ vitæ parece dirigir particularmente nuestra atención hacia esta última dimensión. Esto se confirma por lo demás, indirectamente, también con la frase siguiente: "Nos pensamos que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental" (Humanæ vitæ, 12).
2. Este "carácter razonable" hace referencia no sólo a la verdad en la dimensión ontológica, o sea, a lo que corresponde a la estructura real del acto conyugal. Se refiere también a la misma verdad en su dimensión subjetiva y psicológica, es decir, a la recta comprensión de la íntima estructura del acto conyugal, o sea, a la adecuada relectura de los significados que corresponden a tal estructura y de su inseparable conexión, en orden a una conducta moralmente recta. En esto consiste precisamente la norma moral y la correspondiente regulación de los actos humanos en la esfera de la sexualidad. En este sentido, decimos, que la norma moral se identifica con la relectura, en la verdad, del "lenguaje del cuerpo".


3. La Encíclica Humanæ vitæ contiene por tanto, la norma moral y su motivación, o al menos, una profundización de lo que constituye la motivación de la norma. Por otra parte, dado que en la norma se expresa de manera vinculante el valor moral, se sigue de ello que los actos conformes a la norma son moralmente rectos; y en cambio, los actos contrarios, son intrínsecamente ilícitos. El autor de la Encíclica subraya que tal norma pertenece a la "ley natural", es decir, que está en conformidad con la razón como tal. La Iglesia enseña esta norma, aunque no esté expresada formalmente (es decir, literalmente) en la Sagrada Escritura; y lo hace con la convicción de que la interpretación de los preceptos de la ley natural pertenecen a la competencia del Magisterio.
Podemos, sin embargo, decir más. Aunque la norma moral, formulada así en la Encíclica "Humanæ vitæ", no se halla literalmente en la Sagrada Escritura, sin embargo, por el hecho de estar contenida en la Tradición y Ccomo escribe el Papa Pablo VIC haber sido "otras muchas veces expuesta por el Magisterio" (Humanæ vitæ, 12) a los fieles, resulta que esta norma corresponde al conjunto de la doctrina revelada contenida en las fuentes bíblicas (cf. Humanæ vitæ, 4).
4. Se trata aquí no sólo del conjunto de la doctrina moral contenida en la Sagrada Escritura, de sus premisas esenciales y del carácter general de su contenido, sino también de ese conjunto más amplio, al que hemos dedicado anteriormente numerosos análisis, al tratar de la "teología del cuerpo".
Propiamente, desde el fondo de este amplio conjunto, resulta evidente que la citada norma moral pertenece no sólo a la ley moral natural, sino también al orden moral revelado por Dios: también desde este punto de vista ello no podría ser de otro modo, sino únicamente tal cual lo han trasmitido la tradición y el magisterio y, en nuestros días, la Encíclica Humanæ vitæ, como documento contemporáneo de este magisterio.
Pablo VI escribe: "Nos pensamos que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental" (Humanæ vitæ, 12). Podemos añadir: ellos pueden comprender, también, su profunda conformidad con todo lo que transmite la Tradición, derivada de las fuentes bíblicas. Las bases de esta conformidad deben buscarse particularmente en la antropología bíblica. Por otra parte, es sabido el significado que la antropología tiene para la ética, o sea, para la doctrina moral. Parece, pues, que es del todo razonable buscar precisamente en la "teología del cuerpo" el fundamento de la verdad de las normas que se refieren a la problemática tan fundamental del hombre en cuanto "cuerpo": "los dos serán una misma carne" (Gén 2, 24).
5. La norma de la Encíclica Humanæ vitæ afecta a todos los hombres, en cuanto que es una norma de la ley natural y se basa en la conformidad con la razón humana (cuando ésta, se entiende, busca la verdad). Con mayor razón ella concierne a todos los fieles, miembros de la Iglesia, puesto que el carácter razonable de esta norma encuentra indirectamente confirmación y sólido sostén en el conjunto de la "teología del cuerpo". Desde este punto de vista hemos hablado, en anteriores análisis, del "ethos" de la redención del cuerpo.
La norma de la ley natural, basada en este "ethos", encuentra no solamente una nueva expresión, sino también un fundamento más pleno antropológico y ético, bien sea en la palabra del Evangelio, bien sea en la acción purificante y fortificante del Espíritu Santo.
Hay, pues, razones suficientes para que los creyentes y, en particular los teólogos relean y comprendan cada vez más profundamente la doctrina moral de la Encíclica en este contexto integral.
Las reflexiones, que desde hace tiempo venimos haciendo, constituyen precisamente un intento de una relectura así.



116. Armonía entre las enseñanzas de la Humanæ vitæ y la Gaudium et spes
Miércoles 25 de julio de 1984
1. Reanudamos las reflexiones que tienden a colegar la Encíclica Humanæ vitæ con el conjunto de la teología del cuerpo.
Esta Encíclica no se limita a recordar la norma moral que concierne a la convivencia conyugal, reafirmándola ante las nuevas circunstancias. Pablo VI, al pronunciarse con magisterio auténtico mediante la Encíclica (1968), ha tenido delante de sus ojos la autorizada enunciación del Concilio Vaticano II, contenida en la Constitución Gaudium et spes (1965).
La Encíclica, no sólo se halla en la línea de la enseñanza conciliar, sino que constituye también el desarrollo y la complementación de los problemas allí incluidos, de un modo especial con referencia al problema de la "armonía del amor humano con el respeto a la vida". Sobre este punto, leemos en la Gaudium et spes las siguientes palabras: "La Iglesia recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la trasmisión obligatoria de la vida y del fomento genuino del amor conyugal" (Gaudium et spes, 51).
2. La Constitución Pastoral del Vaticano II excluye toda "verdadera contradicción", en el orden normativo, lo cual, por su parte, confirma Pablo VI, procurando a la vez proyectar luz sobre aquella "no-contradicción" y, de ese modo, motivar la respectiva norma moral, demostrando la conformidad de la misma con la razón.
Sin embargo, la Humanæ vitæ habla no tanto de la "no contradicción" en el orden normativo, cuanto de la "inseparable conexión" entre la transmisión de la vida y el auténtico amor conyugal desde el punto de vista de los "dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreativo" (Humanæ vitæ, 12), de los cuales ya hemos tratado.
3. Nos podríamos detener largamente sobre el análisis de la norma misma; pero el carácter de uno y otro documento lleva, sobre todo, a reflexiones, al menos indirectamente, pastorales. En efecto, la Gaudium et spes es una Constitución Pastoral, y la Encíclica de Pablo VI Ccon todo su valor doctrinalC intenta tener la misma orientación. Quiere ser, efectivamente, respuesta a los interrogantes del hombre contemporáneo. Son, éstos, interrogantes de carácter demográfico y, en consecuencia, de carácter socio-económico y político, relacionados con el crecimiento de la población en el globo terrestre. Son interrogantes que surgen en el campo de las ciencias particulares, y del mismo estilo son los interrogantes de los moralistas contemporáneos (teólogos-moralistas). Son antes que nada los interrogantes de los cónyuges, que se encuentra ya en el centro de la atención de la Constitución conciliar y que la Encíclica toma de nuevo con toda la precisión que es de desear. Precisamente leemos en ella: "Consideradas las condiciones de la vida actual y dado el significado que las relaciones conyugales tienen en orden a la armonía entre los esposos y a su mutua fidelidad, )no sería indicado revisar las normas éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se considera que las mismas no pueden observarse sin sacrificios, algunas voces heroicos?" (Humanæ vitæ, 3).
4. En la antedicha formulación es evidente la solicitud con la que el autor de la Encíclica procura afrontar los interrogantes del hombre contemporáneo en todo su alcance. El relieve de estos interrogantes supone una respuesta proporcionalmente ponderada y profunda. Pues si, por una parte, es justo esperarse una profunda exposición de la norma, por otra parte, nos es lícito esperar que una importancia no menor se conceda a los temas pastorales, ya que conciernen más directamente a la vida de los hombres concretos, de aquellos, precisamente, que se plantean las preguntas mencionadas al principio.


Pablo VI ha tenido siempre delante de sí a estos hombres. Expresión de ello es, entre otros, el siguiente pasaje de la "Humanæ vitæ": "La doctrina de la Iglesia en materia de regulación de la natalidad, promulgadora de la ley divina, aparecerá fácilmente a los ojos de muchos difícil e, incluso, imposible en la práctica. Y en verdad que, como todas las grandes y beneficiosas realidades, exige un serio empeño y muchos esfuerzos de orden familiar, individual y social. Más aún, no sería posible actuarla sin la ayuda de Dios, que sostiene y fortalece la buena voluntad de los hombres. Pero a todo aquel que reflexione seriamente, no puede menos de aparecer que tales esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician la comunidad humana" (Humanæ vitæ, 20).
5. A esta altura no se habla más de la no-contradicción normativa, sino sobre todo de la "posibilidad de la observancia de la ley divina", es decir, de un tema, al menos indirectamente, pastoral. El hecho de que la ley tenga que ser de "posible" puesta en práctica, pertenece directamente a la misma naturaleza de la ley y está, por tanto, contenido en el cuadro de la "no-contradictoriedad normativa". Sin embargo, la "posibilidad", entendida como actuabilidad de la norma, pertenece también a la esfera práctica y pastoral. Mi predecesor habla en el texto citado, precisamente, de este punto de vista.
6. Se puede añadir aquí una consideración: el hecho que toda la retrovisión bíblica, denominada "teología del cuerpo" nos ofrezca también, aunque indirectamente, la confirmación de la verdad de la norma moral, contenida en la "Humanæ vitæ", nos predispone a considerar, más a fondo, los aspectos prácticos y pastorales del problema en su conjunto. Los principios y presupuestos generales de la "teología del cuerpo", )no estaban, quizás, sacados todos ellos de las respuestas que Cristo dio a las preguntas de sus concretos interlocutores? Y los textos de Pablo Ccomo, por ejemplo los de la Carta a los CorintiosC, )no son, acaso, un pequeño manual en orden a los problemas de la vida moral de los primeros seguidores de Cristo? Y en estos textos encontramos ciertamente, esa "norma de comprensión" que parece tan indispensable frente a los problemas de que trata la "Humanæ vitæ", y que está presente en esta Encíclica.
Si alguien cree que el Concilio y la Encíclica no tienen bastante en cuenta las dificultades presentes en la vida concreta, es porque no comprende las preocupaciones pastorales que hubo en el origen de tales documentos. Preocupación pastoral significa búsqueda del verdadero bien del hombre, promoción de los valores impresos por Dios en la propia persona; es decir, significa la puesta en acto de "aquella regla de comprensión" que intenta siempre el descubrimiento cada vez más claro del designio de Dios sobre el amor humano, con la certeza de que el único y verdadero bien de la persona humana consiste en la realización de este designio divino.
Se podría decir que, precisamente, en nombre de la mencionada "norma de comprensión", el Concilio ha planteado la cuestión de la "armonía del amor humano con el respeto a la vida" (Gaudium et spes, 51), y la Encíclica "Humanæ vitæ", no sólo ha recordado luego las normas morales que obligan en este ámbito, sino que se ocupa además, ampliamente del problema de la "posibilidad de la observancia de la ley divina".
Estas reflexiones actuales sobre el carácter del documento "Humanæ vitæ" nos preparan para tratar a continuación el tema de la "paternidad responsable".


117. La paternidad y la maternidad responsables a la luz de la Gaudium et spes y de la Humanæ vitæ
Miércoles 1 de agosto de 1984



1. Hemos elegido para hoy el tema de la "paternidad y maternidad responsables", a la luz de la Constitución Gaudium et spes y de la Encíclica Humanæ vitæ.
La Constitución Conciliar, al afrontar el tema, se limita a recordar las premisas fundamentales; el documento pontificio, en cambio, va más allá, dando a estas premisas unos contenidos mas concretos.
El texto conciliar dice así: "...Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal" (Gaudium et spes, 51).
Y el Concilio añade: "Fundados en estos principios, no es lícito a los hijos de la Iglesia ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina, reprueba sobre la regulación de la natalidad" (Gaudium et spes, 51).
2. Antes del pasaje citado (cf. Gaudium et spes, 50), el Concilio enseña que los cónyuges "con responsabilidad humana y cristiana cumplirán su misión y, con dócil reverencia hacia Dios" (Gaudium et spes, 50). Lo cual quiere decir que: "De común acuerdo y común esfuerzo, se formarán un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado de vida, tanto materiales como espirituales; y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia" (Gaudium et spes, 50).
Al llegar a este punto siguen palabras particularmente importantes para determinar, con mayor precisión, el carácter moral de la "paternidad y maternidad responsables". Leemos: "Este juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos personalmente" (Gaudium et spes, 50).
Y continuando: "En su modo de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la conciencia, la cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esa ley a la luz del Evangelio. Dicha ley divina muestra el pleno sentido del amor conyugal, lo protege e impulsa a la perfección genuinamente humana del mismo" (Gaudium et spes, 50).
3. La Constitución conciliar, limitándose a recordar las premisas esenciales para una "paternidad y maternidad responsables", las pone de relieve de manera totalmente unívoca, precisando los elementos constitutivos de semejante paternidad y maternidad, es decir: el juicio maduro de la conciencia personal en su relación con la ley divina, auténticamente interpretada por el Magisterio de la Iglesia.
4. La Encíclica Humanæ vitæ, basándose en las mismas premisas, avanza algo más, ofreciendo indicaciones concretas. Ello se ve, sobre todo, en el modo de definir la "paternidad responsable" (Humanæ vitæ, 10). Pablo VI trata de precisar este concepto, encareciendo los diversos aspectos y excluyendo, de antemano, su reducción a uno de los aspectos "parciales", como hacen quienes hablan, exclusivamente, del control de la natalidad. En efecto, desde el principio, Pablo VI se ve guiado, en su argumentación, por una concepción integral del hombre (cf. Humanæ vitæ, 7) y del amor conyugal (cf. Humanæ vitæ, 8, 9).


5. Se puede hablar de responsabilidad en el ejercicio de la función paterna y materna, bajo distintos aspectos. Así, escribe él: "En relación a los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana" (Humanæ vitæ, 10). Cuando se trata, luego, de la dimensión sicológica de "las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad" (Humanæ vitæ, 10).
Supuestos los antedichos aspectos intra-personales y añadiendo a ellos "las condiciones económicas y sociales", es necesario reconocer que "la paternidad responsable se pone en práctica, ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido" (Humanæ vitæ, 10).
Se sigue de ello que en la concepción de la "paternidad responsable" está contenida la disposición no solamente a evitar "un nuevo nacimiento", sino también a hacer crecer la familia según los criterios de la prudencia.
Bajo esta luz desde la cual es necesario examinar y decidir la cuestión de la "paternidad responsable", queda siempre como central "el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia" (Humanæ vitæ, 10).
6. Los esposos, dentro de este ámbito, cumplen "plenamente sus deberes para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores" (Humanæ vitæ, 10). No se puede, por tanto, hablar aquí de "proceder según el propio antojo". Al contrario, los cónyuges deben "conformar su conducta a la intención creadora de Dios" (Humanæ vitæ, 10).
Partiendo de este principio, la Encíclica fundamenta su argumentación sobre "la estructura íntima del acto conyugal" y sobre "la inseparable conexión entre los dos significados del acto conyugal" (cf. Humanæ vitæ, 12); todo lo cual ha sido ya tratado anteriormente. El relativo principio de la moral conyugal resulta ser, por lo tanto, la fidelidad al plan divino, manifestado en la "estructura íntima del acto conyugal" y en "el inseparable nexo entre los dos significados del acto conyugal".

118. Lo moralmente lícito y lo ilícito, según la doctrina de la Iglesia, en la regulación de la natalidad
Miércoles 8 de agosto de 1984
1. Hemos dicho anteriormente que el principio de la moral conyugal, que la Iglesia enseña (Concilio Vaticano II, Pablo VI) es el criterio de la fidelidad al plan divino.
De acuerdo con este principio, la Encíclica Humanæ vitæ distingue rigurosamente entre lo que constituye el modo moralmente ilícito de la regulación de los nacimientos o, con mayor precisión, de la regulación de la fertilidad, y el moralmente recto.


En primer lugar, es moralmente ilícita "la interrupción directa del proceso generador ya iniciado" ("aborto") (Humanæ vitæ, 14), la "esterilización directa" y "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación" (Humanæ vitæ, 14), por tanto todos los medios contraceptivos. Es por el contrario moralmente lícito "el recurso a los períodos infecundos" (Humanæ vitæ, 16): "Por consiguiente, si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o sicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales..." (Humanæ vitæ, 16).
2. La Encíclica subraya de modo particular que "entre ambos casos existe una diferencia esencial" (Humanæ vitæ, 16), esto es, una diferencia de naturaleza ética: "En el primero, los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural, en el segundo, impiden el desarrollo de los procesos naturales" (Humanæ vitæ, 16).
De ello se derivan dos acciones con calificación ética diversa, más aún, incluso opuesta: la regulación natural de la fertilidad es moralmente recta, la contracepción no es moralmente recta. Esta diferencia esencial entre las dos acciones (modos de actuar) concierne a su intrínseca calificación ética, si bien mi predecesor Pablo VI afirma que "tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles", e incluso escribe: "buscando la seguridad de que no se seguirá" (Humanæ vitæ, 16). En estas palabras el documento admite que, si bien también los que hacen uso de las prácticas anticonceptivas puedan estar inspirados por "razones plausibles", sin embargo ello no cambia la calificación moral que se funda en la estructura misma del acto conyugal como tal.
3. Se podría observar, en este punto, que los cónyuges que recurren a la regulación natural de la fertilidad podrían carecer de las razones válidas de que se ha hablado anteriormente; pero esto constituye un problema ético aparte, dado que se trata del sentido moral de la "paternidad y maternidad responsables".
Suponiendo que las razones para decidir no procrear sean moralmente rectas, queda el problema moral del modo de actuar en tal caso, y esto se expresa en un acto que Csegún la doctrina de la Iglesia transmitida en la EncíclicaC posee su intrínseca calificación moral positiva o negativa. La primera, positiva, corresponde a la "natural" regulación de la fertilidad; la segunda, negativa, corresponde a la "contracepción artificial".
4. Toda la argumentación precedente se resume en la exposición de la doctrina contenida en la Humanæ vitæ, advirtiendo en ella el carácter normativo y al mismo tiempo pastoral. En la dimensión normativa se trata de precisar y aclarar los principios morales del actuar; en la dimensión pastoral se trata sobre todo de ilustrar la posibilidad de actuar según estos principios ("posibilidad de la observancia de la ley divina", Humanæ vitæ, 20).
Debemos detenernos en la interpretación del contenido de la Encíclica. A tal fin es necesario ver ese contenido, ese conjunto normativo-pastoral a la luz de la teología del cuerpo, tal como emerge del análisis de los textos bíblicos.
5. La teología del cuerpo no es tanto una teoría, cuanto más bien una específica, evangélica, cristiana pedagogía del cuerpo. Esto se deriva del carácter de la Biblia, y sobre todo del Evangelio que, como mensaje salvífico, revela lo que es el verdadero bien del hombre, a fin de modelar Ca medida de este bienC la vida en la tierra, en la perspectiva de la esperanza del mundo futuro.
La Encíclica Humanæ vitæ, siguiendo esta línea, responde a la cuestión sobre el verdadero bien del hombre como persona, en cuanto varón y mujer; sobre lo que corresponde a la dignidad del hombre y de la mujer, cuando se trata del importante problema de la transmisión de la vida en la convivencia conyugal.
A este problema dedicaremos ulteriores reflexiones.



119. La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión de la vida en la comunidad conyugal
Miércoles 22 de agosto de 1984
1. )Cuál es la esencia de la doctrina de la Iglesia acerca de la transmisión de la vida en la comunidad conyugal, de esa doctrina que nos han recordado la Constitución pastoral del Concilio Gaudium et spes y la Encíclica Humanæ vitæ del Papa Pablo VI?
El problema está en mantener la relación adecuada entre lo que se define "dominio... de las fuerzas de la naturaleza" (Humanæ vitæ, 2), y el "dominio de sí" (Humanæ vitæ, 21), indispensable a la persona humana. El hombre contemporáneo manifiesta la tendencia a transferir los métodos propios del primer ámbito a los del segundo. "El hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza -leemos en la Encíclica-, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida síquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la trasmisión de la vida" (Humanæ vitæ, 2).
Esta extensión de la esfera de los medios de "dominio... de las fuerzas de la naturaleza" amenaza a la persona humana, para la cuál el método del "dominio de sí" es y sigue siendo específico. Efectivamente, el dominio de sí corresponde a la constitución fundamental de la persona: es precisamente un método "natural". En cambio, la transferencia de los "medios artificiales" rompe la dimensión constitutiva de la persona, priva al hombre de la subjetividad que le es propia y hace de él un objeto de manipulación.
2. El cuerpo humano no es sólo el campo de reacciones de carácter sexual, sino que es, al mismo tiempo, el medio de expresión del hombre integral, de la persona, que se revela a sí misma a través del "lenguaje del cuerpo". Este "lenguaje" tiene un importante significado interpersonal, especialmente cuando se trata de las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer. Además, nuestros análisis precedentes muestran que en este caso el "lenguaje del cuerpo" debe expresar, a un nivel determinado, la verdad del sacramento. Efectivamente, al participar del eterno plan de amor ("Sacramentum absconditum in Deo"), el "lenguaje del cuerpo" se convierte como en un "profetismo del cuerpo".
Se puede decir que la Encíclica Humanæ vitæ lleva a las últimas consecuencias, no sólo lógicas y morales, sino también prácticas y pastorales, esta verdad sobre el cuerpo humano en su masculinidad y feminidad.
3. La unidad de los dos aspectos del problema Cde la dimensión sacramental (o sea, teológica) y de la personalísticaC corresponde a la global "revelación del cuerpo". De aquí se deriva también la conexión de la visión estrictamente teológica con la ética, que nace de la "ley natural".
En efecto, el sujeto de la ley natural es el hombre no sólo en el aspecto "natural" de su existencia, sino también en la verdad integral de su subjetividad personal. El se nos manifiesta, en la Revelación, como hombre y mujer, en su plena vocación temporal y escatológica. Es llamado por Dios para ser testigo e intérprete del eterno designio del amor, convirtiéndose en ministro del sacramento que, "desde el principio", se constituye en el signo de la "unión de la carne".


4. Como ministros de un sacramento que se realiza por medio del consentimiento y se perfecciona por la unión conyugal, el hombre y la mujer están llamados a expresar ese misterioso "lenguaje" de sus cuerpos en toda la verdad que les es propia. Por medio de los gestos y de las reacciones, por medio de todo el dinamismo, recíprocamente condicionado, de la tensión y del gozo -cuya fuente directa es el cuerpo en su masculinidad y feminidad, el cuerpo en su acción e interacción- a través de todo esto "habla" el hombre, la persona.
El hombre y la mujer con el "lenguaje del cuerpo" desarrollan ese diálogo que Csegún el Génesis 2, 24-25C comenzó el día de la creación, y precisamente a nivel de este "lenguaje del cuerpo" Cque es algo más que la sola reactividad sexual y que, con auténtico lenguaje de las personas, está sometido a las exigencias de la verdad, es decir a normas morales objetivasC, el hombre y la mujer se expresan recíprocamente a sí mismos del modo más pleno y más profundo, en cuanto les es posible por la misma dimensión somática de la masculinidad y feminidad: el hombre y la mujer se expresan a sí mismos en la medida de toda la verdad de su persona.
5. El hombre es persona precisamente porque es dueño de sí y se domina a sí mismo. Efectivamente, en cuanto que es dueño de sí mismo puede "donarse" al otro. Y ésta es una dimensión Cdimensión de la libertad del donC que se convierte en esencial y decisiva para ese "lenguaje del cuerpo", en el que el hombre y la mujer se expresan recíprocamente en la unión conyugal. Dado que esta comunión es comunión de personas, el "lenguaje del cuerpo" debe juzgarse según el criterio de la verdad. Precisamente la Encíclica Humanæ vitæ presenta este criterio, como confirman los pasajes antes citados.
6. Según el criterio de esta verdad, que debe expresarse con el "lenguaje del cuerpo", el acto conyugal "significa" no sólo el amor, sino también la fecundidad potencial, y por esto no puede ser privado de su pleno y adecuado significado mediante intervenciones artificiales. En el acto conyugal no es lícito separar artificialmente el significado unitivo del significado procreador, porque uno y otro pertenecen a la verdad íntima del acto conyugal: uno se realiza juntamente con el otro y, en cierto sentido, el uno a través del otro. Así enseña la Encíclica (cf. Humanæ vitæ, 12). Por lo tanto, en este caso el acto conyugal, privado de su verdad interior, al ser privado artificialmente de su capacidad procreadora, deja también de ser acto de amor.
7. Puede decirse que en el caso de una separación artificial de estos dos significados, en el acto conyugal se realiza una real unión corpórea, pero no corresponde a la verdad interior ni a la dignidad de la comunión personal: communio personarum. Efectivamente, esta comunión exige que el "lenguaje del cuerpo" se exprese recíprocamente en la verdad integral de su significado. Si falta esta verdad, no se puede hablar ni de la verdad del dominio de sí, ni de la verdad del don recíproco y de la recíproca aceptación de sí por parte de la persona. Esta violación del orden interior de la comunión conyugal, que hunde sus raíces en el orden mismo de la persona, constituye el mal esencial del acto anticonceptivo.
8. Tal interpretación de la doctrina moral, expuesta en la Encíclica Humanæ vitæ, se sitúa sobre el amplio trasfondo de las reflexiones relacionadas con la teología del cuerpo. Resultan especialmente válidas para esta interpretación las reflexiones sobre el "signo" en conexión con el matrimonio, entendido como sacramento. Y la esencia de la violación que perturba el orden interior del acto conyugal no puede entenderse de modo teológicamente adecuado, sin las reflexiones sobre el tema de la "concupiscencia de la carne".

120. La regulación de la natalidad según la Tradición de la doctrina y de la práctica cristiana
Miércoles 29 de agosto de 1984


1. La Encíclica Humanæ vitæ, demostrando el mal moral de la anticoncepción, al mismo tiempo, aprueba plenamente la regulación natural de la natalidad y, en este sentido, aprueba la paternidad y maternidad responsables. Hay que excluir aquí que pueda ser calificada de "responsable", desde el punto de vista ético, la procreación en la que se recurre a la anticoncepción para realizar la regulación de la natalidad. El verdadero concepto de "paternidad y maternidad responsables", por el contrario, está unido a la regulación de la natalidad honesta desde el punto de vista ético.
2. Leemos a este propósito: "Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone, sin ningún género de duda, una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales..." (Humanæ vitæ, 21).
3. La Encíclica ilustra luego las consecuencias de este comportamiento no sólo para los mismos esposos, sino también para toda la familia, entendida como comunidad de personas. Habrá que volver a tomar en consideración este tema. La Encíclica subraya que la regulación de la natalidad éticamente honesta exige de los cónyuges ante todo un determinado comportamiento familiar y procreador: esto es, exige a los esposos "adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia" (Humanæ vitæ, 21). Partiendo de esta premisa, ha sido necesario proceder a una consideración global de la cuestión, como hizo el Sínodo de los Obispos del año 1980 ("De muneribus familiæ christianæ"). Luego, la doctrina relativa a este problema particular de la moral conyugal y familiar, de que trata la Encíclica Humanæ vitæ, ha encontrado su justo puesto y la óptica oportuna en el contexto total de la Exhortación Apostólica Familiaris consortio. La teología del cuerpo, sobre todo como pedagogía del cuerpo, hunde sus raíces, en cierto sentido en la teología de la familia y, a la vez, lleva a ella. Esta pedagogía del cuerpo, cuya clave es hay la Encíclica Humanæ vitæ, sólo se explica en el contexto pleno de una visión correcta de los valores de la vida y de la familia.
4. En el texto antes citado el Papa Pablo VI se remite a la castidad conyugal, al escribir que la observancia de la continencia periódica es la forma de dominio de sí, donde se manifiesta "la pureza de los esposos" (Humanæ vitæ, 21).
Al emprender ahora un análisis más profundo de este problema, hay que tener presente toda la doctrina sobre la pureza, entendida como vida del espíritu (cf. Gál 5, 25), que ya hemos considerado anteriormente, a fin de comprender así las respectivas indicaciones de la Encíclica sobre el tema de la "continencia periódica". Efectivamente, esa doctrina sigue siendo la verdadera razón, a partir de la cual la enseñanza de Pablo VI define la regulación de la natalidad y la paternidad y maternidad responsables como éticamente honestas.
Aunque la "periodicidad" de la continencia se aplique en este caso a los llamados "ritmos naturales" (Humanæ vitæ, 16), sin embargo, la continencia misma es una determinada y permanente actitud moral, es virtud, y por esto, todo el modo de comportarse, guiado por ella, adquiere carácter virtuoso. La Encíclica subraya bastante claramente que aquí no se trata sólo de una determinada "técnica", sino de la ética en el sentido estricto de la palabra como moralidad de un comportamiento.
Por tanto, la Encíclica pone de relieve oportunamente, por un lado, la necesidad de respetar en tal comportamiento el orden establecido por el Creador, y, por otro, la necesidad de la motivación inmediata del carácter ético.


5. Respecto al primer aspecto leemos: "Usufructuar (...) el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse, no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador" (Humanæ vitæ, 13). "La vida humana es sagrada" Ccomo recordó nuestro predecesor de s. m. Juan XXIII en la Encíclica Mater et MagistraC, "desde su comienzo compromete directamente la acción creadora de Dios" (AAS 53, 1961; cf. Humanæ vitæ, 13). En cuanto a la motivación inmediata, la Encíclica "Humanæ vitæ" exige que "para espaciar los nacimientos existan serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias exteriores..." (Humanæ vitæ, 16).
6. En el caso de una regulación moralmente recta de la natalidad que se realiza mediante la continencia periódica, se trata claramente de practicar la castidad conyugal, es decir, de una determinada actitud ética. En el lenguaje bíblico diríamos que se trata de vivir del espíritu (cf. Gál 5, 25).
La regulación moralmente recta se denomina también "regulación natural de la natalidad", lo que puede explicarse como conformidad con la "ley natural". Por "ley natural" entendemos aquí el "orden de la naturaleza" en el campo de la procreación, en cuanto es comprendido por la recta razón: este orden es la expresión del plan del Creador sobre el hombre. Y esto precisamente es lo que la Encíclica, juntamente con toda la Tradición de la doctrina y de la práctica cristiana, subraya de modo especial: el carácter virtuoso de la actitud que se manifiesta con la regulación "natural" de la natalidad, está determinado no tanto por la fidelidad a una impersonal "ley natural", cuanto al Creador-persona, fuente y Señor del orden que se manifiesta en esta ley.
Desde este punto de vista, la reducción a la sola regularidad biológica, separada del "orden de la naturaleza", esto es, del "plan del Creador", deforma el auténtico pensamiento de la Encíclica Humanæ vitæ (cf. Humanæ vitæ, 14).
El documento presupone ciertamente esa regularidad biológica, más aún, exhorta a las personas competentes a estudiarla y aplicarla de un modo aún más profundo, pero entiende siempre esta regularidad como la expresión del "orden de la naturaleza" esto es, del plan providencial del Creador, en cuya fiel ejecución consiste el verdadero bien de la persona humana.


121. La práctica honesta de la regulación de la natalidad
Miércoles 5 de septiembre de 1984


1. Hemos hablado anteriormente de la regulación honesta de la fertilidad según la doctrina contenida en la Encíclica Humanæ vitæ (n. 19) y en la Exhortación Familiaris consortio. La cualificación de "natural", que se atribuye a la regulación moralmente recta de la fertilidad (siguiendo los ritmos naturales, cf. Humanæ vitæ, 16), se explica con el hecho de que el relativo modo de comportarse corresponde a la verdad de la persona y, consiguientemente, a su dignidad: una dignidad que por naturaleza afecta al hombre en cuanto ser racional y libre. El hombre, como ser racional y libre, puede y debe releer con perspicacia el ritmo biológico que pertenece al orden natural. Puede y debe adecuarse a él para ejercer esa "paternidad-maternidad" responsable que, de acuerdo con el designio del Creador, está inscrita en el orden natural de la fecundidad humana. El concepto de regulación moralmente recta de la fertilidad no es sino la relectura del "lenguaje del cuerpo" en la verdad. Los mismos "ritmos naturales inmanentes en las funciones generadoras" pertenecen a la verdad objetiva del lenguaje que las personas interesadas deberían releer en su contenido objetivo pleno. Hay que tener presente que el "cuerpo habla" no sólo con toda la expresión externa de la masculinidad y feminidad, sino también con las estructuras internas del organismo, de la reactividad somática y sicosomática. Todo ello debe tener el lugar que le corresponde en el lenguaje con que dialogan los cónyuges en cuanto personas llamadas a la comunión en la "unión del cuerpo".
2. Todos los esfuerzos tendientes al conocimiento cada vez más preciso de los "ritmos naturales" que se manifiestan en relación con la procreación humana, todos los esfuerzas también de los consultorios familiares y, en fin, de los mismos cónyuges interesados, no miran a "biologizar" el lenguaje del cuerpo (a "biologizar la ética", como algunos opinan erróneamente), sino exclusivamente a garantizar la verdad integral a ese "lenguaje del cuerpo" con el que los cónyuges deben expresarse con madurez frente a las exigencias de la paternidad y maternidad responsables.
La Encíclica Humanæ vitæ subraya en varias ocasiones que la "paternidad responsable" está vinculada a un esfuerzo y tesón continuos, y que se lleva a efecto al precio de una ascesis concreta (cf. Humanæ vitæ, 21). Estas y otras expresiones semejantes hacen ver que en el caso de la "paternidad responsable", o sea de la regulación de la fertilidad moralmente recta, se trata de lo que es el bien verdadero de las personas humanas y de lo que corresponde a la verdadera dignidad de la persona.
3. El recurso a los "períodos infecundos" en la convivencia conyugal puede ser fuente de abusos si los cónyuges tratan así de eludir sin razones justificadas la procreación, rebajándola a un nivel inferior al que es moralmente justo, de los nacimientos en su familia. Es preciso que se establezca este nivel justo teniendo en cuenta no sólo el bien de la propia familia y estado de salud y posibilidades de los mismos cónyuges, sino también el bien de la sociedad a que pertenecen, de la Iglesia y hasta de la humanidad entera.
La Encíclica Humanæ vitæ presenta la "paternidad responsable" como expresión de un alto valor ético. De ningún modo va enderezada unilateralmente a la limitación y, menos aún, a la exclusión de la prole; supone también la disponibilidad a acoger una prole más numerosa. Sobre todo, según la Encíclica Humanæ vitæ, la "paternidad responsable" realiza "una vinculación más profunda con el orden moral objetivo establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia" (Humanæ vitæ, 10).
4. La verdad de la paternidad-maternidad responsable y su realización va unida a la madurez moral de la persona, y es aquí donde muy frecuentemente se manifiesta la divergencia entre aquello a que la Encíclica atribuye explícitamente el primado y aquello a lo que se da este primado en la mentalidad corriente.
En la Encíclica se pone en primer plano la dimensión ética del problema subrayando el papel de la virtud de la templanza rectamente entendida. En el ámbito de esta dimensión hay también un "método" adecuado para actuar según él. En el modo corriente de pensar acontece con frecuencia que el "método", desvinculado de la dimensión ética que le es propia, se pone en acto de modo meramente funcional y hasta utilitario. Separando el "método natural" de la dimensión ética, se deja de percibir la diferencia existente entre éste y otros "métodos" (medios artificiales) y se llega a hablar de él como si se tratase sólo de una forma diversa de anticoncepción.


5. Desde el punto de vista de la auténtica doctrina expresada en la Encíclica "Humanæ vitæ", es importante, por consiguiente, presentar correctamente el método a que alude dicho documento (cf. Humanæ vitæ, 16); es importante sobre todo profundizar en la dimensión ética, en cuyo ámbito el método por ser "natural" asume el significado de método honesto "moralmente recto". Y, por ello, en el marco de este análisis nos convendrá dedicar la atención principalmente a lo que afirma la Encíclica sobre el tema del dominio de sí mismo y sobre la continencia. Sin una interpretación penetrante de este tema no llegaremos al núcleo de la verdad moral ni tampoco al núcleo de la verdad antropológica del problema. Ya se ha hecho notar anteriormente que las raíces de este problema se hunden en la teología del cuerpo: es ésta (cuando pasa a ser, como debe, pedagogía del cuerpo) la que constituye en realidad el "método" moralmente honesto de la regulación de la natalidad entendido en su sentido más profundo y más pleno.
6. Expresando a continuación los caracteres de los valores específicamente morales de la regulación "natural" de la natalidad (es decir, honesta, o sea moralmente recta), el autor de la Humanæ vitæ se expresa así: "Esta disciplina... aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de paz, y facilita la solución de otros problemas; favorece la atención hacia el otro cónyuge; ayuda a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraíza más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles" (Humanæ vitæ, 21).
7. Las frases citadas completan el cuadro de lo que la Encíclica Humanæ vitæ entiende por "práctica honesta de la regulación de la natalidad" (Humanæ vitæ, 21). Esta es, como se ve, no sólo un "modo de comportarse" en un campo determinado, sino una actitud que se funda en la madurez moral integral de las personas, y al mismo tiempo la completa.
122. La vida espiritual de los esposos
Miércoles 3 de octubre de 1984
1. Refiriéndonos a la doctrina contenida en la Encíclica Humanæ vitæ, trataremos de delinear ulteriormente la vida espiritual de los esposos.
Estas son las grandes palabras de la Encíclica: "La Iglesia, al mismo tiempo que enseña las exigencias imprescriptibles de la ley divina, anuncia la salvación y abre con los sacramentos los caminos de la gracia, la cual hace del hombre una nueva criatura, capaz de corresponder en el amor y en la verdadera libertad al designio de su Creador y Salvador y de encontrar suave el yugo de Cristo.
"Los esposos cristianos, pues, dóciles a su voz, deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el sacramento del matrimonio. Por lo mismo, los cónyuges son corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes, para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio propio de ellos delante del mundo. A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana " (Humanæ vitæ, 25).
2. Al mostrar el mal moral del acto anticonceptivo, y delineando, al mismo tiempo, un cuadro posiblemente integral de la práctica "honesta" de la regulación de la fertilidad, o sea, de la paternidad y maternidad responsables, la Encíclica Humanæ vitæ crea las premisas que permiten trazar las grandes líneas de la espiritualidad cristiana de la vocación y de la vida conyugal e, igualmente, de la de los padres y de la familia.
Más aún, puede decirse que la Encíclica presupone toda la tradición de esta espiritualidad, que hunde sus raíces en las fuentes bíblicas, ya analizadas anteriormente, brindando la ocasión de reflexionar de nuevo sobre ellas y hacer una síntesis adecuada.
Conviene recordar aquí lo que se ha dicho sobre la relación orgánica entre la teología del cuerpo y la pedagogía del cuerpo. Esta " teología-pedagogía", en efecto, constituye ya de por sí el núcleo esencial de la espiritualidad conyugal. Y esto lo indican también las frases de la Encíclica que hemos citado.


3. Ciertamente, releería e interpretaría de forma errónea la Encíclica Humanæ vitæ el que viese en ella tan sólo la reducción de la "paternidad y maternidad responsables" a los solos "ritmos biológicos de fecundidad". El autor de la Encíclica desaprueba enérgicamente y contradice toda forma de interpretación reductiva (y en este sentido "parcial"), y vuelve a proponer con insistencia la comprensión integral. La paternidad-maternidad responsable, entendida integralmente, no es más que un importante elemento de toda la espiritualidad conyugal y familiar, es decir, de esa vocación de la que habla el texto citado de la "Humanæ vitæ", cuando afirma que los cónyuges deben realizar "su vocación hasta la perfección" (Humanæ vitæ, 25). El sacramento del matrimonio los corrobora y como consagra para conseguirla (cf. Humanæ vitæ, 25).
A la luz de la doctrina, expresada en la Encíclica, conviene que nos demos mayor cuenta de esa "fuerza corroborante" que está unida a la "consagración sui generis" del sacramento del matrimonio.
Puesto que el análisis de la problemática ética del documento de Pablo VI estaba centrado sobre todo en la exactitud de la respectiva norma, el esbozo de la espiritualidad conyugal que allí se encuentra, intenta poner de relieve precisamente estas "fuerzas" que hacen posible el auténtico testimonio cristiano de la vida conyugal.
4. "No es nuestra intención ocultar las dificultades, a veces graves, inherentes a la vida de los cónyuges cristianos; para ellos, como para todos, la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva a la vida (cf. Mt 7, 14). Pero la esperanza de esta vida debe iluminar su camino mientras se esfuerzan animosamente por vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo presente, conscientes de que la forma de este mundo es pasajera" (Humanæ vitæ, 25).
En la Encíclica, la visión de la vida conyugal está, en cada pasaje, marcada por realismo cristiano, y esto es precisamente lo que más ayuda a conseguir esas "fuerzas" que permiten formar la espiritualidad de los cónyuges y de los padres en el espíritu de una auténtica pedagogía del corazón y del cuerpo.
La misma conciencia "de la vida futura" abre, por decirlo así, un amplio horizonte de esas fuerzas que deben guiarlos por la senda angosta (cf. Humanæ vitæ, 25) y conducirlos por la puerta estrecha (cf. Humanæ vitæ, 25) de la vocación evangélica.
La Encíclica dice: "Afronten, pues, los esposos los necesarios esfuerzos, apoyados por la fe y por la esperanza, que no engaña, porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Humanæ vitæ, 25).
5. He aquí la "fuerza" esencial y fundamental: el amor injertado en el corazón ("difundido en los corazones") por el Espíritu Santo. Luego la Encíclica indica cómo los cónyuges deben implorar esta "fuerza" esencial y toda otra "ayuda divina" con la oración; cómo deben obtener la gracia y el amor de la fuente siempre viva de la Eucaristía; cómo deben superar "con humilde perseverancia" las propias faltas y los propios pecados en el sacramento de la penitencia.
Estos son los medios Cinfalibles e indispensablesC para formar la espiritualidad cristiana de la vida conyugal y familiar. Con ellos esa esencial y espiritualmente creativa "fuerza" de amor llega a los corazones humanos y, al mismo tiempo, a los cuerpos humanos en su subjetiva masculinidad y feminidad. Efectivamente, este amor permite construir toda la convivencia de los esposos según la "verdad del signo", por medio de la cual se construye el matrimonio en su dignidad sacramental, como pone de relieve el punto central de la Encíclica (cf. Humanæ vitæ, 12).



123. La espiritualidad conyugal a la luz de la Humanæ vitæ
Miércoles 10 de octubre de 1984
1. Continuamos delineando la espiritualidad conyugal a la luz de la Encíclica Humanæ vitæ.
Según la doctrina contenida en ella en conformidad con las fuentes bíblicas y con toda la Tradición, el amor es Cdesde el punto de vista subjetivoC "fuerza", es decir, capacidad del espíritu humano, de carácter "teológico" (o mejor, "teologal"). Esta es, pues, la fuerza que se le da al hombre para participar en el amor con que Dios mismo ama en el misterio de la creación y de la redención. Es el amor que "se complace en la verdad" (1 Cor 13, 6), esto es, en el cual se expresa la alegría espiritual (el "frui" agustiniano) de todo valor auténtico: gozo semejante al gozo del mismo Creador, que al principio vio que "era muy bueno" (Gén 1, 31).
Si las fuerzas de la concupiscencia intentan separar el "lenguaje del cuerpo" de la verdad, es decir, tratan de falsificarlo, en cambio, la fuerza del amor lo corrobora siempre de nuevo en esa verdad, a fin de que el misterio de la redención del cuerpo pueda fructificar en ella.
2. El mismo amor, que hace posible y hace ciertamente que el diálogo conyugal se realice según la verdad plena de la vida de los esposos, es, a la vez, fuerza, o sea, capacidad de carácter moral, orientada activamente hacia la plenitud del bien y, por esto mismo, hacia todo verdadero bien. Por lo cual, su tarea consiste en salvaguardar la unidad indivisible de los "dos significados del acto conyugal", de los que trata la Encíclica (Humanæ vitæ, 12), es decir, en proteger tanto el valor de la verdadera unión de los esposos (esto es, de la comunión personal), como el de la paternidad y maternidad responsables (en su forma madura y digna del hombre).
3. Según el lenguaje tradicional, el amor, como "fuerza" superior, coordina las acciones de la persona, del marido y de la mujer, en el ámbito de los fines del matrimonio. Aunque ni la Constitución conciliar, ni la Encíclica, al afrontar el tema, empleen el lenguaje acostumbrado en otro tiempo, sin embargo, tratan de aquello a lo que se refieren las expresiones tradicionales.
El amor, como fuerza superior que el hombre y la mujer reciben de Dios, juntamente con la particular "consagración" del sacramento del matrimonio, comporta una coordinación correcta de los fines, según los cuales Cen la enseñanza tradicional de la IglesiaC se constituye el orden moral (o mejor, "teologal y moral") de la vida de los esposos.
La doctrina de la Constitución Gaudium et spes, igual que la de la Encíclica Humanæ vitæ, clarifican el mismo orden moral con referencia al amor, entendido como fuerza superior que confiere adecuado contenido y valor a los actos conyugales según la verdad de los dos significados, el unitivo y el procreador, respetando su indivisibilidad.
Con este renovado planteamiento, la enseñanza tradicional sobre los fines del matrimonio (y sobre su jerarquía) queda confirmada y a la vez se profundiza desde el punto de vista de la vida interior de los esposos, o sea, de la espiritualidad conyugal y familiar.


4. La función del amor, que es "derramado en los corazones" (Rom 5, 5) de los esposos como la fundamental fuerza espiritual de su pacto conyugal, consiste Ccomo se ha dichoC en proteger tanto el valor de la verdadera comunión de los cónyuges, como el de la paternidad-maternidad verdaderamente responsable. La fuerza del amor Cauténtica en el sentido teológico y éticoC se manifiesta en que el amor une correctamente "los dos significados del acto conyugal", excluyendo no sólo en la teoría, sino sobre todo en la práctica, la "contradicción" que podría darse en este campo. Esta "contradicción" es el motivo más frecuente de objeción a la Encíclica Humanæ vitæ y a la enseñanza de la Iglesia. Es necesario un análisis bien profundo, y no sólo teológico, sino también antropológico (hemos tratado de hacerlo en toda la presente reflexión), para demostrar que en este caso no hay que hablar de "contradicción", sino sólo de "dificultad". Ahora bien, la Encíclica misma subraya esta "dificultad" en varios pasajes.
Y ésta se deriva del hecho de que la fuerza del amor está injertada en el hombre insidiado por la concupiscencia: en los sujetos humanos el amor choca con la triple concupiscencia (cf. 1 Jn 2, 16), en particular con la concupiscencia de la carne, que deforma la verdad del "lenguaje del cuerpo". Y, por esto, tampoco el amor está en disposición de realizarse en la verdad del "lenguaje del cuerpo", si no es mediante el dominio de la concupiscencia.
5. Si el elemento clave de la espiritualidad de los esposos y de los padres Cesa "fuerza" esencial que los cónyuges deben sacar continuamente de la "consagración" sacramentalC es el amor, este amor, como se deduce del texto de la Encíclica (cf. Humanæ vitæ, 20), está por su naturaleza unido con la castidad que se manifiesta como dominio de sí, o sea, como continencia: en particular, como continencia periódica. En el lenguaje bíblico, parece aludir a esto el autor de la Carta a los Efesios, cuando en su texto "clásico" exhorta a los esposos a estar "sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21).
Puede decirse que la Encíclica Humanæ vitæ es precisamente el desarrollo de esta verdad bíblica sobre la espiritualidad cristiana conyugal y familiar. Sin embargo, para hacerlo aún más claro, es preciso un análisis más profundo de la virtud de la continencia y de su particular significado para la verdad del mutuo "lenguaje del cuerpo" en la convivencia conyugal e (indirectamente) en la amplia esfera de las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer.
Emprenderemos este análisis en las sucesivas reflexiones del miércoles.

124. La virtud de la continencia
Miércoles 24 de octubre de 1984
1. Conforme a lo que habla anunciado, emprendemos hoy el análisis de la virtud de la continencia.
La "continencia", que forma parte de la virtud más general de la templanza, consiste en la capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual (concupiscencia de la carne) y sus consecuencias, en la subjetividad psicosomática del hombre. Esta capacidad, en cuanto disposición constante de la voluntad, merece ser llamada virtud.
Sabemos por los análisis precedentes que la concupiscencia de la carne, y el relativo "deseo" de carácter sexual que suscita, se manifiesta con un específico impulso en la esfera de la reactivación somática y, además, con una excitación psicoemotiva del impulso sensual.


El sujeto personal, para llegar a adueñarse de tal impulso y excitación, debe esforzarse con una progresiva educación en el autocontrol de la voluntad, de los sentimientos, de las emociones, que tiene que desarrollarse a partir de los gestos más sencillos, en los cuales resulta relativamente fácil llevar a cabo la decisión interior. Esto supone, como es obvio, la percepción clara de los valores expresados en la norma y en la consiguiente maduración de sólidas convicciones que, si van acompañadas por la respectiva disposición de la voluntad, dan origen a la correspondiente virtud. Esta es precisamente la virtud de la continencia (dominio de sí), que se manifiesta como condición fundamental tanto para que el lenguaje recíproco del cuerpo permanezca en la verdad, como para que los esposos "estén sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo", según las palabras bíblicas (Ef 5, 21). Esta "sumisión recíproca" significa la solicitud común por la verdad del "lenguaje del cuerpo", en cambio, la sumisión "en el temor de Cristo" indica el don del temor de Dios (don del Espíritu Santo) que acompaña a la virtud de la continencia.
2. Esto es muy importante para una comprensión adecuada de la virtud de la continencia y, en particular, de la llamada "continencia periódica", de la que trata la Encíclica Humanæ vitæ. La convicción de que la virtud de la continencia "se opone" a la concupiscencia de la carne es justa, pero no es completa del todo. No es completa, especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que esta virtud no aparece y no actúa de forma abstracta y, por lo tanto, aisladamente, sino siempre en conexión con las otras (nexus virtutum), en conexión, pues, con la prudencia, justicia, fortaleza y sobre todo con la caridad.
A la luz de estas consideraciones, es fácil entender que la continencia no se limita a oponer resistencia a la concupiscencia de la carne, sino que mediante esta resistencia, se abre igualmente a los valores más profundos y más maduros, que son inherentes al significado nupcial del cuerpo en su feminidad y masculinidad, así como a la auténtica libertad del don en la relación recíproca de las personas. La concupiscencia misma de la carne, en cuanto busca ante todo el goce carnal y sensual, vuelve al hombre, en cierto sentido, ciego e insensible a los valores más profundos que nacen del amor y que al mismo tiempo constituyen el amor en la verdad interior que le es propia.
3. De este modo se manifiesta también el carácter esencial de la castidad conyugal en su vínculo orgánico con la "fuerza" del amor que es derramado en los corazones de los esposos juntamente con la "consagración" del sacramento del matrimonio. Además, se hace evidente que la invitación dirigida a los cónyuges a fin de que estén "sometidos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21), parece abrir el espacio interior en que ambos se hacen cada vez más sensibles a los valores más profundos y más maduros, que están en conexión con el significado nupcial del cuerpo y con la verdadera libertad del don.
Si la castidad conyugal (y la castidad en general) se manifiesta, en primer lugar, como capacidad de resistir a la concupiscencia de la carne, luego gradualmente se revela como capacidad singular de percibir, amar y realizar esos significados del "lenguaje del cuerpo", que permanecen totalmente desconocidos para la concupiscencia misma y que progresivamente enriquecen el diálogo nupcial de los cónyuges, purificándolo, profundizándolo y, a la vez, simplificándolo.
Por esto, la ascesis de la continencia, de la que habla la Encíclica (Humanæ vitæ, 21), no comporta el empobrecimiento de las "manifestaciones afectivas", sino que más bien las hace más intensas espiritualmente, y, por lo mismo, comporta su enriquecimiento.
4. Al analizar de este modo la continencia, en la dinámica propia de esta virtud (antropológica, ética y teológica), nos damos cuenta de que desaparece la aparente "contradicción" que se objeta frecuentemente a la Encíclica Humanæ vitæ y a la doctrina de la Iglesia sobre la moral conyugal. Es decir, existiría "contradicción" (según los que plantean tal objeción) entre los dos significados del acto conyugal, el significado unitivo y el procreador (cf. Humanæ vitæ, 12), de tal modo que si no fuera lícito disociarlos, los cónyuges se verían privados del derecho a la unión conyugal, cuando no pudieran responsablemente permitirse procrear.
La Encíclica Humanæ vitæ da respuesta a esta aparente "contradicción", si se la estudia profundamente. El Papa Pablo VI, en efecto, confirma que no existe tal "contradicción", sino sólo una "dificultad" vinculada a toda la situación interior del "hombre de la concupiscencia". En cambio, precisamente por razón de esta "dificultad", se asigna al compromiso interior y ascético de los esposos el verdadero orden de la convivencia conyugal, mirando al cual son "corroborados y como consagrados" (Humanæ vitæ, 25) por el sacramento del matrimonio.


5. El orden de la convivencia conyugal significa, además, la armonía subjetiva entre la paternidad (responsable) y la comunión personal, armonía creada por la castidad conyugal. De hecho, con ella maduran los frutos interiores de la continencia. Por medio de esta maduración interior el mismo acto conyugal adquiere la importancia y dignidad qué le son propias en su significado potencialmente procreador; simultáneamente adquieren un adecuado significado todas las "manifestaciones afectivas" (Humanæ vitæ, 21), que sirven para expresar la comunión personal de los esposos proporcionalmente con la riqueza subjetiva de la feminidad y masculinidad.
6. Conforme a la experiencia y a la tradición, la Encíclica pone de relieve que el acto conyugal es también una "manifestación de afecto" (Humanæ vitæ, 16), pero una "manifestación de afecto" especial, porque, al mismo tiempo, tiene un significado potencialmente procreador. En consecuencia, está orientado a expresar la unión personal, pero no sólo ésa. La Encíclica, a la vez, aunque de modo indirecto, indica múltiples "manifestaciones de afecto", eficaces exclusivamente para expresar la unión personal de los cónyuges.
La finalidad de la castidad conyugal, y, más precisamente aún, la de la continencia, no está sólo en proteger la importancia y la dignidad del acto conyugal en relación con su significado potencialmente procreador, sino también en tutelar la importancia y la dignidad propias del acto conyugal en cuanto que es expresivo de la unión interpersonal, descubriendo en la conciencia y en la experiencia de los esposos todas las otras posibles "manifestaciones de afecto", que expresen su profunda comunión.
Efectivamente, se trata de no causar daño a la comunión de los cónyuges en el caso en que, por justas razones, deban abstenerse del acto conyugal. Y, todavía más, de que esta comunión, construida continuamente, día tras día, mediante conformes "manifestaciones afectivas", constituya, por decirlo así, un amplio terreno, en el que, con las condiciones oportunas, madura la decisión de un acto conyugal moralmente recto.

125. La virtud de la continencia a la luz de la Humanæ vitæ
Miércoles 31 de octubre de 1984
1. Continuamos el análisis de la continencia, a la luz de la enseñanza contenida en la Encíclica Humanæ vitæ.
Frecuentemente se piensa que la continencia provoca tensiones interiores, de las que el hombre debe liberarse. A la luz de los análisis realizados, la continencia, integralmente entendida, es más bien el único camino para liberar al hombre de tales tensiones. La continencia no significa más que el esfuerzo espiritual que tiende a expresar el "lenguaje del cuerpo" no sólo en la verdad, sino también en la auténtica riqueza de las "manifestaciones de afecto".
2. )Es posible este esfuerzo? Con otras palabras (y bajo otro aspecto) vuelve aquí el interrogante acerca de la "posibilidad de practicar la norma moral", recordada y confirmada por la Humanæ vitæ. Se trata de uno de los interrogantes más esenciales (y actualmente también uno de los más urgentes) en el ámbito de la espiritualidad conyugal.
La Iglesia está plenamente convencida de la verdad del principio que afirma la paternidad y maternidad responsables Cen el sentido explicado en catequesis anterioresC, y esto no sólo por motivos "demográficos", sino por razones más esenciales. Llamamos responsable a la paternidad y maternidad que corresponden a la dignidad personal de los esposos como padres, a la verdad de su persona y del acto conyugal. De aquí se deriva la íntima y directa relación que une esta dimensión con toda la espiritualidad conyugal.


El Papa Pablo VI, en la Humanæ vitæ, ha expresado lo que, por otra parte, habían afirmado muchos autorizados moralistas y científicos incluso no católicos , que precisamente en este campo, tan profundo y esencialmente humano y personal, hay que hacer referencia ante todo al hombre como persona, al sujeto que decide de sí mismo, y no a los "medios" que lo hacen "objeto" (de manipulación) y lo "despersonalizan". Se trata, pues, aquí de un significado auténticamente "humanístico" del desarrollo y del progreso de la civilización humana.
3. )Es posible este esfuerzo? Toda la problemática de la Encíclica Humanæ vitæ no se reduce simplemente a la dimensión biológica de la fertilidad humana (a la cuestión de los "ritmos naturales de fecundidad"), sino que se remonta a la subjetividad misma del hombre, a ese "yo" personal, por el cual uno es hombre o mujer.
Ya durante los debates en el Concilio Vaticano II, relacionados con el capítulo de la Gaudium et spes sobre la "dignidad del matrimonio y de la familia y su valoración", se hablaba de la necesidad de un análisis profundo de las reacciones (y también de las emociones) vinculadas con la influencia recíproca de la masculinidad y feminidad en el sujeto humano . Este problema pertenece no tanto a la biología como a la sicología: de la biología y sicología pasa luego a la esfera de la espiritualidad conyugal y familiar. Efectivamente, aquí este problema está en relación íntima con el modo de entender la virtud de la continencia, o sea, del dominio de sí y, en particular, de la continencia periódica.
4. Un análisis atento de la sicología humana (que es, a la vez, un auto-análisis subjetivo y luego se convierte en análisis de un "objeto" accesible a la ciencia humana), permite llegar a algunas afirmaciones esenciales. De hecho, en las relaciones interpersonales donde se manifiesta el influjo recíproco de la masculinidad y feminidad se libera en el sujeto sico-emotivo en el "yo" humano, junto a una reacción que se puede calificar como "excitación", otra reacción que puede y debe ser llamada "emoción". Aunque estos dos géneros de reacciones aparecen unidos, es posible distinguirlos experimentalmente y "diferenciarlos" respecto al contenido o a su "objeto" .
La diferencia objetiva entre uno y otro género de reacciones consiste en el hecho de que la excitación es ante todo "corpórea" y en este sentido, "sexual"; en cambio, la emoción Caún cuando suscitada por la reacción recíproca de la masculinidad y feminidadC se refiere sobre todo a la otra persona entendida en su "totalidad". Se puede decir que ésta es una "emoción causada por la persona", en relación con su masculinidad o feminidad.
5. Lo que aquí afirmamos referente a la sicología de las reacciones recíprocas de la masculinidad y feminidad, ayuda a comprender la función de la virtud de la continencia, de la que hemos hablado antes. Esta no es sólo Cni siquiera principalmenteC la capacidad de "abstenerse", esto es, el dominio de las múltiples reacciones que se entrelazan en el recíproco influjo de la masculinidad y feminidad: esta función podría definirse como "negativa". Pero existe también otra función (que podemos llamar "positiva") del dominio de sí: y es la capacidad de dirigir las respectivas reacciones, ya sea en su contenido, ya en su carácter.
Se ha dicho ya que en el campo de las reacciones recíprocas de la masculinidad y feminidad, la "excitación" y la "emoción" aparecen no sólo como dos experiencias distintas y diferentes del "yo" humano, sino que muy frecuentemente aparecen unidas en el ámbito de la misma experiencia como dos elementos diversos de ella. Depende de varias circunstancias de naturaleza interior y exterior la proporción recíproca en la que aparecen estos dos elementos en una experiencia determinada. A veces prevalece netamente uno de ellos, otras, más bien, hay equilibrio entre ellos.


6. La continencia, como capacidad de dirigir la "excitación" y la "emoción" en la esfera del influjo recíproco de la masculinidad y feminidad, tiene la función esencial de mantener el equilibrio entre la comunión con la que los esposos desean expresar recíprocamente sólo su unión íntima y aquella con la que (al menos implícitamente) acogen la paternidad responsable. De hecho, la "excitación" y la "emoción" pueden prejuzgar, por parte del sujeto, la orientación y el carácter del recíproco "lenguaje del cuerpo".
La excitación trata ante todo de expresarse en la forma del placer sensual y corpóreo, o sea, tiende al acto conyugal que (dependientemente de los "ritmos naturales de fecundidad") comporta la posibilidad de procreación. En cambio, la emoción provocada por otro ser humano como persona, aún cuando en su contenido emotivo está condicionada por la feminidad o masculinidad del "otro", no tiende de por sí al acto conyugal, sino que se limita a otras "manifestaciones de afecto", en las cuales se expresa el significado nupcial del cuerpo, y que, sin embargo, no implican su significado (potencialmente) procreador.
Es fácil comprender las consecuencias que de esto se derivan respecto al problema de la paternidad y maternidad responsables. Son consecuencias de naturaleza moral.

126. La continencia conyugal
Miércoles 7 de noviembre de 1984
1. Continuemos el análisis de la virtud de la continencia a la luz de la doctrina de la Encíclica Humanæ vitæ.
Conviene recordar que los grandes clásicos del pensamiento ético (y antropológico), tanto pro-cristianos como cristianos (Tomás de Aquino), ven en la virtud de la continencia no sólo la capacidad de "contener" las reacciones corporales y sensuales, sino todavía más la capacidad de controlar y guiar toda la esfera sensual y emotiva del hombre. En el caso en cuestión, se trata de la capacidad de dirigir tanto la línea de la excitación hacia su desarrollo correcto, como también la línea de la emoción misma, orientándola hacia la profundización e intensificación interior de su carácter "puro" y, en cierto sentido, "desinteresado".
2. Esta diferencia entre la línea de la excitación y la línea de la emoción no es una contraposición. No significa que el acto conyugal, como efecto de la excitación, no comporte al mismo tiempo la conmoción de la otra persona. Ciertamente es así, o de todos modos, no debería ser de otra manera.
En el acto conyugal, la unión íntima debería comportar una particular intensificación de la emoción, más aún, la conmoción de la otra persona. Esto está contenido también en la Carta a los Efesios, bajo forma de exhortación, dirigida a los esposos: "Sujetaos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21).
La distinción entre "excitación" y "emoción", puesta de relieve en este análisis, sólo comprueba la subjetiva riqueza reactivo-emotiva del "yo" humano; esta riqueza excluye cualquier reducción unilateral y hace que la virtud de la continencia pueda realizarse como capacidad de dirigir las manifestaciones tanto de la excitación como de la emoción, suscitadas por la recíproca reactividad de la masculinidad y feminidad.
3. La virtud de la continencia, entendida así, tiene una función esencial para mantener el equilibrio interior entre los dos significados, el unitivo y el procreador, del acto conyugal (cf. Humanæ vitæ, 12), con miras a una paternidad y maternidad verdaderamente responsables.
La Encíclica Humanæ vitæ dedica la debida atención al aspecto biológico del problema, es decir, al carácter rítmico de la fecundidad humana. Aunque esta "periodicidad" pueda llamarse, a la luz de la Encíclica, índice providencial para una paternidad y maternidad responsables, sin embargo, no se resuelve sólo a ese nivel un problema como éste, que tiene un significado tan profundamente personalista y sacramental (teológico).


La Encíclica enseña la paternidad y maternidad responsables "como verificación de un maduro amor conyugal" y, por esto, contiene no sólo la respuesta al interrogante concreto que se plantea en el ámbito de la ética de la vida conyugal, sino, como ya se ha dicho, indica además un trazado de la espiritualidad conyugal que deseamos, al menos, delinear.
4. El modo correcto de entender y practicar la continencia periódica como virtud (o sea, según la "Humanæ vitæ", n. 21, el "dominio de sí"), decide también esencialmente la "naturalidad" del método, llamado también "método natural": se trata de "naturalidad" a nivel de la persona. No se puede pensar, pues, en una aplicación mecánica de las leyes biológicas. El conocimiento mismo de los "ritmos de fecundidad" -aún cuando indispensable- no crea todavía esa libertad interior del don, que es de naturaleza explícitamente espiritual y depende de la madurez del hombre interior. Esta libertad supone una capacidad tal que dirija las reacciones sensuales y emotivas, que haga posible la donación de sí al otro "yo", a base de la posesión madura del propio "yo" en su subjetividad corpórea y emotiva.
5. Como es sabido por los análisis bíblicos y teológicos hechos anteriormente, el cuerpo humano, en su masculinidad y feminidad, está interiormente ordenado a la comunión de las personas (communio personarum). En esto consiste su significado nupcial.
Precisamente el significado nupcial del cuerpo ha sido deformado, casi en sus mismas bases, por la concupiscencia (en particular de la concupiscencia de la carne, en el ámbito de la "triple concupiscencia"). La virtud de la continencia, en su forma madura, desvela gradualmente el aspecto "puro" del significado nupcial del cuerpo. De este modo la continencia desarrolla la comunión personal del hombre y de la mujer, comunión que no puede formarse y desarrollarse en la plena verdad de sus posibilidades, únicamente en el terreno de la concupiscencia. Esto es lo que afirma precisamente la Encíclica Humanæ vitæ. Esta verdad tiene dos aspectos: el personalista y el teológico.

127. La castidad conyugal
Miércoles 14 de noviembre de 1984
1. A la luz de la Encíclica Humanæ vitæ, el elemento fundamental de la espiritualidad conyugal es el amor derramado en los corazones de los esposos como don del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5). Los esposos reciben en el sacramento este don juntamente con una particular "consagración". El amor está unido a la castidad conyugal que, manifestándose como continencia, realiza el orden interior de la convivencia conyugal.
La castidad es vivir en el orden del corazón. Este orden permite el desarrollo de las "manifestaciones afectivas" en la proporción y en el significado propios de ellas. De este modo, queda confirmada también la castidad conyugal como "vida del Espíritu" (cf. Gál 5, 25), según la expresión de San Pablo. El Apóstol tenía en la mente no sólo las energías inmanentes del espíritu humano, sino, sobre todo, el influjo santificante del Espíritu Santo y sus dones particulares.
2. En el centro de la espiritualidad conyugal está, pues, la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con los dones del Espíritu Santo Cante todo con el don del respeto de lo que viene de Dios ("don pietatis")C. Este don está en la mente del autor de la Carta a los Efesios, cuando exhorta a los cónyuges a estar "sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21). Así, pues, el orden interior de la convivencia conyugal, que permite a las "manifestaciones afectivas" desarrollarse según su justa proporción y significado, es fruto no sólo de la virtud en la que se ejercitan los esposos, sino también de los dones del Espíritu Santo con los que colaboran.


La Encíclica Humanæ vitæ en algunos pasajes del texto (especialmente 21, 26), al tratar de la específica ascesis conyugal, o sea, del esfuerzo para conseguir la virtud del amor, de la castidad y de la continencia, habla indirectamente de los dones del Espíritu Santo, a los cuales se hacen sensibles los esposos en la medida de su maduración en la virtud.
3. Esto corresponde a la vocación del hombre al matrimonio. Esos "dos", que Csegún la expresión más antigua de la BibliaC "serán una sola carne" (Gén 2, 24), no pueden realizar tal unión al nivel propio de las personas (communio personarum), si no mediante las fuerzas provenientes del espíritu, y precisamente, del Espíritu Santo que purifica, vivifica, corrobora y perfecciona las fuerzas del espíritu humano. "El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada" (Jn 6, 63).
De aquí se deduce que las líneas esenciales de la espiritualidad conyugal están grabadas "desde el principio" en la verdad bíblica sobre el matrimonio. Esta espiritualidad está también "desde el principio abierta a los dones del Espíritu Santo. Si la Encíclica "Humanæ vitæ" exhorta a los esposos a una "oración perseverante" y a la vida sacramental (diciendo: "acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía; recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el sacramento de la penitencia", Humanæ vitæ, 25), lo hace recordando al Espíritu Santo que "da vida" (2 Cor 3, 6).
4. Los dones del Espíritu Santo, y en particular el don del respeto de lo que es sagrado, parecen tener aquí un significado fundamental. Efectivamente, tal don sostiene y desarrolla en los cónyuges una singular sensibilidad por todo lo que en su vocación y convivencia lleva el signo del misterio de la creación y redención: por todo lo que es un reflejo creado de la sabiduría y del amor de Dios. Así, pues, ese don parece iniciar al hombre y a la mujer, de modo particularmente profundo, en el respeto de los dos significados inseparables del acto conyugal, de los que habla la Encíclica (Humanæ vitæ, 12) con relación al sacramento del matrimonio. El respeto a los dos significados del acto conyugal sólo puede desarrollarse plenamente a base de una profunda referencia a la dignidad personal de lo que en la persona humana es intrínseco a la masculinidad y feminidad, e inseparablemente con referencia a la dignidad personal de la nueva vida, que puede surgir de la unión conyugal del hombre y de la mujer. El don del respeto de lo que es creado por Dios se expresa precisamente en tal referencia.
5. El respeto al doble significado del acto conyugal en el matrimonio, que nace del don del respeto por la creación de Dios, se manifiesta también como temor salvífico: temor a romper o degradar lo que lleva en sí el signo del misterio divino de la creación y redención. De este temor habla precisamente el autor de la Carta a los Efesios: "Estad sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21).
Si este temor salvífico se asocia inmediatamente a la función "negativa" de la continencia (o sea, a la resistencia con relación a la concupiscencia de la carne), se manifiesta también Cy de manera creciente, a medida que esta virtud maduraC como sensibilidad plena de veneración por los valores esenciales de la unión conyugal: por los "dos significados del acto conyugal" (o bien hablando en el lenguaje de los análisis precedentes, por la verdad interior del mutuo "lenguaje del cuerpo").
A base de una profunda referencia a estos dos valores esenciales, lo que significa unión de los cónyuges se armoniza en el sujeto con lo que significa paternidad y maternidad responsables. El don del respeto de lo que Dios ha creado hace ciertamente que la aparente "contradicción" en esta esfera desaparezca y que la dificultad que proviene de la concupiscencia se supere gradualmente, gracias a la madurez de la virtud y a la fuerza del don del Espíritu Santo.
6. Si se trata de la problemática de la llamada continencia periódica (o sea, del recurso a los "métodos naturales"), el don del respeto por la obra de Dios ayuda, de suyo, a conciliar la dignidad humana con los "ritmos naturales de fecundidad", es decir, con la dimensión biológica de la feminidad y masculinidad de los cónyuges; dimensión que tiene también un significado propio para la verdad del mutuo "lenguaje del cuerpo" en la convivencia conyugal.
De este modo, también lo que Cno tanto en el sentido bíblico, sino sobre todo en el "biológico"C se refiere a la "unión conyugal en el cuerpo", encuentra su forma humanamente madura gracias a la vida "según el Espíritu".
Toda la práctica de la honesta regulación de la fertilidad, tan íntimamente unida a la paternidad y maternidad responsables, forma parte de la espiritualidad cristiana conyugal y familiar; y sólo viviendo "según el Espíritu" se hace interiormente verdadera y auténtica.


128. Los dones del Espíritu Santo en la vida de los esposos
Miércoles 21 de noviembre de 1984
1. Teniendo como fondo la doctrina contenida en la Encíclica Humanæ vitæ, tratamos de trazar un bosquejo de la espiritualidad conyugal. En la vida espiritual de los esposos actúan también los dones del Espíritu Santo y, en particular, el "donum pietatis", es decir, el don del respeto a lo que es obra de Dios.
2. Este don, unido al amor y a la castidad, ayuda a identificar, en el conjunto de la convivencia conyugal, ese acto, en el que, al menos potencialmente, el significado nupcial del cuerpo se une con el significado procreador. Orienta a comprender, entre las posibles "manifestaciones de afecto", el significado singular, más aún, excepcional, de ese acto: su dignidad y la consiguiente grave responsabilidad vinculada con él. Por tanto, la antítesis de la espiritualidad conyugal está constituida, en cierto sentido, por la falta subjetiva de esta comprensión, ligada a la práctica y a la mentalidad anticonceptivas. Por lo demás, éste es un enorme daño desde el punto de vista de la cultura interior del hombre. La virtud de la castidad conyugal, y todavía más, el don del respeto a lo que viene de Dios, modelan la espiritualidad de los esposos a fin de proteger la dignidad particular de este acto, de esta "manifestación de afecto", donde la verdad del "lenguaje del cuerpo" sólo puede expresarse salvaguardando la potencialidad procreadora.
La paternidad y maternidad responsables significan la valoración espiritual Cconforme a la verdadC del acto conyugal en la conciencia y en la voluntad de ambos cónyuges, que en esta "manifestación de afecto", después de haber considerado las circunstancias internas y externas, sobre todo las biológicas, expresan su madura disponibilidad a la paternidad y maternidad.
3. El respeto a la obra de Dios contribuye ciertamente a hacer que el acto conyugal no quede disminuido ni privado de interioridad en el conjunto de la convivencia conyugal Cque no se convierta en "costumbre" C y que se exprese en él una adecuada plenitud de contenidos personales y éticos, e incluso de contenidos religiosos, esto es, la veneración a la majestad del Creador, único y último depositario de la fuente de la vida, y al amor nupcial del Redentor. Todo esto crea y amplía, por decirlo así, el espacio interior de la mutua libertad del don, donde se manifiesta plenamente el significado nupcial de la masculinidad y feminidad.
El obstáculo a esta libertad viene de la interior coacción de la concupiscencia, dirigida hacia el otro "yo" como objeto de placer. El respeto a lo que Dios ha creado libera de esta coacción, libera de todo lo que reduce al otro "yo" a simple objeto: corrobora la libertad interior del don.
4. Esto sólo puede realizarse por medio de una profunda comprensión de la dignidad personal, tanto del "yo" femenino como del masculino, en la convivencia recíproca. Esta comprensión espiritual es el fruto fundamental del don del Espíritu que impulsa a la persona a respetar la obra de Dios. De esta comprensión y, por lo mismo, indirectamente de ese don, sacan el verdadero significado nupcial todas las "manifestaciones afectivas", que constituyen la trama del perdurar de la unión conyugal. Esta unión se manifiesta a través del acto conyugal sólo en determinadas circunstancias, pero puede y debe manifestarse continuamente, cada día, a través de varias "manifestaciones afectivas", que están determinadas por la capacidad de una "desinteresada" emoción del "yo" en relación a la feminidad y CrecíprocamenteC en relación a la masculinidad.
La actitud de respeto a la obra de Dios, que el Espíritu Santo suscita en los esposos, tiene un significado enorme para esas "manifestaciones afectivas", ya que simultáneamente con ella va la capacidad de la complacencia profunda, de la admiración, de la desinteresada atención a la "visible" y al mismo tiempo "invisible" belleza de la feminidad y masculinidad y, finalmente, un profundo aprecio del don desinteresado del "otro".
5. Todo esto decide sobre la identificación espiritual de lo que es masculino o femenino, de lo que es "corpóreo" y a la vez personal. De esta identificación espiritual surge la conciencia de la unión "a través del cuerpo", con la tutela de la libertad interior del don. Mediante las "manifestaciones afectivas" los cónyuges se ayudan mutuamente a permanecer en la unión, y al mismo tiempo, estas "manifestaciones" protegen en cada uno esa "paz de lo profundo" que, en cierto sentido, es la resonancia interior de la castidad guiada por el don del respeto a lo que Dios ha creado.
Este don comporta una profunda y universal atención a la persona en su masculinidad y feminidad, creando así el clima interior idóneo para la comunión personal. Sólo en este clima de comunión personal de los esposos madura correctamente la procreación que calificamos como "responsable".
6. La Encíclica "Humanæ vitæ" nos permite trazar un bosquejo de la espiritualidad conyugal. Se trata del clima humano y sobrenatural, donde Cteniendo en cuenta el orden "biológico" y, a la vez, basándose en la castidad sostenida por el "donum pietatis"C se plasma la armonía interior del matrimonio, en el respeto a lo que la Encíclica llama "doble significado del acto conyugal" (Humanæ vitæ, 12). Esta armonía significa que los cónyuges conviven juntos en la verdad interior del "lenguaje del cuerpo". La Encíclica Humanæ vitæ proclama inseparable la conexión entre esta "verdad" y el amor.


129. La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio
Miércoles 28 de noviembre de 1984
1. El conjunto de las catequesis que comencé hace más de cuatro años y concluyo hoy, puede figurar bajo el título "El amor humano en el plan divino" o, con mayor precisión, "La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio". Todas ellas se dividen en dos partes.
La primera parte está dedicada al análisis de las palabras de Cristo que resultan apropiadas para abrir el tema presente. Dichas palabras se han analizado ampliamente en la globalidad del texto evangélico; y, después de la reflexión de varios años, se ha convenido en poner de relieve los tres textos que se estudian en dicha primera parte de la catequesis.
Ocupa el primer lugar el texto en que Cristo se refiere "al principio" en la conversación con los fariseos sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 8; Mc 10, 6-9). Luego, están las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña sobre la "concupiscencia" en cuanto "adulterio cometido en el corazón" (cf. Mt 5, 28). Y, en fin, vienen las palabras transmitidas por todos los sinópticos en las que Cristo hace referencia a la resurrección de los cuerpos en el "otro mundo" (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35).

La segunda parte de la catequesis está dedicada al análisis del sacramento, a partir de la Carta a los Efesios (Ef 22-23) que nos lleva al "principio" bíblico del matrimonio expresado en estas palabras del libro del Génesis: "...dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gén 2, 24).

Las catequesis de la primera y segunda parte emplean repetidamente el término "teología del cuerpo". En cierto sentido éste es un término "de trabajo". La introducción del término y concepto de "teología del cuerpo" era necesaria para fundamentar el tema de "La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio" sobre una base más amplia. En efecto, es menester hacer notar enseguida que el término "teología del cuerpo" rebasa ampliamente el contenido de las reflexiones que se han hecho. Estas reflexiones no abarcan muchos aspectos que por su objeto pertenecen a la teología del cuerpo (como, por ejemplo, el problema del sufrimiento y la muerte, tan acusado en el mensaje bíblico). Hay que decirlo claramente. Asimismo es necesario reconocer, de modo explícito, que las reflexiones sobre el tema de "La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio" pueden hacerse correctamente partiendo del momento en que la luz de la Revelación afecta a la realidad del cuerpo humano (o sea, sobre la base de la "teología del cuerpo"). Esto se ve confirmado, por lo demás, en las palabras del libro del Génesis "vendrán a ser los dos una sola carne", palabras que originaria y semánticamente están en la base de nuestro tema.

2. Las reflexiones sobre el sacramento del matrimonio se han desarrollado teniendo en cuenta las dos dimensiones esenciales en este sacramento (al igual que en todos los demás), es decir, la dimensión de la alianza y de la gracia, y la dimensión del signo.
A través de estas dos dimensiones nos hemos fijado continuamente en las reflexiones sobre la teología del cuerpo, unidas a las palabras-clave de Cristo. A estas reflexiones hemos llegado también emprendiendo, al final de este ciclo de catequesis, el estudio de la Encíclica Humanæ vitæ.


Encíclica Humanæ vitæ.
La doctrina contenida en este documento de la enseñanza contemporánea de la Iglesia, está en relación orgánica con la sacramentalidad del matrimonio y asimismo con toda la problemática bíblica de la teología del cuerpo, centrada en las "palabras-clave" de Cristo. En cierto sentido puede decirse que todas las reflexiones sobre la "redención del cuerpo y de la sacramentalidad del matrimonio" constituyen un amplio comentario a la doctrina contenida en la misma Encíclica Humanæ vitæ.
Tal comentario parece bastante necesario. Efectivamente, al dar respuesta a algunos interrogantes de hoy, en el ámbito de la moral conyugal y familiar, la Encíclica ha suscitado, al mismo tiempo, otros interrogantes, como sabemos, de naturaleza bio-médica. Pero también (o mejor, sobre todo) son interrogantes de naturaleza teológica, pertenecen al ámbito de la antropología y teología que hemos denominado "teología del cuerpo".
Se han hecho las reflexiones afrontando los interrogantes surgidos en relación con la Encíclica Humanæ vitæ. La reacción que ha producido la Encíclica confirma la importancia y dificultad de tales interrogantes. Los han puesto de relieve también aclaraciones posteriores del mismo Pablo VI, donde indicaba la posibilidad de profundizar en la exposición de la verdad cristiana en este sector.
Lo reafirmó también la exhortación Familiaris consortio, fruto del Sínodo de los Obispos de 1980, "De muneribus familiæ christianæ". Este documento contiene un llamamiento dirigido en especial a los teólogos, a elaborar de modo más completo los aspectos bíblicos y personalistas de la doctrina contenida en la Humanæ vitæ.Asumir los interrogantes planteados por la Encíclica quiere decir formularlos y buscarles respuesta al mismo tiempo. La doctrina contenida en la Familiaris consortio pide que tanto la formulación de los interrogantes como la búsqueda de una respuesta adecuada, se concentren sobre los aspectos bíblicos y personalistas. Dicha doctrina indica asimismo la dirección del desarrollo de la teología del cuerpo, la dirección del desarrollo y, por tanto, también la dirección de su completamiento y profundización progresivos.

3. El análisis de los aspectos bíblicos habla del modo de enraizar en la revelación la doctrina proclamada por la Iglesia contemporánea. Esto es importante para el desarrollo de la teología. El desarrollo, o sea, el progreso de la teología, se realiza de hecho acudiendo continuamente al estudio del depósito revelado.
El enraizamiento de la doctrina proclamada por la Iglesia en toda la Tradición y en la misma Revelación divina está abierto siempre a los interrogantes planteados por el hombre y se sirve incluso de los instrumentos más conformes con la ciencia moderna y la cultura de hoy. Parece que en este sector el acentuado desarrollo de la antropología filosófica (especialmente de la antropología que se halla en la base de la ética) se encuentra muy de cerca con los interrogantes suscitados por la Encíclica Humanæ vitæ respecto de la teología, y sobre todo de la ética teológica.
El análisis de los aspectos personalistas de la doctrina contenida en este documento tiene un significado existencial para establecer en qué consiste el progreso verdadero, es decir, el desarrollo del hombre. Efectivamente, en toda la civilización contemporánea Cespecialmente en la civilización occidental hay una tendencia oculta, pero al mismo tiempo bastante explícita, a medir este progreso con el baremo de las "cosas", es decir, de los bienes materiales.
El análisis de los aspectos personalistas de la doctrina de la Iglesia, contenida en la Encíclica de Pablo VI, pone en evidencia una llamada decidida a medir el progreso del hombre con el baremo de la "persona", o sea, de lo que es un bien del hombre en cuanto hombre y que corresponde a su dignidad esencial.
El examen de los aspectos personalistas lleva a la convicción de que la Encíclica presenta como problema fundamental el punto de vista del desarrollo auténtico del hombre; en efecto, en términos generales, dicho desarrollo se mide con el baremo de la ética y no sólo de la "técnica".

4. Las catequesis dedicadas a la Encíclica Humanæ vitæ constituyen sólo una parte, la final, de las que han tratado de la redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio.
Si llamo más la atención concretamente sobre estas últimas catequesis, lo hago no sólo porque el tema tratado en ellas está unido más íntimamente a nuestra contemporaneidad, sino sobre todo porque de él nacen los interrogantes que impregnan en cierto sentido el conjunto de nuestras reflexiones. Por consiguiente, esta parte final no ha sido añadida artificialmente al conjunto, sino que le está unida orgánica y homogéneamente. En cierto sentido, la parte colocada al final en la disposición global, se encuentra a la vez en el comienzo de este conjunto. Esto es importante desde el punto de vista de la estructura y del método.
Igualmente el momento histórico parece tener su significación; de hecho, estas catequesis se iniciaron en el tiempo de los preparativos del Sínodo de los Obispos de 1980 sobre el tema del matrimonio y la familia ("De muneribus familiae christianae"), y se concluyen después de la publicación de la Exhortación "Familiaris consortio", que es fruto del trabajo de este Sínodo. De todos es sabido que el Sínodo de 1980 hizo referencia también a la Encíclica "Humanæ vitæ" y reafirmó plenamente su doctrina.

De todos modos, el momento más importante parece ser el esencial que, en el conjunto de las reflexiones realizadas, puede precisarse de la manera siguiente: para afrontar los interrogantes que suscita la Encíclica "Humanæ vitæ" sobre todo en teología, para formular dichos interrogantes y buscarles respuesta, es necesario encontrar el ámbito bíblico-teológico a que nos referimos cuando hablamos de "redención del cuerpo y sacramentalidad del matrimonio". En este ámbito se encuentran las respuestas a los interrogantes perennes de la conciencia de hombres y mujeres, y también a los difíciles interrogantes de nuestro mundo contemporáneo respecto del matrimonio y la procreación.





[1]   Cf. Por ejemplo: M. Scheler, Über Scham und Schamgefühl, Halle 1914; Fr. Sawicki, Fenomenologia wstidliwosci (Fenomenología del pudor), Cracovia, 1949; y también K. Wojtyla, Milosc i odpowiedzialnosc, Cracovia, 1962, págs. 165-185. (En italiano: Amore e responsabilità, Roma 1978, II ed., págs. 161-178).
[2]   El término griego sklerokardia ha sido forjado por los Setenta para expresar lo que en hebreo significaba: "incircuncisión de corazón" (cf. como ej. Dt 10, 16; Jer 4, 4; Sir 3, 26 s.) y que, en la traducción literal del Nuevo Testamento, aparece una sola vez (Act 7, 51).
La "incircuncisión" significaba el "paganismo", la "impureza", la "distancia de la Alianza con Dios"; la "incircuncisión de corazón" expresaba la indómita obstinación en oponerse a Dios. Lo confirma la frase del diácono Esteban: "Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros" (ct 7, 51).
Por tanto hay que entender la "dureza de corazón" en este contexto filológico.
[3]   Cf. Ap 2, 23: "...el que escudriña las entrañas y los corazones..."; Act 1, 24: "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos..." (kardiognostes).
[4]   "Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre..." (Mt 15, 19-20).
[5]   Cf. Gén 16, 2.
[6]   Cf. Gén 30, 3.
[7]   Cf. 2 Sam 11, 2-27.
[8]   Cf. Lev 20, 10; Dt 22, 22.
[9]   Cf. por ej. Dt 21, 10-13; Núm 30, 7-16; Dt 24, 1-4; Dt 22, 13-21; Lev 20, 10-21 y otros.
[10] Aunque el Libro del Génesis presenta el matrimonio monogámico de Adán, de Set y de Noé como modelos que imitar y parece condenar la bigamia que se manifiesta solamente en los descendientes de Caín (cf. Gén 4, 19), por otra parte la vida de los Patriarcas proporciona ejemplos contrarios. Abraham observa las prescripciones de la ley de Hammurabi, que consentía desposar una segunda mujer en caso de esterilidad de la primera; y Jacob tenia dos mujeres y dos concubinas (cf. Gén 30, 1-19).
El Libro del Deuteronomio admite la existencia legal de la bigamia (cf. Dt 21, 15-17) e incluso de la poligamia, advirtiendo al rey que no tenga muchas mujeres (cf. Dt 17, 17); confirma también la institución de las concubinas-prisioneras de guerra (cf. Dt 21, 10-14) o esclavas (cf. Esd 21, 7-11). (Cf. R. de Vaux, Ancient Israel. Its Life and Institutions, London 1976, Darton, Longman, Todd; págs. 24-25, 83). No hay en el Antiguo Testamento mención explícita alguna sobre la obligación de la monogamia, si bien la imagen presentada por los Libros posteriores demuestra que prevalecía en la practica social (ef. por ej. los Libros Sapienciales, excepto Sir 37, 11; Tb).
[11] Cf. por ej. Is 54; 62, 1-5.
[12] Cf. Ez 16, 5-8. 12-15. 30-32.
[13]     Esta ley, contenida en el Deuteronomio 25,7-10, se refiere a los hermanos que habitan bajo el mismo techo. Si uno de ellos moría sin dejar hijos, el hermano del difunto debía tomar por mujer a la viuda del hermano muerto. El niño nacido de este matrimonio era reconocido hijo del difunto, a fin de que no se extinguiese su estirpe y se conservase en la familia la heredad (cf. 3,9-4,12).
[14]     En el tiempo de Cristo los saduceos formaban, en el ámbito del judaísmo, una secta ligada al círculo de la aristocracia sacerdotal. Contraponían a la tradición oral y a la teología elaboradas por los fariseos, la interpretación literal del Pentateuco, al que consideraban fuente principal de la religión yahvista. Dado que en los libros bíblicos más antiguos no se hacía meción de la vida de ultratumba, los saduceos rechazaban la escatología proclamada por los fariseos, afirmando que las almas mueren juntamente con el cuerpo (cf. Josph., Antiquitates Judaicæ, XVII 1.4,16).
Sin embargo, no conocemos directamente las concepciones de los saduceos, ya que todos sus escritos se perdieron después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 cuando desapareció la misma secta. Son escasas las informaciones referentes a los saduceos; las tomamos de los escritos de sus adversarios ideológicos.
[15]     Los saduceos, al dirigirse a Jesús para un caso puramente teórico, atacan, al mismo tiempo, la primitiva concepción de los fariseos sobre la vida después de la resurrección de los cuerpos; efectivamente, insinúan que la de en la resurrección de los cuerpos lleva a admitir la poliandria, que está en contraste con la ley de Dios.
   

El caso presentado por los saduceos ataca directamente a la concepción farisaica de la resurrección. En efecto, los saduceos pensaban que Cristo era seguidor de ellos.
La respuesta de Cristo corrige igualmente tanto la concepción de los fariseos, como la de los saduceos.
[18]     Esta expresión no significa: "Dios que era honrado por Abraham, Isaac y Jacob", sino: "Dios que tenía cuidado de los Patriarcas y los libraba".
Cf. E. Ellis, Jesus, The Sadducees and Qumram, New Testament Studies, 10, 1963-64, 275.
[19]     No nos detenemos aquí sobre la concepción de la muerte en el sentido puramente veterotestamentario, sino que tomamos en consideración la antropología teológica en su conjunto.
[20]     Este es el argumento determinante que comprueba la autenticidad de la discusión con los saduceos.
Si la perícopa constituye "un añadido postpascual de la comundiad cristiana" (como pensaba, por ejemplo, R. Bultmann), la fe en la resurrección de los cuerpos estaría apoyada por el hecho de la resurrección de Cristo, que se imponía como una fuerza irresistible, como lo da a entender por ejemplo San Pablo (cf. 1 Cor 15, 12).
Laconversación se tuvo realmente con los saduceos, los cuales consideraban el Pentateuco la única autoridad decisiva.
La estructura de la controversia demuestra que ésta era una discusión rabínica, según los modelos clásicos que se usaban en las academias de entonces.
Cf. J. Le Moyne, o.s.b., Les Sadducéeus, París 1972, Gabalda, pág. 124 y s.; E Lohmeyer, Das Evangelium des Markus, Göttingen 1959, pág. 257; D. Daube, New Testament and Rabbinic Judaism, Londres 1956, págs. 158-163; J. Rademakers, s.j., La bonne nouvelle de Jèsus selon St. Marc, Bruselas 1974, Institut d'Etudes Théologiques, pág. 313.
[21]     Cf. ad es.: "Habet autem anima alium modum essendi cum unitur corpori, et cum fuerit a corpore separata, manente tamen eadem animae natura; non ita quod uniri corpori sit ei accidentale, sed per rationem suae naturae corpori unitur..." (Santo Tomás, S. Th. I q.89, a I).
"Si autem hoc non est ex natura animae, sed per accidens hoc convenit eiex eo quod corpori alligatur, sicut Platonici posuerunt... remoto impedimento corporis, rediret anima ad suam naturam... Sed, secundum hoc, non esset anima corpori unita propter melius animae...; sed hoc esset solum propter melius corporis: quod est irrationabile, cum materia sit propter formam, et non e converso..." (ib.).
"Secundum se convenit animae corpori uniri... Anima humana manet in suo esse cum fuerit a corpore separata, habent aptitudinem et inclinationem naturalem ad corporis unionem" (S.Th I q.76, a. I ad 6).
[22]     To mèn sôma estin hemin sêma (Platón, Gorgia 493 A; cf. también Fedón, 66 B; Cratilo 400 C.).
[23]     En la concepción bíblica, se trata de una inmortalidad  dialogística  (resurrección); es decir, la inmortalidad no resulta simplemente del no poder morir de lo indivisible, sino de la acción salvadora del amante que tiene poder para hacer inmortal. El hombre no puede, por tanto, perecer totalmente, porque es conocido y amado por Dios. Si todo amor quiere eternidad, el amor de Dios no sólo quiere, sino que opera y es inmortalidad... Puesto que la inmortalidad en el pensamiento bíblico no procede del propio poder de lo indestructible en sí mismo, sino del hecho de haber entrado en diálogo con el Creador, debe llamarse resurrección (en sentido pasivo)...  (J. Ratzinger,  Resurrección de la carne - aspecto teológico , en Sacramentum Mundi vol. VI, Barcelona, 1976, edit. Herder, págs. 74-75).
[24]     Los Corintios probablemente estaban afectados por corrientes de pensamiento basadas en el dualismo platónico y en el neopitagorismo de matiz religioso, en el estoicismo y en el epicureísmo; por lo demás, todas las filosofías griegas negaban la resurrección del cuerpo. Pablo ya había experimentado en Atenas la reacción de los griegos ante la doctrina de la resurrección, durante su discurso en el Areópago (cf. Act 17, 32).
[25] Paul ne tient absolument pas compte de la dichotomie grecque "âme et corps"... L=apôtre recourt à une sorte de trichotomie où la totalité de l=homme est corps, âme et esprit... Tous ces termes sont mouvants et la division elle-même n=a pas de frontière fixe. Il y a insistance sur le fait que le corps et l=âme sont capables d=être "pneumatiques", spirituels  (B. Rigaux, Dieu l=a ressuscité. Exégèse et théologie biblique, Gembloux, 1973, Duculot, pp. 406-408).
[26] El original griego emplea aquí el término psychikón. En San Pablo este término solo aparece en la primera Carta a los Corintios (2, 14; 15, 44; 15, 46) y en ninguna otra parte, probablemente a causa de las tendencias pregnósticas de los Corintios, y tiene un significado peyorativo; respecto al contenido, corresponde al término  carnal  (Cf. 2Cor 1, 12-10, 4).
Sin embargo, en otras Cartas paulinas la  psiche  y sus derivados significan la existencia terrena del hombre en sus manifestaciones, el modo de vivir del individuo e incluso la misma persona humana en sentido positivo (por ejemplo: para indicar el ideal de vida de la comunidad eclesial; miâ-i psychê-i =  en un solo espíritu : Flp 1, 27, sympsychoi =  con la unión de vuestros espíritus: Flp 2, 2; isópsychon =  de ánimo igual : Flp 2, 20; cf. R. Jewett, Paul=s Anthropological Terms. A. Study of Their Use in Conflict Settings, Leiden 1971, Brill, pp. 2, 448-449).
[27] Sobre los problemas más detallados de la exégesis de este pasaje, cf., por ejemplo, L. Sabourin, II Vangelo di Matteo. Teologia e esegesi, vol. II, Roma, 1977, Ediciones Paulinas, págs. 834-836; The Positive Values of Consecrated Celibacy, en  The Way , Suplement 10, summer 1970, pág. 51; J. Blinzler, Eisin eunuchoi. Zur Auslegunng von Mt 19, 12,  Zeitschrift für die Neutestamentiliche Wissenschaft , 48, 1977, pág. 268 ss.
[28] La santidad de la Iglesia también se fomenta de una manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cf. Mt 19, 11; 1 Cor 7, 7), para que se consagren a solo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene más fácilmente indiviso  (Lumen gentium, 42).
[29] Cf., por ejemplo, Lumen gentium, 44; Perfectæ caritatis, 12.
[30] Es verdad que Jeremías debía observar el celibato por orden expresa del Señor (cf. Jer 16, 1-2); pero esto fue un  signo profético, que simbolizaba el futuro abandono y la destrucción del país y del pueblo.
[31] Es verdad, como sabemos por las fuentes extra bíblicas, que en el período intertestamentario el celibato se mantenía en el ámbito del judaísmo por algunos miembros de la secta de los esenios (cf. Flavio Josefo, Bell. Jud., II 8-2: 120-121; Filón Al. Hypothet., 11, 14); por esto se realizaba al margen del judaísmo oficial y probablemente no persistió más allá de comienzos del siglo II. En la comunidad de Qumrán el celibato no obligaba a todos, pero algunos miembros lo mantenían hasta la muerte, poniendo en práctica sobre el terreno de la convivencia pacífica la prescripción de Deuteronomio (23, 10-14) sobre la pureza ritual que obligaba durante la guerra santa. Según las creencias de los qumranianos, esta guerra duraba siempre  entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas ; el celibato, pues, para ellos fue la expresión de estar dispuestos a la batalla (cf. 1 Qm 7, 5-7).
[32] Cf. 1Cor 7, 25-40; cf. también Apoc 14, 4.
[33] El problema de la paternidad paulina de la Carta a los Efesios, reconocida por algunos exegetas y negada por otros, puede resolverse con una posición media, que aquí aceptamos como hipótesis de trabajo: o sea, que San Pablo confió algunos conceptos a su secretario, el cual después los desarrolló y perfiló. Es ésta la solución provisional del problema que tenemos presente, al hablar del  Autor de la Carta a los Efesios , del  Apóstol  y de  San Pablo .
[34] El sacramento, concepto central para nuestras reflexiones, ha recorrido un largo camino durante los siglos. La historia semántica del término sacramento hay que comenzarla desde el término griego mysterion+, que, a decir verdad, en el libro de Judit significa todavía los planes militares del rey (consejo secreto, cf. Jdt 2, 2), pero ya en el libro de la Sabiduría (2, 22) y en la profecía de Daniel (2, 27) significa los planes creadores de Dios y el fin que El asigna al mundo y que sólo se revelan a los confesores fieles.
En este sentido mysterion sólo aparece una vez en los Evangelios: a vosotros os ha sido dado conocer el misterio del reino de Dios (Mc 4, 11 y par.). En las grandes Cartas de San Pablo ese término se encuentra siete veces, culminando en la revelación del misterio tenido secreto en los tiempos eternos, pero manifestado ahora... (Rom 16, 25-26).
En las Cartas posteriores tiene lugar la identificación del mysterion con el Evangelio (cf. Ef 6, 19) e incluso con el mismo Jesucristo (cf. Col 2, 2; 4. 3; Ef 3, 4), lo que constituye un cambio en la inteligencia del término; mysterion no es ya sólo el plan eterno de Dios, sino la realización en la tierra de ese plan, revelado en Jesucristo.
Por esto, en el período patrístico comienzan a llamarse mysterion incluso los acontecimientos históricos en los que se manifiesta la voluntad divina de salvar al hombre. Ya en el siglo II, en los escritos de San Ignacio de Antioquía, de San Justino y Melitón, los misterios de la vida de Jesús, las profecías y las figurar simbólicas del Antiguo Testamento se definen con el término mysterion.
En el siglo III comienzan a aparecer las versiones más antiguas en latín de la Sagrada Escritura, donde el término griego se traduce o por el término mysterion, o por el término sacramentum (por ejemplo: Sab 2, 22; Ef 5, 32), quizá por apartarse explícitamente de los ritos mistéricos paganos y de la neoplatónica mistagogía gnóstica.
Sin embargo, originariamente el sacramentum significaba el juramento militar que prestaban los legionarios romanos. Puesto que en él se podía distinguir el aspecto de iniciación a una nueva forma de vida, el compromiso sin reservas, el servicio fiel hasta el peligro de muerte. Tertuliano pone de relieve estas dimensiones en el sacramento cristiano del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía. En el siglo III se aplica, pues, el término sacramentum, tanto al misterio del plan salvífico de Dios en Cristo (cf. por ejemplo Ef 5, 32), como a su realización concreta por el medio de las siete fuentes de gracia, llamadas hoy sacramentos de la Iglesia.
San Agustín, sirviéndose de varios significados de ese término, llamó sacramentos a los ritos religiosos tanto de la Antigua como de la Nueva Alianza, a los símbolos y figuras bíblicas, así como también a la religión cristiana revelada. Todos estos sacramentos, según San Agustín, pertenecen al gran sacramento: al misterio de Cristo, y de la Iglesia. San Agustín influyó sobre la puntualización ulterior del término sacramento, subrayando que los sacramentos son signos sagrados; que tienen en sí semejanza con lo que significan y que confieren lo que significan. Contribuyó, pues, con sus análisis a elaborar una concisa definición escolástica del sacramento: signum efficax gratiæ.
San Isidoro de Sevilla (siglo VII) subrayó después otro aspecto: la naturaleza misteriosa del sacramento que, bajo los velos de las especies materiales, oculta la noción del Espíritu Santo en el alma del hombre.
Las Summas Teológicas de los siglos XII y XIII formularon ya las definiciones sistemáticas de los sacramentos, pero tiene un significado particular la definición de Santo Tomás: Non omne signum rei sacræ est sacramentum, sed solum ea quæ significant perfectionem sanctitatis humanæ (3. qu. 60, a. 2).
Desde entonces se entendió como sacramento+ exclusivamente cada una de las siete fuentes de la gracia y los estudios de los teólogos apuntaron sobre la profundización de la esencia y de la acción de los siete sacramentos, elaborando, de manera sistemática, las líneas principales contenidas en la tradición escolástica.
Sólo en el último siglo se ha prestado atención a los aspectos del sacramento, desatendidos en el curso de los siglos, por ejemplo a su dimensión eclesial y al encuentro personal con Cristo, que han encontrado expresión en la Constitución sobre la Liturgia (núm. 59). Sin embargo, el Vaticano II torna, sobre todo, al significado originario del sacramentumm-misterium+, denominando a la Iglesia sacramento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo género humano+ (Lumen gentium, 1).Aquí entendemos el sacramento Cde acuerdo con su significado originarioC como realización del eterno plan divino referente a la salvación de la humanidad.
[35] A este propósito, cf. el discurso de la audiencia general del miércoles, día 8 de septiembre de este año, nota 1, en L' Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 12 de septiembre de 1982, pág. 3.

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