miércoles, 25 de abril de 2012

Historia ejemplar de una iglesia local



EJEMPLARIZANTE PARA COMUNIDADES
A  continuación un caso ejemplarizante tomado de la diócesis de Ocaña, digno de repetirse en todas las pequeñas comunidades. La historia es traída y comentada por el Dr. HENÁN VERGARA.

Historia ejemplar de una iglesia local

La discusión sobre la Humanae Vitae  había puesto en evidencia que existía un conflicto entre la norma objetiva dictada por el magisterio y la conciencia tanto en el nivel de los directores de conciencia como de los fieles.  En la década de los 70, cuando aún estaba vivo en los ambientes eclesiásticos el interés por la Humanae Vitae, participamos en un encuentro del obispo de Ocaña, monseñor Rafael Sarmiento Peralta, y de su presbiterio.
El obispo había convocado a todo su presbiterio para dialogar con él sobre la Humanae Vitae  y el problema de los anticonceptivos, y el diálogo se había desarrollado en un inusitado ambiente de libertad.  El obispo era allí la autoridad eclesial pero evidentemente no era un obispo autoritario. Varios sacerdotes, tal vez la mayoría, se habían manifestado partidarios de autorizar el recurso a los anticonceptivos artificiales.  Al final del encuentro, después de oír abundante casuística, el obispo presentó este caso:
“Un matrimonio muy piadoso había tenido ya ocho hijos cuando los médicos le dijeron que la vida de la esposa corría grave peligro  si llegaba a tener otro embarazo.  No había lugar al recurso de la continencia periódica, como se estuvo diciendo  antes de la Humanae Vitae, o a los  métodos naturales, como se empezó a decir después, por cuanto el esposo ganaba su vida como agente viajero de una empresa que programaba sus viajes y sus  cortas estadías en el hogar.  La única alternativa era la abstención de relaciones durante los años de fertilidad que aún le quedaban a la esposa y esto en unos esposos que se amaban entrañablemente y se guardaban fidelidad”.

Del auditorio se levantaron varias voces para pedir la palabra y estuvieron unánimes en que se trataba de un caso sobradamente indicado para autorizarle los anticonceptivos.  El obispo tomó entonces la palabra e hizo el siguiente relato:

“Yo llamé a los esposos y puse ante ellos mi situación; yo entendía su problema.  La enseñanza de la encíclica los ponía ante el dilema de abstenerse de relaciones maritales durante el resto de vida fértil de la señora  o emplear anticonceptivos artificiales.  Era una prueba para su fe.  Mi posición  era la de obispo que acoge la enseñanza de la encíclica pero que  no podía pasar a hacer de una doctrina ofrecida en la libertad a personas libres un acto de autoridad.  Yo entendía la gravedad de su problema.  Les presenté la situación de la Iglesia que se encontraba en el riesgo  de caer en un cisma o en una crisis sin precedentes porque no solamente la totalidad de los gobiernos y de los medios de comunicación estaban por la anticoncepción sino la mayoría misma de los fieles, de los pastores y de los teólogos,  mayoría reflejada en la  comisión papal   nombrada por Juan XXIII y ampliada por Pablo VI. Les relaté cómo la Iglesia, para llegar hasta nuestros días, había tenido que superar dificultades mayores aún que la actual, pues la fidelidad a ella podía costar el despojo de los bienes, el destierro, la tortura y la muerte, y cómo esta crisis sólo podría superarse si en la Iglesia se presentaban creyentes que obedecieran la encíclica costara lo que les costara.  Dicho esto, les hablé  también de la conciencia como lugar en el que Dios daba a conocer su voluntad, sobre todo si el creyente acudía suficientemente a la oración.  Les dije que, por el conocimiento que tenía de ellos, estaba seguro de  que buscarían por ese medio la iluminación y la fortaleza del Espíritu Santo y que yo los acompañaría con mis oraciones.  Con esto los despedí  hasta cuando pensaran que tenían alguna respuesta que comunicarme.
Al cabo de unos días me llamó el esposo, pues habían llegado con su esposa a un acuerdo.  Los esperé con gran estremecimiento interior pero, al verlos acercarse con expresión alegre y tranquila, me dije: vengan con lo que vengan, es cosa de Dios pues sólo el Espíritu Santo puede infundir esa alegría y esa paz.
El esposo tomó la palabra mientras sostenía su sombrero en las manos dándole vueltas: ‘Su Excelencia sabe, dijo algo ruborizado, que yo  no he sido ambicioso ni he presumido ser más de lo que  soy.  Yo sólo he querido sostener y educar a mi familia con mi trabajo.  Su Excelencia  fué quien nos dijo que nosotros podíamos contribuir, como lo habían hecho los mártires, a  que la Iglesia  no se acabara por causa de esta encíclica. ¡Jamás hubiéramos pensado que podíamos ser tan importantes!  Hemos pensado, Excelencia, no volver  a tener relaciones hasta cuando mi señora pierda su capacidad de concebir”.

Esta historia es la de un obispo para quien su autoridad no era la de un monarca sino la de la cabeza de una comunidad tan deliberante como él mismo.  Ciertamente, en esa comunidad no tenían igual protagonismo los sacerdotes y los fieles porque éstos permanecían en la condición pasiva que la tradición ha venido asignando a los laicos, pero el obispo sí tenía en su horizonte la participación de éstos en pie de igualdad con él  y con el presbiterio.  Lo mostraba el que hubiera invitado a  un simple fiel a tomar parte en la reunión como conferencista,  y el que hubiera invitado a los esposos a resolver en pie de igualdad con él la obediencia a la encíclica en el caso discutido.  La actuación de este obispo muestra lo que puede ser el desenlace del conflicto hoy existente entre una norma objetiva del magisterio auténtico del papa y la respuesta de las comunidades.  La norma resultó siendo obedecida por esos esposos, confirmando con ello la validez  teológica de la norma, pero es obedecida dentro de circunstancias que no están previstas en la encíclica.  Estas circunstancias son precisamente las del funcionamiento de  una Iglesia local de acuerdo con la nueva eclesiología de la "Lumen Gentium"; una Iglesia-pueblo de Dios. Entre tanto, la encíclica ha fracasado ante las iglesias que siguen funcionando según la eclesiología preconciliar.
La responsabilidad de las opciones morales que toma  en última instancia una iglesia local ha dependido, desde la más antigua tradición, de la posición que tome el obispo frente a cada cuestión disputada pero en el supuesto de que el obispo es un soberano en su diócesis, no un subordinado del Gobierno nacional ni de la Conferencia Episcopal.

Pasados algunos años después de la experiencia relatada en esta historia episcopal hemos conocido la ponencia del teólogo Luigi Sartori en  la antología de trabajos sobre la Humanae Vitae titulada "La encíclica Humanae Vitae ¿es irreformable?" La tesis presentada por  Sartori, que a nuestro juicio es confirmada por la  experiencia de Ocaña, es que "el Papa Pablo VI  ha confiado su encíclica como magisterio auténtico y no como magisterio infalible confiado en que la respuesta hacia el futuro confirmará y consolidará la sustancia de lo sostenido en la encíclica”.  La  experiencia tenida en la diócesis de Ocaña muestra la diferencia que hay entre remitir a los esposos católicos  a  su    conciencia, bajo su exclusiva responsabilidad, al descampado, o, como en este caso,  convocarlos a estudiar su problema como un problema que lo es tanto de ellos mismos como de la Iglesia y que ha de ser atendido con los recursos espirituales y materiales de la comunidad local con su pastor a la cabeza.
El contexto en el que el obispo se enfrentó a las dificultades afectivas y económicas de esos esposos es el de la Iglesia universal cuya existencia es sostenida por los mártires, actuando así conforme a la tradición que ve en el obispo el órgano de enlace entre la iglesia local y la universal.  El obispo no limitó el contexto del diálogo con esos esposos a su sabiduría y su santidad personales, como  suele ocurrir en la dirección espiritual, sino que apeló a la universalidad de la Iglesia en el tiempo y en el espacio, universalidad actualizada, para el caso, en la iglesia local.  La evaluación teológica de cualquier enseñanza del magisterio eclesiástico sólo se alcanza si es remitida a la eclesiología de Lumen Gentium.