EJEMPLARIZANTE PARA COMUNIDADES
A continuación un caso ejemplarizante tomado de
la diócesis de Ocaña, digno de repetirse en todas las pequeñas comunidades. La
historia es traída y comentada por el Dr. HENÁN VERGARA.
Historia ejemplar de una iglesia local
La
discusión sobre la Humanae Vitae había
puesto en evidencia que existía un conflicto entre la norma objetiva dictada
por el magisterio y la conciencia tanto en el nivel de los directores de
conciencia como de los fieles. En la
década de los 70, cuando aún estaba vivo en los ambientes eclesiásticos el
interés por la Humanae Vitae, participamos en un encuentro del obispo de Ocaña,
monseñor Rafael Sarmiento Peralta, y
de su presbiterio.
El
obispo había convocado a todo su presbiterio para dialogar con él sobre la
Humanae Vitae y el problema de los
anticonceptivos, y el diálogo se había desarrollado en un inusitado ambiente de
libertad. El obispo era allí la
autoridad eclesial pero evidentemente no era un obispo autoritario. Varios
sacerdotes, tal vez la mayoría, se habían manifestado partidarios de autorizar
el recurso a los anticonceptivos artificiales.
Al final del encuentro, después de oír abundante casuística, el obispo presentó este caso:
“Un
matrimonio muy piadoso había tenido ya ocho hijos cuando los médicos le dijeron
que la vida de la esposa corría grave peligro
si llegaba a tener otro embarazo.
No había lugar al recurso de la continencia periódica, como se estuvo diciendo antes de la Humanae Vitae, o a los métodos naturales, como se empezó a decir
después, por cuanto el esposo ganaba su vida como agente viajero de una empresa
que programaba sus viajes y sus cortas
estadías en el hogar. La única
alternativa era la abstención de relaciones durante los años de fertilidad que
aún le quedaban a la esposa y esto en unos esposos que se amaban
entrañablemente y se guardaban fidelidad”.
Del
auditorio se levantaron varias voces para pedir la palabra y estuvieron
unánimes en que se trataba de un caso sobradamente indicado para autorizarle
los anticonceptivos. El obispo tomó
entonces la palabra e hizo el siguiente relato:
“Yo llamé a los esposos y puse ante
ellos mi situación; yo entendía su problema.
La enseñanza de la encíclica los ponía ante el dilema de abstenerse de
relaciones maritales durante el resto de vida fértil de la señora o emplear anticonceptivos artificiales. Era una prueba para su fe. Mi posición
era la de obispo que acoge la enseñanza de la encíclica pero que no podía pasar a hacer de una doctrina
ofrecida en la libertad a personas libres un acto de autoridad. Yo entendía la gravedad de su problema. Les presenté la situación de la Iglesia que
se encontraba en el riesgo de caer en un
cisma o en una crisis sin precedentes porque no solamente la totalidad de los
gobiernos y de los medios de comunicación estaban por la anticoncepción sino la
mayoría misma de los fieles, de los pastores y de los teólogos, mayoría reflejada en la comisión papal nombrada por Juan XXIII y ampliada por Pablo
VI. Les relaté cómo la Iglesia, para llegar
hasta nuestros días, había tenido que superar dificultades mayores aún que la
actual, pues la fidelidad a ella podía costar el despojo de los bienes, el
destierro, la tortura y la muerte, y cómo esta crisis sólo podría superarse si
en la Iglesia se presentaban creyentes que obedecieran la encíclica costara lo
que les costara. Dicho esto, les
hablé también de la conciencia como
lugar en el que Dios daba a conocer su voluntad, sobre todo si el creyente
acudía suficientemente a la oración. Les
dije que, por el conocimiento que tenía de ellos, estaba seguro de que buscarían por ese medio la iluminación y
la fortaleza del Espíritu Santo y que yo los acompañaría con mis
oraciones. Con esto los despedí hasta cuando pensaran que tenían alguna
respuesta que comunicarme.
Al cabo de unos días me llamó el
esposo, pues habían llegado con su esposa a un acuerdo. Los esperé con gran estremecimiento interior
pero, al verlos acercarse con expresión alegre y tranquila, me dije: vengan con
lo que vengan, es cosa de Dios pues sólo el Espíritu Santo puede infundir esa
alegría y esa paz.
El esposo tomó la palabra mientras
sostenía su sombrero en las manos dándole vueltas: ‘Su Excelencia sabe, dijo
algo ruborizado, que yo no he sido
ambicioso ni he presumido ser más de lo que
soy. Yo sólo he querido sostener
y educar a mi familia con mi trabajo. Su Excelencia fué quien nos dijo que nosotros podíamos
contribuir, como lo habían hecho los mártires, a que la Iglesia no se acabara por causa de esta encíclica.
¡Jamás hubiéramos pensado que podíamos ser tan importantes! Hemos pensado, Excelencia, no volver a tener relaciones hasta cuando mi señora
pierda su capacidad de concebir”.
Esta
historia es la de un obispo para quien su autoridad no era la de un monarca
sino la de la cabeza de una comunidad tan deliberante como él mismo. Ciertamente, en esa comunidad no tenían igual
protagonismo los sacerdotes y los fieles porque éstos permanecían en la
condición pasiva que la tradición ha venido asignando a los laicos, pero el
obispo sí tenía en su horizonte la participación de éstos en pie de igualdad
con él y con el presbiterio. Lo mostraba el que hubiera invitado a un simple fiel a tomar parte en la reunión
como conferencista, y el que hubiera
invitado a los esposos a resolver en pie de igualdad con él la obediencia a la
encíclica en el caso discutido. La
actuación de este obispo muestra lo que puede ser el desenlace del conflicto
hoy existente entre una norma objetiva del magisterio auténtico del papa y la
respuesta de las comunidades. La norma
resultó siendo obedecida por esos esposos, confirmando con ello la validez teológica de la norma, pero es obedecida
dentro de circunstancias que no están previstas en la encíclica. Estas circunstancias son precisamente las del
funcionamiento de una Iglesia local de
acuerdo con la nueva eclesiología de la "Lumen Gentium"; una
Iglesia-pueblo de Dios. Entre tanto, la encíclica ha fracasado ante las
iglesias que siguen funcionando según la eclesiología preconciliar.
La
responsabilidad de las opciones morales que toma en última instancia una iglesia local ha
dependido, desde la más antigua tradición, de la posición que tome el obispo
frente a cada cuestión disputada pero en el supuesto de que el obispo es un
soberano en su diócesis, no un subordinado del Gobierno nacional ni de la
Conferencia Episcopal.
Pasados
algunos años después de la experiencia relatada en esta historia episcopal
hemos conocido la ponencia del teólogo Luigi Sartori en la antología de trabajos sobre la Humanae
Vitae titulada "La encíclica Humanae
Vitae ¿es irreformable?" La tesis presentada por Sartori, que a nuestro juicio es confirmada
por la experiencia de Ocaña, es que "el Papa Pablo VI ha confiado su encíclica como magisterio
auténtico y no como magisterio infalible confiado en que la respuesta hacia el
futuro confirmará y consolidará la sustancia de lo sostenido en la encíclica”. La
experiencia tenida en la diócesis de Ocaña muestra la diferencia que hay
entre remitir a los esposos católicos a su conciencia, bajo su exclusiva responsabilidad,
al descampado, o, como en este caso,
convocarlos a estudiar su problema como un problema que lo es tanto de
ellos mismos como de la Iglesia y que ha de ser atendido con los recursos
espirituales y materiales de la comunidad local con su pastor a la cabeza.
El
contexto en el que el obispo se enfrentó a las dificultades afectivas y
económicas de esos esposos es el de la Iglesia universal cuya existencia es
sostenida por los mártires, actuando así conforme a la tradición que ve en el
obispo el órgano de enlace entre la iglesia local y la universal. El obispo no limitó el contexto del diálogo
con esos esposos a su sabiduría y su santidad personales, como suele ocurrir en la dirección espiritual,
sino que apeló a la universalidad de la Iglesia en el tiempo y en el espacio,
universalidad actualizada, para el caso, en la iglesia local. La evaluación teológica de cualquier
enseñanza del magisterio eclesiástico sólo se alcanza si es remitida a la
eclesiología de Lumen Gentium.